El periodista Miquel Ramos ha vingut al “Zona Franca” a presentar-nos i parlar del seu llibre: “Antifeixistes. Així es va combatre l’extrema dreta espanyola des dels anys 90”.
Mes: gener de 2023
Tapar la inmundicia con banderas y títulos
Madrid volvió a ser el pasado fin de semana el escenario de la última opereta orquestada por las extremas derechas, en una concentración contra el actual Gobierno y en el que se sirvió el menú habitual: el relato de la España en peligro, de la rendición de la democracia ante fuerzas oscuras, y la existencia de “un plan de más largo alcance que permanece oculto y que avanza hacia una mutación constitucional por cauces ilegítimos”. Nada que no hayamos escuchado ya de estas derechas contemporáneas, aquí en España, en Washington o en Brasilia.
La estimulación de la conspiranoia es una de las tácticas históricas de las extremas derechas para presentarse como salvadores de una patria amenazada y secuestrada por el mal endémico de estas sociedades que, según Vargas Llosa, votan mal. Lo vimos nada más ganar las elecciones José Luís Rodríguez Zapatero y se empezaron a mover algunas fichas. Lo explicó el exministro y expresidente de la Generalitat Valenciana, Eduardo Zaplana, el pasado domingo en la entrevista que realizó Gonzo para el programa Salvados, quien minimizó sus guiños a las teorías de la conspiración del 11M y señaló a Zapatero como el inicio de la rotura de España. Lo que omitió Zaplana es que aquello supuso la escisión del PP que fue luego Vox, cocido a fuego lento durante aquellos años con fundaciones, chiringuitos y medios de comunicación que reclamaban más derecha contra los derechos.
Son las viejas fórmulas de siempre con ligeros aderezos que sirven para movilizar a sus masas y cubrir de ilegitimidad a un Gobierno. Aunque el verdadero anhelo de fondo es que no se toquen determinados privilegios. En eso consisten las batallas culturales de las derechas, que sirven tanto para no hablar de ciertos temas, como para azuzar los instintos más primarios del patriotismo y el conspiracionismo de los privilegiados cuando se ven amenazados.
Retratar esto no significa alabar a un Gobierno que se resiste a tocar los cimientos de un sistema estructuralmente corrupto y viciado, que traiciona sus propias promesas electorales y que rebaja sus políticas para no parecer demasiado progre. La mera salida tangencial del guion consensuado durante décadas por el bipartidismo, aunque sea mínima, es suficiente siempre para estimular a esa caverna que secuestra las palabras democracia y libertad mientras enarbolan banderas franquistas, como las que vimos ondear en este último akelarre ultra. El mantra es siempre el mismo, sea contra los matrimonios igualitarios, los derechos de las mujeres o las múltiples formas de diversidad. Una masa que viene ya inyectada de casa con altas dosis de miedo e ira, y un patriotismo de pandereta y banderita, que permanece siempre alerta en su trinchera ante el avance de las tropas marxistas, separatistas y multiculturalistas, y que supura con cierta asiduidad.
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Esta vez, lejos de la mítica foto de Colón con las tres derechas, solo quedó Vox. Eso sí, acompañado de una retahíla de chiringuitos ultrapatriotas que salen y se reproducen convenientemente al toque de corneta, con la carcunda habitual a la que pocos manifiestos para salvar España les faltará por firmar. Estos reivindicaron su papel organizador del acto, al que dicen que habían invitado a diferentes políticos, pero que finalmente capitalizó la formación de Abascal, en primera línea de todas las fotos.
Más allá de lo que se cueza en el sector derecho, y de que empecemos a sudar vergüenza ajena con las sucesivas campañas electorales que nos esperan, el foco deberíamos ponerlo en lo que pasa más allá de las instituciones, en las calles, en los servicios públicos con los sanitarios en pie de guerra y los estudiantes volviendo a alzar la voz. También en lo que le queda por hacer a este Gobierno, que no es poco.
