Estado de alarma, o cómo lograr el equilibrio entre solidaridad y seguridad sin caer en el autoritarismo

Agentes de Policía identifican a un ciudadano.- EFE

En España ya se han impuesto 144.555 multas durante el estado de alarma. Organizaciones sociales denuncian excesos policiales. La antropóloga Yayo Herrero y el sociólogo César Rendueles reivindican la otra cara de la moneda: una explosión de solidaridad y un despertar comunitario que puede canalizar la preocupación ciudadana en mecanismos “no reaccionarios”

MADRID – 27/03/2020 – ALEJANDRO TORRÚS

Cuenta el filósofo y escritor Santiago Alba Rico en esta entrevista con Público que la pandemia de coronavirus nos ha hecho re-descubrir que somos seres vulnerables y frágiles. La sensación de vulnerabilidad, acentuada por la situación de confinamiento, conduce casi inevitablemente al miedo y a la necesidad tan humana como el hambre de querer seguridad. Seguridad para pensar que estaremos bien, para creer que nada de esto nos volverá a suceder. Que nunca más los nuestros estarán en peligro. Pero Alba Rico también advertía. La catástrofe puede volver a aparecer en nuestro horizonte. Y hay que estar preparados. La situación es de riesgo. Pero también de oportunidad. Riesgo porque hay quien tratará de aprovechar esta crisis para recortar libertades, para aumentar la arbitrariedad de las actuaciones policiales, para convertir a cada vecino en vigía. La oportunidad tampoco es desdeñable. La emergencia ha puesto de manifiesto que el sector público, que la sanidad pública es una de nuestras escasas herramientas para hacer frente a la catástrofe y que es la sociedad organizada la que más rápidamente reacciona con solidaridad y cooperación para no dejar a ningún vecino en el camino.

Las dos reacciones a la sensación de inseguridad conviven ahora en nuestra sociedad y se hacen visibles en los balcones. Vecinas y vecinos que dejan de ser desconocidos para preocuparse por el estado del otro, para ver qué hace falta y a quién, para aplaudir cada día puntualmente a las 20 horas. Pero, por otro lado, también muestra la otra cara. La de los balcones que señalan e increpan a aquel que ven por la calle sin plantearse sus circunstancias, los que jalean escenas con excesos policiales, los que piden más mano dura de la que la propia ley contempla. Dos corrientes que, además, pueden coincidir en el mismo balcón según la hora del día y que tampoco son nuevas en la sociedad. Muy al contrario, explican las tensiones en el panorama pre-coronavirus y las respuestas a otras emergencias como la crisis económica y social de 2008. “Esta pandemia ha provocado que estemos viendo delante de nosotros procesos que normalmente son dilatados en el tiempo a cámara rápida. Todo concentrado en unos días. Casi todo lo que está pasando ahora ya estaba pasando antes. Pero ahora todo sucede y se desarrolla muy deprisa”, explica César Rendueles, profesor en el Departamento de Teoría Sociológica de la Universidad Complutense de Madrid.

“Casi todo lo que está pasando ahora ya estaba pasando antes. Pero ahora todo sucede y se desarrolla muy deprisa”

explica César Rendueles

Imágenes, datos y situaciones que corroboren estos dos tipos de reacción no faltan. Los agentes de los diversos cuerpos de seguridad que están en las calles ahora mismo han repartido ya 144.555 multas al amparo de la Ley Mordaza, alrededor de 13.000 propuestas de sanción al día. Por contextualizar. Italia anunció la semana pasada que había multado a 50.000 personas, tres veces menos. También han aflorado los conocidos como ‘policías de balcón’. Las redes sociales se han llenado de testimonios de trabajadores, sanitarios, personas con enfermedades o con niños con trastorno del espectro autista (TEA) que han recibido la ira de sus vecinos. Sin preguntas. Directamente juzgados y condenados. A esta situación se añaden los vídeos y testimonios que se han conocido en las últimas semanas con excesos policiales.

“Llama la atención que muchas personas, incluidas personas de izquierdas, han justificado la actuación de la Policía por la gravedad del contexto. Parece que no somos conscientes de que el estado de alarma no es un estado de excepción, que nuestros derechos fundamentales no están suspendidos. Tampoco la posibilidad de que los cuerpos de seguridad del Estado se salten la ley y sus protocolos a la hora de actuar. Y esto nos lleva a una paradoja: los que aplauden estos abusos o actuaciones desmedidas de algunos agentes lo hacen en nombre de la ley cuando, realmente, se está vulnerando”, señala Miquel Ramos, periodista y creador de Crímenes de odio Público.

