Mesa de debate en las Jornadas Confederales de UGT: Las personas LGTBI en la negociación colectiva y el diálogo social. Madrid, 7 de julio de 2022.
Mes: juliol de 2022
Entrevista sobre el libro ‘Antifascistas’ por Manuel Sollo en Biblioteca Pública (RNE)
El asesinato de un compañero por varios neonazis despertó la conciencia política de Miquel Ramos, valenciano de 1979. Desde entonces, en su doble condición de periodista y activista, ha investigado y difundido las estructuras y las actuaciones de estos grupos. Todo ese material integra “Antifascistas. Así se combatió a la extrema derecha española desde los años 90” (Capitán Swing). En más de 600 páginas, desmenuza los apoyos internacionales e institucionales de los colectivos fascistas y sus conexiones con sectores policiales, señala a sus líderes y da voz a las víctimas. Ramos reivindica la labor de militantes y periodistas que, casi en soledad, han denunciado la violencia ejercida por la ultraderecha y el peligro que supone su ascenso en España y gran parte de Europa, así como las distintas reacciones de sociedades y gobiernos. También analiza la diversidad, las diferencias y los condicionantes del propio movimiento Antifa, a menudo enredado en conflictos internos y más centrado en la resistencia que en las propuestas transformadoras. Aboga por integrar y colaborar con los diversos movimientos sociales que trabajan a favor de los derechos humanos.
La polémica de los trileros
Titulares y entradillas advierten polémica. Han decidido que, durante los próximos días, la comidilla de las tertulias sea una foto de la ministra de Igualdad, Irene Montero con su equipo en Nueva York en un viaje de trabajo cuyo contenido es público y del que nadie polemizaría si fuesen otras (más bien otros) las protagonistas. La foto es la noticia. Da igual lo que haya ido a hacer, con quién se reunió, por qué y qué nos trae de vuelta en relación con sus competencias. La noticia es la foto. Y el cómo llegaron. Y que los rojos, tengan cargo o no, no pueden comer ni viajar igual que los demás. Lo de siempre.
La pereza que da aceptar este marco para el debate y tener que bajar al barro donde algunos quieren pelear es indescriptible. Cansa, porque muchos periodistas no vemos noticiable dicha foto, ni siquiera el momento, pero alguien decidió que hablemos de ello en esos marcos. Las polémicas las deciden quienes encienden cada día las luces del teatro que toca representar. Hoy toca hablar sobre esa dichosa foto. ¿Veis? Hasta yo, que estoy queriendo huir del marco, he acabado hablando de ella.
Montero sigue siendo para muchos una especie de extensión de Pablo Iglesias. Son incapaces de atribuirle vida propia, ya que todo lo siguen midiendo en relación con un hombre, porque creen sinceramente que una mujer es incapaz de representarse a sí misma y ser una persona autónoma del cliché patriarcal de mujer de. Funciona como extensión porque, aunque Pablo abandonó el Gobierno hace ya un año, el odio, como la energía, no desaparece, sino que se transforma. Y aunque fue en gran medida expansivo con ambos y sus entornos (y hasta físico, ante su propia casa) durante su coincidencia institucional, hoy sigue siendo el punch donde se golpea en cada tertulia mientras arde Roma. Y si encima se habla de esa prescindible, caprichosa y pervertida igualdad que, según algunos, representa la ministra, el gancho es perfecto para los trileros mediáticos.
Thank you for watching
Lo polémico lo deciden ellos siempre. Los dueños de las cabeceras y de los productos televisivos. Algunos medios han dedicado mucho más espacio a debatir sobre la citada foto, o sobre lo de sancionar por mear en la playa de Vigo, que a lo que vienen denunciando día tras día los supervivientes de la masacre de Melilla, por ejemplo, a los que varios periodistas de diversos medioshan dado voz desplazándose hasta allí, haciendo periodismo de verdad. Lleva siendo así desde hace años, y ha habido capítulos especialmente bochornosos sobre ‘las polémicas’ que alguien decidió instaurar en el debate público para no hablar o hablar menos de lo que de verdad sucede más allá del teatro de varietés en el que han convertido algunos, a conciencia, la política institucional.
