Borrell, la jungla y Abu Khamash

“Los europeos hemos construido la Unión como un jardín a la francesa, ordenadito, bonito, cuidado, pero el resto del mundo es una jungla. Y si no queremos que la jungla se coma nuestro jardín tenemos que espabilar.” El jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, contestaba así al periodista de El Mundo, Pablo R. Suanzes en una entrevista sobre la invasión rusa de Ucrania y el papel que está desempeñando la Unión Europea. Estas declaraciones se publicaron dos días después de las imágenes que emitió RTVE de varios guardias civiles propinando una brutal paliza a un joven africano que acababa de saltar la valla de Melilla. La imagen de Borrell con una guitarra y melena cantando Imagine de John Lennon, y la de Marlaska disfrazado de Guardia Civil apaleando a un negro, se me juntaron en la cabeza de manera macabra. A algunos nos resulta inevitable imaginar los discursos de algunos políticos y periodistas de estos días en otros contextos, y uno, que tiene una imaginación así un poco peculiar, pues se imagina estas cosas.

No hay que ignorar la gravedad de la guerra en Ucrania ni despreciar el sufrimiento de la población. En ello se han volcado todos los medios, despertando una oleada de solidaridad sin precedentes que nadie debería ver con malos ojos. Pero permítanme que me cueste digerir algunos discursos y dobles raseros, cuando las guerras no son nuevas, y tampoco los actores políticos que hoy se muestran más solidarios que nunca. Las palabras de Borrell sobre el jardincito europeo, ese resort en medio de la jungla, son la muestra del eurocentrismo y del supremacismo que exhiben sin pudor los viejos y nuevos fascismos, y que en realidad aplican los Estados adornando las concertinas de confeti y serpentina. Esa idea de que la civilización occidental, con Europa a la cabeza, está en peligro, rodeada y acechada por los ‘salvajes’ de la jungla a la que hace referencia Borrell, es el mantra de la ultraderecha, que lo cacarea sin rodeos, pero que está más que institucionalizado. Las imágenes de Melilla no podían ser más oportunas, pero tampoco hace falta salir del escenario de guerra en Ucrania para ver cómo esto es la norma.

Borrell usó la misma metáfora que el ex ministro de Asuntos Exteriores israelí, Ehud Barak en 1996, quien dijo que en Israel “todavía vivimos en una villa moderna y próspera en medio de la selva”. No es ningún desliz. Lo creen de verdad. De hecho, uno de los principales argumentos de quienes justifican la ocupación y el apartheid israelí es que se trata de la puerta de Occidente, el muro de la civilización contra los bárbaros. El ejemplo de Israel nos viene de perlas para ilustrar, junto algunos otros, el doble rasero de los discursos épicos de Borrell y del resto de líderes europeos en el asunto de Ucrania.

El 8 de agosto de 2018, varios misiles lanzados por Israel contra la ciudad de Gaza mataron, entre otros a una mujer palestina, Inas Abu Khamash, embarazada de nueve meses, y a su hija de 18 meses. Aunque no es uno de los episodios más sangrantes de los ataques israelíes contra Gaza (solo en 2021, Israel mató a cerca de 230 palestinos durante sus bombardeos), la respuesta del ministerio de asuntos exteriores español dos días después fue la siguiente: “El Gobierno condena el lanzamiento de cohetes contra Israel y hace un llamamiento firme a las facciones palestinas de Gaza para que cesen definitivamente estos actos hostiles contra la población israelí.” Ni una palabra de las víctimas civiles palestinas. La excusa de Israel siempre que bombardea la ciudad y mata a varias personas, incluidos niños, es que milicianos de Hamás se escondían allí. El periodista Iñigo Sáez de Ugarte publicó un texto sobre este comunicado de tan solo 145 palabras, en el que reprochaba a Borrell “comprar la propaganda israelí”, y al Ministerio Español de Exteriores de difundir “un comunicado sobre la situación reciente de Gaza que ignora la violación de los derechos humanos de la población palestina”, tras un rastro de cerca de 160 muertos por el ejército israelí durante las protestas de aquellos días.

Las palabras de Borrell tienen tantos escenarios posibles como uno quiera, pero aquí va otro interesante. En su “aplaudido discurso” en el Parlamento Europeo el pasado 1 de marzo, el jefe de la diplomacia europea dijo que “no vamos a cambiar los derechos humanos por su gas. Y este es el momento de repetírselo, y de actuar en consecuencia. No vamos a compartir, no vamos a abandonar la defensa de los derechos humanos y de la libertad porque seamos más o menos dependientes de Rusia”. Parecería un noble gesto si no fuese porque, la dependencia del petróleo y de otros negocios con la dictadura de Arabia Saudí no entra en esta ecuación. Aunque estos días haya seguido bombardeando Yemen, por cierto. Pero nos queda lejos, no son ‘como nosotros’, son parte de esa jungla de la que hablaban los mandatarios occidentales. Y lo que pase allí nos la pela. Es más, nos da dinero, ya que precisamente a los sauditas les vendemos armas. Y veranean en Marbella.

