El altavoz y los lamebotas

“El Congreso ofrecerá esta tarde una estampa anómala”, anunciaba el periódico ABC el pasado 15 de diciembre. Y así fue. No es habitual que en el edificio que representa la soberanía popular se escuchen historias que los grandes medios tratan constantemente de silenciar o retorcer. Temían que la historia de los seis de Zaragoza trascendiese, y que, además, sirviese para recordar otros casos recientes en los que tan solo con la palabra de la policía, se condenaba a alguien.

Javitxu, un joven de poco más de veinte años fue el primero en hablar. Arropado por su madre y su padre en la mesa, y ante varios diputados de todos partidos de izquierdas con representación institucional, activistas por los derechos humanos y periodistas, explicó su caso: él y otros cinco jóvenes fueron detenidos en un bar horas después de una manifestación contra Vox en Zaragoza que terminó en disturbios. La tranquilidad de saberse inocente, y confiar en que las pruebas demostrarían que él no participó de los disturbios, hicieron que confiase en la justicia. En el juicio, efectivamente, no se pudo demostrar su participación ni la de ninguno de los demás encausados en los hechos. Tan solo existía como prueba la palabra de la policía. Pero para el juez fue suficiente. Seis años de prisión. El recurso al Tribunal Superior de Justicia de Aragón no fue mejor, y subiría un año la pena. Los cinco jóvenes han sido condenados a siete años de cárcel por la palabra de la policía como única prueba y la veracidad que le ha otorgado el juez Carlos Lasala.

Ya lo expliqué en otro articulo en este mismo periódico semanas atrás, donde repasaba varios casos similares tras la condena a Alberto Rodríguez, el diputado de Podemos a quien la policía acusó de dar una patada a un agente, sin nada más que su palabra como prueba. Y en el acto del pasado día 15, nos encontramos también con el testimonio de la diputada de EH-Bildu, Bel Pozueta, madre de uno de los jóvenes de Altsasu, el de Isa Serra, diputada de Podemos, o Vicky Rosell, la jueza y también diputada víctima de otro montaje que terminó, este sí, desmontado tras años de suplicio. Quizás lo novedoso de estos últimos años es que estos montajes ya no son solo contra activistas anónimos, sino que ya alcanzan a miembros del propio gobierno que resultan incómodos para el poder. Porque el poder no es igual al Gobierno, que no se nos olvide. Este permanece intacto e inmune gobierne quien gobierne. Eso sí, ni se les ocurra despeinarles un pelo con sus políticas, o ya saben a lo que se enfrentan. El lawfare en todo su esplendor.

Que el pasado miércoles 15 de diciembre, en la sala Clara Campoamor del Congreso de los Diputados se escucharan todas estas voces dolió mucho a la derecha y a sus cloacas mediáticas y policiales. No soportan que hablemos abiertamente de esto, porque están acostumbrados a que se quede todo en un centro social, en los medios alternativos o en los corrillos de las izquierdas, que han conocido cientos de casos similares desde hace décadas. Por eso sonaron las alarmas y se puso en marcha una campaña improvisada que, finalmente, no saldría como esperaban. Primero, los medios de derechas señalando y criminalizando el acto. Después, mediante el comunicado de una de las principales organizaciones policiales rasgándose las vestiduras ante lo que consideraban una afrenta a todo el Cuerpo. Y durante el desarrollo del acto, el intento de boicot por parte de dos ultraderechistas que dejaron un altavoz para que sonase el himno de la policía. Una acción, por cierto, que contenía un mensaje subliminal: es un altavoz, pero podría haber sido otra cosa. Ya me entienden.

Este intento de boicot no hizo más que promocionar el acto. Les salió mal la jugada, y aunque entre ellos se regocijaran en sus redes por tal hazaña entre copas de Terry y caricias en el lomo, mucha otra gente se preguntó de qué iba el acto y por qué los ultras estaban tan molestos. Una excelente promoción del caso de los seis de Zaragoza y de los otros que allí se denunciaron, gracias a la torpeza de los lamebotas de siempre. De aquellos que saben cuál es su sitio: al lado del poderoso y enfrente del débil.

