Miquel Ramos: “El fascismo en España está normalizado”

  • El autor de ‘Antifascistas’, un exhaustivo recorrido por la lucha contra el odio político en el periodo democrático, denuncia la “permisividad absoluta” con los focos ultraderechistas en España
  •  “Pensar que a la extrema derecha se la derrota con argumentos y teniendo razón es un error histórico que se paga caro. Se gana con políticas valientes, quitándole espacio”, afirma el especialista en grupos radicales

Entrevista de Ángel Munárriz para Infolibre, 16 de abril de 2022

Miquel Ramos tenía algo menos de 14 años cuando Guillem Agulló, de 18, fue rodeado por un grupo de neonazis antes de recibir una puñalada letal en el corazón. Ocurrió en Montanejos (Castellón) en 1993 y el eco del crimen le llegó con nitidez a Ramos, un adolescente que arrancaba por entonces su socialización política en Valencia bajo la impresión de otras dos muertes a manos de la extrema derecha. El año anterior, 1992, había sido asesinada Lucrecia Pérez en Aravaca (Madrid); el anterior, 1991, Sonia Rescalvo en Barcelona. “Todo fue seguido: Sonia, Lucrecia y Guillem. Fue aquello lo que nos puso en alerta sobre la crueldad de lo que teníamos enfrente”, explica Ramos.

Es posible que a muchos lectores no les suenen los nombres de estas tres víctimas ni tampoco conozcan sus historias, lo cual vendría a dar la razón a una idea central de Antifascistas (Capitán Swing, 2022), el libro con el que el hoy periodista Ramos (València, 1979) homenajea a Agulló, Pérez, Rescalvo y muchas más víctimas del odio político y luchadores contra el fascismo, ya fuera en las calles, las aulas, los sindicatos o cualquier otro frente de batalla. ¿Y qué idea es esa que recorre Antifascistas? Que estamos ante los grandes olvidadosde la democracia y la sociedad españolas. Que el antifascismo en democracia ha sufrido una generalizada desconsideración porque aceptar sus méritos supondría aceptar previamente la pervivencia del fascismo, cuando este –según la narración oficial– había sido enterrado durante la idílica Transición.

En las más de 600 páginas de Antifascistas Ramos nos habla de figuras con papeles heroicos o trágicos o circunstanciales, con el común denominador de habérselas visto cara a cara con la ultraderecha. Nos habla de Xavier Vinader, que enseñó lo que nadie quería ver con sus reportajes sobre la extrema derecha en los primeros 80; del policía Francisco Ros, que se atrevió a desvelar el peso de la ideología y la práctica fascistas en las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado; de Santiago Barquero, un joven skater de Móstoles que, repartiendo unos folletos antifascistas, recibió tal paliza que perdió el habla y que, al igual que Ros, acabó suicidándose; de Aitor Zabaleta; de Carlos Palomino… El listado de víctimas es largo, por desgracia. Al menos Ramos nos habla también de un sinfín de experiencias, iniciativas y organizaciones antifascistas, aunque –lamenta– han actuado demasiadas veces sin apoyo mediático o institucional.

Su experiencia está marcada por su adolescencia en Valencia. ¿Por qué le avergonzaba hablar valenciano?

No es que me avergonzara de mi lengua, es que temía que me avergonzaran. En la València de los 80 y 90, la hostilidad de la extrema derecha estaba normalizada y cualquier expresión en lengua propia era estigmatizada como una especie de traición a la concepción de valenciano que quería instaurar la derecha, que era la del inicio del himno: “Para ofrendar nuevas glorias a España”. El temor a ser acusado de catalanista llevaba a mucha gente a renunciar a su lengua y a sus señas de identidad.

En España, a diferencia de Francia o Alemania, está asentada la idea de que es posible ser demócrata sin ser antifascista.

Totalmente. Se extendió la falsa idea de que el fascismo murió con Franco y ya no había que combatirlo, así que la democracia española no contiene ese ingrediente antifascista. Yo creo que no se puede ser demócrata sin ser antifascista porque el fascismo no sólo es enemigo de la democracia, sino de sus pilares, que son los derechos humanos.

Su trabajo denuncia la utilización de la etiqueta “tribu urbana”, que ha servido para trazar una especie de simetría entre el fascismo y el antifascismo.

Es ridículo equiparar fascismo y antifascismo. Es como hacerlo con “machismo y feminismo”, “racismo y antirracismo” o “tolerancia e intolerancia”. Son opuestos. No es lo mismo una víctima del Holocausto que un oficial de la SS. La etiqueta de la “tribu urbana” ha servido para banalizar el problema del fascismo y exonerar de responsabilidad a las instituciones, obviando el componente estructural del problema.

¿Estructural?

La impunidad del fascismo en España tiene su continuidad en la configuración del régimen del 78. Las bandas neonazis gozaron de impunidad en su día. El relato de las “tribus urbanas” es un intento interesado de criminalizar a los únicos que les plantaron cara. Esa caricaturización ha sido un lastre para el movimiento antifascista. La gente que ha estado en el antifascismo sabe que es un movimiento plural y que no implica una acción en la calle. En el libro relato multitud de luchas que no llevan implícita la capucha y la manifestación. Hay investigación, hay periodismo, hay memoria histórica, hay sindicalismo, hay educación… El antifascismo no es una tribu urbana, como suele salir en los medios. Es lucha por la democracia y los derechos humanos.

En Estados Unidos y Alemania el terrorismo de extrema derecha es considerado un problema nacional. Sin minimizar el caso español, ¿no estamos lejos de eso?

Aquí se ha banalizado la amenaza de la extrema derecha. Yo documento operaciones policiales que se realizan contra los neonazis y en muy pocas hay acusaciones de terrorismo o los detenidos pasan por prisión preventiva, aunque haya armas. Aquí en Valencia los pillan con un bazooka y les dicen “ya te llamaremos para juicio en diez años”. Esto no ocurre con los activistas de izquierdas. Hay una doble vara de medir.

Hubo una etapa en los 90 de auténticas “cacerías humanas” con objetivos concretos, lo que los neonazis llamaban “escoria”: objetores de conciencia, punkis, okupas, gays, transexuales. ¿Tiene España una deuda con estos colectivos?

Sin duda. Los colectivos antifascistas, LGTBI, feministas y antirracistas, que han sido perseguidos y estigmatizados por la extrema derecha, han estado además muy solos.

Leyendo las víctimas que va repasando su libro, comprobé que hay muchas escasamente conocidas. ¿Falta un reconocimiento social e institucional a las víctimas de la violencia de ultraderecha en España?

