“Antifascistas”: Una historia del antifascismo español.

Reseña del libro ‘Antifascistas’ de Roberto Bordón para Izquierda Diario. 17 de septiembre 2022. Antifascistas, el nuevo libro de Miquel Ramos traza una rica historia del antifascismo español desde la Transición a nuestros días. Su obra no sólo permite romper estereotipos y recordar batallas importantes, sino que también permite pensar los límites políticos del movimiento.

Antifascistas es un recorrido cronológico por la historia del antifascismo español desde los primeros años de la Transición a la actualidad, con un amplio espectro que busca romper con una serie de estereotipos y clichés que rodean al movimiento. Su autor, Miquel Ramos explora los diversos antifascismos en una reivindicación de su lucha, de sus tácticas y enseñanzas al mismo tiempo que explica su importancia actual. Desde viejos enemigos como matones neonazis en las calles a cómo explotan las redes sociales, la amenaza de la extrema derecha hace actual y necesario para el debate una gran parte de los ejemplos y lecciones que nos puede aportar este texto.

Si bien sigue una línea cronológica, los capítulos se van repartiendo de forma casi temática para abordar como decimos la variedad de luchas e iniciativas antifascistas que ha habido en España. Este planteamiento tiene la virtud de que permite enlazar la importancia de conectar las luchas contra las diferentes opresiones no como batallas aisladas sino explicitando la unidad necesaria para combatir al opresor. Con ello, Miquel Ramos consigue recuperar enseñanzas, anécdotas y momentos que la propia fragmentación de los movimientos sociales a veces deja en el olvido.

Más allá de este importante trabajo de reivindicación que el autor realiza tras un periodo donde medios de comunicación y partidos políticos han criminalizado cualquier forma de lucha obrera, y en el caso del antifascismo de forma sangrante, consideramos que la obra abre el debate sobre una serie de cuestiones importantes para la izquierda española: la relación con el Estado burgués y la idea de las “izquierdas amplias”. Ambas cuestiones que trataremos de debatir en la segunda parte de esta nota.

Rompiendo estereotipos

Como decimos, uno de los principales objetivos de la obra es la de romper ciertos estereotipos que generan prejuicio contra los grupos antifascistas. El más importante de los estereotipos que, como explica el autor, ha sido potenciado de forma intencionada por los propios medios de comunicación, afirma que el antifascismo consiste en jóvenes violentos que buscan únicamente enfrentamientos físicos con otros grupos, como si se tratase de violencia entre bandas. Para Miquel Ramos, autor de este libro, es muy importante romper con esta imagen y para ello, no sólo dedica una parte importante del texto a desmontar esta manipulación mediática, sino que expone a lo largo de la obra múltiples ejemplos de qué es ser antifascista y quienes pueden serlo: todo el mundo.

“Las autoridades instauraron el relato de las tribus urbanas enfrentadas, la violencia juvenil o simplemente el gamberrismo. Una banalización del problema que, además, servía para equiparar a víctimas con verdugos, obviaba el carácter ideológico de esta violencia y ponía bajo el foco de la policía a quienes se negaban a poner la otra mejilla y plantaban cara” [1]

De forma enriquecedora, la obra recoge en una serie de capítulos dedicados al feminismo y al antirracismo una serie de aprendizajes y debates que vivió el antifascismo, que permitió formar a sus militantes en la necesidad de combatir el conjunto de opresiones, a partir de la colaboración concreta de colectivos que anteriormente ni siquiera se pensaban a sí mismos compatibles ni muchos menos camaradas en una lucha común.

