“Sense els mitjans, l’èxit de Vox no hauria existit”

“El poder econòmic no se sent amenaçat pel neoliberalisme de Vox i els interessa un contrapoder”. Les teories de la conspiració són caldo de cultiu de grups neonazis.”

Entrevista a Miquel Ramos de Xavier Miró a El Punt – Avuí 17 de gener 2022

Què explica la irrupció de l’extrema dreta als parlaments?

L’arribada de Vox ve a partir d’un procés que fa la dreta espanyola uns vint anys enrere. El PP actuava com un partit catch-all que havia estat capaç de contenir des del centredreta fins a la dreta extrema.

Hi havia extrema dreta fora del PP?

Sí. Tenia èxit? Doncs relativament. Tenia èxit en l’àmbit municipal, sobretot en alguns territoris. Qui més èxit va tenir va ser Plataforma per Catalunya (PxC), el primer partit de l’estil de Vox i l’extrema dreta europea que triomfa. Després hi havia altres grupuscles com España 2000 i poc més que aconseguien tres o quatre regidors com a molt. Però amb el govern de Rodríguez Zapatero hi ha una fractura al PP. Veiem una dreta que agafa l’estil del Tea Party, comença a difondre la teoria fake new de l’atemptat de l’11-M i es comença a teixir una xarxa al voltant del PP, però no depenent del PP, per pressionar-lo des de fundacions com Hazte Oir. Tenen molts diners i fan campanyes del que avui es coneix com la batalla cultural. Influeixen en política des dels mitjans de comunicació contra les lleis de l’avortament, del matrimoni homosexual, de memòria històrica i contra l’Estatut de Catalunya. Quan Rajoy arriba al govern no deroga les lleis i aquesta xarxa de lobbies s’adona que hi ha molta gent descontenta entre les bases populars i comencen amb la campanya de la “derechita cobarde”. Abascal, Vidal-Quadras i un dels assessors clau d’Aznar, Rafael Bardají, gesten Vox el 2013. Però el descontentament de la crisi econòmica i el 15-M el monopolitza l’esquerra i no Vox com sí que fa l’extrema dreta europea. L’èxit de Vox el 2018 no prové només de la seva estratègia, que també. Els poders econòmics no se senten amenaçats pel neoliberalisme de Vox i els interessa tenir un contrapoder contra l’esquerra més enllà del PP. Ciutadans va ser un intent liberal i ara s’aposta per una alternativa més a la dreta. Influeix en Vox l’estil de Trump, retòric i vehement, molt seductor.

La implosió electoral és conseqüència de l’1-O?

Òbviament serveix d’excusa per treure pit. L’extrema dreta espanyola és profundament anticatalanista i nacionalista espanyola. “Davant la «derecha cobarde» i el «PSOE cómplice» del nacionalisme català, nosaltres sí que anem a sac.” Però un factor importantíssim són els mitjans de comunicació. Sense aquests, l’èxit de Vox no hauria estat possible. El relat de l’“A por ellos”, del “cop d’estat” independentista, de la croada…

S’estan veient cares conegudes de l’extrema dreta en les manifestacions antivacunes.

Aquí Vox és molt ambigu. S’oposa a qualsevol mesura del govern, també amb contradiccions, perquè juguen a la confusió. Però qui hi participa obertament són grups més radicals, neonazis i feixistes, que hi han vist precisament l’absència de Vox com a organització. La teoria de la conspiració és un caldo de cultiu perfecte que aprofita l’extrema dreta en altres països. La majoria dels antivacunes no ho són, però o no s’adonen que hi ha extrema dreta o no ho volen saber o no els fa res que hi sigui…

En el mundo ideal, la gente como Fran cuelga de una grúa

Siete años ha tenido que esperar Fran Pardo para ver sentado ante un juez a uno de los neonazis que lo amenazó de muerte cuando era menor de edad. Solo uno, pues la policía dice que no ha podido encontrar al resto, una veintena, que desde Twitter se dedicaron a insultarle y a amenazarle de muerte durante años por ser gay, con mensajes como el título de este artículo. Esperó a tener 18 años para denunciar y contárselo a sus padres, a quienes no quería preocupar a pesar del miedo que pasó ante las reiteradas amenazas.