Hay muy poco reconocimiento. David [Bou, periodista] y yo intentamos dárselo con crimenesdeodio.info. También está el documental Ojos que no ven… Hay intentos. Pero sí, sin duda las víctimas de la extrema derecha son las grandes olvidadas en España.

La historia de Sonia Rescalvo es estremecedora. Cinco neonazis apalizaron durante 15 minutos con palos y botas de punta de acero a dos mujeres transexuales, Sonia y Doris. La primera murió y la segunda quedó desfigurada.

Es especialmente escabroso por el orgullo que los asesinos mostraban por haber matado a una persona transexual.

¿Hay un hilo que conecta la escasa atención a los asesinados por la extrema derecha y la permanencia de tantas víctimas del franquismo en las cunetas?

Sin ninguna duda. De aquellos polvos, estos lodos.

Las gradas futbolísticas han sido un tradicional hervidero ultraderechista. ¿El fútbol ha hecho los deberes?

No. En absoluto. No estamos en los 90, el fenómeno ha bajado, al club ya no le sale rentable mantener a una pandilla de nazis. Pero sigue habiendo permisividad y una cierta doble vara de medir.

Hablaba de los años 90. Aquella escala violenta del fenómeno neofascista y neonazi, en la que con detalle se detiene en su libro, ¿ha quedado atrás?

La violencia no ha desaparecido, pero es verdad que no estamos en los 90, no hay esta sobreactuación de la extrema derecha en la calle. Eso sí, gran parte ha sido porque se le ha plantado cara. Es decir, no es porque se hayan aburrido y cansado. 

Uno de sus capítulos se titula: La “democratización” de la ultraderecha: un nuevo reto del antifascismo. Si hay “democratización”, ¿por qué es un reto?

Pongo “democratización” entre comillas. Porque lo que hace es explorar la vía electoral para conseguir los mismos objetivos que antes se perseguían con la acción directa.

¿Vox representa lo mismo que Democracia Nacional, Alternativa Española o España 2000? ¿Tiene el mismo proyecto?

En gran parte sí. Cambian las formas y la habilidad para transmitir ese mensaje, pero comparten un corpus ideológico y un proyecto político que se fundamenta en quitar derechos a determinados colectivos y en un modelo basado en la desigualdad.

¿Le reconoce a Vox que no utiliza la violencia?

Vox no utiliza la violencia en la calle, pero su mensaje, su lenguaje, su discurso, su diana en determinados colectivos es combustible. No se le pueden atribuir a Vox obviamente actividades violentas, porque no las hay, pero Joseph Goebbles tampoco apretó ningún gatillo.

¿Está Vox sembrando para recoger en el futuro?

Claro. El objetivo de la extrema derecha mainstream, digamos de Vox y la constelación ultraderechista intelectual, que está en la batalla cultural, es sembrar. Antes que los diputados, quiere romper el sentido común. Quiere conquistar el sentido común antes que conquistar el poder.

¿Vox desinfla al fascismo puro y duro o le abona el terreno?

Lo segundo. Vox ha normalizado lo que antes sólo decían los grupos nazifascistas. Ha pasado el mensaje por una nueva retórica y una nueva forma que no suena tan radical. Pero es la misma idea. Es que incluso el otro día estaba [Jorge] Buxadé hablando de la teoría del Gran Reemplazo, aunque no fuera exactamente con esas palabras. Son cosas que demuestran lo normalizado que está el fascismo en nuestro país.

¿Diría que el fascismo está normalizado en España?

Absolutamente. Fíjate. Cuando ha llegado Vox se lo ha considerado una opinión respetable más desde el minuto uno.

Depende de quién, ¿no?

Bueno, la mayoría de medios de comunicacion y el resto del arco parlamentario.

¿Qué papel atribuye la televisión en la normalización de este discurso?

La extrema derecha ha sabido aprovechar las rutinas televisivas, sometidas al espectáculo, para ser el centro de atención, generar polémicas e insertar discursos que apelan a los bajos instintos. Las televisiones tienen especial predilección por los sucesos y Vox está como pez en el agua en el marco securitario. Ni siquiera hace falta que aparezca alguien de Vox, la televisión ya está estimulando su discurso.

Usted rechaza que se pueda combatir a la extrema derecha sólo con “sentido común” y “argumentos”. ¿Entonces?

La gente piensa a la extrema derecha se la derrota con argumentos y teniendo razón, lo cual es no sólo muy inocente, sino error histórico que se paga caro. Porque la extrema derecha se basa en las mentiras. Ellos utilizan el bulo y lo estiran y es muy difícil de contrarrestar. ¿Cómo se gana? Haciendo políticas valientes, trabajando en los barrios, en la educación, en el sindicalismo. Quitándole espacio.

Con la herida de la Gran Recesión sin curar y empezando a salir de la pandemia, llega una guerra y una tremenda inflación. ¿Toda esta serie de crisis abona el terreno para la extrema derecha?

Sin duda. Aquí me fijo en lo que pasó con el 15M, que tuvo la virtud, en plena crisis, de plantear los problemas derivados del capitalismo salvaje levantando un muro que evitó que aquel malestar fuera capitalizado por la extrema derecha y se infectara de odio, como ocurrió en otros sitios: recordemos la gran cantidad de apoyos a Amanecer Dorado [en Grecia]. En España esa infección de odio la frenaron los movimientos sociales.

¿Y no está ahora, en cambio, desmovilizada la izquierda?

La izquierda sigue ahí, sigue estando en la calle y de hecho se sigue organizando, parando desahucios, construyendo iniciativas populares… Pero es verdad que no tiene tanta visibilidad como sí tiene la derecha cuando saca todo su arsenal, primero porque tiene más dinero, más altavoces, más medios…

Es innegable que en las manifestaciones del campo y el transporte se veía más a la derecha que a la izquierda.

Aquí una parte de culpa es de quienes están en el Gobierno. Lo que les pedimos a los políticos no es que hagan discursos brillantes contra la extrema derecha, sino políticas que desactiven los espacios donde puedan alzar su bandera. Si no solucionas los problemas estructurales, abonas el terreno para que la extrema derecha se lleve el rédito.

¿Son las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado [Policía y Guardia Civil] el principal foco de la extrema derecha en España? ¿Tenemos ahí un problema de Estado?

Las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado no son el principal foco. El problema es que hay determinados focos que no se acotan ni tienen ningún tipo de sanción o reproche. Ni los responsables políticos ni los mandos hacen absolutamente nada para impedir determinados discursos e imágenes, como las de almorzar en un bar lleno de simbología franquista. Además, hay un sesgo estigmatizador, como cuando en la concentración por Samuel en Madrid, con cargas policiales, la nota de prensa de la Delegación del Gobierno decía que se había identificado a varias personas por su estética de radicales de izquierdas. Es un lenguaje estigmatizador. Eso además de una permisividad absoluta con este tipo de gente [en referencia a la extrema derecha].