La plataforma Defender a Quien Defiende, que agrupa a organizaciones de derechos humanos como Novact, Irídia, Legal Sol o Ecologistas en Acción, ha presentado ante Interior y el Defensor del Pueblo una carta en la que denuncia con imágenes que agentes del Cuerpo Nacional de Policía, en al menos cuatro ocasiones, incurrieron presuntamente en uso de la fuerza no autorizado por los reglamentos de actuación contra ciudadanos. La plataforma pide a las instituciones que “se accionen los canales internos de investigación y depuración de responsabilidades” para que no vuelvan a suceder. De momento, Anaïs Franquesa, abogada y miembro del Centre Iridia, señala a Público que no han recibido respuesta.

“Somos conscientes de que ahora mismo hay mucha tensión. Tanto en la ciudadanía como en los cuerpos y fuerzas de seguridad. Pero no podemos tolerar que se cometan abusos. Hemos visto imágenes en las que se golpeaba a una persona que ya había sido detenida y otras en las que se golpeaba a personas que no representaban una amenaza. Incluso cuando se dan situaciones en las que un ciudadano insulta a un agente la reacción no puede ser golpear con la porra. Debe haber diálogo, proporcionalidad, mediación y graduación en el uso de la fuerza”, explica Franquesa.

“Tolerar que se pueda hacer un uso desproporcionado de la fuerza nos conduce hacia una situación de mayor represión o de mayor autoritarismo”

dice Anaïs Franquesa

Pero situaciones de excesos policiales también se han dado en los últimos años. Sobre todo a lo largo del ciclo de manifestaciones derivado del 15M y de la crisis económica y social. La abogada especializada en derechos humanos también explica por qué precisamente ahora, en este estado de alarma, es especialmente importante que no se cometan excesos policiales y que los que se puedan suceder sean investigados, depurados y no acaben en impunidad. “En situaciones excepcionales, como esta, se pone en juego el sistema de garantías y hay que estar especialmente vigilantes en la protección de los derechos. Tolerar que en determinadas situaciones, por la gravedad del contexto, se pueda hacer un uso desproporcionado de la fuerza es peligroso. Nos hace normalizar esas situaciones y nos conduce hacia una situación de mayor represión o de mayor autoritarismo que después se hace muy complicado revertir”.

El primer riesgo, por tanto, es dar pasos en una dirección de menos respeto por los derechos de la ciudadanía. El segundo, lo difícil que es desandar el camino emprendido. Así lo advierte también el autor de Sociofobia, César Rendueles. “Estamos viendo la expresión de un movimiento reaccionario que va en sentido contrario de lo que fue el 15M. Que pide más mano dura o está dispuesto a admitir más arbitrariedad por parte de la Policía. Se trata de una especie de comunitarismo represivo que es fácil de entender en contextos como el actual. Lo preocupante es que estas dinámicas no son tan fáciles de revertir. Una vez que se empieza son difíciles de parar. Estas situaciones se enquistan en las instituciones, pero también en la vida comunitaria”.

Rendueles precisa que no se trata de hacer una enmienda a la totalidad de la labor de los cuerpos y fuerzas de seguridad. “El problema no es que un policía cometa un fallo o que una minoría los cometa. El fallo es que no hay suficientes mecanismos institucionales para controlar y depurar estos fallos. El que crea que las libertades civiles son solo para cuando nos lo podemos permitir es que no ha entendido nada de qué son las libertades civiles“, prosigue.

“La situación de emergencia ha generado una explosión de solidaridad muy importante y que no podemos dejar de destacar”.

anuncia Herrero.

Frente a esta reacción que se aprecia en una parte de la sociedad, Rendueles y la antropóloga ecofeminista Yayo Herrero contraponen otra tendencia que también se ha apreciado considerablemente estos días en balcones, redes sociales e iniciativas ciudadanas en forma de ayudar a los más desprotegidos. Son las redes de apoyo mutuo que han nacido desde la ciudadanía para la ciudadanía. “Se trata de ser consciente de esa vulnerabilidad que hemos vuelto a descubrir y de que la única respuesta es a través de la cooperación entre ciudadanos para protegernos”, anuncia Herrero.

“La situación de emergencia ha generado una explosión de solidaridad muy importante y que no podemos dejar de destacar. Hay un montón de asociaciones de madres y padres de colegios que están centrados y preocupados en ver si las familias del cole tienen lo suficiente para comer y montando estrategias de colaboración. Organizaciones vecinales al pie del cañón que siguen repartiendo recursos. Redes espontáneas que se han generado para ofrecer a los ancianos lo que necesiten, para buscar alternativa habitacional a personas que necesitan aislamiento pero que viven en casas de 50 metros con sus familias. Estamos en un momento de despertar comunitario tremendo”, describe la antropóloga.

