Alarma y miedo: así es como la extrema derecha europea explota el coronavirus

Las fuerzas reaccionarias del continente utilizan el temor a la propagación de la epidemia para culpabilizar a los migrantes y pedir el cierre de las fronteras

Carles Planas Bou BARCELONA – SÁBADO, 29/02/2020

Los vendedores de gel y mascarillas no son los únicos que hacen negocio con la irrupción del coronavirus en Europa. Mientras gobiernos y científicos estudian cómo atajar la epidemia, la extrema derecha del continente rebusca en la histeria social que ha generado una oportunidad para derribar el espacio de libre circulación Schengen y relanzar su agenda política de fronteras.

En 2016, uno de los bulos más difundidos en Internet sobre la llegada de refugiados era que consigo traerían enfermedades a Europa. Ahora, la carta racista reflota y los líderes de la ola reaccionaria buscan sacar rédito político de un patógeno, el prejuicio, que se propaga más veloz y menos visible que el coronavirus.

“Las personas migrantes, de distintas razas y religiones, siempre han sido acusadas de propagar gérmenes”, apunta Miquel Ramos, periodista experto en movimientos neofascistas. “La gasolina de la extrema derecha es externalizar los males de la sociedad”. Conscientes de las oportunidades que les brinda el caos, ahora empiezan a trazar su estrategia para instrumentalizar la salud pública de la misma manera que han hecho con la seguridad.

ALINEACIÓN REACCIONARIA

En Italia, un Matteo Salvini en campaña permanente ha llamado al cierre de fronteras, pidiendo la dimisión del gobierno que este pasado verano le relegó a la oposición en un gesto sorpresivo. El jefe de La Liga ha ido más allá al señalar que la irrupción del virus es culpa de “la entrada en inmigrantes de África”. En el continente madre solo se han detectado tres casos: Egipto, Algeria y Nigeria. En un nuevo arrebato nacionalista, además, ha apelado a sus seguidores a comprar solo productos italianos. Su hombre fuerte en el norte y presidente de Lombardía, Attilio Fontana, se ha impuesto una “auto-cuarentena” a pesar de no estar contagiado, espectacularizando su imagen con mascarilla. Hace dos años aseguró que la inmigración amenaza la “raza blanca”.

En su único año como ministro del Interior, Salvini impulsó una polémica política de puertos cerrados. En ese período de tiempo murieron al menos 1.151 personas intentando cruzar el Mediterráneo para llegar a Europa, según Médicos Sin Fronteras y SOS Mediterranée, y más de 10.000 fueron expulsadas forzosamente a Libia, país convertido en un violento polvorín.

En Francia, Marine Le Pen, la otra gran cabeza de la hidra reaccionaria, ha utilizado el pánico generado por el coronavirus para cargar contra sus dos principales enemigos: los inmigrantes y la Unión Europea. Cuando solo había un caso detectado en Lyon, la hija del filonazi Jean-Marie Le Pen pidió suspender los vuelos a China y controlar las fronteras.

DOMINÓ ULTRA

Aunque ningún país ha optado aún por un cierre total de fronteras, los líderes de la UE temen que la psicosis mediática genere un efecto dominó que debilite un espacio de libre circulación ya herido por los controles impuestos desde hace cuatro años por Alemania, Francia, Suecia, Dinamarca, Austria y Noruega. “Desde el punto de vista científico, cerrar las fronteras y aislar un país no tiene ninguna utilidad, no se basa en ninguna evidencia”, explica Antoni Trilla, jefe del Servicio de Medicina Preventiva y Epidemiología del Hospital Clínic. Más allá de Schengen, lo que ya es una realidad es que en Francia, Italia y los Países Bajos se ha reportado un incremento de las agresiones racistas contra la comunidad asiática.

En otros países de Europa, el impacto del coronavirus es inferior, algo que no ha evitado que el populismo autoritario lo utilice para atizar las conspiraciones. En Alemania, AfD pide el cierre de fronteras y endurecer los controles a la inmigración ante el “miedo europeo a la infección”. El Gobierno de Angela Merkel anunció ayer que pedirá a los ‘länder’ realizar pruebas médicas a los solicitantes de asilo.