Esta semana, el único de los neonazis que amenazaba a Fran que la policía dice que pudo identificar, fue condenado a nueve meses de prisión, al pago de una multa de 1.000€ y a realizar un curso de Derechos Humanos para eludir la cárcel. La pena, aunque puede parecer insuficiente, es de las primeras que considera en unas amenazas el agravante de motivación ideológica por orientación sexual, al menos en València. Lo que resulta obvio para cualquiera, no lo es sin embargo para algunos, que en muchas ocasiones han dudado a la hora de considerar la existencia del prejuicio a pesar de los numerosos indicios. Como que te llamen maricón de mierda mientras te matan de una paliza, por ejemplo.

Un año después de denunciar las amenazas de muerte, en 2016, Fran y su pareja fueron víctima de una agresión neonazi después de la tradicional manifestación valencianista del 9 d’Octubre. Se dirigían hacia su coche cuando fueron asaltados por un grupo de varias personas que, como ocurría siempre que se manifiesta la izquierda y el valencianismo, merodeaban por los alrededores en busca de presas fáciles. Fran, que acababa de cumplir la mayoría de edad, denunció los hechos en comisaría, pero cuenta que los agentes que le atendieron no se tomaron muy en serio los hechos, e incluso le preguntaban insistentemente cómo sabía que eran neonazis. Cualquiera que haya asistido a las manifestaciones del 9 d’Octubre en València (y también la policía) sabe lo que pasa con estos grupos de cobardes que apalean entre diez a una o dos personas que van solas. Es como un rito. Una costumbre que ya vivieron nuestros padres y madres desde la Transición, y que, desde hace pocos años, se ha logrado parar concienciando a los manifestantes de que nunca vuelvan solos y organizando grupos de autodefensa.

Se podría pensar que la agresión de 2016 tenía relación con las amenazas, pero no hay ninguna prueba de ello. Tampoco lo sabremos nunca, pues el caso quedó en nada. Y los agresores, impunes. Y eso que la zona, la misma Alameda de València, está plagada de cámaras. Sin embargo, muchos de los perfiles que amenazaron a Fran y que la policía “no logró” identificar, siguen activos. Es curioso que se haya detenido tuiteros con seudónimo por insultar a la monarquía o a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, y cuando amenazan a un menor de edad por su orientación sexual, cueste tanto. Ayer mismo, Fran me pasó los perfiles de quienes le amenazaron, y que hoy todavía siguen activos.

A Fran no le quita el sueño ya nada de esto. Si los ultraderechistas pretendían amedrentarlo, no lo consiguieron. Nunca se ha escondido, da la cara siempre, y es un militante convencido. De hecho, él sí que ha sido identificado y multado. Pero por protestar contra el bus con mensajes tránsfobos que una organización ultraderechista paseó por todo el país en 2017. Le cascaron 700€ de multa con la Ley Mordaza. En 2019, de nuevo, Fran sería denunciado por esta misma organización por protestar también contra el odio machista que difundía un nuevo bus que lucía el rostro de Hitler y acusaba a las feministas de nazis. Esta vez fue denunciado por delito de odio junto a dos activistas feministas, pero finalmente, tan solo serían condenadas por daños por haber desgarrado parte del vinilo que decoraba el vehículo.

Fran tiene un entorno que lo ha apoyado y que lo ha cuidado siempre. Tiene visibilidad en redes y sabe manejarse con los medios. Pero no es lo habitual. A lo largo de estos años, quienes hemos estado cerca de víctimas de agresiones motivadas por el odio racista, homófobo o de cualquier tipo, sabemos que el miedo, las dudas y la falta de confianza en las instituciones es lo normal. Muchas de estas ni siquiera llegan a denunciar. Una vez, una mujer nigeriana me dijo que ‘entendía’ que hubiera gente que actuara agresivamente contra ella por ser migrante, y asumía que era el precio que tenía que pagar por haber llegado aquí. Hasta este punto hemos llegado en que las propias víctimas creen merecer lo que les pasa o absuelven a sus agresores. Esto no es sino la normalización del discurso de odio, la asunción de la subalternidad que cala a veces de manera cruel incluso en quienes lo sufren.