Los retos de esta “explosión de solidaridad” son importantes. Por un lado, explica Rendueles, servir de alternativa útil y real para muchos de esos ciudadanos que queriendo ayudar se han convertido en “chivatos de balcón” porque han enfocado su preocupación por la situación y su responsabilidad individual en “mecanismos de colaboración y denuncia”. “Las redes de apoyo mutuo generan dinámicas completamente diferentes porque encuentran mecanismos de solidaridad para expresar esa preocupación. Esto es muy importante. Tenemos que encontrar alternativas no reaccionarias, no acusadoras para poder expresar esa necesidad de colaborar y de cohesión que todos sentimos en un momento como este”, explica Rendueles.

“Las emergencias van a ser la nueva normalidad”

señala Herrero

El segundo reto, explica Yayo Herrero, es tratar de que la explosión de solidaridad no se quede en una acción aislada en tiempo de crisis y que se pueda “cristalizar y convertir en política pública”. “Una buena parte de la gente ha interiorizado estos días lo importante que es tener una sanidad pública robusta y fuerte que sea capaz de atender la necesidad de cualquier persona, venga de donde venga y tenga lo que tenga. Por otro lado, lo que hasta ahora englobamos en la categoría de servicios sociales tienen que convertirse en políticas integrales que atiendan las necesidades de la gente“, desarrolla la activista ecofeminista. 

La antrópologa también recuerda que la próxima normalidad puede ser la de las emergencias. En este sentido, Herrero recuerda que ya estamos viviendo una situación de “emergencia climática” y de “crisis de energía y materiales” que cambiarán el mundo que hemos conocido hasta el momento. “Las emergencias van a ser la nueva normalidad y, por tanto, es muy importante que las políticas públicas y las reclamaciones ciudadanas estén enfocadas en cómo fortalecer la capacidad para hacer frente a las emergencias de cada persona, cada colectivo y cada comunidad sin que nadie pueda quedar descolgado y sin lesionar derechos”, sentencia Herrero. 

Los movimientos sociales que anulan a la ultraderecha en la crisis del coronavirus

Frutería en el barrio de Benimaclet, València. Foto: Julia Reoyo - Caixa Fosca

La ultraderecha ha escondido la cabeza ante la emergencia social que ha traído el covid19, incapaz de dar respuestas a las necesidades de esa comunidad a la que suele apelar. El tejido asociativo creado durante años en los barrios populares ha dejado en evidencia, una vez más, las miserias del neoliberalismo y las mentiras de la extrema derecha.

MIQUEL RAMOS: @MIQUEL_R – 18 MAR 2020

La crisis del covid19 está sirviendo para visibilizar los ríos subterráneos que corren bajo tierra firme, allá donde no llega el Estado ni las administraciones públicas pero donde siempre hubo agua. En estos pocos días que llevamos confinados en nuestras casas pegados a la televisión y a las redes sociales hemos podido ver numerosas muestras de solidaridad, gestos entrañables de vecinos, aplausos coordinados en los balcones y ocurrencias con grandes dosis de humor para sortear el aburrimiento. Pero, sobre todo, mucha preocupación por lo que pueda venir después, especialmente a nivel económico y social.

Para muchas personas, la precariedad que viene y la inseguridad que viven no es nada nuevo. Viven inmersas en la incertidumbre constante, en la ansiedad eterna que les provoca no encontrar trabajo o saber cuánto les va a durar el que tienen. En la tensión de afrontar un desahucio, el corte de la luz o la nevera vacía el día que no les llegue para el pago correspondiente. O de ser parados por la policía yendo a trabajar sin contrato y par acabar en un Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) o directamente deportados a sus países de origen. A veces incluso cuando su vida corre peligro allí o cuando no tienen nada ni nadie que les haga sentir que vuelven a su casa.

Estos días, toda esa maquinaria curtida también a base de palos, ninguneos de la administración o criminalizaciones en la prensa está dando una lección.