En Austria, el gobierno de Sebastian Kurz ha reforzado los controles en la frontera italiana mientras que, con la llegada del virus al país, sus exsocios del FPÖ (antes encabezados por un neonazi) han pedido poner en cuarentena a todos los inmigrantes indocumentados y solicitantes de asilo.

En Grecia, el gobierno de la nacionalista Nueva Democracia ha utilizado los casos de coronavirus detectados para militarizar aún más las fronteras y para relanzar su plan de construir campos de detención para los migrantes.

Incluso en Suiza, que participa en Schengen a pesar de no formar parte de la UE, el ultraconservador Partido Popular Suizo presiona al Gobierno para que deniegue la entrada a los que aspiran a ser aceptados en el país.

En España, esa estrategia empieza a asomar la cabeza. Mientras que la dirección de Vox ha pedido controles a los extranjeros que vengan de China e Italia, perfiles de menor talla como Fernando Martínez Vidal, concejal del Ayuntamiento de Madrid, se han encargado de señalar a los turistas chinos de ser los “transmisores de la enfermedad”. “Si aún no han explotado el caso es porque no saben cómo sacarle rédito político”, señala Ramos.

Con el incendio como modelo de negocio, la extrema derecha europea y el sensacionalismo mediático se retroalimentan para colar en el ‘mainstream’ ideas sobre el coronavirus que dibujan un estado de amenaza constante, la explotación del miedo a lo diferente y la obsesión por los culpables externos. Tres características que amagan con ir ganando peso; tres de los síntomas con los que Umberto Eco identificó una pandemia mucha más extendida: el neofascismo.

El antifascismo en el siglo XXI: nuevos frentes de acción

El movimiento antifascista madrileño reactiva sus asambleas barriales, y amplía su base social y sus estrategias de lucha. La irrupción de una extrema derecha renovada, cada vez más inserta en los ámbitos político y social, obliga a repensar los frentes de acción ante los discursos de odio que buscan instalarse en los barrios obreros, aún golpeados por la crisis económica.

MADRID – 24/02/2020 – CECILIA OSORIO: @ceciliaosoriog

En el libro Antifa: el manual antifascista, su autor, Mark Bray, historiador del antifascismo y activista de Occupy Wall Street, sostiene que es necesario que la lucha se readapte para derrotar una extrema derecha que resurge con nuevos ropajes, con partidos políticos establecidos en los parlamentos y los gobiernos. La publicación, que hace una radiografía de los movimientos antifascistas de 17 países, es una guía obligada en Europa y Estados Unidos. Bray destaca que el antifascismo debería ser siempre contextual, con base en la comunidad, teniendo en cuenta la coyuntura y cómo son los nuevos partidos de extrema derecha, “cómo se organizan para ganar apoyo”.

La lucha antifascista es inherente a los colectivos de izquierda y las asociaciones de vecinos que trabajan en los barrios y tienen una fuerte impronta en los distritos obreros. Pero el cuerpo en la calle lo han puesto los jóvenes de la izquierda radical, que defienden la acción directa como vía para la autodefensa. Luego de un período de menor actividad, la reactivación de las asambleas antifascistas, articuladas en coordinadoras de barrio y ciudades, es una reacción a la aparición de los nuevos grupos de extrema derecha, que intentan hacer permear sus mensajes racistas en las zonas obreras.

“Los años ochenta fueron muy duros aquí, en Vallecas. Fuimos mucha gente que nos organizamos en distintos colectivos, desde Madres contra las Drogas, las coordinadoras de barrio, los educadores de calle. Pero ahora hay que generar una respuesta a la pobreza, porque es el caldo de cultivo de los fascismos”, señala Elena Ortega, integrante del colectivo Las 13 de Vallekas. Ortega habla como invitada en una charla de la librería La Muga, espacio cultural del barrio Vallecas, donde el eurodiputado, Miguel Urbán, presenta el libro La emergencia de Vox. Apuntes para combatir a la extrema derecha española.