Más allá de (y gracias también a) esta ridícula anécdota, el acto ha tenido una gran repercusión, y hoy mucha gente conoce este caso, que se encuentra todavía a la espera de que se resuelva el recurso de casación. Y nos sirve, una vez más, para recordar cómo actúa la cloaca cuando el relato se les escapa. Justo la misma semana que la policía volvía a Cádiz para detener a varios participantes en las protestas del metal de las últimas semanas, entre ellos, al señor de más de 70 años que plantó cara a los agentes que golpeaban a otros manifestantes y cuya escena se hizo viral. El profesor de Derecho Constitucional y ex letrado del Tribunal Constitucional, Joaquín Urías, presente también en el acto por los seis de Zaragoza, escribía el pasado sábado en este medio sobre el caso de Cádiz, advirtiendo que “legalmente no era necesario ni legítimo detenerlos, pues habría bastado con citarlos para que comparecieran ante el juez“. Es decir, que todo fue una puesta en escena para atemorizar a la ciudadanía que tuviese el más mínimo impulso de salir a la calle a manifestarse por algo.

Casado no podía quedar por detrás de la ultraderecha, y de la misma forma que se apuntó a las fake news con el caso de Canet, este fin de semana se sacó de la manga que los seis de Zaragoza habían sido condenados “por patear Guardias Civiles”, cuando en la protesta no había agentes de este cuerpo, ni a los chavales se les acusa de esto. No pasará nada, porque la mentira, que es el modus operandi de la ultraderecha, siempre les sale gratis. Eso sí, una vez más, contribuye a difundir el caso y a demostrar la bajeza moral de la derecha de este país, que institucionaliza la mentira cada vez que abre la boca. Pero lo más grave de todo quizás no sea su indecencia, sino su crueldad. La poca calidad humana de aquellos que contribuyen a arruinarle la vida a unos jóvenes inocentes porque esto sirve para sus intereses, y porque su contribución a tal injusticia será premiada, o eso creen. El propio Javitxu, por cierto, le respondió en Twitter.

La ultraderecha sabe bien que cuenta con el inestimable apoyo de las instituciones y de sus cloacas, porque siempre ha creído que eran suyas, y por eso cree que puede hacer lo que le salga de las narices. Cree, pero que no se confíe. Aquella tarde en el Congreso también había policías entre el público que no comulgan con las prácticas y los discursos de muchos de sus compañeros y que se acercaron a mostrar su apoyo a los chavales. Juristas que reconocen y denuncian la podredumbre de la judicatura y su metástasis reaccionaria. Periodistas que no se callan y difunden allá donde pueden este y otros casos. Y, sobre todo, personas anónimas, la gran masa social crítica y concienciada, que nunca ha dejado a ningún compañero atrás. Que ha vivido varios casos semejantes desde hace décadas, y que sabe que tienen algo de lo que quienes pretenden encarcelar, aterrorizar o someter a la disidencia, carecen: solidaridad, determinación y responsabilidad con los demás. Esto, créanme, es mucho más poderoso que cualquier arma, que cualquier condena o que cualquier campaña de criminalización.

Miquel Ramos – Público 19 de diciembre 2021

Los 6 de Zaragoza: Acto en el Congreso de los Diputados sobre las cloacas policiales y judiciales

7 años de prisión, un atestado policial sin pruebas y un juez de ultraderecha. Representantes políticos, activistas y periodistas celebran un acto en apoyo a los seis antifascistas de Zaragoza y hablan sobre las cloacas policiales, judiciales y mediáticas.

Los guarros de la línea en valenciano

En febrero de 2020, el colegio Mediterrani de Alicante envió a los padres y madres una circular para informar sobre una excursión. El centro siempre enviaba las cartas a las familias en las dos lenguas oficiales (castellano y valenciano), pero aquel día, el texto estaba redactado casi íntegramente en valenciano. Por error, tan solo contenía una parte en castellano. Esto desató la ira del padre de un alumno del centro. Dijo no entender el valenciano, que se habían vulnerado sus derechos y que esto no podía quedar impune. Llamó al centro pidiendo explicaciones y que se solventase ese error, a un día de la excursión, y, después de no aceptar las disculpas, denunció los hechos por vía penal. La directora y una profesora del colegio fueron acusadas de coacciones, prevaricación administrativa y de un delito contra los derechos fundamentales y las libertades públicas. La causa sigue abierta y las dos docentes se enfrentan a quince años de inhabilitación.