Las pantomimas ultras nos dan para este y muchos otros artículos, pero no debemos perder de vista que todavía queda la promesa de derogación de la Ley Mordaza, que la reforma del Código Penal que se ha planteado puede significar más represión para los movimientos sociales, y que todavía, cada día, hay gente que se queda sin casa, sin trabajo y sin sustento, mientras otros incrementan sus patrimonios. Este es el verdadero asunto que debería preocuparnos, por el que la derecha nunca saldrá a la calle, y para lo que el Gobierno actual ofrecerá paños calientes que bien salvarán circunstancialmente a muchos, pero no tocarán las estructuras que lo provoca. Le toca a la izquierda reaccionar, como hemos visto en Francia ante la subida de la edad de jubilación, o como llevan meses haciendo los sanitarios, y como ayer lo hicieron los estudiantes, y volver a rescatar las calles, a incrementar las movilizaciones y reforzar los movimientos sociales.
Las protestas de ayer en la Universidad Complutense de Madrid contra la presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso, quien recibía honores del ente público en un nombramiento no exento de polémica, son un síntoma de esa revuelta necesaria. El acto estaba hecho a medida para ella, para que tanto el reconocimiento como las protestas le sirvieran para presentarse una vez más como reina y como víctima para su cohorte. La protesta no fue únicamente contra su nombramiento, sino que puso sobre la mesa la pauperización y la instrumentalización de los servicios públicos.
Fue una muestra de la irredenta masa crítica que todavía anida en las universidades, aunque otros las llenen de palmeros y lamebotas. Este ejemplo, así como los numerosos colectivos por la vivienda digna que trabajan en varias ciudades para proteger a sus vecinos, los sanitarios, las mujeres y tantos otros colectivos que no han dejado de pelear sus derechos gobierne quien gobierne, no pueden bajar la guardia. Cuando el circo electoral empiece oficialmente, los temas que se logren agendar en las calles van a marcar el nuevo ciclo político que se avecina. No se lo regalemos a quienes pretenden tapar con banderas todas las carencias y todas las inmundicias de este sistema.
Columna de opinión en Público, Miquel Ramos 25/01/2023
“L’extrema dreta s’ha renovat i ja no parla de races sinó de cultures incompatibles”
Entrevista de Jaume Barrull al diari Segre.
El periodista valencià Miquel Ramos ha publicat ‘Antifeixistes, així es va combatre l’extrema dreta a Espanya des dels anys noranta’ (Capitán Swing, 2022), una exhaustiva radiografia dels moviments socials que durant dècades han advertit que Espanya no havia passat pàgina respecte al feixisme. Ramos fa un repàs de dates, persones, llocs, moments i moviments clau en la lluita per frenar la normalització de l’odi en la nostra societat. Com a periodista col·labora habitualment en diferents mitjans de comunicació alertant-nos del perill que ens sotja.
Miquel Ramos prové d’aquell País Valencià en què els nazis podien matar Guillem Agulló i el diari Las Provincias s’acarnissava en la víctima; la justícia s’impartia amb condescendència i la policia reprimia sense miraments els manifestants que ho denunciaven. Autor de nombrosos articles sobre l’extrema dreta, Ramos s’ha consolidat com un referent als mitjans i a les xarxes socials a l’hora de parlar d’aquest moviment, més divers del que sembla i amb una alta capacitat d’adaptació a la societat de la informació.
Al llibre denuncia el relat que s’imposava en l’assassinat de Guillem Agulló i tants d’altres casos d’agressions feixistes: la idea que era una qüestió d’ordre públic i bandes juvenils. Era, i encara és, una manera de despolititzar un fenomen que tenia unes arrels importants en un estat, l’espanyol, que venia d’una dictadura. Hi havia un pòsit d’hereus que bevien d’aquesta tradició -el franquisme- i que s’emmirallava en els moviments neonazis de la resta d’Europa, que feia molts anys que estaven organitzats i provocaven episodis de violència, fins i tot atemptats terroristes. El fenomen feia molts anys que existia i a l’estat espanyol, com que no hi havia cap partit d’extrema dreta a les institucions, es volia fer creure que s’havia extingit amb la mort de Franco. Però era mentida: una part estava integrada al Partit Popular i una altra renegava de les institucions i exercia la violència al carrer.