El libro también expone como reflejo de la evolución política del enemigo, la adaptación de la ultraderecha al nuevo escenario post crisis económica en 2008, con el surgimiento de “movimientos sociales neofascistas” que trataban con demagogia de extender su ideología reaccionaria en los barrios populares. Lo que planteó el nacimiento de iniciativas para combatirles, a partir de la construcción de organizaciones en barrios que desmontaban el discurso de odio y unían la propuesta antifascista a otra serie de luchas sociales como la lucha por la vivienda. Y como también, la ultraderecha ha sabido construir finalmente en toda Europa partidos que sí consiguen entrar a las instituciones y que se dotan de una legitimidad democrática gracias al sistema democrático liberal, planteando nuevos debates al movimiento antifascista sobre cómo combatirles cuando esto ocurre. La aparición de fenómenos como Vox es un punto de inflexión en el enfrentamiento político.

Además de ser una buena crónica del movimiento que recopila experiencias útiles para la actualidad, el texto desvela un latente debate estratégico que parece afectar al movimiento antifascista, y podemos afirmar, a una gran parte de la izquierda española y sus movimientos sociales: la tensión entre instancias de autoorganización obrera vs la incapacidad de romper con el Estado burgués. Esta tensión recorre las distintas historias que se nos narra y dan pistas de como se ha llegado al momento actual.

Chocando con los límites del Estado burgués

Si bien a lo largo del texto encontramos ejemplos de autoorganización como las actividades de las casas okupas que construyen comunidades en los barrios obreros y logran expulsar a la extrema derecha, o la vigilancia que los movimientos antifascistas ejercen sobre la ultraderecha, llegando controlar su correspondencia y siendo capaces de generar caos interno, el punto último es que sus luchas no logran ser independientes del Estado burgués. Se trata de un primer límite político que el lector puede percibir que el movimiento antifascista sufre si analizamos los distintos escenarios y tácticas que el libro nos describe, a pesar de que como explica el autor, dicho movimiento ha tenido una gran capacidad inventiva y de compromiso.

El Estado burgués siempre aparece como el árbitro que debe impedir el surgimiento de la extrema derecha, al mismo tiempo que objetivamente favorece su aparición pues pone en marcha las políticas que terminan haciéndola brotar. Esta frustración se expresa cuando se narran las dificultades para que se condenase a la ultraderecha en procesos judiciales, se reconociese a las víctimas y se generase una legislación que condenase los delitos de odio. En todos los ejemplos, parece que quien tiene en su mano barrer definitivamente a la ultraderecha es el Estado burgués, al que solo mediamente grandes y meritorias campañas políticas se le arrancan muy pocas victorias. Aparentemente el movimiento es incapaz de plantearse, aunque sea como hipótesis de futuro ser lo suficientemente poderosos como para resolver la situación independientemente de la burguesía y sus instituciones.

Una perspectiva que permite sin quererlo al propio Estado aprovechar las armas que han sido legitimadas por el movimiento antifascista para usarlas a su favor. Un ejemplo sencillo de esto y que es denunciado por Miquel Ramos tanto en este libro, como en su informe sobre la ultraderecha para la Fundación Rosa Luxemburg, es el uso que se le está dando al delito de odio para proteger a la policía y perseguir activistas de izquierdas. Lo que debía ser un arma legal para proteger a colectivos oprimidos que sufren violencia a todos los niveles acaba siendo un nuevo escudo legal para los guardianes del orden.

En otros momentos esto se expresa por la incapacidad del movimiento de forzar la mano a los actores institucionales para evitar que se produzcan episodios de violencia y como posteriormente, tras la tragedia, los mismos actores institucionales aprovechan para sacar rédito político. Una práctica que Ramos describe muy bien en el texto, por ejemplo, cuando describe la reacción institucional tras el asesinato de Lucrecia Pérez (migrante dominicana asesinada por un comando neonazi) y los intentos del movimiento antifascista de evitar lo sucedido y haber sido ignorado por partidos y burocracias sindicales en diversas reuniones:

“Entonces, los mismos que nos habían ignorado en aquella reunión volvieron a contactar con nosotros. Ahora sí querían una manifestación y salir en la foto (…) El día posterior a esta manifestación los antifascistas convocaron otra protesta para denunciar el asesinato neonazi y además poner el foco en la ley de extranjería; esto era algo que muchos de los convocantes de la manifestación del día anterior no habían secundado, entre ellos el PSOE- que era el partido en el Gobierno- y colectivos afines, que, después de ignorar las advertencias de los antifascistas, ahora pretendían protagonizar la indignación”. [2].