Esta crisis que se está incubando no augura nada bueno para los más vulnerables a pesar de las medidas que ha anunciado el Gobierno. La precariedad ya existía antes que el virus y casi nadie se preocupó por ellos. Casi nadie. Desde luego, las instituciones no han sido capaces, por mucha voluntad que manifestaran a menudo de atenderla. Ni siquiera de amortiguarla. Siempre había un culpable externo que se lo impedía, según su relato. O simplemente eran las reglas del juego. Del neoliberalismo. La dichosa manita invisible que todo lo regula tan bien pero que hoy, ante esta emergencia, se ha demostrado inútil y ha acabado al servicio de lo común. Y todos lo han aplaudido.

Digo casi nadie porque como dije al principio, existen ríos que corren bajo el asfalto, y estos días están siendo imprescindibles para muchísima gente. Incluso para quien pensó que se salvaría sola comprando hace una semana dos toneladas de papel higiénico y veinte kilos de carne. Estos ríos son los movimientos sociales. Han estado siempre y han realizado una enorme labor en los barrios, por lo que saben perfectamente lo que es la precariedad, la soledad, la necesidad. En la mayoría de ciudades hace años que desde los colectivos de barrio se paran desahucios, se organizan campeonatos deportivos en barrios obreros o se ofrecen clases particulares y actividades gratuitas para los más jóvenes que no pueden pagarse la academia de inglés o apuntarse a tenis.

Esta crisis que se está incubando no augura nada bueno para los más vulnerables a pesar de las medidas que ha anunciado el Gobierno. La precariedad ya existía antes que el virus y casi nadie se preocupó por ellos.

Estos días, toda esa maquinaria curtida también a base de palos, ninguneos de la administración o criminalizaciones en la prensa está dando una lección. Desde el primer día, sus grupos de Telegram empezaron a ofrecer todo tipo de apoyo ante la presente crisis: asesoramiento laboral contra los abusos empresariales, compras a las personas mayores que no deben salir de casa, e incluso una red de voluntarios de apoyo mutuo para organizar la solidaridad ante la avalancha de voluntarios.

Pero yo quería hablar de la extrema derecha. De aquellos patriotas que se envuelven en la bandera o que muestran una enorme preocupación por la precariedad en Venezuela. Aquellos a los que convencieron de que la unidad de España era lo más importante y que las feministas, los inmigrantes y el colectivo LGTBI eran su principal problema. Esta extrema derecha global que invoca a la comunidad y a la unidad, pero cuando realmente toca defenderla, nunca está. Esta que, desde que se empezó a ver la magnitud del problema del coronavirus, se dedicó a tratar de buscar rédito político por la más que evidente mala gestión del Gobierno en materia de prevención y reacción. Esta extrema derecha que primero negó la magnitud del problema, como la mayoría, y que acabaría infectada precisamente por estas mismas imprudencias que achacan a los responsables políticos.

Esta extrema derecha global que invoca a la comunidad y a la unidad, pero cuando realmente toca defenderla, nunca está

Si algo caracteriza a la extrema derecha desde siempre ha sido su apelación a la comunidad. A lo que ellos entienden como tal, claro. Jerarquizada, vertical, autoritaria. La que ante esta situación y las necesidades que se manifiestan se demuestra que es un fraude. Porque lo común no pasa por sus intereses más allá del marco nacionalista y excluyente que plantean. Porque son egoístas. Porque la solidaridad les molesta, sobretodo cuando es de clase y destapa las miserias del modelo que defiende la ultraderecha.

El contagio de los dos principales lideres de Vox, primero Ortega Smith y después Santiago Abascal, ha alterado su frenética y habitual sobreexposición en las redes sociales, su terreno más sembrado. A Smith le recordaron sus discursos xenófobos de hace un año, cuando acusaba a los migrantes de traer enfermedades el mismo día que se conoció su infección. Días después publicó un vídeo en sus redes haciendo deporte en su casa tildando de ‘virus chino’ al covid19 y reivindicando sus ‘anticuerpos españoles’. A pesar de hacerse viral, sobre todo por sus detractores (que es lo que pretendía), el tuit fue borrado tras publicarse una advertencia de la embajada china en España acusándolo de racista. La ultraderechita cobarde.

A pesar de hacerse viral el tuit de Ortega Smith, sobre todo por sus detractores (que es lo que pretendía), el tuit fue borrado tras publicarse una advertencia de la embajada china en España acusándolo de racista. La ultraderechita cobarde

Abascal, por su parte, felicitó al Gobierno de Pedro Sánchez cuando este propuso finalmente el cierre de fronteras, atribuyéndose el mérito. La ultraderecha ha basado siempre gran parte de su discurso en el Estado-fortaleza, blindado ante la amenaza del sur, de pobres con tez oscura. Hasta calificaron de hermosas las imágenes de la policía griega gaseando y golpeando a los refugiados en Grecia semanas atrás.