De este mismo discurso, me guardo otra frase para la posteridad, a ver si encajaría en otros conflictos: “Cuando un potente agresor agrede sin justificación alguna a un vecino mucho más débil, nadie puede invocar la resolución pacífica de los conflictos. Nadie puede poner en el mismo pie de igualdad al agredido y al agresor.” Imaginad a alguien pidiendo armar a los palestinos cada vez que Israel bombardea Gaza o construye colonias en territorios ocupados incumpliendo la legalidad internacional. O a los saharauis ante los constantes ataques de Marruecos, con la responsabilidad añadida que nos toca tras haberlos dejado tirados como una colilla. O a los kurdos cuando son atacados por Turquía, miembro de la OTAN, por cierto. A quienes lo denunciamos no se nos ocurre llamar al envío de armas. Hoy, quien reivindica las vías diplomáticas para parar la escalada bélica en Ucrania es acusado de aliado de Putin o de ser un puto hippie comeflores. Esta me la guardo también.

También me acordé de Palestina cuando se anunciaron las sanciones contra Rusia. Concretamente me acordé de los activistas del movimiento BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones) a quienes les pedían varios años de prisión por una de sus campañas contra el concierto de un músico proisraelí. Años de incertidumbre ante las peticiones de cárcel y de criminalización en los medios hasta que el juzgado los absolvió.

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Esta semana, varios periodistas y tuiteros fuimos crucificados por reproducir los vídeos y los relatos de personas de origen africano y asiático que denunciaban discriminación y racismo en su huida de Ucrania y su entrada en Polonia. Algunos compañeros que estaban sobre el terreno acreditaban los hechos, mientras otros aseguraban que los testimonios que ellos habían recogido no manifestaban nada de esto, y que decirlo podría suponer que otras personas decidieran no huir por miedo a quedarse a mitad camino. Ambas partes tenían razón. Hubo quien cruzó sin problemas, y hubo quien sufrió racismo. Dos días después, la ONU confirmaba las denuncias de racismo. Nos habían acusado de difundir bulos e intentaron ridiculizarnos por redes tildándonos de ser ‘activistas’ en vez de periodistas, que pretendíamos manchar la imagen de Europa por un prejuicio que debemos tener pensando que aquí existe racismo en las fronteras. Desde entonces, los casos de racismo no hacen más que multiplicarse, y hasta los periodistas David Melero y Laura Luque fueron testigos de cómo un grupo de neonazis que se acercaba a la estación de Przemysl, en Polonia, fue interceptado por la policía tras haber cometido los días anteriores varias agresiones contra refugiados no blancos.

El humorista sudafricano Trevor Noah representó perfectamente en un gag este doble rasero con los refugiados según su origen o color de piel, mostrando las crónicas de varios periodistas occidentales relatando la huida de miles de personas refugiadas de Ucrania y diciendo que ‘son como nosotros, como cualquier familia europea’, ‘no es una nación en vías de desarrollo, esto es Europa’, ‘de clase media’, ‘blancos, rubios con ojos azules’…

A nadie se le puede olvidar el trato que recibieron las personas refugiadas que consiguieron llegar durante la guerra de Siria. Las que no morían en el mar, quedaron hacinadas en campos de refugiados, señaladas y criminalizadas por políticos y agredidas por activistas de extrema derecha. El suplicio de aquellos que lograron llegar a Europa para conseguir refugio o al menos el estatus de refugiado contrasta con la generosidad que mostraba el gobierno español con los refugiados ucranianos, ofreciéndoles todas las facilidades posibles para regular su situación inmediatamente. Son parte del resort para blancos, no de esa siniestra y oscura jungla que nos acecha.
Borrell dijo también en su discurso que “nos acordaremos de aquellos que en este momento solemne no estén a nuestro lado”. Que este señor se venga arriba de esta manera no sé si es fruto de su soberbia o de su imprudencia, cuando la hemeroteca está ahí y algunos venimos años denunciando cualquier atrocidad cometida por cualquier país contra la población civil. Ya sea en Yemen, Palestina, Sahara, Irak, Siria, Libia, o los Balcanes, mientras nuestros gobernantes miran hacia otro lado o se ponen del lado del agresor. Las palabras del periodista Íñigo Sáez de Ugarte en el citado artículo sobre la infame respuesta del ministerio que lideraba entonces Borrell, son perfectas para redondear esta columna: “Un Gobierno que ignora de forma tan consciente la obligación de defender ciertos principios humanitarios y de criticar duramente a los que los vulneran, (…), es un interlocutor prescindible en este conflicto sin ninguna legitimidad moral para difundir condenas.”

Por cierto, seguimos esperando alguna declaración institucional sobre Pablo González, el periodista vasco encarcelado en Polonia al que este país acusa de ser un espía al servicio de Rusia.