¿Qué entidad le da al fenómeno del “rojipardismo”, esa incorporación a la izquierda de discursos y marcos de la extrema derecha?

El rojipardismo es un fenómeno posmoderno que nace, crece y se reproduce en redes sociales. Que una parte de lo que se considera de izquierdas asuma los marcos de la extrema derecha es el mejor regalo que le pueden hacer a la extrema derecha.

Miquel Ramos: “Si l’extrema dreta no va entrar amb força a la crisi del 2008, va ser gràcies al 15M i les plataformes contra els desnonaments”

El periodista valencià publica ‘Antifascistas’, un llibre que relata la història de la lluita contra l’extrema dreta en tota la seva magnitud a l’estat espanyol des dels anys 70.

Entrevista de Sandra Vicente per a Catalunya Plural, 12/04/2022

Miquel Ramos (València, 1979) és una d’aquelles veus destacades quan es parla d’extrema dreta i d’antifeixisme. El periodista fa anys que estudia els moviments neonazis i la proliferació dels discursos d’odi, així com totes aquelles agrupacions que s’hi oposen i hi lluiten en contra. L’antifeixisme, segons recorda Ramos, té moltes cares i no només la dels joves que surten al carrer a exercir l’autodefensa o que protagonitzen imatges als telediaris sobre enfrontaments violents. Antifeixisme també són les assemblees de barri o l’educació. “Antifeixisme és un pacte de mínims”, diu el periodista, que dedica a aquest moviment de resistència el llibre Antifascistas (Capitán Swing, 2022).

La major part de la població coneix l’antifeixisme arran de les notícies a la televisió, que mostren disturbis o accions al carrer. Però l’antifeixisme va molt més enllà. Què és?

Al llibre retrate diverses formes de combatre l’extrema dreta als escenaris en què aquesta se sent forta i, per això, pense que és important entendre l’antifeixisme com un consens de mínims en matèria de drets humans i valors democràtics que estan amenaçats per l’existència de l’extrema dreta. Però, malauradament, hi ha una estigmatització i caricaturització de l’antifeixisme, com si fos una tribu urbana o cosa de quatre joves que es manifesten al carrer, que el poder i els mitjans de comunicació han reproduït de manera obscena durant molt de temps.

Per això, el llibre dóna veu a tota la gent que ha construït antifeixisme des de diferents llocs i moments dels últims trenta anys. Pense que és important veure l’antifeixisme de Violeta Friedman, supervivent de l’holocaust que es va enfrontar a criminals de guerra nazis, de Xavier Vinader des del periodisme o dels moviments socials de barri, que creen comunitat. I, també, el de la gent que està al carrer, confrontant l’extrema dreta quan ha estat violenta.

Si l’antifeixisme és un pacte de mínims, potser hi ha molta gent que el menysté, però en el fons és antifeixista

Hi ha gent que comparteix aquest pacte, però s’ha estigmatitzat molt la paraula antifa. A altres països, però, fins i tot gent conservadora, s’hi declara. A l’estat espanyol costa més, tot i que sembla que, poc a poc, amb l’arribada de l’extrema dreta a les institucions, molta gent ha començat a assumir que ser antifa no és només anar a una mani a confrontar un grup neonazi, sinó una lluita en diversos àmbits per barrar el pas a la infecció de l’odi.

Costa molt imaginar el PSOE dient-se antifa

Però Angela Merkel sí que ho fa

Quina és la diferència?

La cultura antifeixista i la idiosincràsia de l’estat espanyol. Aquí el feixisme no fou derrotat ni soterrat amb Franco. Va haver-hi una transició d’un règim a un altre, però es van conservar estructures i dinàmiques, per exemple, a les Forces i Cossos de Seguretat de l’Estat (FCSE), la judicatura, forces armades, etc. Aquesta herència la continuem veient també a les famílies que es van enriquir durant el franquisme, que són les que continuen ostentant un poder que no es presenta a les eleccions, però que segurament mana més que els polítics.

Dir que ets antifeixista a l’estat espanyol vol dir estar en contra del règim del 78?

Com a mínim hauria de suposar una revisió crítica del que fou la Transició, sobretot per part de les noves generacions, que no la van viure. Perquè la Transició pacífica i de concòrdia que ens van vendre és falsa, sobretot si veiem que el 2022 encara tenim cossos soterrats a les cunetes o que, quan per fi treuen Franco del Valle de los Caídos, se li fan honors d’estat. Ens hem de qüestionar que la Transició no va fer els deures i va obrir la porta perquè el feixisme continués viu.

Al principi, podem trobar un feixisme molt nostàlgic de Franco. Com ha anat canviant?

Quan mor el dictador, la majoria de grups d’extrema dreta que el sobreviuen són nostàlgics i alguns, inclús ben entrada la democràcia, decideixen continuar exercint la violència i el terrorisme com el Frente de la Juventud i grups armats parapolicials emparats per l’estat, perquè òbviament a les FCSE no hi va haver depuració. Aquesta rèmora del franquisme arriba a finals dels 80 amb les modes juvenils, els skinheads o el futbol, amb grups que estaven al marge del règim com CEDADE i una nova militància neofeixista que té molta presència al carrer de forma violenta.

Parlem d’una generació de joves d’extrema dreta que no s’ha criat en dictadura, que es desenvolupe en una democràcia molt nova i que és la que pose les bases de l’extrema dreta que podem conèixer avui. D’aquí surten grups molt violents i, a la vegada, els primers intents de “democratització” en forma de partit polític a imatge del Front Nacional francès. Possiblement, el que va tenir més èxit va ser Plataforma per Catalunya, que va arribar a treure 67 regidors amb un discurs islamòfob i antiimmigració, aconseguint arrossegar gent que no es considerava d’extrema dreta.

Després d’això, hi ha una transformació, sobretot arran del govern de Zapatero, amb una ofensiva brutal d’una extrema dreta que, fins llavors, estava inserida dins el PP, que havia sigut la casa comuna de totes les dretes. Aquesta escissió es dóna el 2005, quan comencen a acusar el PP de “derechita cobarde”, perquè no reverteix polítiques “progressistes” com la llei de l’avortament, el matrimoni igualitari o la memòria històrica. Això acaba cristal·litzant en la irrupció de VOX el 2013 i amb la seva entrada a les institucions el 2018.

Per què triga tant a aparèixer un partit com VOX a Espanya, quan a la resta d’Europa ja n’hi havia molts?