A su turno, Urbán plantea esa emergencia como parte de una realidad que se vive en el resto del mundo, con expresiones similares en toda Europa que obligan a repensar el antifascismo en el siglo XXI. “La respuesta la tenemos que dar colectivamente, en las plazas, en las calles, en este tipo de foro. La tenemos que hacer juntas y juntos”, dice. El auditorio son vecinos que comparten su preocupación por las problemáticas del barrio, como la percepción de inseguridad, la irrupción de casas de apuestas, la falta de acceso a la vivienda y el déficit de atención de los servicios sociales.

En los últimos años la lucha antifascista se centró en la respuesta callejera a la presencia de pequeños grupos ultras. Ahora el contexto hace necesario atacar de inmediato otras problemáticas, aunque el mensaje de odio de los fascistas es parte del mismo problema. Los barrios obreros madrileños se han caracterizado históricamente por ser espacios vecinales abiertos a la inmigración; sin embargo, la precarización generada por la crisis económica crispa los ánimos. En vez de ampliar las ayudas sociales, en los últimos años el Estado ha desatendido estas zonas, lo que crea la falsa percepción de que la falta de recursos es culpa de la llegada de población inmigrante y no un déficit de las políticas sociales. Incluso las organizaciones barriales, que han asumido tareas de sostén y se nutren de trabajo voluntario, se han visto colapsadas por esta situación.

Años de lucha

Luego de la transición, la lucha antifascista estuvo orientada a eliminar los restos de la dictadura franquista, en el marco de un movimiento democrático más amplio que temía el regreso al pasado. El tardofranquismo había evidenciado la frontera porosa entre el terrorismo de Estado y los grupos ultraderechistas, que en democracia tenían mayor autonomía para funcionar y elegir contra quién atentar. “Quienes habían estado acostumbrados a dar palizas, a torturar, a matar y a dirigir el país como si fuera de su propiedad, esos sectores más duros, siguieron actuando. Entonces, el antifascismo fue básicamente denunciarlos, solicitar su ilegalización –que no se consiguió– y pararlos en la calle”, señala Gonzalo Wilhelmi, escritor y doctor en Historia Contemporánea.

Por aquellos años, la lucha antifascista la asumieron el movimiento libertario y los grupos de la izquierda radical, ambos a la izquierda del Partido Comunista. Estos colectivos se organizaron para combatir a la ultraderecha mediante la acción directa y la autodefensa callejera frente a las agresiones. “Los ochenta y los noventa fueron años de lucha en que la izquierda mayoritaria miró para otro lado. El Partido Comunista y el PSOE decían que no había problema y que de eso se tenía que encargar la policía. Pero tampoco tomaban medidas para que así fuera”, sostuvo Wilhelmi. Para el historiador, “la izquierda radical juvenil en los noventa, y no tan juvenil en los ochenta, estuvo muy sola, y no debería haber sido así”.

Wilhelmi fue guionista del documental Ojos que no ven, sobre las víctimas del fascismo en España desde 1975. Allí se documenta que hasta su estreno, en 2008, hubo más de cien asesinatos a manos de integrantes de grupos de extrema derecha, algunos de los cuales también eran miembros de fuerzas y cuerpos de seguridad. Entre los más emblemáticos: Yolanda González (1980), militante comunista Lucrecia Pérez (1992), inmigrante dominicana; Mourad El Abidine (1997), inmigrante marroquí, y Carlos Palomino (2007), joven activista antifascista.