Tras el juicio de esta semana contra uno de los neonazis que lo amenazó, Fran trató de explicar en sus redes la importancia de las denuncias como la suya. No fue tan solo una decisión para protegerse dijo, sino para visibilizar el odio ultraderechista y homófobo, y tratar de batallar en los juzgados para parar su impunidad. Porque quien amenaza a alguien por ser gay, lo hace en realidad contra todos. Como quien ataca un local feminista, un centro social o a una persona migrante, lanza un mensaje a toda la comunidad. Esa es la clave del delito de odio. No hace falta conocer a la víctima de nada. Al agresor le vale con lo que es. Y este es el peligro del discurso de odio, que es muy fácil y gratuito lanzarlo sin personalizar, pero luego son personas reales quienes sufren la materialización de ese odio en forma de agresión.

Esta vez, tan solo pagó uno de los más de veinte neonazis que amenazaron al joven valenciano con pegarle un tiro, darle una paliza o apuñalarlo. El otro señor que se sentó como acusado aquel día era el padre de otro presunto neonazi, a cuyo nombre estaba la titularidad de la línea desde la que se conectó presuntamente su hijo para amenazar desde sus redes a Fran. Este no dio la cara. Dejó que su padre se comiera el marrón. La Fiscalía pidió que se investigara.

Fran ha hablado por mucha gente que no puede hacerlo por miedo, por sus circunstancias personales o simplemente porque no confía en las instituciones. No es fácil enfrentarse en un juicio a quienes llaman a asesinarte, o a quienes lo intentaron, y por eso, la decisión de la víctima siempre se debe respetar. Esto no significa que no sea importante denunciar, a pesar de todo. Pero mucho más importante es empujar a las instituciones para que se tomen en serio los discursos y los grupos de odio. Esta vez, aunque solo sea a uno de los que amenazaron, ha habido suerte, pero ni es habitual ni debemos acostumbrarnos a que lo sea. Y mucho menos dejar a las víctimas solas ante cualquier insulto, cualquier amenaza o cualquier ataque.

Columna de opinión de Miquel Ramos en Público, 17 de enero de 2022

Condenado a nueve meses de cárcel por amenazar en Twitter a un activista LGTBI

El caso ha tardado siete años en ser juzgado tras ser denunciado por Fran Pardo. La suspensión de prisión está condicionada a que haga un curso de derechos humanos, pague la indemnización de mil euros y no cometa delitos en dos años. 

Miquel Ramos – La Marea – 12 de enero de 2022

Sergio S.M., uno de los acusados por amenazar en Twitter al activista LGTBI valenciano Fran Pardo, ha sido condenado a nueve meses de prisión por un delito de amenazas (artículo 169.2) con la agravante de motivación ideológica por orientación sexual. Las partes han llegado a este acuerdo durante el juicio, celebrado este jueves en València. La pena solicitada inicialmente por la acusación era un año y medio de prisión. 

El tuit por el que finalmente ha sido condenado pedía acabar con la vida de Pardo «a lo Palomino style«, en referencia al joven antifascista vallecano Carlos Palomino, asesinado de una puñalada en el corazón en noviembre de 2007 por un neonazi en el metro de Madrid. El acusado, que ha reconocido los hechos, ha pedido perdón a la víctima y deberá abonar las costas del procedimiento, además de indemnizarlo con mil euros.

El juez ha aceptado la suspensión de su ingreso en prisión condicionada a que el autor de las amenazas realice un curso de derechos humanos, pague la indemnización y no cometa delitos en dos años. 

El otro acusado, un hombre residente en Guadalajara, era el titular de la línea de Internet desde la que se realizaron otras amenazas contra Pardo, y ha confesado que se trata en realidad de su hijo. La fiscal de Delitos de Odio, Susana Gisbert, ha pedido que se investigue a esta persona y que el procedimiento contra este siga adelante.