Perquè el PP havia sabut contenir molt bé el sector ultra i perquè les opcions que hi havia a la seva dreta eren extremadament cutres. També cal entendre que, durant la crisi del 2008, que hauria estat un terreny molt fèrtil per l’extrema dreta, hi va haver un contrapès brutal dels moviments socials de l’esquerra, amb el 15M i les primeres plataformes contra els desnonaments.

El discurs social pot fer que l’extrema dreta guanyi pes. Ho vam veure a Grècia o amb l’Hogar Social Madrid, ocupant una narrativa que semblava reservada per les esquerres, però en la qual el feixisme troba un nínxol

L’extrema dreta sempre ha copiat les esquerres, des del falangisme i el discurs obrerista,  arrabassant el roig i negre. Després del maig del 68 s’adonen que hi ha una hegemonia d’idees progressistes i comença a armar-se un sentit comú al voltant de la igualtat i els drets de determinats col·lectius. Així que l’extrema dreta reflexiona, llegint l’esquerra des de Marx a Gramsci, per entendre com han establert aquest sentit comú. Això arriba aquí a finals de la primera dècada dels 2000, amb el sorgiment de moviments socials que tracten d’arrabassar les banderes socials a l’esquerra amb discursos socials, però excloents. El xovinisme del benestar, que es diu. Estableixen el discurs de la competència pels recursos públics, que la culpa de la precarietat no és del capitalisme, sinó del fet que se subvencione el feminisme o la migració.

Que l’extrema dreta s’apropiï de reivindicacions populars duu a contradiccions com la que es va viure amb l’aturada de transportistes, que va estar gestionada per l’extrema dreta. 

L’extrema dreta aprofita totes les fallides de l’esquerra. Quan hi ha un govern que es diu progressista, però no articula polítiques per solucionar els problemes de la classe treballadora, és possible que l’extrema dreta, amb una màscara social, tracte de reapropiar-se de les reclamacions dels treballadors i instrumentalitze algunes causes que, tot i que són legítimes, no es corresponen amb el programa econòmic de l’extrema dreta, que és profundament neoliberal. Si davant fets com aquest, l’esquerra només és capaç de denunciar que al darrera hi ha un moviment ultra, els està regalant, perquè la gent pensa que defensen el seu pa i qualitat de vida. Llavors creuen que allò vol dir ser d’extrema dreta.

És cert que es desvirtua el terme i es blanqueja, però creus també que fem servir el terme “feixisme” massa a la lleugera?

L’èxit de l’extrema dreta consisteix en aconseguir copar part d’aquest sentit comú que dèiem abans i infectar-lo amb els seus valors i creences. Així, veiem que gent que no es considera d’extrema dreta, té discursos racistes i securitistes. Però és cert que també hi ha una certa tendència, molt perillosa, a posar l’etiqueta d’extrema dreta a qualsevol cosa que no ens agrada. I això acaba duent al discurs que feixisme i antifeixisme són les dues cares de la mateixa moneda. És igual d’absurd que posar al mateix nivell feminisme i masclisme, però és un discurs que funciona.

Sovint, quan es diu allò dels “extrems es toquen” és arran de moments en què s’ha fet servir la violència per combatre l’extrema dreta. És legítima aquesta violència?

El debat sobre l’ús de la violència és constant al llarg del llibre; no és just jutjar a temps passat i des d’una posició còmoda allò que van fer determinades persones, en determinat moment i per determinades raons. Si bé és cert que la violència no ha de ser la resposta a qualsevol conflicte polític, també ho és que davant la inacció i la complicitat institucional, hi va haver gent que va decidir plantar cara, malgrat haver de fer servir la violència. Les conclusions les ha de treure el lector, però hi ha una cosa innegable: en alguns moments l’autodefensa, diguem-li violència, ha estat l’única cosa que ha parat l’extrema dreta. Això no implica que a tota se l’hagi o només se la puga vèncer amb violència; per exemple, no pots acabar amb un partit amb representació a les institucions amb violència, però quan, als 90, tenies una colla de neonazis que cada cap de setmana sortia a assassinar, es van prendre decisions que segurament no es volien haver de prendre.

Apuntes que la policia és connivent amb l’extrema dreta a causa d’una depuració que no es va dur a terme. Com proposaries fer-la?

Desactivant qualsevol tipus d’exaltació o discursos d’odi. Altres països són molt contundents amb això: a Alemanya s’han desmantellat unitats militars senceres perquè s’hi ha detectat banalització del nazisme. Jo he denunciat casos de policies a l’estat espanyol reivindicant la violència i la crueltat, celebrant haver tret ulls a les manifestacions a Barcelona i no ha passat res. Qui m’ho va passar van ser altres policies, que són demòcrates, que tenen por a denunciar i, inclús, d’alertar als seus supervisors, perquè mai no se sap qui és de la corda. I això el Ministeri d’Interior ho sap.

Com creus que hauríem de tractar l’extrema dreta des dels mitjans de comunicació?

Els mitjans no han estat a l’alçada, a excepció d’algunes periodistes que sí han detectat el problema des de fa molt de temps i l’han denunciat, però molts altres s’escuden en l’equidistància, com si els periodistes fossin éssers de llum que veuen la realitat des d’un núvol i fan de notaris de la realitat. El que hem vist amb l’arribada de l’extrema dreta a les institucions és que se l’ha considerat una veu respectable més. Però és que dóna moltes visites: l’extrema dreta ho sap i juga amb això. I no només als mitjans, sinó també a les xarxes socials, on la gent que s’hi oposa, reprodueix el seu missatge per criticar-lo. Per això l’extrema dreta juga a provocar i així s’amplifica el seu missatge. Perquè l’hagen votat milions de persones no significa que el seu discurs sigui legítim. El deure del periodista és desemmascarar les mentides amb les quals l’extrema dreta difon l’odi.

Analitzar i explicar l’extrema dreta és complex. Ho hem vist amb Ucraïna i amb la influència que ha tingut el batalló Azov a l’hora de marcar el discurs sobre el conflicte.

A Ucraïna hi havia un problema amb l’extrema dreta de fa molts anys. La guerra i el relat del Kremlin, que parla de desnazificació, ha fet que molts intenten interpretar el conflicte des d’un punt de vista polític quan és una invasió per motius geopolítics. L’objectiu no és desnazificar res, però ha impregnat en bona part de la població que criticar la invasió és defensar el nazisme. Hem de ser prudents i molt justos: no s’ha de negar el paper de l’extrema dreta ucraïnesa des de Maidan, però també hem de tenir clar que Putin no és cap abanderat de l’antifeixisme.