Sin embargo, no ha sido ni será ‘polémico’ el tratamiento mediático que se hizo de las declaraciones recortadas de la misma ministra sobre la masacre de Melilla. Hasta que alguien no rescató el corte completo, nos creímos que su respuesta al respecto a los periodistas que le preguntaron fueron un cumulo de evasivas que se presentaban bochornosas para cualquiera. Alguien logró recuperar lo que ya había manifestado antes al respecto. Algo que quizás, los mismos que editaron el corte vergonzante también tenían y ocultaron a conciencia. Pero nadie plantea ahora polémica alguna por el sí bochornoso ejercicio de manipulación al que fue sometida, independientemente de lo que se pueda opinar sobre su papel institucional, su partido o su gestión a cargo del ministerio.
Lo dicho: lo que es polémico lo deciden unos pocos en sus despachos. Los televidentes y tertulianos nos sometemos al menú que nos ponen delante, aunque a veces, como ayer sucedió en algún programa, se hizo un ejercicio en sentido contrario y se ‘despolemizó’ lo que nunca debería haber sido polémico, retratando precisamente la hipocresía en la elección de lo que debe o no escandalizar a la ciudadanía a raíz de esa foto.
Hoy, sigo leyendo los testimonios de los supervivientes de la masacre de Melilla. Sigo leyendo a periodistas de distintos medios que se niegan a enterrar el caso junto a los cuerpos de las víctimas, en una fosa común en la nada. Periodistas que se empeñan en poner en el centro del debate las necropolíticas de fronteras, la destrucción de la sanidad pública mientras se incrementa el presupuesto para armas (1.000 millones de euros más) o los tejemanejes de las grandes compañías energéticas para sortear las insuficientes medidas de supuesta regulación de precios que el Gobierno reivindica como suficientes mientras el precio se mantiene y los especuladores siguen sin perder ni un duro. O que la Comunidad de Madrid de becas a familias con rentas de más de 100.000 euros para que paguen a sus hijos colegios y centros privados. Si quieren polémicas, tenemos para rato.
La polémica es en realidad qué creemos importante y qué no. Y eso lo decide la necesidad y lo inmediato, no el show que algunos se empeñan en ofrecernos cada día para que sigamos entretenidos con la bolita de los trileros mientras su compinche te birla la cartera.
Columna de Miquel Ramos en Público, 05/07/2022
La batalla por lo obvio
La conquista del sentido común es siempre imprescindible para conquistar el poder político. La hegemonía cultural de la que hablaba Gramsci, la pugna por lo obvio es un terreno de juego donde todo es posible y nada es para siempre. Desde que la ultraderecha descarnada consiguió sus escaños y pasó a formar parte del juego, venimos hablando de batallas culturales que tratan de presentarnos la negación de derechos como algo negociable en democracia, y nos hemos llevado las manos a la cabeza viendo cómo, derechos y consensos mínimos, eran dinamitados sin piedad, como la reciente regresión en los derechos de las mujeres en los EEUU con las leyes de interrupción del embarazo, o el paso firme hacia el posfascismo de países como Hungría o Polonia.
Advertir del problema que supone la normalización del odio que representa la ultraderecha no nos debe impedir ver cómo muchos de aquellos que la usan como espantajo son en realidad quienes mejor la rentabilizan. Por una parte, presentándose como el tapón que evite entrar a los ultras. Por otra, como bien dijo su líder Santiago Abascal en una entrevista reciente, “ya hemos logrado un cambio cultural en España y que a la izquierda ahora el PP le parezca centrado. Debates vetados ahora se tienen”.