“Interpretar el conflicto en Ucrania con el eje fascismo-antifascismo es un error grave”

Entrevista de Pablo Iglesias a Miquel Ramos en CTXT

Miquel Ramos es quizá el periodista que más sabe de la ultraderecha en nuestro país. En breve va a publicar Antifascistas (Capitan Swing), un libro de investigación sobre las experiencias del antifascismo en el que desarrolla un ejercicio de memoria sobre un activismo contra el fascismo, en gran medida olvidado. Comentarista y articulista habitual en varios medios de comunicación, muy atento a la guerra en Ucrania, en esta entrevista nos aporta una mirada antifascista del conflicto y de la invasión rusa.

Ya está en imprenta Antifascistas, el libro en el que repasas la historia del antifascismo en la España de los 90. ¿Qué enseñan aquellas experiencias a los antifascistas de hoy?

El libro es una colección de testimonios de personas que han participado en diferentes momentos y escenarios en la lucha contra la extrema derecha en sus diversas formas desde los años 90 hasta hoy. Mucha gente ha descubierto que en España había extrema derecha cuando ha llegado Vox, sin embargo, hubo personas que se jugaron la vida y pusieron el cuerpo cuando los grupos nazis y fascistas actuaban con absoluta brutalidad e impunidad. El libro cuenta la evolución de la extrema derecha tras la muerte de Franco, y cómo se adaptó el antifascismo para combatirla, con sus debates, sus errores y sus aciertos, sorteando siempre la criminalización por una parte, y la condescendencia de gran parte de los que hoy se preocupan y se preguntan por qué ha llegado Vox. Lo que enseñen esas experiencias es cosa del lector, que interprete y reflexione sobre lo que hemos vivido durante estas últimas tres décadas y entienda que hay mil frentes donde poder trabajar para pararla. Lo que está claro es que, si hoy existe una extrema derecha tan normalizada, es porque no se apoyó en su día a esa gente que llevaba años informando sobre ella y combatiéndola. Se menospreció esa amenaza y se compró el relato del poder que pintaba al antifascismo como una tribu urbana, y no como un antídoto democrático. 

Hoy estamos ante una nueva extrema derecha que no se limita únicamente a Vox y a los grupos neofascistas diversos que siguen existiendo y alimentándose de esa normalización que les brinda el partido de Abascal. Si ya veníamos arrastrando desde la Transición la nula depuración de elementos reaccionarios en algunas instituciones del Estado, como las FCSE, las FFAA o la judicatura, ahora tenemos millones de euros invertidos en desinformación, en fundaciones y think tanks para la batalla cultural, en la guerra contra los derechos humanos. Y eso ya no se combate solo con manifestaciones. Estamos ya en otra fase donde todos y todas podemos y debemos hacer algo en diferentes frentes. También desde las instituciones, ya que no vale solo un discurso desde la tribuna, hacen falta políticas valientes que frenen la precariedad de la que se alimenta el fascismo y que pongan fin a su impunidad y a la represión contra los movimientos sociales. De todo eso hablamos en el libro. 

Una perspectiva antifascista es importante para analizar la guerra en Ucrania, pero tengo la impresión de que ha habido demasiados clichés en cierta izquierda a la hora de analizar las claves del conflicto y la invasión rusa. 

Pretender interpretar este conflicto en el eje izquierda-derecha o fascismo-antifascismo es un error grave que lo único que hace es daño a cualquiera de las posiciones que se defiendan. Algunos venimos informando sobre qué estaba haciendo la extrema derecha de uno y otro lado desde el Maidán. Desde los neonazis que acabaron liderando el golpe hasta los batallones neonazis como Azov que combaten en el Donbás, donde, no lo olvidemos, llevan ocho años de guerra y cerca de 14.000 muertos, muchos de ellos civiles a causa de los bombardeos de las fuerzas ucranianas. Allí, las milicias neonazis han tenido un papel importante, y han cometido numerosos crímenes de guerra contra la población prorusa. y son hoy el fetiche del neonazismo occidental. Parte de la estrategia de la propaganda rusa desde entonces fue usar las referencias a la II Guerra Mundial, aprovechando la descarada presencia, impunidad y exhibición de los neonazis en Ucrania, pero sería poco honesto omitir que hubo ultranacionalistas rusos y neonazis que también combatieron en el otro bando. Por otra parte, Ucrania lleva años siendo el lugar de peregrinaje y entrenamiento militar de neonazis de todo el planeta, debido a la impunidad de la que gozan sus milicias (algunas forman parte incluso de las Fuerzas Armadas) por su papel en el Donbás. Esto no lo digo yo exagerando el video de cuatro nazis en Twitter. Esto lo advertían hasta analistas norteamericanos expertos en seguridad y terrorismo, conscientes de que la extrema derecha es hoy la principal amenaza violenta interna en varios países occidentales. 