Cuatro tuiteros como trofeo

Esta semana, agentes de policía de once países europeos han llevado a cabo una operación conjunta coordinada por Europol contra el discurso de odio en redes sociales. En España hay cuatro detenidos y una persona investigada por estos hechos, en cuya operación policial se realizaron varios registros a domicilios y se incautó diverso material informático. Las imágenes distribuidas por la Guardia Civil tras la operación muestran algunos de los mensajes que habrían motivado las detenciones: antisemitas pidiendo el exterminio de judíos, racistas diciendo que los negros son una raza inferior, y varios tuits hablando bien de Stalin. “La operación ha tenido como objetivo actuar sobre los delitos de odio, el racismo y la xenofobia que circulan en línea y fuera de ella”, afirma la nota de prensa de la Benemérita.

La misma semana, la intervención de una tertuliana en un programa de televisión provocó la indignación de los espectadores. Afirmó que los nazis que bombardearon Gernika no eran tan malos, ni las víctimas tan buenas, ya que, estas últimas, eran comunistas apoyadas por Stalin. Un día después, la presentadora del programa tuvo que salir a pedir disculpas, algo bastante inédito en este país ante los discursos de odio. A pesar de que no se reaccionó en el momento, como fuera deseable, es de las pocas veces que hemos visto un gesto así. Quizás por la avalancha de críticas en redes, pero se hizo. La presentadora afirmó en sus disculpas que “se hizo un mal uso de la libertad de expresión”, aludiendo a las palabras de la periodista que habían provocado una oleada de críticas en redes sociales.

No sorprende ya el revisionismo histórico de la derecha española. No solo justificando el golpe de estado de Franco, la guerra y la dictadura, sino negando sus crímenes y blanqueando el genocidio ideológico y el expolio que se cometió en nuestro país. Y no es únicamente por parte de los franquistas, de sus herederos ideológicos o de sus beneficiarios. Está institucionalizado desde la Transición, con el mantra de la concordia y de superar heridas mientras miles de personas siguen rescatando de las cunetas los cuerpos de sus familiares ejecutados por los fascistas ochenta años atrás.

Tampoco sorprende ya, lamentablemente, que las tribunas políticas, las tertulias y telediarios en los principales medios sean el altavoz de discursos de odio racista, machista. LGTBIfóbico y clasista. Pero no veremos nunca entrar a la Guardia Civil en un plató o en la sede de ningún partido. Hay discursos de odio mucho más graves y con más incidencia en un plató de televisión o en el Congreso que en el tuit de un adolescente. Pero mostrar el vídeo de una operación policial contra cuatro tuiteros por discurso de odio ya sirve para colgarse la medalla de que en España se actúa con contundencia contra el racismo. Eso si, ponme junto a esos tres nazis a un comunista, para que no quede demasiado desequilibrado y no se piensen que solo detienen a nazis. Que malos hay en todas partes y los extremos se tocan, ya saben.

Las redes son un pozo de bilis donde los discursos de odio son más que habituales, y donde ni siquiera la propia red social (la empresa) censura, a pesar de las denuncias. No infringe las normas, responden cuando notificas un tuit racista e incluso unas amenazas. Lo digo por propia experiencia, no me lo ha contado nadie ni es ningún prejuicio. Sin embargo, cualquier día, las autoridades pueden coger cualquier tuit e iniciar así un procedimiento judicial contra su autor. Cada día, la red muestra miles que nunca llegan ni siquiera a borrarse. Es más, algunos de los tuits mostrados en la operación policial ni siquiera son delictivos. Si lo fueran, habría decenas de diputados presos, pues lo que han dicho en sede parlamentaria, ante las cámaras, es a menudo incluso más grave que el tuit de un niñato flipado que se cree Don Pelayo o de un facha cuarentón pasado de carajillos que se viene arriba viendo las noticias. Estos son presas tan fáciles como irrelevantes. Por eso pagan ellos y no el político o periodista ultraderechista que se dedica a difundir bulos y discursos de odio racista y machista que llega a millones de personas.

Thank you for watching

El activista LGTBI Fran Pardo denunció hace ocho años una serie de amenazas de muerte en Twitter cuando era menor de edad. Este año se juzgó a uno de los autores, el único al que la policía, según afirmó, había conseguido identificar. El periodista Moha Geredou, sin embargo, sigue esperando a que sus denuncias por las amenazas de muerte que recibió, adornadas con discursos racistas, lleguen algún día a dar resultados. Quien sí que fue identificado, juzgado y condenado este año fue Albert Baiges, un independentista catalán que publicó un tuit contra el Rey español. Este caso fue iniciativa propia de la policía, que llevó a cabo la investigación por un tuit cuando Albert tenía tan solo 160 seguidores en la red social.

Todo esto es una lotería. Le puede tocar a cualquiera. Y con la legislación de delitos de odio manoseada hasta la obscenidad, el Estado ha encontrado un nuevo instrumento que le permite meter en el mismo saco a quien pide el exterminio de los judíos y a quien insulta a la monarquía o a la policía. Y así se marca el tanto ante la opinión pública, como si de verdad les preocupase o fuese peligroso un tuit que solo vieron ellos y cuatro tuiteros.

La perversión y la instrumentalización de la legislación de los delitos de odio es el ejemplo de lo que pretende la ultraderecha resignificando la violencia machista llamándola ‘violencia intrafamiliar’, borrando así el componente estructural del problema para cuya corrección se pensó esta ley. Si los delitos de odio se desnaturalizan y ya no solo protegen a los colectivos vulnerabilizados, sino que sirven contra quienes combaten el odio o critican a la policía, la ley no sirve para nada. Varios organismos internacionales ya le dieron el toque a España por ello, pero la Fiscalía insistió y hasta mandaría una circular recordando que los nazis son un colectivo a proteger ante los discursos y delitos de odio contra ellos.

Escuchen a ciertos diputados o dense una vuelta por los estercoleros digitales que se disfrazan de medios de comunicación para difundir bulos y odios de todo tipo. Ha tenido que ser la ciudadanía la que se organice para denunciarlo. Iniciativas como la que lleva a cabo la asociación És País Valencià en su campaña ‘No financies el odio‘, muestran como estas webs que insultan al pueblo gitano, a las mujeres, a las personas musulmanas o LGTBI tienen anuncios de empresas conocidas que pagan por insertar su publicidad entre los zurullos fascistas que flotan en dichos portales. Señalan públicamente a estas empresas mostrando cómo su marca acompaña a una ‘noticia’ trufada de racismo o machismo, y muchas de estas acaban por suspender la publicidad, es decir, dejan de financiar el odio. Iniciativas así son necesarias, pero parten de la voluntad de la ciudadanía. El Estado prefiere de vez en cuando trincar a un par de idiotas con incontinencia verbal en Twitter para aparentar que hace algo.