A finales de los ochenta, la ultraderecha renovó los objetivos de sus “cacerías” y a los tradicionales militantes de izquierda sumó el colectivo Lgtbiq+, los inmigrantes y la población en situación de calle. “Los mendigos han sido objeto de palizas terribles: les echan gasolina y los prenden fuego. De esto se conoce muy poco, porque no trasciende”, indicó Wilhelmi. El proyecto Crímenes de odio: memoria de 25 años de olvido, un mapa del Estado español que recoge esos delitos, sucedidos entre 1990 y 2015, impulsado por los periodistas David Bou y Miquel Ramos, y elaborado por un equipo de investigación multidisciplinar, evidencia que la mayoría de estos crímenes respondía principalmente al racismo, la xenofobia y la aporofobia.

El último informe sobre la evolución de los delitos de odio en España, hecho por el Ministerio del Interior, indica que en 2018 hubo 1.598 denuncias. Las organizaciones sociales, por su parte, señalan que el número es cuatro veces más elevado. “El problema es tremendo y sigue hasta hoy. Es verdad que hay un poco menos de intensidad en cuanto a atentados mortales, pero siguen las palizas y los apuñalamientos, que dejan a las personas con secuelas físicas de por vida. Sin embargo, en las instituciones no ha habido mucho interés por abordar este problema ni por registrar el número de agresiones”, indicó el historiador.

La primera Coordinadora Antifascista de Madrid, que se creó en 1988, surgió a impulso de colectivos autónomos y partidos juveniles de la izquierda radical, comunista y anarquista, preocupados por el avance de los grupos ultras que llegaban con este mensaje racista. Las asambleas, que se identificaban propiamente como antifascistas, aglutinaban a activistas que también participaban de otros espacios, como el feminismo y el ecologismo, y a los colectivos vinculados al movimiento okupa. Desde entonces, el El 20 de noviembre se instauró como la fecha de movilización más emblemática, en respuesta a la extrema derecha que sale a la calle a conmemorar al dictador y a hacer apología del franquismo.

Factor identitario

En ese período, también los grupos de extrema derecha adquirieron nuevas formas de expresarse en la calle, con la aparición –al igual que en otros países de Europa– de bandas que se apropiaron de la cultura skinhead inglesa y empezaron a copar con expresiones neonazis las hinchadas de fútbol, un espacio que hasta el momento había sido tradicionalmente de izquierda. En los equipos más grandes como el Real Madrid fue Ultras Sur y en el Atlético de Madrid Frente Atlético los que cooptaron las hinchadas. Sin embargo en el Rayo Vallecano fue la hinchada de los Bukaneros la que logró retener la mayor afición. Bukaneros reivindica las raíces antirracistas del movimiento skinhead, al rescatar la subcultura redskin y al movimiento Sharp (siglas en inglés de Skinheads contra el Pre-juicio Racial).

“Mucha gente joven se fanatiza con el fútbol, se politiza dentro de las hinchadas y se va con los ultras, porque hay más animación, más sensación de grupo, de camaradería. Entonces, claro que es un espacio de competición ideológica. Es muy importante el elemento identitario que da el fútbol y la capacidad que tiene de transmitir determinadas ideologías”, afirma Miquel Ramos, periodista especializado en el análisis y la investigación de los discursos de odio y la extrema derecha.

Además, el enfrentamiento entre hinchadas es abordado por algunos medios de comunicación como una confrontación entre grupos radicales, extremos que se tocan. Ramos apunta que en esta perspectiva otro elemento que ayuda a la caricaturización del fenómeno es la forma en que las fuerzas del Estado abordan la problemática. “El grupo de la Brigada de Información de la Policía Nacional que vigila a estos grupos de izquierdas y de derechas es el de Tribus Urbanas. Es decir, el Estado considera que los movimientos de izquierda radical o de derecha radical son modas juveniles, no problemas políticos. No hacen una interpretación política ni sociológica del fenómeno”. Tampoco las autoridades transparentan los vínculos de algunos integrantes de las fuerzas y los cuerpos de seguridad con los grupos ultras de las hinchadas, lo que lleva a una mayor permisividad de sus acciones.