Aun así, insisto, enmarcar este conflicto en estos términos perjudica mucho al antifascismo, porque asociar la invasión de Ucrania a una suerte de cruzada antifascista es regalarle a Putin esta lucha mientras en su país persigue y encarcela a militantes antifascistas.

Putin es la encarnación de la transición al capitalismo neoliberal en Rusia. Sus ideas, su estilo y sus formas han sido admiradas por la ultraderecha europea ¿Por qué de esto se habla tan poco en los medios en España?

Precisamente a los medios occidentales les viene muy bien la retórica de Putin en esta guerra usando el antifascismo y las referencias a la II Guerra Mundial. Les pone en bandeja que le acusen de comunista, y, por ende, que todos los izquierdistas en el fondo apoyan a Putin. Es lo que estamos viendo desde el inicio de la invasión en boca de políticos y periodistas sin escrúpulos. Sin embargo, está más que acreditada la buena sintonía y los nexos entre Putin y varios oligarcas rusos con líderes y organizaciones de extrema derecha, desde Orbán, Le Pen, Alternativa por Alemania o Salvini, hasta los amigos de Vox de Hazte Oír. A esto no se le da tanta bola porque no interesa, porque les rompe el relato contra la izquierda que están articulando desde el principio. 

¿Cuáles son los vínculos de ultraderechistas españoles con Rusia?

Los lobbies de extrema derecha beben de muchas fuentes a ambas orillas del Atlántico, también de EE.UU y América Latina. La causa común es, sobre todo, propiciar un giro ultraconservador y cargarse las políticas de igualdad alimentando a este tipo de organizaciones en todo el planeta. Es parte de la batalla cultural de las extremas derechas, que, aunque difieran en algunos asuntos, en su lucha contra el feminismo y  los derechos LGTBI, están aliados. En España, el nexo con Rusia es, principalmente, Alexey Komov, miembro del patronato de CitizenGo (del que forma parte Hazte Oír), representante ante la ONU del Congreso Mundial de Familias.

¿Crees que Vox se ha beneficiado de los fondos rusos a través de Hazte Oir?

No puedo acreditar que así sea, pero lo que sí que es evidente es que todas las campañas que esta organización ultraderechista lleva realizando desde su creación están perfectamente enmarcadas en la batalla cultural que llevan a cabo Vox y el resto de extremas derechas para revertir el sentido común progresista y normalizar los discursos de odio y la negación de derechos a determinados colectivos. A menudo, no hace falta que una organización política obtenga dinero, le basta con que otros que sí lo reciben hagan el mismo trabajo que ellos en otros escenarios. 

Respecto a Ucrania, desde hace algunos años denuncias el ascenso del ‘banderismo’. El futbolista Zozulya nunca ha ocultado sus simpatías por esta corriente nazi que reivindica la participación de nazis ucranianos en el exterminio de judíos durante la II Guerra Mundial ¿Tienen tanto peso los nazis en Ucrania como han denunciado muchos antifascistas? 

A nivel electoral es obvio que no lo tienen, pero el éxito de estos grupos y su peligrosidad no se puede medir única y exclusivamente por esto. Sin embargo, que las milicias neonazis como Azov o Pravy Sektor estén armadas e institucionalizadas, con el beneplácito no solo del gobierno sino de la propia OTAN y la UE, es público y notorio. Incluso El Mundoexplicaba recientemente cómo los nazis de Azov patrullaban las calles de Kiev haciendo ‘limpieza’ de indeseables. El ultranacionalismo surgido principalmente tras el Maidán los ha normalizado, y son vistos como jóvenes patriotas, como aquí cuando salen nazis levantando la zarpa y gritando Sieg Heil y los medios los etiquetan de “jóvenes con banderas de España”. Salvando las distancias, por supuesto. También hay que apuntar que los ultranacionalistas ucranianos usan a menudo referencias como Stepán Bandera para tratar de resignificar el colaboracionismo con los nazis y presentarlo como una legítima lucha contra Rusia. 

Sin embargo, también existe antifascismo en Ucrania, y no es nada fácil llevarlo a cabo. Los militantes antifascistas están atrapados ahora entre las bombas rusas y los neonazis a los que combaten en las calles. Y todos están armados. Y en Rusia, muchos de ellos encarcelados. 

Una de las señas de identidad históricas del antifascismo ha sido el pacifismo y el internacionalismo, precisamente porque las guerras alimentan el fascismo. Estamos viendo a la izquierda rusa, empezando por varios diputados comunistas, oponerse a la invasión de Ucrania. ¿Podemos esperar un movimiento contra la guerra en toda Europa?