Pero algo semejante se está librando mucho más allá de la derecha, y no ahora, sino desde hace demasiados años ya como para no verles el pelo. A la derecha la ves venir, y cada vez más, pero la venta de lo obvio por parte de quienes se creen todavía de izquierdas es un drama que la clase trabajadora y los colectivos diversos que la conforman están pagando cada vez más caro.
Decía Pedro Sánchez que la OTAN es una garantía para la paz, que “pertenecer a la OTAN es fundamental para garantizar lo que somos, nuestro modo de vida, nuestra estabilidad y el futuro de las generaciones próximas”. No es la primera vez que se habla de ‘modo’ o ‘estilo de vida’ desde la fortaleza europea, y con decenas de cadáveres de personas que intentaban llegar, enterrados en una fosa común a escasa distancia de nuestra frontera. Ya lo hizo Borrell en 2019 cuando afirmó que la inmigración es el disolvente más grave que tiene hoy la Unión Europea”, mientras el mediterráneo se tragaba miles de personas que trataban de llegar a Europa. Nuestro estilo de vida permanece porque miles de negros y pobres mueren. Igual que hace 500 años.
Esto es en realidad una vuelta de tuerca más a eso obvio que decíamos al principio, ese sentido común cada vez más disputado y secuestrado por las necropolíticas neoliberales. El mismo año que Borrell vomitó citada estupidez, Ursula von der Leyen fue duramente criticada tras colocar bajo la vicepresidencia de Protección del estilo de vida Europeo comisarías relacionadas con la migración. “Unas fronteras fuertes y un nuevo comienzo en materia de migración” era el lema. “Toda persona tiene derecho a sentirse segura en su propio hogar”. “Fronteras exteriores fuertes”. “Proteger el estilo de vida europeo”. Todo bien junto. El marco de la extrema derecha, relacionando inseguridad con inmigración, y contraponiendo ‘estilo de vida europeo’ a personas migrantes. Y entonces, Marine Le Pen se colgó la medalla: “Se ven obligados a reconocer que la inmigración plantea la cuestión de mantener nuestro modo de vida”, afirmó la ultraderechista. Por eso, las palabras de Pedro Sánchez, con los cadáveres de Melilla sobre la mesa y tras sus crueles e inhumanas declaraciones sobre lo ‘bien resuelto’ que estuvo el tema, no desentonan nada con las medallas que se pone la extrema derecha incluso cuando no participa.
Mientras, produce auténtica vergüenza ajena ver cómo los mandatarios de la OTAN y sus consortes son tratados como si fueran estrellas de Hollywood. Los medios hacen reportajes sobre las habitaciones de 18.000€ la noche en hoteles de lujo y sus comilonas obscenas. Y sobre el despliegue policial sin precedentes en Madrid, para mostrar al resto del mundo lo preparada y bien armada que está nuestra policía. Esto, no solo ha trastocado la vida diaria de los ciudadanos sino que está suponiendo un recorte en derechos y libertades para cualquiera, y más todavía para quien pretenda ejercer su legítimo derecho a la protesta, como hemos visto estos días anulando incluso el derecho de manifestación. Todo para que los amos del mundo se coman tranquilos sus ostras y decidan cuanto quitan de educación y sanidad para comprar misiles, barcos y aviones de guerra.
Jill, la esposa de Joe Biden, visitaba un centro de refugiados ucranianos para la típica foto caritativa que las estrellas y hasta los dictadores se hacen alguna vez con personas bien jodidas por algo. Creo que no fui el único que pensó que bien podría haber visitado en Melilla a los supervivientes de la masacre de este fin de semana. Y si es que le quedaba lejos, pásese usted por un CIE. En realidad, no hace falta, porque en su país hay también muros y alambres y cadáveres en las fronteras, como los hallados hoy en un camión abandonado en Texas, con los cuerpos de hasta cincuenta personas migrantes. Como en todos los países de la OTAN que hoy se muestran ante el mundo como los garantes de la paz y de los derechos humanos. La despensa de las vidas sin valor. Nuestro modo de vida.