Siglo XXI

“Empezaron a venir a los barrios obreros a hacer recogidas de comida sólo para españoles”, cuenta Daniel R, quien, con 40 años, es activista en la Asamblea Antifascista de Carabanchel. Hace cinco años, Hogar Social Madrid (Hsm) irrumpió en la zona camuflado como asociación de apoyo social con ayudas dirigidas solo a españoles. Frente a esta amenaza, los colectivos del barrio se articularon para estar atentos a sus acciones. “Cuando hubo que echarles del barrio, se les echó”, indicó el activista. Desde este colectivo se llevaron adelante las manifestaciones que se llamaron “Carabanchel, un barrio para todas”, que luego se amplió a “Madrid para todas”.

Hsm emula el modelo de CasaPound, que nació hace 20 años en Italia y es un referente de los círculos posfascistas europeos. Estos copian herramientas sociales exitosas de la izquierda, como la ocupación, e intentan ocultar sus componentes fascistas y de militancia neonazi. “Todo esto fue escrito y cocinado por la nueva derecha francesa en los años setenta. Lo que hicieron fue interpretar los movimientos sociales de la izquierda potentes en esos años. Leen mucho a Gramsci y camuflan su mensaje para ser aceptados”, señaló Ramos. Grupos como Hsm han abandonado los clásicos símbolos de la extrema derecha, como la estética skinhead, y han adoptado, en su lugar, una nueva retórica y una estética más difícil de identificar.

En el discurso de estas agrupaciones converge el mensaje racista antiinmigrantes junto con el pensamiento anticapitalista y de defensa de la clase obrera nacional. La estrategia de Hsm es ocupar espacios en zonas que no generan enfrentamientos (Salamanca, Chamberí, Malasaña) y usarlos como bases de operaciones para luego ingresar con mensajes de odio a barrios con realidades más vulnerables (Carabanchel, Tetuán, Usera, Vallecas). Allí, estos discursos encuentran eco en nuevos aliados, como las asociaciones vecinales, que crean cadenas de Whatsapp para perseguir a “delincuentes del barrio”, lideran manifestaciones con proclamas como “Contra la degradación del barrio” y culpabilizan a la población inmigrante de todos los males en la zona. “Nosotros decimos que es poner en lucha al penúltimo contra el último. No se señala al de arriba, que es quien baja el sueldo, recorta las ayudas y privatiza los servicios necesarios”, señaló Daniel R.

La asamblea antifascista del colectivo Distrito 14 de Moratalaz tiene una larga militancia activa en el tema desahucios, participa de la campaña contra las casas de apuestas y organiza el Mundialito Antirracista de Moratalaz, con el objetivo de desarmar los discur-sos de odio sobre la población inmigrante. Jaime R tiene 20 años y se sumó al espacio hace ocho meses, consciente de que la lucha es colectiva y no individual. “Además, no es lo mismo combatir a un grupo de extrema derecha como Hogar Social, los ultras del fútbol o Vox. La respuesta a un grupo violento no es otra que la acción directa, pero con los demás te diría que las herramientas son la militancia y la educación”.

El auge electoral de Vox es otro factor que preocupa. Los colectivos antifascistas coinciden en que la extrema derecha dio un salto categórico del activismo a las instituciones e hizo un blanqueamiento dentro de espacios masivos, como los medios de comunicación. “Estamos viviendo ahora mismo una guerra política, institucional y cultural. Hacen falta muchos antifascismos, no sólo el de calle, que obviamente no debe dejar de existir”, señala Ramos. El desafío del movimiento también pasa por incorporar colectivos como el feminista, teniendo en cuenta que durante mucho tiempo la acción directa en la calle masculinizó estos espacios.

Según el periodista, es necesario, además, tejer la complicidad con los vecinos. En esa línea, cree que una de las “mejores vacunas” para la extrema derecha es la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. La vivienda es un tema recurrente de las charlas cotidianas de los habitantes de los barrios, sometidos al vaivén frenético de la especulación inmobiliaria. Para Ramos, “allí se teje una complicidad y una lucha transversal que no entiende de ideología, origen o raza: es un combate directo contra la extrema derecha, que quiere que compitamos entre nosotros por los recursos”.