Está siendo muy difícil salirse del guion. Varios analistas internacionales no occidentales coinciden en manifestar su sorpresa por cómo este conflicto ha unido tanto a izquierdas y derechas en aumentar la escalada bélica aportando armas, algo bastante inédito hasta ahora. Entiendo la impotencia del espectador ante las imágenes de la invasión, y que exija a sus gobernantes que hagan algo, pero enviar armas no me parece la mejor idea, y explico por qué: La OTAN y la UE no van a intervenir militarmente, y prefieren armar a los ucranianos, a pesar de ser absolutamente consciente de su incapacidad para frenar a las tropas rusas, que, por su parte, no han actuado todavía con toda su capacidad ni mucho menos. Además, ese material puede acabar en manos del ejército ruso conforme vaya avanzando. O de milicias sin ningún control, en las que, no lo olvidemos, combaten también voluntarios extranjeros que luego vuelven a sus países, como pasó en Siria cuando Occidente armó a los rebeldes. 

Recordemos que esto es una batalla geopolítica de consecuencias imprevisibles que puede llegar a implicar a otros países y potencias que no son precisamente amigas de la OTAN. Lo que también se está dirimiendo aquí, queramos o no, es la hegemonía de Occidente en el tablero global, algo que hace ya tiempo que se está cuestionando, y Rusia lo sabe, por eso ha elegido el momento y le importa poco la opinión pública. Aquí y en su país, donde hay que apoyar a los que se manifiestan contra la guerra, sin ninguna duda, conscientes de que las consecuencias de las sanciones las van a pagar más ellos que los que se alimentan del conflicto bélico. Y cuando un imperio cae, con las ruinas de una guerra y su relato latente, estamos ante un terreno enormemente fértil para los fascismos, como la historia bien nos debería haber enseñado.  

Contribuir con armas al conflicto no es otra cosa que una demostración del fracaso de la diplomacia de la que nuestros gobernantes, como miembros de la UE y la OTAN, también son responsables. Aquí es donde la izquierda debería marcar firme su posición contra la guerra apostando por vías exclusivamente diplomáticas y humanitarias, sin miedo a señalar los peligros de contribuir al fuego con gasolina.  

Se echa de menos un movimiento social masivo y global contra la guerra, pero también contra quienes se benefician de ella y quienes las deciden desde sus despachos sin que les salpique la sangre, como la hubo en otras ocasiones. Lo que está ocurriendo en Ucrania puede tener consecuencias catastróficas si se amplían los contendientes y se alimenta el belicismo. También con las medidas de censura que se están aplicando, aprovechando el consenso generado por el shock. Estamos viendo actuaciones muy poco democráticas, que no sabemos a dónde nos conducirán en un futuro. 

La Base: Putin y Vox

La Eurocámara ha hecho público un informe que demuestra la financiación rusa a los partidos de la ultraderecha europea. ¿Llegó dinero ruso a España? Pues parece ser que sí.

Las conexiones entre Putin y la extrema derecha europea es hoy el eje central de La Base de Público. Pablo Iglesias, Sara Serrano y Manu Levin investigan el rastro del dinero que financió a Vox en sus inicios.

Como entrevistados contamos con María Eugenia Palop, eurodiputada, y con Steven Forti, autor de ‘Extrema derecha 2.0. Qué es y cómo combatirla’. En la tertulia nos acompaña el periodista Miquel Ramos.

Y para terminar, Julián Macías y su sección ‘Dato mata relato’ que hoy está centrada en la desinformación en redes sociales.

Más allá de los relatos oficiales

He intentado despegarme de la pantalla estos días por la saturación de información e imágenes de la guerra en Ucrania, pero reconozco que me está resultando complicado. De hecho, ni quería hablar hoy de ello, pero no tengo la cabeza en otro sitio, y cada tema que se me ocurre me resulta hasta incómodo viendo lo que está sucediendo.

No quiero hacer tampoco ningún nuevo análisis geopolítico sobre este asunto, ya que muchos otros periodistas y analistas que conocen mucho mejor el terreno y los juegos entre potencias ya lo han hecho. Vengo a hablar de la dificultad, a pesar de todo, de informarse más allá de los medios generalistas y las cadenas oficialistas de uno y otro bando. Y de poder encontrar información fiable, esquivando las noticias falsas que desde todos los frentes disparan siempre y algunas llegan a alcanzarnos. Lo grave es que lo hagan las grandes cadenas, porque estos días hemos visto más de un ejemplo que resulta sonrojante aunque no sorprenda. El uso de imágenes de un videojuego y de una explosión en China por parte de una cadena española como si fuesen imágenes de guerra; entrevistas a ‘voluntarios’ que posan ante banderas de grupos de extrema derecha o a entrañables ciudadanos con vínculos neonazis sin hacer mención a ello; o mostrar a una familia del Donbas huyendo hace unas semanas de los bombardeos ucranianos como si fuesen ucranianos huyendo de los rusos, por ejemplo. Estamos ya acostumbrados a las mentiras y a la desinformación, y más en tiempos de guerra, cuando el sesgo de confirmación funciona mejor que nunca.