Amenazas

El caso ha tardado siete años en ser juzgado desde que Pardo recibiera las amenazas y las pusiera en conocimiento de la Justicia. La Policía solo ha identificado a dos de los más de diez individuos que profirieron las amenazas durante meses vía Twitter, incluso cuando la víctima era menor de edad. Aun así, tanto la víctima como su abogado han valorado positivamente el resultado del juicio, y animan a denunciar cualquier amenaza en las redes contra activistas por los derechos humanos. Se trata de una de las primeras condenas contra miembros de la extrema derecha por amenazas lgtbfobicas, al menos en València, según el abogado de la víctima. 

“Creemos que haber pasado todo este tiempo ha valido la pena al conseguir esta condena”, ha afirmado Pardo a lamarea.com. “Yo, como víctima, no olvido que han quedado muchos impunes, y que seguirán esparciendo su odio. No pierdo la perspectiva, sé que otros de los que me amenazaron siguen libres, pero creo que he hecho lo correcto y que hay que denunciar siempre y que todavía queda mucho que hacer. No voy a parar de luchar contra la LGTBIfobia y contra la impunidad de la extrema derecha en este país. Estas cosas no les pueden salir gratis”, ha remarcado la víctima a la salida del juicio. 

La conspiración se llama capitalismo

Llevo un tiempo sumergido en varios canales y foros donde se critica la gestión política de la pandemia para tratar de entender lo que denuncian y lo que piden. No es fácil trazar un perfil único de quienes habitan en esos lares, pues allí se mezcla todo tipo de personajes con diferentes demandas, ideologías e intereses. A diferencia de otros países de Europa, en el Estado español, los movimientos negacionistas, antivacunas y conspiranoicos no han protagonizado manifestaciones especialmente numerosas ni violentas. Es más, como demuestran los datos, la mayoría de la población se ha vacunado. Esto no significa que todos compartamos todas las medidas adoptadas por las administraciones, que no dudemos de muchas cosas o que no seamos críticos con las autoridades ni escépticos con la industria farmacéutica. Como en todo, siempre hay matices y, tras días buceando por algunos foros y canales de Telegram y exponiendo en redes algunas de las barbaridades y de las amenazas que se vierten sin filtro, así como la infiltración de la extrema derecha en algunos de estos entornos, toca darle una vuelta al asunto.

Enfrentarse a una situación de estas características ha resultado algo inédito para todos, mandatarios y ciudadanía, y nos ha obligado a reflexionar sobre los límites de las medidas cuando estas entran en conflicto con algunos derechos fundamentales. Los políticos no han ayudado demasiado, ya que han usado la pandemia para reprocharse lo que conviniese en cada momento: desde la mala gestión a la deslealtad; desde responsabilizarse unos a otros de los muertos y de la falta de previsión hasta oponerse a todas y cada una de las medidas adoptadas según soplase el viento. Y demasiadas veces defendiendo una cosa y la contraria.

Desde el inicio de la pandemia y, sobre todo, a raíz de que se decretase el estado de alarma, fuimos muchos quienes alzamos la voz contra la escenificación belicosa de la situación, con militares patrullando las calles o uniformados acompañando a los mandatarios en las ruedas de prensa de retórica y estética marcial. También contra los abusos policiales contra quienes se saltaban el confinamiento entre aplausos de los conocidos como policías de balcón. Sin embargo, la mayoría nunca cuestionamos la existencia del virus ni la necesidad de adoptar medidas para controlar la pandemia. Esto no nos impide ser conscientes de que se han usado las medidas restrictivas y el miedo como herramientas de control social, aunque sea en un contexto especial donde la salud pública es (o debería ser) la prioridad, y a nivel psicológico, estas políticas tengan efectos psicosociales a largo plazo. No se puede negar que todo esto ha servido también para testear las tragaderas de la ciudadanía con la excepcionalidad.