No pretendo banalizar los discursos de odio. Ni mucho menos a los nazis. Algunos llevamos años denunciándolos y exigiendo que se actúe contra estos. Pero las escenificaciones quedabien como la del otro día, no son más que una cortina de humo. Los discursos de odio se han instalado en la normalidad democrática. Son, según algunos, opiniones respetables, igual que proponer quitar derechos a determinados colectivos, opciones y propuestas democráticas legítimas. Si al Estado le preocupa de verdad el discurso de odio, miren más allá de Twitter y pongan la radio y la televisión. O escuchen a ciertos diputados, concejales o cargos públicos en vez de exhibir a cuatro tuiteros como trofeo.

Columna de opinión de Miquel Ramos en Público, 11/04/2022

Miquel Ramos: “El objetivo de la extrema derecha es quebrar el sentido común”

El periodista documenta en el libro ‘Antifascistas’ la lucha en España contra los movimientos de ultraderecha desde los años noventa.

Entrevista de Cristina Vázquez para El País,  01 ABR 2022

El periodista Miquel Ramos (Valencia, 1979) documenta en su nuevo libro Antifascistas (Ed. Capitán Swing) la lucha contra la extrema derecha en España desde los años 90 en un relato coral de algunos de sus protagonistas. “Gente que se jugó mucho y en soledad”, sostiene. A lo largo de más de 600 páginas, Ramos entrecruza historias paralelas sobre la extrema derecha y la pluralidad de la lucha antifascista, sus alianzas, sus debates y algunos de sus triunfos. “Quería dejar escrito el testimonio de toda esa gente”, explica el escritor, especializado en la extrema derecha y movimientos sociales y a quien el asesinato en 1993 del joven antifa Guillem Agulló,a manos de un ultra, le golpeó de lleno cuando era un adolescente.

Durante la transición y los años inmediatamente posteriores, la extrema derecha se gestaba en España “entre cuarteles, puticlubes, comisarías y bares”, escribe Ramos al principio del libro. Pero la extrema derecha de ahora cobra fuerza a partir de 2005 en el seno de la propia derecha. “El PP aglutinaba del centro a la ultraderecha, que comienza a despegarse del partido. Nace entonces una reacción de la derecha española, que se caracteriza por una de las grandesfake news de la historia, la atribución del atentado del 11-M en Madrid a ETA. También la ofensiva contra las leyes del matrimonio igualitario, de memoria histórica o la reforma de la ley del aborto. Entonces empiezan a tomar posiciones en medios de comunicación, fundaciones, en think tank… “Hay una extrema derecha que empieza a tener vida propia, más allá del PP y que no solo ha cristalizado en Vox sino en todos los satélites que, aunque no pertenezcan al partido, refuerzan este discurso”.

Según el periodista, el fascismo está hoy más normalizado que nunca, más presente que nunca, incluso infectando a cada vez más capas de la sociedad que no se definen estrictamente de extrema derecha. “Lo que decían los grupos neonazis en los años 90, se dice hoy en sede parlamentaria y en los medios de comunicación con absoluta normalidad: el ataque a las personas migrantes, a los derechos de las mujeres, al colectivo LGTBI, un revisionismo histórico insultante y un discurso de odio impune, amparado bajo el derecho a la libertad de expresión. La gran victoria de la extrema derecha no ha sido tanto conseguir diputados sino normalizar su batalla cultural. Y normalizar una opción política que signifique quitar derechos a determinadas personas es un mal punto de partida. “¿Es una opción democrática? En términos legales, sí. ¿Es legítimo? Para mí, no”.

Los ultraconservadores ponen en cuestión conquistas que habían costado mucho dolor y formaban parte no solo del corpus legal sino del sentido común. “La extrema derecha le ha dado la vuelta y vienen a romper ese sentido común y se presentan como irreverentes, rebeldes contra lo establecido. Su objetivo es quebrar el sentido común”.

En Antifascistas, el autor concluye que no hubo una cultura propiamente antifascista en España: “Los pocos que décadas antes vieron el peligro fueron estigmatizados, perseguidos y criminalizados. Las bandas skinheads neonazis pegaban y mataban y muchos decidieron organizarse para plantarles cara. En general, la gente no entendía que a la larga iba a ser un problema para todos. Creían que era una cuestión de tribus urbanas, de violencia juvenil, que no trascendería del ámbito callejero. Cuando la extrema derecha se ha salido de la caricatura es cuando se toma en serio la batalla política y cultural”.

Para Ramos, la mayoría social se ha implicado poco en parar el discurso del odio. “Y la incapacidad de las instituciones para resolver problemas estructurales, como la precariedad, ha hecho que muchos se sientan indignados y ahí ha estado la extrema derecha ofreciendo soluciones fáciles a problemas complejos”. Los medios de comunicación, por regla general, tampoco han sabido interpretar el fenómeno, y eso que ya llevaba tiempo en otros países, pero han entendido que en una democracia caben todas las opiniones. También ha hecho mucho daño, según Ramos, el relato equidistante de los dos extremos.

La ultraderecha ha evolucionado y renovado su lenguaje, añade Ramos, “porque saben que un desfile de esvásticas no es un buen márketing. Reniegan de la etiqueta de extrema derecha y prefieren llamarse patriotas.

Para Ramos, “medir el peligro de la extrema derecha en base a su capacidad electoral es un error porque pueden no tener escaños pero si han matado a 10 personas en cinco años pues igual son peligrosos”. La extrema derecha no llega con Vox pero su ascenso político es lo que despierta a la gente. “La derecha no murió con Franco, nunca se fue”.

La amplitud del movimiento ‘antifa’

Este periodista, uno de los referentes del antifascismo en las redes sociales, con más de 124.000 seguidores, retrata en su obra, a través de varias entrevistas, al movimiento de resistencia a la extrema derecha en toda su amplitud, no solo al que plantó cara en las calles, organizándose y enarbolando “sin vergüenza” la bandera antifa. Son los colectivos antirracistas, las feministas, las organizaciones LGTBI, las asociaciones antidesahucios o el activismo de barrio, acostumbrado a ocuparse en las grandes crisis de los colectivos más vulnerables e integrarlos.

“Hoy hay cada vez más gente que se significa como antifascista porque entiende que hay una amenaza real y saben que a un partido político con representación parlamentaria no se le vence con una manifestación. Eso es una anécdota dentro de la batalla”, advierte el autor. Y recuerda una anécdota de unos amigos suyos que pertenecen a un colectivo de barrio y fueron a detener el desahucio de un tipo que tenía banderas de Vox en su casa, y se encontró con 20 antifas que fueron a defenderlo. “Eso es más vacuna que una manifestación. Es el poder de los movimientos sociales de izquierda que han entendido dónde está la batalla”, concluye.