Sobretot contra immigrants, gais, gent sense sostre, militants d’esquerres… És cert que no era un problema del conjunt de la societat sinó que el patien persones que formaven part de col·lectius vulnerables. Això feia més fàcil al poder no admetre que era tema polític.
S’ha mantingut aquest relat condescendent en alguns mitjans de comunicació? Hi ha una elaboració conscient d’un discurs que pretén una falsa equidistància. Respecte al cas Palomino, apunyalat per un nazi al metro de Madrid el 2007, van enxampar dos periodistes infiltrats amb càmera oculta que volien demostrar que el mort era un jove violent. Per contra, als nazis els van entrevistar obertament perquè poguessin presentar-se com a víctimes, quan ells havien matat, justificat i fet escarni de l’assassinat d’un xaval de setze anys. No hi ha ignorància ni equidistància quan tu decideixes tractar el tema des d’aquesta perspectiva. De fet, aquest relat dels extrems que es toquen també es va fer -i es fa- servir per reprimir l’antifeixisme des de les institucions. Quan alguns col·lectius es van cansar de viure amenaçats i es van organitzar per defensar-se i fer-los front, van moure l’aparell repressor contra els antifeixistes amb l’excusa que s’havia d’aturar la violència extremista.
En aquest país massa sovint s’ha vist la connivència entre els nazis i els cossos policials. Són fets objectius, només cal comparar com tracten a uns i altres per posar en relleu la falsa equidistància. Tot i els historials violents, hi ha molt pocs nazis que hagin passat per la presó preventiva, fins i tot per delictes com temptatives d’homicidi. En canvi, no és estrany que s’apliquin aquestes mesures contra anarquistes o gent d’extrema esquerra per delictes que després queden en res.
Aquell feixisme dels noranta, no ha afluixat la violència directa per intentar normalitzar les seues idees en la societat? Encara n’hi ha, però és veritat que ja no tenen la presència al carrer que tenien fa vint anys. Hi va haver un moment que es van adonar que era més rendible donar un entrepà a una persona sense llar, com feia la Casa Pound a Roma, que cremar-la viva. A nivell de màrqueting funcionava millor. Un altra causa del seu retrocés al carrer va ser per la resposta dels antifeixistes, que els van plantar cara i van decidir que no volien ser més víctimes. Aquí és quan surt el debat de la violència en els col·lectius de l’esquerra radical: denúncia pacífica o acció directa? No hi havia una fórmula exacta i en cada lloc es va desenvolupar diferent. També és cert que ara ja no se senten tan impunes perquè tothom té una càmera al mòbil i els pot gravar. D’altra banda, hi ha més sensibilitat i capacitat de denúncia social. Fa trenta anys apallissaven un negre sense papers de matinada i ningú no se n’assabentava.
Quin paper ha tingut Vox en tot aquest procés? No hem de perdre de vista que aquest partit és una escissió del PP, mentre que els grups feixistes tenien la seua pròpia tradició política. Són un corrent atomitzat perquè estan barallats entre ells i han estat incapaços de fer un projecte conjunt, perquè tots volen ser els líders. Els més militants continuen als grupuscles d’extrema dreta i d’altres, segurament cansats i amb una certa ambició, s’han integrat a Vox. Molts en reneguen, però reconeixen que els obren el camí amb temes com la immigració, per exemple. Entenen que ajuda anormalitzar part del seu discurs tradicional. Recordem que Anglada va treure una mica de rèdit perquè va camuflar la retòrica feixista. Accepten que potser són liberals i sionistes, però dins del menú del feixisme compleixen suficients discursos com l’antifeminisme, la unitat d’Espanya, l’anticomunisme…Vox també ha sabut aglutinar un seguit de personatges que s’havien dispersat en diferents fronts, com el blaverisme valencià.
En el fons, en lloc de desdibuixar-se es va readaptant? En essència l’extrema dreta estableix jerarquies entre persones: racial, cultural, nacional, de gènere… i neguen que hi hagi un component estructural inherent al sistema capitalista. De fet, el nou projecte del feixisme és ultraliberal. Són inofensius per al sistema perquè no tenen cap interès a canviar les estructures de l’estat ni l’economia neoliberal. Culpen de la precarietat els immigrants, per això l’Ibex-35 no té cap problema amb Vox. Meloni va anar a Europa a dir-los que estiguessin tranquils. L’amenaça per a l’statu quo europeu va ser Syriza a Grècia, no l’extrema dreta a Itàlia.