Si bien el texto hace patente esta debilidad del movimiento tras el recorrido propuesto, no encontramos sin embargo una propuesta alternativa expresada por el autor de forma explícita. Aunque aparece esta problemática, que se comprende rápidamente cuando se estudia el ejemplo de las dificultades para que se recogiesen en la legislación los delitos de odio y como a dicha victoria conseguida tras años de lucha se le da la vuelta para atacar precisamente al antifascismo, no se explícita qué hacer entonces. Un problema de estrategia política que consideramos que está relacionado con la idea de unas “izquierdas amplias”, donde todo el mundo cabe en la lucha contra el fascismo.

La trampa de las izquierdas amplias

Miquel Ramos comentaba en una presentación de este libro que, si en aquel momento un grupo de neonazis armados entrase a la sala donde se celebraba la presentación, estos atacarían a cualquiera de los asistentes sin pedirles un carné político. Y que, de forma lógica los asistentes se defenderían colectivamente olvidando temporalmente a qué corriente pertenecía cada uno. Con este ejemplo ficticio el autor simplifica lo que es en realidad todo un debate estratégico de más de 100 años, pero que es un buen ejemplo de los límites políticos del panorama actual para la izquierda española.

El problema de la hipótesis del autor es qué ocurre cuando salimos de la sala y nos proponemos construir una organización política capaz de barrer definitivamente a la extrema derecha y al sistema que la genera y alimenta. De forma obvia, en el ejemplo de Ramos nadie va a acordarse de quien reivindica qué tradición política para decidir si proteger colectivamente la integridad física del grupo. Pero una vez termine el enfrentamiento físico y toque pensar qué hacer a continuación, la cosa cambia.
La idea de Ramos sobre la necesidad de unas izquierdas amplias que sean antifascistas parte al menos inicialmente de una preocupación de que el antifascismo haya sido o podido ser durante mucho tiempo e incluso hoy en día un espacio minoritario y en algunos casos sectario. Condiciones que le impiden objetivamente cumplir sus objetivos. Por ello, propone la importancia de romper con esto generando iniciativas y políticas que manteniendo un programa mínimo consiga unir a la mayor cantidad de actores políticos y sociales posibles, como afirma al principio del libro: todo el mundo puede ser antifascista.

El problema de este planteamiento es que olvida todo el desarrollo estratégico que el marxismo revolucionario desplegó a lo largo del siglo XX y, por otro lado, parece ignorar cual fue el resultado de una estrategia de corte similar que también se aplicó el siglo pasado: el frentepopulismo.

Como explica la historia del movimiento obrero, la idea de una unidad amplia que incluye tanto a organizaciones obreras revolucionarias o reformistas junto que representan a la burguesía, siempre que estas últimas se declaren democráticas y antifascistas, es que tienden a desviar las luchas obreras hacia salidas totalmente negativas para los oprimidos. Esta estrategia de colaboración de clases termina desarmando al propio movimiento en tanto se ve obligado a reducir sus expectativas y objetivos bajo la idea de no “asustar” a sus aliados de las clases medias, renunciando a atajar de raíz el origen del problema. De forma última lleva a que la dirección de estos bloques resida en formaciones políticas que no buscan necesariamente derribar las instituciones que alimentan, cuidan y se benefician de la extrema derecha, sino que buscan cogobernarlas con la esperanza de plantear un capitalismo “más amable”.