He tratado de contactar con amigos rusos y ucranianos para entender un poco mejor el conflicto desde abajo, a través de gente cercana que conocí hace años y que pertenecen a movimientos sociales de izquierdas, algo realmente jodido en ambos países a día de hoy. Los antifascistas rusos llevan unos años complicados, sobre todo desde 2017, cuando varias operaciones policiales previas al mundial de fútbol y a las elecciones presidenciales barrieran a gran parte del movimiento. El caso Network contra un grupo de antifascistas fue sonado, y obtuvo muestras de solidaridad en España. También por la violencia de los neonazis, muchos de estos relacionados con el crimen organizado, que ya se han cobrado la vida de varios de ellos. Más recientemente, la policía detuvo a 80 antifascistas en Moscú cuando celebraban un torneo de artes marciales en 2019 en recuerdo de su compañero Ivan Khutorskoy en el décimo aniversario de su asesinato a manos de neonazis.

Y en Ucrania, imaginad lo jodido que es ser antifascista. Un país donde los neonazis campan a sus anchas, y hasta tienen su propia milicia armada que patrulla las calles de Kiev, como contó en 2018 Descifrando La Guerra, y más recientemente el diario El Mundo, poco sospechoso de estar al servicio del Kremlin. Tras el Maidan, muchos izquierdistas fueron cazados por los ultraderechistas que lideraron el golpe. O peor, asesinados y quemados vivos con absoluta impunidad, como pasó en la Casa de los Sindicatos de Odessa en 2014, cuando los neonazis dejaron a su paso cerca de cincuenta muertos. Por no hablar del Donbas, porque no lo olvidemos, la guerra que hoy se extiende por Ucrania, empezó hace 8 años allí, y ni los medios ni el No a la Guerra estaban presentes.

Con los sucesos y el golpe del Maidan hubo también cierta controversia con el papel de la izquierda. Una parte de esta participó en las protestas entendiendo que el gobierno estaba podrido de corrupción y que todo mejoraría, obviando que las tensiones geopolíticas y la supremacía de los grupos ultraderechistas llevarían a la nueva Ucrania por otros derroteros. No es nada fácil prever qué ocurrirá si derrocas un gobierno, cuando la correlación de fuerzas no está de tu parte, y mucho menos cuando la mano invisible de las potencias extranjeras anda tocando ciertas teclas para que acabe sonando la canción que más le gusta. Y así fue, queramos o no, cómo Ucrania terminó en manos de presidentes que recibieron todo el apoyo de EE.UU y la UE, prohibieron el partido comunista y siguieron bombardeando el Donbas.

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Una compañera de San Petersburgo marchaba hacia una protesta contra la guerra cuando la llamé. Hubo cientos de detenidos. Al día siguiente me devolvió la llamada, y me estuvo explicando que lleva días en contacto con un compañero ruso, un militante antifascista, al que la guerra le ha pillado en Kiev, junto con otros compañeros ucranianos. Y es que más allá del relato oficial, muchísima gente de ambos lados mantiene estrechas relaciones, no solo personales, sino también políticas. Es normal que los militantes antiautoritarios se unan más allá de sus fronteras. El internacionalismo de toda la vida, vamos. Ahora sí, conscientes de los juegos geopolíticos que se cuecen en este asunto, tan solo tratan de salvar su vida como bien pueden.

Por esto, la retórica ideológica de esta guerra les asquea. Saben que Rusia la usa como excusa, y llaman a que esa supuesta desnazificación que promulga Putin empiece por la propia Rusia, donde sigue habiendo neonazis y ultraderechistas de todo pelaje, y algunos con buenas relaciones con el poder. Como el propio Putin, que nunca ha escondido sus buenas relaciones con líderes de la ultraderecha europea como Le Pen, Salvini, Orbán o la ex ministra de Asuntos Exteriores austriaca, Karin Kneissl, del filonazi FPÖ, a cuya boda acudió el mandatario ruso en 2018.

Ucrania no es ningún territorio amable por ser cercano a Occidente. Todo lo contrario: tanto Europa como EE.UU han permitido que el país se haya convertido en lugar de peregrinaje y entrenamiento militar para neonazis y fascistas de todo el mundo, como ya advertí en otro articulo hace unas semanas, y como advertían hasta los propios medios europeos y norteamericanos. Por mucho que el presidente sea judío, y que las fuerzas políticas de extrema derecha tengan poco apoyo en las urnas, las calles son suyas. Y están armados y amparados por el Estado, por la OTAN y por la UE.

Roger Suso explicaba cómo se están situando la extremas derechas ante este conflicto en un imprescindible artículo publicado recientemente en la Directa. No se equivoquen. Nazis hay en todas partes, también en Rusia, y no es excusa la impunidad de la que gozan en Ucrania para justificar lo que está pasando. De hecho, Putin no invade Ucrania por eso, por mucho que así lo cacaree mientras mete en la cárcel a antifascistas rusos. Tampoco lo hace por la gente del Donbas, que lleva 8 años soportando las bombas y los ataques del ejército y los paramilitares ucranianos ante la pasividad del mundo entero. Aunque cesen los bombardeos sobre este territorio, el Donbas es una excusa más, que bien lo agradecen sus habitantes, sin duda, pero que, como Crimea, forma parte del risk en el que juegan unos y otros. Conocidos que han estado allí me han contado de primera mano el terror con el que vive su población desde 2014 bajo las bombas ucranianas, con cerca de 14.000 muertos, entre civiles y combatientes, ante el silencio y la complicidad internacional a pesar de los constantes informes de la OSCE al respecto desde hace años.