El caso movilizó al resto de padres y madres del centro en solidaridad con la profesora y la directora, pues no entendían esta supuesta polémica y veían desproporcionada la reacción del padre en cuestión. “Queremos dejar patente, mediante las firmas adjuntas (más de 200), nuestro apoyo incondicional a la directora y a una de las profesoras en su profesionalidad y desarrollo de su labor pedagógica y en el extraordinario funcionamiento del centro en todos los ámbitos”, rezaba el comunicado de las familias y del resto de docentes. Durante varios días, el centro empezaría a recibir llamadas telefónicas con amenazas contra el profesorado ‘por imponer el valenciano’, que fueron denunciadas ante la autoridad competente. «En esta escuela el ambiente siempre ha sido correcto, nos llevamos todos muy bien, siempre ha habido respeto entre las personas que elegían la línea en valenciano y las personas que elegían la línea en castellano», afirmaba la presidenta del AMPA del colegio. La mayoría de las familias y alumnos, por cierto, son castellanohablantes.

El padre que denunció al centro era entonces vicecoordinador de Vox en Alicante. Inmediatamente recibió el apoyo de Hablamos Español, una organización que se define como «apartidista» creada para defender «los derechos lingüísticos de los hispanohablantes», y que reivindica una política lingüística «basada en la libre elección de lengua», contra la inmersión lingüística en los territorios donde existe una lengua cooficial. Su presidenta es Gloria Lago, una profesora gallega que anteriormente presidió una organización similar, Galicia Bilingüe, que denunciaba la “imposición” del gallego en Galicia y del resto de lenguas del Estado español allí donde estas son también oficiales.

“No creo que una lengua sea una riqueza en sí misma. Ni siquiera es cultura”, dijo Lago en septiembre de 2018 en una entrevista para El Español días antes de la manifestación que su organización había convocado en Barcelona bajo el lema “Contra la imposición lingüística y el adoctrinamiento: Libertad”. Esta semana, esta misma entidad se ha metido de lleno en el asunto de la escuela de Canet, donde una familia ha logrado que los juzgados obliguen al centro a impartir un porcentaje de las clases en castellano. Este caso, al contrario del de Alicante, lleva días ocupando tertulias y telediarios, centrando en gran medida el tema en la investigación de la Fiscalía de dos tuits amenazantes de dos personas ajenas al centro contra esta familia. La comunidad educativa del centro, así como padres y madres de los alumnos, se manifestaron esta semana contra la resolución judicial, que consideran un ataque a la inmersión lingüística ‘por motivos políticos’, y manifestaron su rechazo “a cualquier tipo de violencia y señalamiento, preservando por encima de todo los intereses de los niños y niñas de la escuela”.

Thank you for watching

El caso ha servido para atizar de nuevo la campaña contra la inmersión o las políticas de normalización lingüística en los territorios bilingües, y acusar a quienes lo defienden de ser poco más que nazis. Nada nuevo, lamentablemente, para quienes a menudo somos habituales víctimas de estos relatos que ni los mismos que los enarbolan se creen, pero que los medios de comunicación se encargan de promocionar, y que hoy la ultraderecha y su comparsa nacionalista española transversal (de derecha a izquierda) acompaña a bombo y platillo.

Los mismos que acusan a quienes defienden la protección y promoción de las lenguas que se encuentran en situación de desigualdad de ‘politizar la lengua’, son quienes llevan décadas impidiendo su normalización. Quienes acusan de nacionalistas a los demás mientras despliegan banderas gigantes contra el nacionalismo y te recuerdan lo que pone en tu DNI cuando intuyen cualquier desviación identitaria. Lo vimos hace pocas semanas contra la oficialidad del asturiano, con manifiestos que advertían que, “detrás de cada lengua cooficial hay un proyecto separatista”. Una campaña que se dedicó a recoger firmas y a inundar calles y redes de propaganda de odio afirmando que esta medida es ‘innecesaria, peligrosa e inasumible en lo económico’, y advirtiendo de que ‘mucha gente ha tenido que huir de Cataluña, País Vasco, Baleares, Navarra y Valencia’.

Cuando empecé secundaria a principios de los años 90, solo había tres institutos públicos en toda València que ofrecían educación en valenciano. Me recorría varios kilómetros cada mañana para poder recibir las clases en el idioma en el que me crie. La primera semana tuvimos un comité de bienvenida inesperado: los neonazis del barrio estaban en la puerta esperando ‘a los guarros de la línea’ (a quienes estudiábamos en valenciano). A uno de mis mejores amigos le rompieron la nariz. Otros recibieron varios golpes, e incluso humillaciones llenándolos de huevos y escupitajos. No vino ningún periodista al día siguiente. Tan solo una decena de antifascistas mayores que nosotros, miembros del Kasal Popular, el centro social que había en la misma calle, se presentó allí para defendernos y plantar cara a los neonazis.