Formaciones que como vemos en el libro (y podemos comprobar con ejemplos reales) se desentienden de la represión que ejercen los gobiernos de las que forman parte, como expresa por ejemplo Pablo Iglesias en una breve entrevista en un capítulo de Antifascistas, donde deja al PSOE la exclusiva responsabilidad de la represión policial. Dichas formaciones terminan allanando el camino a la demagogia de la ultraderecha cuando las promesas que han realizado en sus campañas se frustran debido a los límites que el propio sistema impone a quienes pretenden gobernar sus instituciones y lugares de poder. En ese momento ¿cómo plantear una lucha efectiva contra el fascismo cuando uno ha quedado ligado a quienes han terminado sembrando desconfianza y derrota en las filas obreras debido a su fracaso? Es esta falta de independencia política y más concretamente la de independencia de clase, la que inevitablemente hará fracasar esta política, que a priori se puede percibir como deseable, la unidad más amplia posible.

Con ello no planteamos que ciertas demandas y tácticas utilizadas por el movimiento antifascista para ampliar el público de sus campañas políticas y la fuerza de sus acciones deban dejar de usarse. Pero sí afirmamos que estas no deben supeditarse a una estrategia política que confíe en una burguesía que nunca ha dudado en apoyarse en la extrema derecha para protegerse ante cualquier conato de rebelión de los oprimidos, algo que el propio libro que reseñamos describe con detalle en varios ejemplos.

Aún con esta problemática, Antifascistas de Miquel Ramos es sin duda una muy recomendable obra para aprender lecciones sobre como se ha combatido a la ultraderecha en las calles de nuestro Estado y qué frentes aún en la actualidad siguen abiertos. El libro es una gran crónica de uno de los movimientos sociales más importantes de la historia reciente y que ha podido educar a miles de activistas de la izquierda. Precisamente por la actualidad de la necesidad del antifascismo y del auge de la extrema derecha es por lo que consideramos que la obra abre una serie de debates interesantes en un contexto de lucha social.
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NOTAS AL PIE

[1] Miquel Ramos, Antifascistas, Capitán Swing].] 
Ramos despliega una gran cantidad de casos y testimonios donde desvela que tácticas y causas han asumido los grupos antifascistas a lo largo de los años. Con ello consigue exponer cómo el movimiento antifascista ha apoyado y se ha nutrido de distintos tipos de activistas, que lejos quedan de la imagen más mediática (e interesada) que ha sido impulsada en televisión. Desde asociaciones de barrio, a grupos antirracistas, grupos de trabajadores, docentes… Antifascista puede serlo cualquiera y su forma de colaborar con la lucha puede ser variada como explica el autor, quien remarca constantemente eso sí, la necesidad en última instancia de reivindicar la autodefensa colectiva frente a los ataques de la ultraderecha. Y es por ello por lo que también explica las diferentes acciones que han tenido que tomar activistas antifascistas para combatir la violencia de la ultraderecha en las calles, teniendo esta última casi siempre algún apoyo cómplice de las fuerzas de seguridad del Estado. 
El autor nos explica dicha complicidad y colaboración entre la ultraderecha y los cuerpos de seguridad que puede pasar del acoso a activistas de izquierdas a la facilidad con la que salen impunes de los juicios la ultraderecha. Como el propio Estado trata de lavar la imagen de los neonazis presentándoles como “jóvenes problemáticos” negando su violencia ideológica y planteándoles ayudas:

“Margarita Robles, entonces secretaria de Estado de Interior (…) afirmó en la presentación de un informe de Interior en septiembre de 1995: “En España se corre el peligro de magnificar un problema que es absolutamente minoritario”. La hoy ministra proponía trabajos sociales para jóvenes neonazis y “medidas resocializadoras” en el caso de que fueran menores de edad quienes cometieran “actos vandálicos”. Además, consideraba el comportamiento de estas bandas solo “antisocial”. [[Idem, pág 166.