Miquel Ramos, autor de ‘Antifascistas’: “Los grupos nazis en España han gozado siempre de mucha impunidad”

El periodista valenciano recopila 30 años de lucha antifascista contra una extrema derecha que fue cambiando de estrategia y de caras, pero que nunca ha dejado de ser una amenaza para la democracia.

Entrevista de Juanjo Villalba para El Periódico de España, 04 de abril del 2022

La historia de la extrema derecha en España está inseparablemente ligada a la de quienes, desde el compromiso democrático y jugándose el tipo en muchas ocasiones, le han hecho frente. Esta guerra, unas veces portada de periódicos y telediarios, y otras totalmente oculta a los ojos de la sociedad, se lleva combatiendo desde los orígenes del fascismo en las primeras décadas del siglo XX hasta el día de hoy, en multitud de frentes y de formas muy distintas. 

Miquel Ramos (Valencia, 1979) ha recopilado información sobre este conflicto y, en especial, sobre la actividad de los grupos antifascistas después de la muerte de Franco, desde mucho antes de ser periodista. Una profesión en la que se ha acabado especializando en temas relacionados con la extrema derecha y los movimientos sociales, colaborando en medios como el periódico independiente valenciano L’AvançLa MareaEl SaltoPúblicoLa Directa o la edición en español de The New York Times, además de en multitud de programas de radio y televisión.

Ramos vivió de cerca durante su juventud la violencia ultraderechista. En 1993, un grupo de cinco neonazis asesinaron a Guillem Agulló de una puñalada mortal en el corazón. El joven valenciano de 18 años era militante de la organización independentista Maulets y del colectivo antirracista SHARP. Ramos, aunque por entonces solo tenía trece años, conocía a Agulló de moverse por el mismo ambiente izquierdista de la ciudad, y su muerte lo impulsó primero a recopilar información sobre su caso y, después, sobre cualquier asunto relacionado con actos de violencia de la extrema derecha, que en aquellos primeros años 90 eran demasiado frecuentes.

Fue en aquella época donde quizá podríamos situar el origen de su libro Antifascistas. Así se combatió a la extrema derecha española desde los años 90, que acaba de editar la editorial Capitán Swing, y que nació con la idea de contar la historia de los últimos treinta años del antifascismo en nuestro país, además de rendir homenaje a sus protagonistas y a sus víctimas. “Era necesario reconocer y contar lo que se ha vivido en este país, más allá de los grandes titulares y del relato oficial”, cuenta el autor. “Aquí hubo una batalla dura, muy dura, que costó muertos y en la que mucha gente se jugó la vida, la libertad y se esforzó para frenar lo que hoy en día es una realidad”. El libro también busca apelar al lector para que tome conciencia de que el fascismo, aunque no le implique directamente, es un peligro para nuestra seguridad y para la democracia. “Pretendo darle herramientas a la gente para que busque la manera en la que pueda hacer algo”, remarca Ramos.

Quizá ahora que hemos aceptado como algo normal que Vox esté representado en las instituciones, cuesta más comprender que durante un tiempo la opinión pública pensase que el fascismo español se había extinguido con la muerte de Franco. “El fascismo nunca ha dejado de existir, sino que ha ido atravesando diferentes fases”, explica Ramos. “La extrema derecha sobrevivió a Franco porque la estructura del Estado conservó muchos elementos de la dictadura. En primer lugar, los artífices de la Transición provenían directamente de los estamentos franquistas. Y, por otra parte, la judicatura, las Fuerzas Armadas y las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado no se depuraron tras la muerte del dictador. También continuaron en el poder algunas familias o élites económicas que se habían enriquecido tras la Guerra Civil, algunas de ellas incluso a base de expoliar a los perdedores”.

Pero el esquema de la extrema derecha nacional es muy complejo y no todos sus miembros permanecieron en poder. Parte de ellos se quedaron vagando por los márgenes de la sociedad y poco a poco fueron evolucionando para parecerse cada vez más a la extrema derecha europea, cuya primera encarnación son las bandas neonazis y los ultras del fútbol.

LOS SKINHEADS, UNA CARICATURA MUY ÚTIL PARA LA EXTREMA DERECHA

El movimiento skinhead surgió en nuestro país a partir de mediados de los 80, aunque en Reino Unido ya había aparecido a finales de los 60 y no tenía nada que ver con la ultraderecha. En su libroSkinheads. Historia global de un estilo, que acaba de editar la Editorial Bellaterra y está llamado a convertirse en la biblia en español sobre esta estética, Carles Viñas, profesor de Historia contemporánea de la Universidad de Barcelona, traza una panorámica sobre los orígenes y evolución de este movimiento hasta inicios de los años noventa. Según él, los skins nacieron de la interacción entre chicos blancos y negros de Londres, y de otras ciudades de Gran Bretaña. Lejos de defender los valores de la ultraderecha, surgieron como una reivindicación de su condición de clase obrera. Su politización y apropiación de la estética por parte de la ultraderecha vino después, azuzada por la crisis económica de los años 70.

“En España los primeros skins de derechas se vincularon mucho a las gradas ultras de fútbol”, explica Ramos. “Pero pronto surgieron también skinsde izquierdas para, digamos, despojar a la estética del carácter racista y fascista que defendían los nazis. Para los no expertos, eran indistinguibles, diferenciándose solo por pequeños detalles. La aparición de los skins fue aprovechada por parte de la política y los medios para caricaturizar a la extrema derecha, que se abordó como un problema de orden público de violencia juvenil, de tribus urbanas. Lo que provocó que se le quitara importancia a un fenómeno que iba mucho más allá de la algarada callejera porque detrás de los skinheads había gente que no iba vestida de nazi, pero que era igual de peligrosa, ya que les daba corpus ideológico a todos ellos”.

Según el periodista, en esta primera época, entre los antifascistas había la sensación de que los grupos neonazis gozaban de mucha impunidad. “Esto se debía a que muchos de ellos provenían de familias poderosas o tenían contactos. Además, parte de los miembros de la judicatura y la policía no veían con malos ojos sus acciones”, recuerda el autor. “Fue a partir de una serie de asesinatos como el de Lucreciao el de Sonia, que la alarma social se disparó y no tuvieron más remedio que empezar a hacer algo. Durante muchos años a la gente no le quedó más remedio que organizarse para defenderse. El antifascismo surgió como autodefensa”.

UN MOVIMIENTO HETEROGÉNEO

Este nuevo movimiento antifascista estaba formado por personas de orígenes muy diversos. “Muchos provenían de otras iniciativas sociales, gente que creía que se podía y se debía luchar por una sociedad mejor y que militaban en muchas otras causas”, resume Miquel. “Pero también había personas que simplemente se consideraban a sí mismas demócratas, que entendían que los movimientos neonazis eran un problema más allá del orden público y que se pusieron a disposición de esta lucha, la denunciaron, la retrataron y la combatieron; incluso algunos de pensamiento conservador, pero que entendían que el fascismo también los tenía a ellos en la lista y que no era una opción democrática”.