Si hablamos de ‘politizar la lengua’, en València tenemos para una serie de varias temporadas. Lo de mi instituto es una de las miles de anécdotas que hemos vivido desde hace décadas, algunas tan graves como los atentados con explosivos contra escritores valencianos como Joan Fuster o Sanchis Guarner, los asaltos a la Universitat de València, los boicots a los conciertos de Raimon o la bomba contra el grupo Carraixet; las pintadas contra los pocos comercios que rotulaban en valenciano, o los innumerables ataques a la librería Tres i Quatre, que tiene el triste récord de ser la más atacada de Europa desde la Segunda Guerra Mundial hasta hoy. Y lo fue por vender libros en valenciano/catalán.

“En primer lugar os pido disculpas por si en algún momento me paso al valenciano. Es mi lengua materna y tengo ese defecto”, dijo una vez la actual lideresa del PP valenciano cuando era alcaldesa de Torrent. Yo no pediré disculpas por hablar mi lengua. No lo hago por capricho. Pienso y hablo en valenciano. Y hablo y escribo también perfectamente el castellano, no se preocupen. Si a los políticos y a los principales medios de comunicación les interesa hablar de la ‘politización de la lengua’ o de nacionalismo intolerante, les invito a que hablemos con luces y taquígrafos. No solo sobre el caso de un niño en Catalunya, sino sobre todos esos niños y adultos que hablan otras lenguas (además del castellano, que lo sabemos hablar todos los habitantes del Estado español), y que tienen muchas otras historias que nunca merecen la más mínima atención en prime time. Cuando quieran, empezamos.

ARTICLE EN VALENCIÀ

La ultraderecha y el ‘Aserejé’

Mientras cientos de personas que huyen de la guerra y de la miseria sobreviven como pueden a temperaturas bajo cero y sin comida en la frontera entre Bielorrusia y Polonia, los líderes de la ultraderecha europea se ponían finos en el palacio Lazienki de Varsovia. Allí estaban los capos de las extremas derechas europeas arropados por los primeros ministros de Polonia y Hungría, Mateusz Morawiecki y Viktor Orbán, y nuestros ultras de Vox, que se ofrecieron para acoger la próxima cumbre en nuestro país después de Navidad. Representantes del partido de Marine Le Pen, Rassemblement National, de los austríacos del FPÖ, el Vlaams Belang flamenco, EKRE de Estonia, los finlandeses, lituanos y rumanos, junto con otros como la Lega italiana y Alternativa por Alemania (AfD) podrían formar un nuevo grupo propio en el Parlamento Europeo en breve, algo de lo que ya se hablaba desde hacía tiempo tras empezar a despegarse el Fidesz húngaro del PP europeo. El viernes en Varsovia ya asomaron la patita y dejaron claro que van a por todas.

Aunque este fin de semana no se produjo este anuncio, el plan está en marcha, y, de materializarse, el nuevo grupo de la extrema derecha pasarían a ser la tercera fuerza en el Europarlamento. Pero más allá de los sillones que ocupen, su objetivo compartido es agitar todavía más el tablero y la propia UE, como vienen haciendo los maestros de ceremonias de la gala, Orbán y Morawiecki desde hace tiempo contra lo poco que le queda a la Unión de progresista. Pero la capacidad de la extrema derecha para influir en la política tiene en algunos países es más importante en el terreno mediático y cultural que en los escaños que ocupen. Y esta alianza, que viene de lejos, al menos entre algunos de sus miembros, promete dar batalla contra el ‘consenso progre’ que llevan años tratando de derribar para conquistar el sentido común y hacerlo cada vez más reaccionario.

De momento, nuestra extrema derecha piensa que es mejor no tener responsabilidades directas en las políticas que se apliquen. Así, nadie puede echarte nada en cara cuando algo falle. Mucho más cómodo es estar entre bastidores y sacar de vez en cuando la cabeza para advertir que gobiernan gracias a ellos, y usarlos como lubricante para su penetración en la guerra cultural. Que el PP se parezca cada vez más a ellos acabará, como ha pasado siempre cuando la derecha copia a la extrema derecha, por beneficiar al original antes que a la copia.