Los movimientos sociales, la izquierda de calle, no ha estado al margen de la situación y ha tomado partido desde el principio, aunque algunos la acusen de no hacer nada al no verla volcada en las manifestaciones contra el pasaporte covid. Desde el primer momento, los colectivos de base reforzaron las redes de apoyo para ayudar a las personas más vulnerables, como expliqué en un artículo a mediados de marzo de 2020, cuando llevábamos pocos días confinados. Los colectivos de barrio empezaron a ofrecer todo tipo de apoyo: asesoramiento laboral contra los abusos empresariales, compras a las personas mayores y vulnerables que no podían salir de casa, e incluso una red de voluntarios de apoyo mutuo para organizar la solidaridad ante la avalancha de voluntarios. También parando desahucios, defendiendo la sanidad pública o exponiendo la vulnerabilidad de muchas personas a quienes el sistema todavía castigaba más en estas circunstancias: barrios empobrecidos sin luz, redadas racistas, personas migrantes encerradas en los CIE o deportadas, familias desahuciadas sin alternativa habitacional, o personas sin hogar viviendo a la intemperie mientras el resto permanecíamos confinadas en nuestras casas. En ninguno de estos casos, quienes hoy convocan contra el pasaporte covid o la vacunación se dejaron ver.

Mientras, la extrema derecha tan solo agitaba banderas, pedía la dimisión del Gobierno y proponía poner el himno de España a todo trapo desde el balcón. Pero también miraba de reojo a otros países, donde sus homólogos se metían de lleno en los grupos negacionistas cuando no lideraban las protestas pervirtiendo una vez más la palabra “libertad” para agitar las calles. Aquí, más allá de la ambigüedad que ha esgrimido Vox en este asunto, los grupos más radicales de extrema derecha han visto su oportunidad para colarse por esta brecha.

No hace falta ser un experto en extrema derecha para identificar sus mensajes en los principales canales negacionistas. En el canal de los organizadores de las manifestaciones en València, por ejemplo, se pueden ver vídeos de Bolsonaro, del partido ultraderechista alemán AfD, de líderes, ideólogos y partidos neonazis españoles, así como mensajes antisemitas, amenazas a políticos y personajes públicos o llamadas a la violencia, sin que nadie de los miles de seguidores del canal lo reproche. Dicen que no son ni de izquierdas ni de derechas y que en este ‘movimiento’ cabe todo el mundo. No hay duda, pues tampoco reciben reproches quienes en este mismo canal dicen que la vacuna está hecha de fetos humanos o quienes tratan de vender sus terapias mágicas entre tanto revuelo.

Advertir que existe esta infiltración de la ultraderecha en estos canales no es lo mismo que acusar a todos los escépticos y negacionistas de ser de extrema derecha. No lo son, es verdad, pero tampoco, al menos en València, les molesta que neonazis difundan su propaganda en sus canales, convoquen y se unan a sus manifestaciones. Los ultraderechistas, además, saben que este tipo de personajes y ambientes son fácilmente fagocitables, que la conspiranoia y la gente indignada y con escasa experiencia y formación política son un buen target, así que no es nada raro que inviertan tiempo y esfuerzo en pescar algo en este río, como bien documentó Al Descubierto en su web, mostrando todas las pruebas al respecto, y explicó también el periodista Nicolas Tomás en un artículo. El peligro viene cuando llevamos días exponiendo sus amenazas, coacciones y llamadas a la violencia, y aquí no pasa nada. Solo recordar que, en varios países, miembros de estos grupos (encuadrados en la extrema derecha) ya han protagonizado graves incidentes o incluso han sido detenidos cuando preparaban ataques violentos, como el asesinato del primer ministro de Sajonia. Nadie podrá decir que no avisamos.

Han pasado casi dos años desde que empezó todo y la situación ha cambiado notablemente. Los movimientos sociales no han dejado de trabajar y, mientras la derecha sigue con su tira y afloja con el Gobierno, y la ultraderecha extraparlamentaria trata de capitalizar el negacionismo, la izquierda sigue insistiendo en poner el foco en los servicios públicos, en la precariedad y en la falta de medidas que suplan los daños económicos, sociales y psicológicos de la pandemia. Estos dos años deberían haber servido para entender la importancia de tener unos servicios públicos de calidad, una protección efectiva de la clase trabajadora frente a los abusos, del derecho a la vivienda y poner sobre la mesa el debate sobre la liberalización de las patentes de las vacunas, entre muchas otras cosas. También sobre la intervención del Estado en asuntos tan básicos como el precio de los test y las mascarillas e incluso en el precio de la luz. Incluso la derecha usó estos temas para atacar al gobierno, comprando el marco de la izquierda de que ‘algo’ podía hacer el Estado ante esta subida desorbitada de los precios. Algunos no nos hemos cansado de repetirlo, y aquí es donde creemos que se debería hacer pedagogía desde la izquierda, ya que este terreno, este marco, es el que todos aquellos que no viven al margen de la mayoría (es decir, la clase trabajadora), entiende perfectamente.