Con este circo, cuya batuta siempre la llevan los EEUU, pretenden que aumentemos el gasto militar y nos sigamos subordinando a sus intereses haciéndonos creer que son también los nuestros. Todos apretando el culo a ver si dicen algo de Ceuta y Melilla y lo convierten en un asunto corporativo, así España pueda delegar parte de su responsabilidad como ya ha hecho con Marruecos (y la UE con Turquía) externalizando su frontera y dejando que sean sus gendarmes quienes maten a los negros que España y Europa no quiere ni ver. Incluso les permitimos cruzar un poco la frontera para que les den más leña y los devuelvan al otro lado del muro.
Hay que reconocer también el mérito de haber conseguido instaurar un relativo consenso, incluso en personas que se consideran progresistas, en el que quienes nos mantenemos firmes en nuestra defensa de los derechos humanos y nuestro rechazo a la Europa Fortaleza, a las guerras y a la militarización de la política somos tachados de ‘buenistas’ como poco. Defender el derecho humano a migrar, sus vidas y sus derechos, es hoy también ‘buenismo’, frente a la bandera de lo pragmático que sugiere que estas personas que huyen de las guerras y la pobreza se esperen en N’Djamena o en Trípoli a ver si sale alguna oferta en Infojobs para recoger fresas en Huelva. Seguro que desde allí pueden tramitar una solicitud de asilo o formalizar un contrato de trabajo.
La batalla por el relato es bien jodida si no peleas en igualdad de condiciones. Las élites ya se preocuparon desde el nacimiento del periodismo por comprar las principales cabeceras y repartirse los canales y las radiofrecuencias, controlando así casi la totalidad de la información. Lo obvio, a menudo, trasciende lo que la mayoría de los medios nos trata de imponer, pero cuesta mantenerse firme cuando la ofensiva es tan brutal. Quizás sea el tiempo el que nos muestre donde estaba la virtud entre tanto ruido, tanta sangre y tanta incertidumbre.
Hoy, defender la paz, oponerse a una organización imperialista como la OTAN (sin que eso implique justificar otros imperialismos como el ruso), y a los muros de Occidente es la posición más jodida, pero quizás la más coherente. Los abusos de otros matones no hacen bueno al matón de nuestro barrio. Pero esto es parte de la batalla por lo obvio. Y a algunos nos sigue resultando obvio defender los derechos humanos frente al odio, la guerra o las fronteras.
Columna de Miquel Ramos en Público, 29/06/2022
“A una horda de nazis no se les responde con una batucada”
Entrevista de David Artime para Nortes – 26 junio 2022
Al otro lado del teléfono, Miquel Ramos (Valencia, 1979) pregunta a quien firma esta entrevista si está disfrutando el libro. La respuesta es negativa. Es imposible disfrutar de un relato plagado de asesinatos, puñaladas, mendigos quemados vivos, cabezas abiertas y demás barrabasadas a menudo cometidas impunemente o con sanciones irrisorias. Desde 1990, las agresiones de la ultraderecha han costado cientos de víctimas en este país (al menos 104 muertos), y han contado con la inacción, cuando no complicidad, de jueces, policías, medios de comunicación e instituciones. Un indecencia que solo se ha combatido desde la lucha de los movimientos antifascistas. “Antifascistas”, publicado por Capitán Swing, no es una lectura para disfrutar. Es un grito desgarrador y una llamada a la toma de conciencia. Una consecución de crónicas que, a través de una prosa ágil, un trepidante ritmo narrativo y una ingente labor de documentación, relata la encarnizada batalla que los antifascistas de este país se han visto obligados a librar desde los años 80 para parar la violencia neonazi. Un puñado de historias reales de buenos y malos con finales agridulces que fascina y revuelve tripas al mismo tiempo. Su autor, veterano periodista valenciano, militante antifascista y actualmente uno de los mayores expertos en ultraderecha en España, estará esta semana presentando la obra en Asturies (martes, en La Llegra -Uviéu- y miércoles en la Casa Sindical -Xixón-, a las 19.30) en el marco de los Alcuentros Nortes. Antes ha conversado con Nortes sobre su trabajo.