La regresión en materia de derechos y libertades y el cerco a cada vez más colectivos como el LGTBI o las mujeres se palpa ya en el seno de la Unión Europea, con Polonia y Hungría a la cabeza, pero no solo. Si no, miremos un poco a Madrid y como Ayuso ha asumido la demanda de Vox de modificar las leyes de género y LGTBI. La verdad es que desde hace años la lepenización de los espíritus es una realidad en toda Europa. No solo eso, sino que las políticas económicas europeas, y en materia de fronteras, hacen las delicias de los ultras. Solo así se entiende que la UE haya cerrado filas con el gobierno polaco y su criminal política fronteriza, por no mencionar cómo ha mirado hacia otro lado con las devoluciones en caliente, menores incluidos, en las fronteras españolas, la situación en el paso de Calais y el mismo mediterráneo. Vergüenzas propias de una política de racismo institucional de quienes aún así se siguen atreviendo a dar lecciones al resto del mundo en materia de derechos humanos.

Lecciones que llevan años dando a Venezuela, por ejemplo, tema estrella de la derecha española cada vez que hay que tapar algo o atacar a la izquierda. Pero nunca con nuestros queridos aliados, a quienes cuando les preguntamos por los derechos humanos, nos contestan que los llevan ahí colgados. A los sauditas, por ejemplo, a quienes les ponemos la alfombra roja cada vez que vienen a Marbella de vacaciones y son recibidos hasta por nuestros reyes. Lo mismo con Qatar, donde en breve se celebrará el mundial de futbol a pesar de que sus mandamases ya han advertido a los homosexuales que, si vienen, mariconadas, las justas. O a la golpista boliviana Jeanine Álvarez, candidata al Premio Sájarov votada tanto por el PSOE como por Vox contra la activista saharaui Sultana Khaya, para no enfadar al dictador de Marruecos.

Y por supuesto Colombia, el faro latinoamericano en materia de derechos humanos, con los miles de falsos positivos y líderes sociales ejecutados por los paramilitares, o los manifestantes asesinados, torturados y desaparecidos estos últimos meses durante las protestas. El propio Felipe VI premió a la ‘democracia colombiana’ hace unos días entregando a su presidente, Iván Duque, el Premio Mundial de la Paz y la Libertad otorgado por la Asociación Mundial de Juristas.

La extrema derecha sabe que cuenta con un terreno bien fértil abonado por las derechas y las socialdemocracias europeas. No solo en políticas internacionales, sino de puertas para adentro, desmantelando en Estado del Bienestar, pauperizando a la clase trabajadora y manteniendo intactos los privilegios de las élites. Y, por supuesto, sin tocar ni los CIE, ni las concertinas, ni un pelo al Ejército ni a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, aunque algunos pidan fusilar a 26 millones de personas.

Abascal volvió a España, pero dos días después, otras compatriotas recogerían el testigo y volverían a Polonia a rematar la faena. Las Ketchup han sido contratadas para actuar en apoyo a las tropas que mantienen a raya a las personas refugiadas atrapadas en la frontera. No es broma. Es una muestra macabra de la banalidad del mal que permanece en Europa. La ultraderecha no tiene nada que temer. Cuando llegue, la cena estará servida, las velas encendidas y el Aserejé sonando de fondo.

Miquel Ramos – Público – 6 de diciembre 2021

Miquel Ramos: “Me inquieta mucho ver compartir los mismos relatos a la extrema derecha y parte de la izquierda”

El autor del informe ‘De los neocón a los neonazis’ explica en esta entrevista cómo el centro y la izquierda han asumido los marcos del pensamiento de extrema derecha.

Pablo Elorduy – El Salto – 20 de noviembre 2021

No es un secreto que el periodista Miquel Ramos (Valéncia, 1979) recibe amenazas y que se ha convertido en uno de los objetivos de la extrema derecha en España. Lleva más de dos décadas cubriendo la presencia del fascismo organizado para distintos medios de comunicación —entre ellos El Salto, La Marea y antes Diagonal— y es también el artífice junto a David Bou del Mapa de los Crímenes de Odio que documenta el centenar de casos en los que la ideología fascista ha asesinado a una persona por su origen, su condición sexual o su ideología. Ramos ha coordinado De los neocón a los neonazis. La derecha radical en el Estado español, un informe publicado por la Fundación Rosa Luxemburg que constituye el trabajo más importante hasta la fecha de documentación de los movimientos de extrema derecha en el siglo XXI. 