Aunque el Estado español no pueda presumir de nada respetuoso en derechos humanos en esta materia, este cierre de fronteras no fue por los motivos que abanderaba siempre la ultraderecha, cerrando el paso a miles de personas que entran también de manera regular y autorizada en España, sino por la emergencia sanitaria evidente.

No quería hablar de partidos ni de instituciones sino de movimientos sociales. Publiqué un tuit en el que advertía de la ausencia de la extrema derecha en las redes de apoyo comunitario que estamos viendo estos días y de las que hablaba al principio. Y es que aquí es donde ellos nunca han estado, y donde la izquierda siempre ha sido fuerte. Por una razón muy sencilla: la extrema derecha es el doberman del neoliberalismo. El poli malo del sistema. El perrito faldero de las élites y de los señoritos de toda la vida. Son darwinistas sociales. Piensan que quien tiene una situación precaria es porque no se lo ha trabajado suficiente. Porque el sistema funciona y el Estado es un lastre, sobretodo los servicios públicos. Así lo manifestaba el diputado de Vox Ignacio Garriga en una entrevista a la revista Reacción Médica: “La sanidad universal y gratuita es una lacra”.

La extrema derecha es el doberman del neoliberalismo. El poli malo del sistema. El perrito faldero de las élites y de los señoritos de toda la vida

Las respuestas al tuit por parte de los ultraderechistas que lo vieron hablaban de “la extrema izquierda” para referirse al Gobierno y reprochando sus errores en la gestión de la crisis. Si hablamos de extrema izquierda o de izquierda radical, yo la situaría a la izquierda del Gobierno. No le regalo esa etiqueta a Nadia Calviño ni a Grande Marlaska. Creo que nadie de izquierdas de verdad lo cree así. La izquierda radical (que no suele tener problemas con autodefinirse así, no como la derecha, que siempre busca eufemismos) sería la que no ha dejado de criticar, constructivamente o no, la gestión del gobierno en esta crisis y en muchos otros asuntos desde el principio.

No hay bandera ni proclama patriótica que domestique a esta izquierda, incluso a la que también vota a los que hoy gobiernan. Siempre ha sido crítica y no se esperaría otra cosa de ella, aunque gobiernen los menos malos. Mientras la mayoría de la ciudadanía pedía el aplauso diario al personal sanitario y contra los recortes, la ultraderecha fracasaba en su convocatoria de sacar banderas y poner el himno de España en los balcones. Quizás por esto, tardaron al menos dos días en exhibir mensajes de apoyo a los profesionales que trabajaban frenéticamente estos días por la salud de todos y todas. También en los servicios públicos que ellos detestan y que eliminarían si gobernaran.

Mientras la mayoría de la ciudadanía pedía el aplauso diario al personal sanitario y contra los recortes, la ultraderecha fracasaba en su convocatoria de sacar banderas y poner el himno de España en los balcones

Esta izquierda que no gobierna, que critica al gobierno y que saca las vergüenzas constantemente a la extrema derecha y al neoliberalismo es precisamente la que está estos días dando ejemplo de sentido comunitario, de solidaridad y de empatía. Son los ríos subterráneos que siempre estuvieron y que hoy brollan y se visibilizan como nunca. Son ese tejido social alternativo, ajeno a las instituciones, crítico con estas siempre, el que hoy también ha demostrado estar combatiendo en primera línea las carencias del Estado y las administraciones y la ley del más fuerte del neoliberalismo.

Es la que pide más recursos para la sanidad pública, más medidas para evitar la explotación y los abusos a los trabajadores en estos tiempos revueltos; la que para desahucios y la que denuncia las políticas de extranjería que vulnerabilizan aún más las personas migrantes.

Mientras, la extrema derecha sigue en su búnker. Casualmente, a las seis horas de publicar mi tuit remarcando la ausencia de la extrema derecha en esta crisis, la cuenta oficial de una delegación de Vox publicaba el anuncio de un servicio de “atención telefónica” para gente que esté sola y quiera hablar con ellos. O para hacer la compra. Varios días después de que esto lo lleve haciendo esa “extrema izquierda” que amenaza a España.

Y es que la ultraderecha no tiene movimientos sociales capaces de realizar la labor de la que hablamos. Porque su misión es perpetuar las desigualdades. De género, de raza, de clase. Esto es el neoliberalismo. Y ellos sus guardianes. Por mucho que ahora, bajo esa pátina de caridad pretendan hacernos creer que se preocupan por el pueblo.