Ramos considera que el antifascismo, por tanto, no consistió solo en plantar cara en la calle; también supuso investigar quién estaba detrás de esos movimientos, quién los financiaba, qué conexiones tenían. Hubo personas que se jugaron la vida investigando, infiltrándose, colándose en lugares donde era muy difícil entrar, que utilizaban todo tipo de herramientas para para anticiparse a la acción de estos grupos. En este sentido, el autor destaca el papel de varios periodistas y en especial el de Xavier Vinader, reportero de la revista Interviú, que fue condenado a siete años de cárcel por imprudencia temeraria profesional debido a tres artículos en los que denunciaba a grupos de extrema derecha de Euskadi, algunos de cuyos miembros fueron posteriormente asesinados por ETA. Vinader huyó a Francia para no cumplir la condena y regresó en 1984 a nuestro país, donde fue indultado.

“Vinader es un referente para todos los periodistas que nos hemos interesado por la extrema derecha”, remarca Ramos. “Su caso fue muy peculiar, no solo por su coraje y su valentía para meterse en estos embrollos de manera tan comprometida, sino que además sufrió la persecución del Estado y la criminalización. Sin embargo, también contó con el apoyo de gran parte de la sociedad y del propio gremio periodístico”.

LOS MEDIOS Y EL ANTIFASCISMO

Obviamente, no todos los medios siguieron el ejemplo de personas como Vinader. Muchos estigmatizaron, despolitizaron e incluso ridiculizaron la acción de los grupos antifascistas, hablando de ellos como una simple tribu urbana. “Al poder le ha interesado siempre negar que existe un problema con la extrema derecha en este país”, asegura Ramos. “Y, ¿cómo lo negaban? Pues planteando los conflictos entre fascistas y antifascistas como peleas entre bandas, como tribus urbanas enfrentadas. No admitían que existía un problema de racismo, de homofobia y de fascismo que mataba, que agredía al diferente, y que había gente que se había organizado para parar eso. Es similar a llamar a la violencia machista violencia intrafamiliar, negando el componente estructural”.

Ramos también es crítico con algunos trabajos periodísticos que, aunque alcanzaron una gran repercusión en su momento, pecaban de un elevado componente sensacionalista, olvidándose de algunos aspectos muy importantes del problema. Es el caso de Diario de un skin, un libro que se convirtió en best seller allá por 2003 y que fue escrito por un periodista anónimo bajo el seudónimo de Antonio Salas. “Es cierto que Diario de un Skin logró retratar determinadas prácticas como la convivencia de los clubes de fútbol con los grupos nazis y cómo estos eran absolutamente impunes en las gradas del fútbol y sus alrededores”, explica Ramos. “Pero, sin embargo, es un trabajo que peca un poco de sensacionalista, ridiculiza a los grupos antifascistas y no habla de la que para mí es una gran clave de la historia: a él lo descubrieron porque un policía le filtró a los nazis que tenían un infiltrado. ¿Quién era ese policía? ¿Qué pasó con él? ¿Por qué hizo eso?”.

LA IMPORTANCIA DE LA MÚSICA 

Quizá la faceta más desenfadada del antifascismo es su prolongada vinculación con el mundo de la música, a la que Ramos le dedica un capítulo entero. Inicialmente copada por el punk de grupos como Kortatu o Negu Gorriak, con el tiempo en esta banda sonora antifascista también se colaron algunos nombres del rap nacional como El Club de los Poetas Violentos o Los Chikos del Maíz

“Muchos músicos han formado parte del frente cultural frente al fascismo”, recuerda Ramos. “La música ha servido de punto de encuentro para la gente joven que quizá venía atraída por el ambiente musical y que ha acabado participando en movimientos sociales a partir de empaparse de las letras, de los grupos y de conocer gente en los conciertos. Muchas bandas también han ayudado a financiar no solo el movimiento antifascista, sino muchos otros movimientos sociales realizando conciertos para sacar dinero, participando o denunciando determinadas situaciones. Es decir, la música se ha implicado en gran medida en la lucha antifascista. Yo creo que es de justicia también reconocer la labor de muchos de estos artistas”.

EL FUTURO DEL ANTIFASCISMO

Tras unos años en los que, aunque no desaparecieron, las acciones de los grupos neonazis dejaron de ocupar mucho espacio en los medios, parece que en los últimos tiempos, impulsados por el auge electoral de la ultraderecha encarnada en Vox, los grupos más radicales se han envalentonado y se vuelven a pasear desafiantes por nuestras calles.

Una manifestación convocada por Hogar Social Madrid en 2016./ CESAR MANSO

También se han organizado de maneras diferentes, como en el caso de Hogar Social Madrid, donde se intentaba competir con los movimientos sociales de izquierdas copiando algunas de sus estrategias como la ocupación o el reparto de alimentos, intentándose despojar del estigma de los cruces gamadas y toda la parafernalia nazi.

“Los nazis pasaron de quemar a personas sin hogar en cajeros automáticos a darles de comer. Pero detrás de esa máscara de solidaridad había un discurso racista”

“Los nazis pasaron de quemar a personas sin hogar en cajeros automáticos a darles de comer”, afirma Ramos. “Pero detrás de esa máscara de solidaridad había un discurso racista y un proyecto excluyente. Muchos de sus participantes además eran conocidos neonazis, no precisamente hermanitas de la caridad”, comenta. 

Para Ramos, de aquí en adelante, y viendo la capacidad de mutación de la extrema derecha, son necesarias nuevas estrategias y un gran frente común para hacerle frente. “Lo que decían los nazis en los años 90, ahora se dice con absoluta normalidad en los medios y en sede parlamentaria. Ante esto, la gente debe reaccionar. Obviamente no puedes parar a la extrema derecha que está en el Parlamento con una manifestación. Necesitas muchas complicidades, necesitas distintos frentes de batalla, personas que combatan los discursos de odio en los colegios. Hacen falta periodistas que sepan muy bien que tienen una gran responsabilidad a la hora de informar no solo sobre la extrema derecha, sino sobre determinados asuntos como la inmigración, la violencia machista, los problemas sociales… ¿Por qué se habla de okupas y no de gente que no tiene casa? Ahora que la extrema derecha está en las instituciones, todo el mundo se asusta, pero debemos actuar e inspirarnos en aquellos que se dieron cuenta de que esto podía pasar y estuvieron durante muchos años combatiendo en soledad”.