[2] Idem, pag. 123

Entrevista de Nueva Revolución con Miquel Ramos, autor de “Antifascistas”

16/09/2022 Por Daniel Seixo – Nueva Revolución

«Antifascistas» de Miquel Ramos para Capitán Swing, es un libro necesario. Un repaso a la historia del movimiento antifascista en el estado español narrado a pie de calle, desde los centros sociales o las bancadas de los campos de fútbol. Un libro que pone el foco en aquellos que durante décadas enfrentaron al fascismo y dieron la cara en momentos sumamente complicados para la clase trabajadora. Un título que recuerda que a pesar de las discrepancias, a pesar de las diferentes corrientes políticas presentes en el seno de la izquierda, el enemigo común sigue siendo una amenaza a la que es preciso vencer. Ellos son ajenos a las partes que nos diferencian, por eso el antifascismo debe ser uno de los nexos común que logre organizarnos. En Nueva Revolucióncharlamos con su autor.

Convertir a los ultras en celebrities

La perdiz estaba bastante buena, pero le fallaba algo al puré, que estaba un poquito amargo. Juan García-Gallardo, miembro del partido ultraderechista Vox y actual vicepresidente de Castilla y León, degustaba los platos que varios concursantes de Masterchef Celebrities, habían cocinado con productos locales. Es uno de los programas estrella de la televisión pública española, presentado por Samantha Vallejo-Nágera, nieta del Mengele español, el médico de Franco que buscaba el ‘gen rojo’ en el ADN de los republicanos prisioneros tras triunfar el golpe de Estado de Franco.

“Hoy he hecho público mi perfil de Twitter. Mi último follower es una puta, o eso parece”, decía el vicepresidente, el jurado de Masterchef, al estrenarse en la red social en 2011. Su rastro en las redes sociales está trufado de perlas. Pedía ‘heterosexualizar’ el futbol porque estaba lleno de maricones. Y llamaba ‘experta en penes’, podemita, lesbiana y feminazi a Sonia Vivas. Pero eso no impide que sepa juzgar un buen plato de perdices en un concurso de la televisión pública.

Esta semana, lejos de las cámaras y de las mesas repletas de comida en los jardines de la Granja de San Ildefonso, el concejal de Zaragoza en Común y Secretario Político del Partido Comunista de España en Aragón, Alberto Cubero, se enfrenta a un juicio en el que le piden varios años de cárcel y varios miles de euros de multa por apoyar unas protestas contra la extrema derecha. “En política fiscal y en política económica se les cae la careta, y luego les pasa lo que les pasa, que van a Vallecas y los reciben como los reciben (…) ojalá les pase lo que les pasó en Vallecas en toda España”, dijo el concejal en el pleno. Se refería a la gran concentración antifascista que protestó contra un mitin de Vox en una plaza del popular barrio madrileño, y que terminó con cargas policiales.

El partido ultraderechista acusa a Cubero delito de odio e incitación al delito por estas palabras. Pretenden, una vez más, darle la vuelta a esta legislación pensada para proteger a los colectivos vulnerables víctimas habituales de los discursos y agresiones motivadas por odio, y presentarse ellos como víctimas. Sin embargo, en aquella protesta de Vallecas no hubo delito alguno contra Vox. Así lo determinó el juzgado de instrucción nº8 de Madrid el pasado mes de junio ante la denuncia del partido ultra. Ni delitos de odio, ni prevaricación, ni omisión de perseguir delitos, ni lesiones, ni daños, ni delito en acto electoral. Así se dio carpetazo al tema, a pesar de que los manifestantes detenidos por supuesto atentado contra la autoridad en la cuestionada actuación policial aquel día tuvieron luego que soportar su exhibición en los medios como si fuesen trofeos, con nombres y apellidos y con informaciones directas de la Brigada de Información de la policía a sus periodistas de cloaca habituales. No recuerdo haber visto a Alberto ni a ninguno de estos chavales en un informativo de la televisión pública española contando su caso.