Y ahora imaginad el papelón de los ucranianos que repudian a los nazis e incluso que los confronta como puede, ante la invasión del país por parte de una potencia extranjera. Yo llevo días dándole vueltas, tratando de informar como puedo de lo que considero importante, sin perder de vista a la gente, al pueblo, al que de verdad sufre las consecuencias de estos juegos entre poderosos, y más allá de las causas que nos han llevado hasta aquí. Estos análisis se los dejo de momento a otros. Yo prefiero escuchar a la gente, al anarquista ucraniano con el que he hablado y está escondido en un bunker en Kiev. Y a mis amigos y otros periodistas que han estado en el Donbas varias veces llevando ayuda humanitaria cuando a nadie le importaba una mierda esa guerra. A ellos, y al resto de activistas antifascistas de varios países que fueron en la caravana humanitaria, el estado ucraniano los acusó de terroristas y pidió su detención, tan solo por mostrar su apoyo a la población civil e ir a conocer sobre el terreno la guerra que nadie quiso ver y que hoy ha estallado en todo el territorio.

Como ellos y ellas contaron en un articulo titulado ‘Yo estuve en Ucrania, y te están mintiendo’, las guerras no las hacen las historias individuales, es verdad, sino que deben situarse en la historia y en el análisis geopolítico, porque nada hay más colectivo que las guerras. Yo no me atrevo a aventurar lo que sucederá, pero antes de realizar el análisis geopolítico que bien han hecho otros ya, algunas pequeñas historias ayudan a dejar de ver esto como una película. Como bien dicen en citado artículo estas personas que estuvieron allí, solo los imbéciles y los fascistas como Marinetti (que decía aquello de que la guerra es bella) pueden idealizarla.

Miquel Ramos en Público – 28 de febrero 2022

El verdadero cordón democrático a la extrema derecha

Andan las calles de Madrid agitadas estos días tras el espectáculo cainita del PP. La imagen de la revuelta ayuser bajo su sede de Génova, el revival Cayetano que ya vimos en pandemia en Núñez de Balboa, se revuelve hoy contra el principal partido de derechas. No voy a hablar de este sadomasoquismo habitual de los hooligans de la derecha, acostumbrados a embadurnarse en las heces de sus amos y a hacer gárgaras con sus orines, pero el esperpento de estos días me sirve para que no perdamos de vista lo que se cuece más allá.

Uno de los interrogantes y temores de muchos ante esta situación es que sea la ultraderecha quien la rentabilice. Obviamente, esta se está frotando las manos. Otros, sin embargo, a pesar de reivindicarse de izquierdas, piensan que todo lo que destruya al principal partido de derechas, aunque lo gane la ultraderecha, le va a beneficiar. Esto, aunque sea obsceno, ha sido bastante habitual entre quienes viven de la política partidista, y no solo en España. Calculan todo según su partido, sin pensar en quienes de verdad sufrirán las consecuencias de una derecha extrema cada vez más poderosa y presente en las instituciones, aunque sea en la oposición. Por eso, histórica y erróneamente, algunos tecnócratas que se creen de izquierdas ven con buenos ojos que, a su principal oponente, el partido conservador, le salga un competidor por su derecha más extrema.

Sé que suena mal, pero es que el auge de la extrema derecha tiene también responsabilidades por la izquierda, y estas son proporcionales a sus capacidades. Quiero decir, que los principales partidos de izquierda, sobre todo los que gobiernan, han tenido en sus manos implementar medidas que sirvieran de contención a la campaña ultraderechista, y no lo han hecho. No hablo de cordones democráticos a posteriori, que suenan muy dignos pero que sabemos imposibles en este país en el que la ultraderecha se normalizó desde que se transformó en demócrata de la noche al día hace más 40 años. Hablo de las políticas que no se hacen, que precarizan, que enmordazan y que desaniman a la mayoría a seguir confiando en que la izquierda institucional es capaz o tiene voluntad real de cambiar algo.

El auge de la extrema derecha no se explica únicamente con su gran inversión económica ni responsabilizando solo a los medios de comunicación. Algo hemos hecho mal el resto también, sobre todo quien tiene posibilidades de hacer algo y no lo hace. Que le digan a José Manuel y a María, los octogenarios desahuciados el pasado viernes en Carabanchel, que gobierna la izquierda y que tenga cuidado con la ultraderecha. Que tengan cuidado también los obreros que preparan huelgas y protestas, que si viene la derecha será peor que la tanqueta de Cádiz. Y no digamos las personas migrantes, que, seguro que, si gana la derecha, construirá un CIE y los encerrará y deportará. Igual que ahora pero sin que te guiñen el ojo.