Han après a manipular el llenguatge, ja no són un grup de caps rapats descerebrats. Ara estan força influenciats per la nova extrema dreta francesa, que ha renovat el seu corpus ideològic. Ja no parlen de races sinó de cultures incompatibles; ja no diuen que els blancs som superiors als negres sinó que posen èmfasi en la inadaptació cultural dels immigrants.
En aquest tema -la relació que les societats europees han d’establir amb els immigrants- han sabut col·locar el seu discurs al centre del debat. Fins i tot hi ha gent que es considera d’esquerres que està comprant la seua ferralla. Són hàbils explotant les contradiccions que en alguns temes té l’esquerra. En relació amb els immigrants, per exemple, utilitzen el laïcisme i el manipulen per atacar sobretot l’islam. A França l’extrema dreta està fent forat perquè no el venen com una garantia de la llibertat religiosa per evitar que una opció s’imposi al conjunt de la societat, sinó que en fan bandera i l’utilitzen per atacar els musulmans amb els mateixos arguments que fa cent anys es fomentava l’antisemitisme.
Una de les tesis que defensa al llibre és que obrir-los les portes a les institucions i els fòrums públics és un error perquè, en el fons, no tenen cap interès en el debat democràtic. La normalització que s’està fent de l’extrema dreta és preocupant. S’apoderen i retorcen els conceptes de democràcia i llibertat d’expressió per dur-ho tot al seu terreny i confondre molta gent. Van de víctimes: l’home assetjat pel feminisme, l’europeu amenaçat pels immigrants, els heterosexuals acorralats per l’orgull gai… El problema és quan infecten part de la societat perquè acaba comprant la idea que fer comentaris racistes o masclistes no és tan greu.
Què passarà si les seues tesis es van normalitzant i van acumulant capacitat de mobilització? La història ens ha ensenyat que aquesta gent no tenen escrúpols. Inventen mentides per crear estats d’opinió o fomentar l’assetjament indiscriminat contra gent que consideren adversaris. El preocupant és que no els passa res i sempre volen anar un mica més enllà. Han comprovat que és gratuït i que en treuen rèdit polític. L’exemple més clar que el feixisme no té límit és Auschwitz. No som als anys trenta, però aleshores també hi havia qui considerava el nazisme una opció legítima sense sospitar que veuria la solució final al cor d’Europa.
Resistirse a la empatía y abrazar la barbarie
Collier Gwin parece relajado, mantiene el rostro impasible apoyado en una barandilla y cruzando las piernas mientras sujeta una manguera. Está rociando con agua a una mujer que permanece sentada con la cabeza cubierta por un pañuelo y envuelta en un ovillo de mantas. Ella trata de parar con las manos, sin éxito, el agua que la empapa. Hace frío y ha llovido. Collier es propietario de la galería de arte Foster Gwin Gallery en Jackson Square, San Francisco, a pocos metros del suceso. Dice que había llamado varias veces a la Policía para que se la llevaran, pero que tan solo la meten un par de días en un albergue (o en un calabozo), y de nuevo la sueltan. Y allí estaba ella, junto a su negocio, con sus bártulos, una vez más. No sabemos cómo se llama. Yace tirada junto a un contenedor de basura. Es una mujer negra, pobre, como tantas otras que malviven por las calles de la ciudad californiana sin techo, sin pan, sin dignidad.
La imagen, captada por un vecino, corrió por redes la pasada semana y causó una gran indignación. De hecho, se ha abierto una investigación al respecto. Sin embargo, no todos los comentarios mostraban su condena a esta acción. Como suele pasar en toda red social, además de la empatía de la mayoría también supura el pus del odio y la crueldad de unos cuantos. Varios internautas bromeaban con esta humillación y el color de piel de la víctima: ‘le habrán quitado el color’, ‘encima que le da una ducha gratis’, y muchas otras muestras de vileza que solo desde el cobarde anonimato o desde la impunidad que ofrecen las redes se atreven a hacer algunos. Otros, en cambio, buscaban mil excusas para justificar la acción: una supuesta camarera afirmaba que los sintecho defecan en la calle, son sucios y molestan. Otro empezó a suponer que la víctima era en realidad la que lo había provocado, que se empeñaba en permanecer junto a un contenedor delante de su galería de arte, causando un grave perjuicio al negocio.