Da la impresión de que en España, más allá de casos puntuales como el de Lucrecia, Aitor Zabaleta o Jimmy, hay un total desconocimiento del daño que la violencia fascista ha causado desde los años 80.
Totalmente. En el portal crimenesdeodio.info hemos contabilizado unos 104 muertos desde 1990. El número de heridos y lesionados es ya imposible de calcular. El trabajo que hicimos en esta caso era precisamente para visibilizar los crímenes del odio y el daño que han hecho en este país. Pero también hay un gran desconocimiento del trabajo del antifascismo para combatirlo. Desde los medios de comunicación no se ha dado publicidad a la actividad de colectivos y plataformas antifascistas, y cuando se ha hecho ha sido de forma muy caricaturesca y criminalizadora.
En el libro dejas claro que los medios han jugado un papel clave en el blanqueamiento de neonazis y ultraderecha.
Así es. Por un lado han criminalizado a los movimientos antifascistas a menudo. Por otro, han presentado el problema como peleas entre tribus o entre grupos radicales, en lugar de mostrar que eran agresiones por violencia política contra las que los antifascistas han tratado de organizarse y defenderse.
Sin embargo, no han sido solo los medios. La actitud de jueces y policías genera impotencia y rabia al lector.
Yo no trato de influir en el lector, sino contar lo que ha pasado y que sea él quien saque las conclusiones viendo cómo se trata a unos y a otros en casos como los de las operaciones Panzer o Armaggedon, en las que los neonazis salieron absueltos, mientras se ha reprimido a colectivos antifascistas, okupas o anarquistas con penas de prisión. Me limito a realizar un relato del papel que han jugado los poderes policial, judicial, político y mediático.
Además de las agresiones físicas, llama la atención la gran cantidad de atentados terroristas con explosivos y los almacenamientos de armas, casos en los que no se duda en aplicar la legislación antiterrorista cuando los “sospechosos” son de izquierdas. ¿No habría también que enfocar la lucha antifascista hacia el campo legislativo para asegurar que sobre estos delitos caiga todo el peso de la ley? ¿No habría que reclamar una ley antifascista o antineonazi? ¿O bien modificar la actual ley antiterrorista?
El tema de la legislación es complicado. Ya existen los delitos de odio, pero su aplicación a veces tiene trampa. En el caso del asesino de Carlos Palomino hay que reconocer que se consiguió y fue una victoria importante. Pero otras veces han acabado utilizando los delitos de odio para perseguir a gente que lucha contra el fascismo. Es decir, pides más de legislación, y la acaban utilizando contra ti.
Además, basta ver cómo se aplica esa legislación para unos y para otros, en casos como los de Pablo Hasel o los titiriteros. Cómo se aplica la ley en temas como las críticas a la monarquía o al rey, que pueden conllevar incluso penas de prisión, mientras que determinadas declaraciones de odio fascista no tienen mayores repercusiones.
También es cierto que muchos colectivos antifascistas han sido tradicionalmente reacios a utilizar la legislación como instrumento de lucha. Volviendo al caso de Carlos Palomino, es verdad que es un ejemplo que avala la importancia de las leyes, pero esas leyes tienen que considerar siempre el componente estructural del odio fascista y neonazi.
Tu libro recoge cómo se ha combatido el fascismo de muchas maneras: mediante la denuncia pública, la movilización, la acción judicial y también mediante la acción directa y la violencia en la calle. ¿Cuál es la más efectiva?