¿Cuándo nos tomaremos en serio el terrorismo ultraderechista?

MIQUEL RAMOS (PERIODISTA) y MIGUEL URBÁN (EURODIPUTADO) – 22.02.2020

El pasado miércoles 19 de febrero, un atentado ultraderechista en dos bares frecuentados mayoritariamente por población migrante se cobraba once muertes en la ciudad alemana de Hanau. Una vez más se reproducía un ya macabro modus operandi del terrorismo ultraderechista, manifiesto y vídeo trufado de estereotipos racistas, xenófobos y teorías de la conspiración; y atentado. Una dinámica demasiadas veces repetidas y que tuvo el 22 de julio de 2011 su punto de inflexión cuando una bomba estallaba en el centro político de Oslo, causando al menos cinco muertos. Dos horas más tarde, un hombre armado mataba a sangre fría a decenas de jóvenes que se encontraban en la isla de Utoya en un campamento de la Liga de Jóvenes Trabajadores, en lo que ha sido el atentado ultraderechista mas mortífero de Europa hasta el momento.

A pesar de que las primeras noticias especularon sobre la autoría yihadista del doble atentado, el asesino confeso de los jóvenes de Utoya y autor de la bomba de Oslo, fue Anders Behring Breivik, exmilitante del Partido del Progreso Noruego, una de las pujantes formaciones europeas de extrema derecha islamofóbica. Una vez confirmada la autoría, la prensa intentó mostrar a Breivik como simplemente un maníaco asesino, pero era mucho más, tenía un ideario político xenófobo, racista antiinmigración, alentado desde hace años por una parte del arco parlamentario noruego representado por el Partido del Progreso. Una ultraderecha también con un importante eco en el resto de los países escandinavos: Partido de los Auténticos Finlandeses, Partido Popular Danés y Partido Demócratas de Suecia, que han hecho de la Islamofobia, el rechazo a la inmigración y de una especie de “chovinismo del bienestar” sus banderas y sobre lo que han sustentado unos magníficos resultados electorales en la ultima década.

En demasiadas ocasiones comprobamos como policías, autoridades y prensa intentan sepultar las motivaciones políticas de los atentados de la ultraderecha como la obra de un loco. Se prefiere “psiquiatrizar lo ocurrido” antes que revisar por ejemplo como Breivik fue un militante activo y dirigente local hasta 2006 del Partido del Progreso que llego a ser la segunda fuerza política de Noruega a base estigmatizar a la población migrante, en especial a la musulmana. O como Luca Triaini, que en 2018 hirió de bala a seis migrantes en un atentado ultraderechista, fue candidato municipal de la xenófoba Liga Norte italiana solo un año antes. Aunque los datos en Alemania son los más alarmantes de todos, en donde la extrema derecha ha cometido 10.105 actos violentos en la ultima década y 83 asesinatos desde 1990, cinco veces más que el terrorismo yihadista en el mismo periodo. En un momento en el que por primera vez la extrema derecha ha conseguido entrar en el Bundestag desde el final de la II Guerra Mundial.

La extrema derecha lleva tiempo construyendo un nuevo relato con las mismas y viejas formas de siempre contra determinados colectivos. Si durante principios de siglo XX se esgrimió la supuesta conspiración judía para acabar con la raza blanca y dominar el mundo, hoy impregna el ideario ultraderechista la Teoría del Gran Reemplazo y sus variantes, que advierten del supuesto plan de islamizar Europa y sustituir a su población por personas migrantes. Esta idea coreada al unísono por la ultraderecha occidental fue la que motivó tanto la masacre de Breivik en Noruega hace ocho años, como la de Christchurch (Nueva Zelanda) el año pasado, que se saldó con 51 musulmanes ejecutados en una mezquita. El pasado miércoles, de nuevo, la elección de dos locales de shisha responde también a la motivación islamófoba, casualmente pocos días después de que la policía alemana detuviera a más de una decena de neonazis armados que planeaban asaltar armados varias mezquitas.