Mientras la televisión pública mostraba al ultraderechista comiendo como un rey literalmente en un palacio, la ex vicepresidenta primera del Gobierno y ministra de Memoria Democrática, Carmen Calvo, aseguraba en una tertulia radiofónica que ‘los españoles somos fundamentalmente anarquistas’. Según ella, España ‘no es ni republicana ni monárquica, porque ha tenido muy malas experiencias en las dos formas’. Ministra de memoria democrática, ojo, del mismo partido de Gobierno que al día siguiente tumbaba, con el apoyo de Vox y PP, las comisiones de investigación sobre la cloaca policial y la masacre de Melilla. El mismo día que se anunciaba la compra de 60.000 balas de goma para los antidisturbios, a pesar de haberse demostrado excesivamente nocivas e incontrolables, y varias asociaciones de derechos humanos llevan tiempo en campaña pidiendo su prohibición.

Parece un sainete, pero es la política española que se exhibe a diario. Y son demasiadas veces los medios públicos los que alimentan esta manera de hacer y se deshacen de quienes se salgan del redil. Justo ayer lo recordaba, echando de menos a Jesús Cintora hablando claro en la franja del mediodía en la televisión pública, mientras por la noche promocionaban al ultraderechista relamiéndose los dedos. Todos felices y comiendo perdices.

También lo pensé cuando leí que una joven de 21 años iba a ser juzgada porque la policía dice que lanzó una botella durante las protestas contra el encarcelamiento de Pablo Hasel en València. Le piden seis años de prisión. Además, la policía añade que, tras ser arrestada, se quitó las esposas e hizo que un agente se lesionara al caerse persiguiéndola. Una fantástica acrobacia que podría ilustrar perfectamente el relato que, unos desde los medios y otros desde las tribunas políticas, intentan vendernos todos los días, donde los ultras son celebrities, los manifestantes son Houdinis, y los periodistas de los grandes grupos mediáticos nunca son considerados activistas.

Al día siguiente de dicha manifestación participé en una tertulia sobre el tema en la televisión pública valenciana. Critiqué las cargas policiales (cuyas imágenes mostraban una actuación absolutamente desproporcionada) y pedí en directo explicaciones a la Delegación del Gobierno, que había rechazado hacer declaraciones al programa o intervenir en el debate. Fue la última vez que me llamaron de esta televisión para una tertulia.

Festejos taurinos y fumar crack

Casi una decena de muertos y cerca de 300 personas heridas este verano en varios festejos taurinos. Ni con estos datos, los representantes del gobierno valenciano hicieron algo más que prometer más control y pedir a los asistentes que no se hagan selfies corriendo delante del toro y que no se metan al lío borrachos ni con tacones ni zapatos de charol. Muertes evitables, porque ponerse delante de un toro, igual que fumar crack, son actividades de riesgo, por mucho que algunos digan que lo hacen ejerciendo su libertad individual, y que ellos son responsables, que controlan. Y que es parte de su tradición. Al menos, la portavoz del Consell admitió al día siguiente de reunirse esta semana con las peñas taurinas y otros implicados en el sector que estaba a favor de que se abra un debate en las instituciones sobre prohibir los ‘bous al carrer’. Veremos.

Llevamos toda la vida viendo imágenes de toros masacrados en las plazas, toros corriendo despavoridos perseguidos por mozos sobreexcitados por callejuelas, algunos con bolas de fuego en los cuernos y con el rostro quemado. Otros cayendo al mar, atados con cuerdas o siendo atravesados con objetos punzantes ante los aplausos y los vítores del populacho. Vídeos en los que se escuchan a menudo los gritos de terror del animal, impotente ante la turba de sádicos que lo someten y lo torturan para divertirse. No quiero insistir en el eterno debate de la diversión que le provoca a algunas personas ver sufrir a un animal (por mucho que lo adornen con lentejuelas y lo llamen arte), sino en la hipocresía política de quienes nos gobiernan y lo siguen permitiendo. Más todavía cuando los muertos y heridos son también seres humanos.