No se puede generalizar. Hay que verlo en cada contexto. No puedes responder a una horda de nazis que te van a quemar el local, o te van a apuñalar, haciendo una batucada. Pero tampoco a un partido político ultraderechista en pleno crecimiento se le puede combatir con una manifestación o una pelea. Las diversas formas del fascismo requieren diferentes estrategias. El antifascismo no es un organización unitaria con una dirección propia y con una única estrategia de cómo actuar. Hay que ver en cada caso concreto cómo se actúa.
Sin embargo, el libro sí hace alusión a los debates que en los diferentes colectivos ha generado la conveniencia o no del uso de la violencia y la acción directa para combatir a los fascistas.
Sí. En este tema, hay que tener en cuenta que a los nazis y especialmente las bandas de skins de los años 90 no se les podía combatir de otra manera. Y de hecho se les paró así. Hay que reconocer que la violencia ha sido efectiva, sí. Ahora bien, ¿eso ha de ser la única estrategia del antifascismo? Pues evidentemente no. Ha de ser siempre el último recurso. No todo el mundo tiene la capacidad ni la disposición de pelearse e la calle.
Es cierto que ha habido casos puntuales en los que la utilización de la violencia antifascista ha conllevado problemas y se han cometido errores. Pero este es un movimiento autónomo, no una organización unitaria en la que está todo escrito. Cada uno responde por lo suyo y no todo el antifascismo es responsable. No se le puede pedir cuentas a todo el movimiento antifascista por lo que hizo un tipo un día concreto en un sitio concreto.
Tú eres valenciano, y has vivido allí en primera línea la violencia neonazi. Desde Asturies tu tierra tiene fama de ser una plaza complicada. ¿Cómo está la situación hoy en día?
Ha cambiado mucho, sobre todo a partir del caso de Guillem Agulló. Los amigos de Guillem principalmente se movilizaron y lograron un punto de inflexión. Se ha hecho mucho trabajo de calle que ha logrado cambiar las cosas. Ha habido un cambio sociológico y el ambiente es otro, a pesar de que sigue habiendo problemas y agresiones. Pero eso lo hay en otros muchos sitios, y en todo caso no es la situación de los años 90, con las agresiones y las cacerías de nazis.
Sin embargo, ahora parece que tenemos normalizado un discurso ultraderechista, algo que no ocurría en la opinión pública en los años 90.
Cierto. La extrema derecha actual dice lo que decían los nazis en los años 30. Lo dice con otro lenguaje, pero es lo mismo, y encima ahora con el sello de calidad democrático de un partido que participa en las instituciones. Vox ha normalizado su discurso. Es cierto que no vivimos la situación de agresiones y cacerías de los años 90, pero no quiero decir que sea menos peligroso.
Hay lecturas de los resultados electorales de Andalucía que prevén el comienzo del fin de Vox, pues no han conseguido el avance esperado. ¿Estás de acuerdo?
Creo que vox tardará todavía en recular. Es un partido que tiene recorrido, y si no sube, sí se va a mantener. En Andalucía, lo que pasado es que el PP ha sabido jugar la baza de la oposición pero no creo que eso marque el comienzo del descenso de la extrema derecha.
¿Qué se conoce en Valencia del fascismo y del antifascismo en la historia reciente de Asturies?
En el caso de Asturies, se vincula mucho al fútbol (Ultra Boys, del Sporting de Xixón), y a la presencia de estos grupúsculos que se van reciclando pero que siempre suelen estar compuestos por la misma gente, como los de Hacer Nación, pero su presencia es muy simbólica. Apenas tienen relevancia. En Valencia sí se habló mucho del caso de los 35, los detenidos durante los incidentes de Cangues d’Onís en 2005, en una concentración para evitar un acto ultraderechista. Se conoce mucho la tradición de Asturies en materia de lucha obrera, pero la presencia de movimientos fascistas aquí no se considera muy relevante, a pesar de que están ahí y siempre son peligrosos.
¿Nunca has oído hablar de la batalla del Topu Fartón contra un grupo de Ultras Sur en las fiestas de Uviéu en los años 80?
Pues no.
El martes te la contamos en La Llegra.
(Risas).