No es ninguna novedad que, ante cualquier denuncia de abusos, surjan este tipo de personajes empeñados en justificarlos de cualquier manera. Pocas semanas antes se viralizó el vídeo de un agente de la Policía local de Jerez de la Frontera golpeando la cara de un hombre con una porra extensible. Primero la misma Policía y después hordas de tuiteros defendieron esta clara actuación antirreglamentaria por lo que supuestamente había hecho antes el chico que recibió el porrazo. Aunque en el momento del golpe, éste permaneciera quieto, sin actitud de atacar a nadie, ni siquiera alterado. Nada justificaba ese golpe.
Lo mismo sucedería esta semana con un hecho todavía más grave: la muerte de un profesor afroamericano tras recibir varias descargas de una pistola taser mientras se revolvía en el suelo, indefenso e inmóvil. De nuevo, la propia Policía de Los Ángeles, donde tuvo lugar el suceso, filtró a los medios el supuesto consumo de drogas de la víctima, que habría provocado la parada cardiorrespiratoria después de recibir múltiples descargas eléctricas de la policía. No faltaron tampoco esta vez los justificadores habituales, algunos escudados en la versión policial, pero muchos otros lanzados sin ningún pudor a demostrar su racismo. Keenan Anderson, la víctima, era primo de uno de los fundadores del movimiento Black Lives Matter, por lo que el trofeo era aún mayor, así que aprovecharon la carambola para cargar, una vez más, contra el antirracismo, y como no, contra los negros. También se filtró el video completo de cómo empieza todo, y este, lejos de justificar la acción de la Policía, todavía acredita más la innecesaria y mortal actuación.
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Estos tres ejemplos recientes vuelven a interpelar a esas reflexiones que algunos nos hacemos constantemente sobre la maldad que habita en algunas personas. Su desprecio por la vida y la dignidad, su vileza y su filia por la autoridad, aunque esta sea injusta e inhumana, nos sirve para entender cómo han sido y son posibles las peores atrocidades de nuestra historia. Desde los genocidios hasta las torturas suceden gracias a este tipo de gente, que, a pesar de las supuestas lecciones que nos debiera haber dado la historia, se resisten a la empatía y abrazan el sometimiento y la humillación como forma de construir y mantener un supuesto orden en una sociedad. Su sociedad. Su orden.
En el presente sea quizás la guerra de Ucrania lo que nos muestra en gran medida algunos ejemplos de ello, cuando numerosas cuentas en redes sociales de uno u otro lado se regocijan ante las explosiones y las pilas de cadáveres desde el primer día. Da verdadero asco ver cómo algunos parecen estar jugando a un videojuego o viendo una serie bélica desde su casa cuando bromean o festejan cuando las bombas caen en el bando contrario al que han elegido. También los que se instalan en la negación cuando esas bombas que han causado esta u otra masacre de civiles se le atribuyen a su bando. Los suyos nunca se equivocan. Los otros merecen todo lo peor. No hay piedad.
Hay múltiples ensayos sobre la maldad y las convenciones morales que tratan de explicar en qué momento una sociedad avala un genocidio, idolatra a un asesino, celebra la violencia o acepta la tortura. La deshumanización, el odio, su ejecución y su justificación anidan en todas las sociedades, quizás también en todo ser humano, y solo hace falta un buen abono que le permita fertilizar y crecer, sobre todo cuando no existen alertas ni quien diga basta.