Esta semana, la localidad valenciana de Tavernes de la Valldigna tuvo el coraje de suprimir este tipo de festejos, algo que no se explica que no hayan hecho al menos el resto de los municipios gobernados por quienes enarbolan la bandera del ecologismo, o de aquellos partidos que promueven leyes de bienestar animal para el conjunto del Estado. Ni siquiera eso. Tan solo el compromiso con la no-violencia debería ser consecuente también con los animales, ya que no existe razón alguna, más allá de las excusas de la tradición y del negocio, para mantener la tortura y el maltrato como espectáculo. Siempre me he preguntado qué efectos tiene en la mente de las personas normalizar la tortura como espectáculo.

Thank you for watching

Una de las habituales excusas de quienes confiesan abiertamente su aversión a estos espectáculos mientras no los prohíben cuando gobiernan es que, poco a poco, la tradición se irá perdiendo. Y que son seguras, claro, a pesar de las muertes y los heridos que cada año salpican estos festejos. La realidad es otra, pues saben que, en pueblos donde estas prácticas siguen siendo consideradas una seña de identidad, les costaría un puñado de votos. Pero ni siquiera con una normativa sobre el maltrato animal, sea estatal o autonómica, se evitan estas salvajadas. Lo vamos a ver de nuevo con Tordesillas, donde varios individuos a caballo lanceaban a un toro hasta la muerte. Tuvo que ser un decreto-ley de la Junta de Castilla y León el que prohibiese esta práctica, cuyas imágenes cada año daban la vuelta al mundo y sonrojaban a la gran mayoría del país, ajeno y contrario a estos linchamientos. A pesar de esto, el ayuntamiento ha logrado encontrar un resquicio legal que permitirá volver a apuñalar al toro durante la celebración de los festejos, desde 2016 supuestamente adaptados a la normativa que prohibía lancearlo y matarlo.

Sin embargo, la avalancha de argumentos habituales para el mantenimiento y la subvención de estas atrocidades siguen sirviendo de excusa para muchos de los gobernantes cobardes que prefieren aguantar el chaparrón los años que les quedan en el consistorio antes que jugarse perder las elecciones por ser coherentes con lo que predican. La tradición, el negocio, la ‘cultura popular’, la libertad para participar o no, y todo lo que ustedes quieran. También las condiciones en las que se encuentran los animales en la industria cárnica, algo que quienes protestamos contra la tortura como espectáculo, también criticamos.

Es cuestión de voluntad política, ni más, ni menos. Ni siquiera de educación a largo plazo, ni de medidas de seguridad, ni de confianza en que el público vaya a menos. Si existe un consenso básico que nos dice que matar o torturar a un animal a cuchilladas o a palos no solo no puede ser nunca divertido, sino que es peligroso, no sé qué demonios hacemos manteniendo este tipo de festejos. No puede haber excepciones para el toro. Y si se esgrime el argumento de las familias que viven de ello, pónganse manos a la obra para reconvertir dicho negocio cualquier otra labor, como tuvieron que hacer millones de trabajadores con las consecutivas reconversiones industriales o los cambios que generan las propias dinámicas de la economía. Poner como parapeto el sustento de las familias que viven de este negocio para esquivar las críticas es el as en la manga. Jugar con esto siempre es feo, pero bajo ese argumento, todo negocio podría considerarse razonable si de él viven varias familias.

El crack, la heroína y el resto de drogas ilegales también darían puestos de trabajo a quienes la comercializaran. Imaginad la cantidad de puestos de trabajo que se crearían si legalizáramos el crack y si subvencionáramos el cultivo de amapolas y la producción industrial de heroína. No se puede jugar con el pan de las familias, así que puede sonar muy naif usar argumentos morales cuando está en juego el sustento de tantas personas. Esta demagogia barata se puede usar al gusto para defender cualquier barbaridad, ya sean los toros, las drogas duras o el envío de armas a países que masacran civiles. No es fácil navegar en estas contradicciones cuando se pone el pan encima de la mesa como argumento irrebatible, pero no pueden servir siempre como excusa para justificar cualquier cosa que dé de comer.

Columna de opinión en Público, 30/08/2022