¿Por qué ha sido tan rotunda la vuelta de la extrema derecha a la política representativa en España?
Desde que Vox llegó a las instituciones, la extrema derecha en España no ha sido considerada como una amenaza para ninguno de los partidos que están en la derecha, Ciudadanos y Partido Popular. Es más, han sido conscientes de que los necesitaban para gobernar y también de que en muchos temas estaban incluso en sintonía. Esto es consecuencia también de un blanqueamiento por parte de los medios de comunicación. Han considerado que lo que planteaba la extrema derecha eran opiniones respetables y el marco constitucional —hablan de Vox como de un partido “constitucionalista”— ya les ha valido para aceptarlo en el club de las opiniones respetables. Esto no pasa en otros países, pero recordemos que en España la derecha viene directamente del franquismo: se acuesta franquista y se levanta demócrata, de un día para otro. El Partido Popular ha visto a Vox como una amenaza para su hegemonía dentro de la derecha, pero no como un competidor ideológico. 

¿Hay un cordón sanitario al antifascismo en España?
Hay, por una parte, miedo de las élites y del poder, no el poder político sino el poder real del país, a que un partido como Unidas Podemos toque algo de poder. Se ha boicoteado y se sigue boicoteando a esta coalición, incluso estando dentro del Gobierno. Esto es muy significativo, porque demuestra cómo el eje político se ha desplazado de una manera brutal hacia la derecha, y lo que hace unos años consideraríamos socialdemócrata hoy en día se está tildando de comunista y se considera una amenaza, incluso, para la propia democracia. Existe esta especie de cordón o pacto no escrito de las élites y de los partidos del régimen para evitar que estos seres extraños que han llegado a la política —con todas sus limitaciones y su propia idiosincrasia durante todos estos años— toquen algo de poder, eso es evidente.

Me refiero también a casos como el de la denuncia al chico que recibió al autobús tránsfobo de Hazte Oír con una bandera LGTBIQ, o a cuatro antifascistas a los que se pide desde Fiscalía agravante de odio por el hecho de serlo.
Cuando se ha articulado una herramienta para detener lo que representa el fascismo en sí —no la expresión política de la extrema derecha— como es la legislación de delitos de odio, lo que se ha hecho en España es, primero, deslegitimarla, y segundo, reinterpretarla. Esto ha ocurrido en varias fases, como se ha tratado de hacer con la Ley de Violencia Machista. Esta es una norma que está tratando de corregir una desigualdad estructural, pero la extrema derecha y parte de la derecha lo que están tratando de hacer es negar que exista ese problema. ¿Cómo lo hacen? Pues cuestionando el motivo de esta legislación, o incluso negando esa desigualdad estructural, hablando de “violencia intrafamiliar”, quitándole el componente estructural que es el machismo. Con la Ley de Violencia Machista no lo están consiguiendo; en la Ley de Delitos de Odio sí lo están consiguiendo, ¿por qué? Porque ellos hablan de delitos de odio borrando esas desigualdades estructurales: un nazi pasa a ser una víctima de delito de odio ideológico cuando hay algún altercado, o incluso la policía pasa a ser una víctima de delito de odio por su condición laboral. Crean un efecto boomerang: “¿Vosotros queréis legislación de delitos de odio? Vale, pues os la vamos a aplicar a vosotros”.

¿Por qué funciona a nivel social esa equiparación?
Funciona gracias a la equidistancia de los extremos. Ese relato de los extremos que dice que los que defienden los derechos humanos y los que quieren abolir los derechos humanos están en un mismo plano. El relato funciona muy bien porque los medios de comunicación se han encargado durante mucho tiempo de instaurarlo: la polarización, el populismo… Tienden a subrayar que la virtud está en el centro, ¿y qué es el centro? El régimen. El PSOE y el PP.

¿Ha empeorado el panorama desde que comenzó la investigación para el informe de la Rosa Luxemburg?