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El pasado viernes, TVE sentaba en una mesa a varias personas para hablar del auge de la extrema derecha. Hablaron de Trump, de internet, de las conexiones internacionales, de las mentiras de sus discursos, y se preguntaron también si los medios tenían algún tipo de responsabilidad. Hablaban en tercera persona.

En medio del debate, el foco se desplazó a la calle. Una reportera mostraba una despensa llena de comida y a varias personas explicando sus recogidas y repartos de alimentos a familias españolas en situación precaria. TVE acababa de descubrir, ocho años después de su existencia, y cuando ya agonizaban, a los nazis Hogar Social Madrid. La pieza es un deleznable publirreportaje que da cancha a estos nazis para que promocionen su trabajo y se presenten como una ONG. Ni una alusión a sus vinculaciones con grupos nazis, sus juicios pendientes ni sus esvásticas tatuadas. Tan solo una pregunta supuestamente incómoda “¿Antes os llamabais Hogar Social Ramiro Ledesma?”. Demoledor… Luego explicaron en plató que eso de discriminar está muy mal. Y ya está. Un macabro e insultante dejavú que, a quienes llevamos años siguiendo, denunciando y sufriendo a la extrema derecha, nos dio la respuesta a la pregunta que ellos mismos planteaban: “¿Tienen los medios responsabilidad en el auge de la ultraderecha?” Sí, como estáis haciendo vosotros resucitando y regalando minutos de oro en la televisión pública a una organización nazi marginal. Y es que hace ya años se advirtió de los errores que cometieron muchos medios haciendo precisamente lo mismo que acabáis de hacer. Enhorabuena.

No soy amigo de las pataletas sin propuestas. Hay que quejarse de quienes, con su poder, pueden hacer y no quieren, pero hay que reflexionar también sobre el papel de quienes no tenemos carné de ningún partido ni somos dueños de ningún medio, sobre qué estamos haciendo mal y qué podemos hacer mejor. El viernes, mientras la atención estaba en los despachos del PP, me acerqué al desahucio de José Manuel y María. Rodeados por decenas de antidisturbios permanecían a primera hora de la mañana quienes habían acompañado toda la noche al octogenario y habían tratado de impedir el desahucio. Hubo dos personas detenidas. Nos sorprendemos cuando vemos a miles de personas coreando el nombre de Ayuso. Y hasta nos reímos. Pero somos incapaces de ir a un desahucio a protestar.

Esa misma tarde, la localidad valenciana de Pego se llenó de solidaridad para denunciar la petición de nueve años de prisión a catorce jóvenes antifascistas que protestaron contra un grupo neonazi que se paseó por el pueblo insultando a los vecinos y colgando pegatinas con la cara de Hitler. Son, junto con otros jóvenes antifascistas de València, Zaragoza, Madrid, Barcelona y otras ciudades, quienes también ponen el cuerpo y se la juegan contra los fascistas, que tienen carta blanca para decorar las paredes con la cara de Hitler, realizar homenajes a la División Azul o pasearse por Chueca llamando sidosos a los vecinos.

El sábado, unas 80.000 de personas se manifestaban en varias ciudades de Andalucía por la sanidad pública, y el domingo, València fue el escenario de una manifestación contra un proyecto urbanístico que, de nuevo, volverá a destruir la huerta para construir pisos y asfalto. Varios activistas se enfrentan a multas que ascienden a 30.000€ por varias protestas similares. También en varias ciudades catalanas, este fin de semana salieron cientos de personas para recordar que el rapero Pablo Hasel cumple un año en prisión y exigir la derogación de la Ley Mordaza. Como la pasada semana, que hubo protestas contra esta ley en varias ciudades del Estado que reunieron a miles de personas y pasaron bastante desapercibidas en los medios.

Si, hay gente que se mueve, que no para, y que tampoco sale en televisión ni es motivo de debate en las tertulias, o al menos no tanto como las crónicas de palacio y los tejemanejes entre partidos. Movimientos que no esperan a que el gobierno de turno, por mucho que se diga de izquierdas, solucione todos los problemas. Salen a la calle, plantean soluciones y actúan. Estos movimientos sociales son el verdadero cordón democrático contra la extrema derecha. Los que tejen comunidad, defienden a los más vulnerables y construyen en sus barrios un dique contra el odio que promueven los fascistas. Quienes hoy hablan desde sus tribunas de cordones democrático, que empiecen a dar ejemplo haciendo esas políticas que no haría la extrema derecha, si quieren que les creamos cuando ahora, sobre tierra quemada, hablan de cordones democráticos. Porque al final, eso de pedir el voto porque viene el coco, no se lo va a creer nadie.

Miquel Ramos en Público – 21 de febrero 2022