Los comentarios que estas semanas han dejado algunos ante los sucesos relatados, aunque sean minoritarios, dejan siempre un mal sabor de boca, pero encienden una pequeña luz de alerta que nos hace no perder de vista que existen cómplices, seres despreciables que conviven entre nosotros, que permiten, con su indolencia, su adscripción o su equidistancia, que los abusos no solo no se sancionen legalmente demasiadas veces, sino que se toleren y se consensuen como un mal menor. O ni siquiera como mal. Que algunos pretendan justificar sus excesos con excusas técnicas o manipulando el relato para que estos queden impunes, se podría entender de modo egoísta y corporativista. Pero el regocijo en la maldad es otro cantar.
No se me olvidan las ‘bromas’ de algunos policías sobre los mutilados durante varias manifestaciones haciendo circular por sus chats algunos memes con ojos amputados, en referencia a las víctimas de las balas de goma. Tampoco el reciente chat descubierto a la manada de violadores de Castelldefels, hablando de sus víctimas como si fuesen objetos, regocijándose en su abuso y su humillación. Estos serían ejemplos brutales que ocurren cerca, ahora, y que son evidentes. Pero obviamos ese odio que se va sembrando poco a poco, a veces pretendidamente invisible para muchos, pero que va calando como lluvia fina. Ese prejuicio que ha germinado en aquellos que creen que Anderson se lo merecía por ir drogado. Que las víctimas de Castelldefels o de la manada de San Fermín se lo buscaron, o que Collier Gwin tan solo mojó a una sucia y molesta muerta de hambre que molestaba a los clientes de su galería de arte.
La deshumanización siempre es el primer paso para la barbarie. El andamiaje de una ciudadanía indolente ante los abusos, servil ante los poderosos y partícipe de lo humillante es un proceso lento pero constante y efectivo. De ello se encargan no solo versos libres (o programados) en redes sociales, sino gran parte del consenso político y mediático que siempre muestra reparos a cuestionar las versiones oficiales cuando la víctima es un sospechoso habitual por haber sido previamente deshumanizado por su condición, ya sea racial, social, sexual o de cualquier tipo. Pero vale la pena escuchar a aquellos que así se muestran, pues nos permiten no solo entender cómo llegan a tales prejuicios, sino qué tipo de personas son, y en qué lado de la historia van a estar en un futuro.
Columna de opinión en Público, Miquel Ramos 18/01/2023
Reseña de Nada RG, militante de la Coordinadora Antifascista de Madrid sobre el libro ‘Antifascistas’.
«Un asunto personal», así se llama el primer capítulo del libro escrito por Miquel ‒Antifascistas. Así se combatió a la extrema derecha española desde los años 90‒, en el que relata cómo un primer día de colegio tras la Semana Santa del año 1993 su profesor les contó a él y al resto de alumnos de su clase la noticia del asesinato de Guillem Agulló por parte de unos neonazis. Así comenzó su afición de buscar en los periódicos recortes de noticias que hablaran sobre este y cualquier otro asunto relacionado con la extrema derecha y la respuesta organizada en las calles ante esta lacra.
Me resulta difícil no sentirme identificada con aquel joven de 14 años, ya que cuando asesinaron a Carlos Palomino (por aquel entonces yo tenía 18 años) me obsesioné con buscar artículos relacionados y estuve durante mucho tiempo coleccionando recortes de periódicos; no sé muy bien la razón, ya que no eran precisamente noticias objetivas y solamente conseguían cabrearme. Pero supongo que fue un acontecimiento que marcó al movimiento antifascista de mi generación, al igual que la muerte de Yolanda, Arturo, Lucrecia, Hassan, Guillem o Richard entre otros muchos asesinados por el fascismo, marcaron las generaciones de los 80 y 90.
Mis inquietudes políticas comenzaron también a edad temprana, al igual que en el caso de muchos compañeros y compañeras con los que milito en la actualidad. Aunque mi generación es posterior a la de Miquel, pertenecemos a un mismo periodo en muchos sentidos, marcado por una violencia callejera protagonizada por grupos fascistas o de nazis que contaban con la simpatía de los diferentes cuerpos de seguridad del Estado, la fiscalía y los tribunales, resultado de una falsa transición que nunca depuró las instituciones y que así sigue hoy en día. Connivencia que los alentaba a la hora de atentar contra diferentes minorías y que impuso la necesidad de una respuesta organizada de acción directa antifascista.