La llegada de Vox a las instituciones plantea un nuevo reto en la medida en que son actores principales de la política, a todos los niveles: nacional, autonómica y local. Pero realmente su virtud ha sido haber sido capaces de marcar muchos debates y haber conseguido arrastrar hacia sus marcos al espectro de la derecha, pero también a parte del centro y la izquierda. Ya no es tanto que consigan 52 o 60 diputados o concejales en determinados pueblos o autonomías, sino que demasiadas veces los debates públicos giran en torno a lo que plantea Vox. Si los medios de comunicación se pasan el día hablando de okupas, de menores extranjeros, del peligro de que España “se rompa”, de marcos securitarios, que es donde la extrema derecha está cómoda, no hace falta invitar a nadie de Vox. Ya irá otro día, dentro de un mes, y recogerá lo que ha estado sembrando este medio de comunicación. 

Catalunya ha sido el factor definitivo para que desaparezca la idea de una extrema derecha ligada al franquismo, y abra la puerta a esta nueva extrema derecha. ¿Cómo ha funcionado esa legitimación?
El tema de Catalunya ha sido clave para la irrupción de Vox, no porque el independentismo haya estimulado la extrema derecha —la extrema derecha ya venía estimulada de casa— sino porque dentro de “los constitucionalistas” ha habido una alianza sin ningún tipo de escrúpulos entre gente de la izquierda y la derecha nacionalista española. Nadie se ha rasgado las vestiduras, y a nadie le ha parecido extraño, que en una convocatoria de Sociedad Civil Catalana, por ejemplo, haya miembros del Partido Comunista de España, y miembros de grupos neonazis. Y no pasa nada. Todo por la unidad de España. 

Evidentemente que no todo el que está en contra de la independencia de Cataluña es de extrema derecha. Dentro del independentismo también hay alguna pincelada de extrema derecha, pero hemos visto cómo dentro de las convocatorias independentistas a los grupos de extrema derecha se les ha expulsado físicamente, es decir, a hostias. Esto no lo vimos en las manifestaciones contra la independencia, donde no ha habido ningún tipo de problema de ir de la mano con neonazis.

¿Para qué ha servido eso fuera de Catalunya?
Vox y la extrema derecha en general han sabido utilizar el ariete contra el independentismo catalán como uno de los estímulos para ganar adeptos, desde el “a por ellos” hasta toda esa campaña por las fuerzas y por la seguridad de Estado; incluso para estimular a gran parte del electorado español fuera de Catalunya con el tema nacional. No apela tanto al sentimiento de clase, como sí que hacen otras extremas derechas, sino al nacionalismo, que es uno de los pilares fundamentales de las ideologías reaccionarias.

Un factor fundamental es el dinero, quién lo pone y con qué fines. Cuando se trata de la extrema derecha, ¿qué va antes, el dinero o la ideología?
Vox es un partido neoliberal. Toda la pátina antiestablishment o “políticamente incorrecta”, según sus términos, no es contrapoder, es contra lo que ellos llaman la “dictadura progre” —es decir, los consensos de los derechos humanos— y ataca a los colectivos vulnerabilizados. No es una retórica ni una política contra las élites, por lo tanto, las élites están muy tranquilas y muy cómodas con la extrema derecha. De hecho, algunos miembros incluso la financian. Evidentemente, un fenómeno como Vox también puede ser visto como una manera de medrar para mucha gente.

¿Cómo se organiza el negocio?
En el contexto de Vox, y de la extrema derecha en general —de los satélites que no están orgánicamente vinculados al partido pero que hacen un papel fundamental— hay una complicidad de fundaciones, think tanks, lobbies y otros grupos. Muchos se nos escapan, en el libro hemos tratado de hablar de algunos de ellos, de Atlas Network, de El Yunque, etc. Es un enjambre que emplea bots, trolls, fake news, distintos medios de comunicación y que es difícil de detectar pero, cuando tú ves cómo reman en una misma dirección, y cuando ves cómo coinciden en los tiempos y en las formas, pues ya empiezas a comprobar que esto va mucho más allá, que existe una trama y que además es transnacional. Esto no va solo del Estado español, toca temas de América Latina: funciona de la misma manera en Bolivia, en Argentina, en México, y en otros países. Hay mucho dinero invertido. 