Esto no implica dejar de ser críticos con la gestión política de la pandemia, insisto. Hay demasiados intereses en la toma de decisiones, muchas veces más económicos que de salud pública. Y todos, también quienes no negamos la existencia del virus, dudamos de la efectividad de muchas de las medidas restrictivas mientras se pauperizan los servicios públicos o se somete a los sanitarios a condiciones extenuantes por la falta de inversión, algo que a la larga acaba beneficiando al negocio privado de la sanidad. Son demasiadas aristas en este asunto que no se pueden obviar, pero que no van a encontrar respuesta en quienes bajo un gorrito de papel de plata y difundiendo propaganda nazi, tratan de hacernos creer que el problema es una conspiración y no el propio capitalismo, que, por cierto, nos necesita sanos y productivos para seguir funcionando.

Columna de opinión de Miquel Ramos en Público, 10 de enero de 2022

Esto no es una distopía

Este año no vimos el discurso del Borbón la noche de Navidad. En realidad, se nos olvidó, ya que todos los años lo ponemos en casa y, por unos instantes, dejamos que el charlatán interrumpa los villancicos. Así comentamos la poca vergüenza que tienen e imaginamos cómo se redactó todo para decir lo de siempre esquivando los meteoritos de mierda que orbitan sobre el clan. Este y otros asuntos políticos son parte de nuestra tradición y de nuestro espíritu navideño. No hay cuñados en la mesa. Tan solo el perro que ladra y espera a que le caiga algo de la cena. Cada vez somos menos, pero a quienes se fueron, los recordamos siempre ese día, y brindamos por ellos. Recibí varios mensajes felicitándome las fiestas de gente a la que ni siquiera tenía en la agenda. Reenviados, nada especial. Y los de siempre. Los viejos amigos, los recién conocidos y los primos. Hace unos años que cambié a Sinatra por las versiones navideñas de reggae y rocksteady, pero esta vez tampoco sonaron.

Navidades extrañas, con los contagios por covid disparados mientras la sanidad pública se desborda tras años de pauperización y recortes. Los sanitarios aguantan como pueden las jornadas maratonianas en primera línea contra el virus y soportando a más de un idiota que encima lo paga con ellos. Muchos de estos olvidan que votaron a quienes precarizan la sanidad y su vida en general, a los responsables de que les den cita para tratarse el cáncer a un año vista, o que les impiden conseguir un jodido test de antígenos. Proliferan los mensajes de desesperación de los sanitarios exhaustos, de celadores enfurecidos y de las personas desesperadas por no conseguir test en algunas ciudades donde, eso sí, pueden tomarse todas las cañas que quieran.

Mientras, cientos de colonos israelíes cantaban y bailaban a las puertas del poblado de Burqa, cerca de Nablus (Palestina), poco antes de la incursión del ejército y del ataque contra los palestinos. A día de hoy se cuentan más de 250 heridos. A muy pocos kilómetros, el arzobispo cristiano ortodoxo griego de Jerusalem, Attallah Hanna, lanzaba un mensaje en árabe dirigido a todos los cristianos del mundo llamando a prestar atención a lo que está pasando allí, en Belén, Palestina, donde nació Jesús, hoy bajo ocupación israelí. Justo veía los vídeos del ataque y de la resistencia mientras saltaba la noticia de la muerte de Desmond Tutu, otro cristiano y Premio Nobel de la Paz, que luchó contra el apartheid en Sudáfrica y que no pocas veces había llamado la atención sobre lo que sucedía en Palestina, manifestándose abiertamente contra la ocupación. Otro grande que se nos va, y a quien muchos conocimos de jóvenes gracias a la canción que le dedicó Kortatu.