No se puede negar que el odio racista es hoy una de las principales amenazas ya no solo para la seguridad sino para las mismas democracias. Diversos analistas expertos en terrorismo e inteligencia llevan tiempo advirtiendo de la creciente amenaza supremacista, situándola incluso por encima del terrorismo islamista que ha sacudido en diversas ocasiones Europa, pero que la mayoría de víctimas que se ha cobrado han sido musulmanas, y fuera de nuestras fronteras. Atronador silencio de los islamófobos cuando además se les recuerda que han sido los mismos musulmanes, los sirios, kurdos, palestinos, libaneses e iraquíes, quienes han derrotado al ISIS y a Al Qaeda en su propia casa.

El antisemitismo, la islamofobia, el odio y la persecución a las personas gitanas que perdura en Europa y que pocas veces trasciende, continúan instalados en una Europa temerosa de sus propios demonios, de una ultraderecha que nunca fue derrotada y que supo sobrevivir en las grietas de la democracia, y que hoy marca las agendas políticas y mediáticas.

Las redes sociales y demasiadas veces los medios de comunicación convencionales están sirviendo como altavoz de los odios y los prejuicios de la ultraderecha más crecida y más poderosa desde hace décadas. La impunidad con la que se diseminan los discursos de odio en las redes y la normalización de estos en la política y en la sociedad, que ha aceptado como ‘una opinión legítima como cualquier otra’ el odio a determinados colectivos, provoca que cada vez más fanáticos tomen la iniciativa y actúen por su cuenta para salvar a Occidente del peligro, ya sea asesinando a personas migrantes, poniendo bombas en centros de menores, atacando poblados gitanos, asesinando feministas y personas LGTBI, o a judíos y musulmanes. Pero también a quienes consideran colaboradores de la supuesta pérdida de privilegios del hombre blanco occidental y heterosexual. Es decir, a los que nos acusan de ‘buenistas’, de ‘políticamente correctos’, de ‘feminazis’, de llevar los derechos humanos como bandera. Por eso, Breivik asesinó a 69 adolescentes noruegos del Partido Socialista. Por eso asesinaron a Jo Cox, la diputada laborista inglesa defensora de las personas migrantes. Y por eso fue asesinado el político cristiano-demócrata Walter Lübcke, por defender las políticas de asilo en Alemania.

Desde luego no creemos que los partidos de extrema derecha asuman la gran parte de responsabilidad que les corresponde por llevar años echando gasolina ideológica sobre el odio al “extranjero”, al “diferente”, por alentar una imagen estigmatizada de la migración, como invasores, como delincuentes… de hecho hemos visto como en demasiadas ocasiones han banalizado o incluso hasta han justificado algunos atentados. Pero tampoco creo que los “responsables” partidos del sistema asuman su culpa por adaptar sus discursos y políticas públicas a los dictados de una ultraderecha en ascenso, asumiendo una buena parte de sus postulados, legitimando ante la opinión pública europea el ascenso de la xenofobia, la islamofobia y el racismo. Seguramente todos estos partidos estarán de acuerdo en que es mejor “psiquiatrizar lo ocurrido”, considerar los atentados como la pesadilla de un loco, antes que enfrentarse a la dura tarea de analizar las motivaciones políticas de esta tragedia y razonar sus propias responsabilidades. Pero no lo olvidemos, la extrema derecha, como ya demostró hace ochenta años, tiene vagones de tren y estrellas de todos los colores para las solapas de todos y todas nosotras.

Debat al programa Al Ras sobre l’atemptat racista de Hanau (Alemanya)

Fragment del programa de ràdio AL RAS, d’À Punt Mèdia. Dijous 20 de febrer de 2020, sobre l’atemptat terrorista d’extrema dreta a la localitat alemanya de Hanau, on han sigut assassinades 10 persones i altres han resultat ferides. Tertúlia amb Jèssica Crespo, Joan Espinosa, Pilar Tamayo, José L. Sahuquillo i Miquel Ramos.