Aunque se compara este momento con los años 20 del siglo pasado hay nuevos factores en ese auge de la extrema derecha. Uno de ellos el ecofascismo, un pretexto para la campaña permanente contra la migración, otro la crisis del sistema neoliberal. ¿Cuáles son los factores que tienen en común los “nuevos” fascismos en esta época de crisis? 
A veces no es fácil comparar la extrema derecha polaca con la francesa o con la brasileña. Hay factores en común, y muchos puntos de encuentro, y luego hay especificidades propias de cada país. Por eso el ecofascismo es propio de determinados países, pero en otros países no cala, se tiene otro discurso o la extrema derecha directamente es negacionista del cambio climático. Pero efectivamente estamos en un momento donde no podemos desligar ese ascenso de una crisis de hegemonía de Occidente. Tanto Estados Unidos como Europa están viviendo un cierto declive a nivel geopolítico, y es verdad que las crisis económicas acentúan precisamente que surjan estos movimientos reaccionarios. Surgen para frenar a los movimientos progresistas, que plantean alternativas más sociales al capitalismo, incluso aunque ni siquiera cuestionen el propio capitalismo. Haciendo el paralelismo con los años 20, 30, existe esta coincidencia entre crisis, auge de la extrema derecha, y esas alternativas de izquierda que son constantemente aisladas.

Estos grupos de extrema derecha han sabido muy bien caricaturizar a los movimientos transformadores respecto al tema de la identidad, explotar lo que ellos llaman el “discurso buenista” que no es sino reivindicar, asumir y dejar paso a identidades históricamente perseguidas, apaleadas o, como mínimo, apartadas del discurso público. Aunque no se renuncie a esa agenda, sí hay un gran desgaste en la disputa. ¿Cómo crees que se puede salir de esa trampa?
El feminismo y el movimiento LGTBIQ han sido capaces de convertirse en hegemónicos, es decir, en un pensamiento difícil de romper por parte del establishment. Han entrado a formar parte del sentido común, de la hegemonía cultural que la extrema derecha quiere cargarse. El neoliberalismo trata de apropiarse de las conquistas sociales en derechos y libertades. Eso es evidente. El neoliberalismo trata de hacer esto, ahora bien, ¿esto deslegitima estas luchas? Evidentemente que no, hay motivos para seguir luchando. La caricatura es muy fácil cuando coges casos extravagantes que, en redes sociales, son muy fáciles de manejar. El problema es cuando esta gente que trata de deslegitimar estas luchas, precisamente acusándolas de distraer o de ser un instrumento del capital para desviar la atención, comparte los mismos memes y los mismos casos anecdóticos que comparte la extrema derecha.El uso de caricaturas —como la del “hombre que quiere ser perro por culpa de la ideología queer”— y la discusión entre sectores de la izquierda le vienen de perlas a la extrema derecha porque gana sin luchar. 

¿Cómo?
Porque ven desde la barrera cómo un movimiento que ha llegado a conquistar este sentido común se está devorando entre sí por ciertas diferencias, que yo creo que no son irresolubles. El problema es cómo afronta la izquierda el debate interno sin que esto suponga una ruptura. Me inquieta mucho ver compartir a la extrema derecha y parte de la izquierda los mismos memes, los mismos relatos, los mismos discursos.

Cada cierto tiempo, entre nuestra audiencia se vuelve a poner de moda el artículo Cómo han vencido al fascismo en Grecia. ¿Cómo te imaginas tú o desde dónde te imaginas tú que se va a volver a derrotar al fascismo?
No hay ninguna receta mágica para acabar con la extrema derecha. La extrema derecha no es tanto un partido político o una organización, o un grupo de nazis de un barrio, sino que el problema está en la infección que tiene dentro del sentido común de la gente. Por lo tanto, combatir esto implica a la educación, implica al periodismo, implica a las organizaciones de barrio, implica a todos los sectores de la sociedad que pueden ir poniendo freno a los discursos reaccionarios. ¿Hemos derrotado a Amanecer Dorado? Sí, pero es que han llegado otros que están aplicando lo mismo. En Italia con Salvini ha pasado lo mismo. Igual Marine Le Pen no gana las elecciones, pero Macron ha asumido buena parte de sus marcos. Ese es el peligro. Lo importante es no focalizar en un sujeto, sino tener en cuenta que, cuando hablamos de extrema derecha, estamos hablando de una batalla desde las ideas, y es a las ideas a las que hay que combatir por todos los frentes. Es decir, esto no se va a solventar haciendo que Vox pierda diputados; esto se tiene que tratar en todos los escenarios posibles, para que esa infección reaccionaria no acabe conquistando el sentido común, que es su verdadero objetivo.