Esta misma semana recibimos mensajes confusos sobre las nuevas medidas sanitarias: mascarilla en exteriores, pero discotecas abiertas. Limitación de comensales en las mesas, pero transportes públicos abarrotados. Negocios que llevan meses cerrados y que nadie se atreve a intentar reflotar. Ayudas que no llegan, ni siquiera a los ciudadanos de La Palma tras la catástrofe del volcán, que, por fin, dicen, esta semana paró. Pasaporte covid criticado y defendido con argumentos razonables pero dispares desde las izquierdas, sin conclusiones ni consensos, y cuyos debates se encarnizan en redes sociales. Más allá, “ni a la izquierda ni a la derecha”, grupos recién creados mezclan sus críticas al pasaporte covid, (al que llaman llaman nazipass y lo comparan con el Holocausto), con discursos de conocidos neonazis en sus redes que alertan sobre un plan de substitución demográfica de la raza blanca. El Museo de Auschwitz pidiendo que, por favor, dejen de comparar el horror del nazismo con cualquier cosa. Grupos neonazis convocando contra el nazipass. Y personas migrantes que, por no tener sus papeles en regla, acaban en un CIE o deportadas. Esos pasaportes condenados, que no se eligen, como el color de piel, nunca preocuparon tanto a los que hoy protestan por no poder entrar al bar.

Policías que protestan para mantener la ley que impide grabarles y policías negacionistas que llaman a la desobediencia. No contra los desahucios, sino a llevar mascarilla y a vacunarse. Vacunas que no llegan a países lejanos y multinacionales farmacéuticas que se hacen de oro a costa de nuestra salud. Otros que ofrecen ‘sanación cuántica’ y leerte el futuro en las arrugas del ano. Un parlanchín que te dice que la depresión es cuestión de actitud, y que sonriendo se cura todo. Como la pobreza, el lugar natural de aquellos que no se esfuerzan lo suficiente. El suicidio es hoy ya la principal causa de muerte de los jóvenes.

Imágenes en Twitter de un desahucio en Barcelona, con un grupo de vecinos resistiendo los palos de los Mossos en la puerta del edificio el día de antes de Navidad. La luz más cara que nunca, los salarios que no llegan a cubrir los gastos y los obreros de Cádiz detenidos días después de la protesta por sus puestos de trabajo. Las colas son infinitas en los centros de salud, y en la Cañada Real siguen sin luz. Tres mujeres asesinadas esta semana, y ya van 42 en 2021 y 1.124 desde 2003. Otra barca que se hunde a pocos kilómetros de Canarias, y se perdió la cuenta ya de las miles de personas que trataban de llegar a Europa y cuyos cuerpos yacen en el mar sin que nadie, ni siquiera sus familiares, lo sepan. Quizás llegó, está trabajando y volverá pronto, piensan algunos. Para quitar hierro al asunto, los trabajadores de Frontex, que impiden su llegada, publican una foto celebrando las fiestas y deseándonos feliz navidad. Y quienes apoyaron al chileno hijo de nazi, siguen aquí con sus fantasmas: piedras en las mochilas de los niños en Catalunya, la ETA “más viva que nunca”, los MENA y perrosanche.

Por fin llega la hora del descanso y hay una nueva peli en Netflix. No mires arriba, se llama, y cuenta cómo unos científicos descubren un cometa que se dirige a la Tierra y que, si no se toman medidas, impactará y acabará con todo bicho viviente, incluyendo a los humanos. Pero cada uno va a su bola aquí, y este film sin duda viene al pelo. No solo por la pandemia, sino por el individualismo, la sociedad del espectáculo y el desconcierto generalizado. Algo que la película explica de una manera divertida y brillante, y que se resume, como matizó en su magnífica crónica Gonzalo Cordero en Esquire, con una flatulenta anécdota que me ahorraré para no hacer ningún spoiler. Eso sí, de hoy no pasa: es el momento de escuchar el discurso del Rey.

Miquel Ramos en Público, 27 de diciembre de 2021