La primera vez que tuve conocimiento de la labor periodística de Miquel Ramos fue a raíz de su aparición como colaborador en el programa «Las cosas claras», de la televisión pública. A partir de ahí descubrí que había sido miembro de un grupo de música que escuchaba desde la adolescencia. Fue una muy agradable sorpresa enterarse de que (¡por fin!) había un periodista antifascista en un programa de televisión, además en un horario y una cadena que precisamente no pasaban desapercibidos. Pese a que trabajaba en esa franja horaria, al regresar a casa ponía el programa si sabía que Miquel había participado. Daba gusto poder escuchar a un periodista así en un medio de comunicación de masas, debatiendo sobre diferentes temáticas desde una óptica que prioriza la defensa de los valores colectivos; y por eso mismo sospechábamos que no duraría mucho como tertuliano, ni tan siquiera el propio programa.
Resulta muy frustrante ver o leer noticias que relatan sucesos en los que cualquier parecido con la realidad es mera casualidad. Uno no puede evitar quedarse atónito ante la ligereza con la que difaman estos llamados medios de comunicación, a veces porque has vivido en tus propias carnes lo que tratan de contar, pero, sobre todo, porque eres consciente de todo el entramado político y económico que mueve los hilos de la información y que la ha convertido en un negocio.
Por eso considero importante que existan figuras periodísticas como la que hoy día representa Miquel en los medios amarillos de comunicación. Pese a la pluralidad de ideas e incluso discrepancias dentro del ámbito del antifascismo, se requiere de periodistas, fotógrafos, cámaras y trabajadores relacionados con los medios que sean verdaderamente profesionales y no sólo ejerzan el periodismo desde medios alternativos, necesarios, pero desgraciadamente poco relevantes en el panorama actual. No es un querer dar lecciones de periodismo, es dignificar una profesión, es hablar del derecho a la información.
Desde la perspectiva de la militancia antifascista es casi igual de importante hablar en esta reseña de quién es Miquel Ramos y de donde viene, qué hablar del propio contenido del libro. Primero, porque no queremos a un académico hablando sobre partirse la cara en las calles con los nazis, queremos a un militante que haya tenido que sufrir en sus propias carnes lo que eso implica. Segundo, porque cuando, en mi experiencia personal, decido leer un libro sobre un tema concreto, de entre los factores que me hacen decidirme uno de los más importantes es el de conocer la tradición política y el activismo de quien lo escribe. Saber su formación es importante, desde luego, pero más importante incluso es el poder hacerme una idea de si el autor, por muy bien que escriba y lo documentado y leído que esté, va a ser capaz de sentir y entender realmente lo que está escribiendo; si escribe desde fuera, desde el análisis frío y desapasionado, o desde el compromiso, la sinceridad y el impulso transformador.
El libro trata de la historia y evolución de la extrema derecha desde la falsa transición, de cómo su arraigo en la sociedad ha sido posible gracias a la connivencia de las instituciones públicas nunca depuradas, de la propagación de sus ideas de odio gracias a los medios de comunicación, que han normalizado y banalizado sus discursos. Y, por supuesto, habla de cómo durante tres décadas la única forma con la que se ha combatido esta situación ha sido a través de los distintos colectivos que han conformado el movimiento antifascista en las distintas partes del Estado español.
Su formato lo hace ameno, se puede leer cualquier capítulo de forma independiente o hacerlo de seguido; sea como sea, su lectura no pierde sentido. Esta obra podría considerarse un primer tomo introductorio de una colección de muchos libros, ya que cada capítulo bien podría ampliarse continuando las líneas trazadas por su autor. El texto expone muchas de las caras que conforman el prisma de la inexistente memoria histórica de este Estado, y lo hace a través de las voces anónimas de quienes han vivido esos procesos, siendo el escritor, a través de sus propias vivencias, el que vertebra y hace de hilo conductor, pero permaneciendo al mismo nivel que el resto de voces que componen el libro. Según te vas introduciendo en los capítulos, inevitablemente haces tuyo el relato, bien porque viviste el suceso en primera persona, bien porque conoces a alguien que lo vivió o bien porque has vivido un hecho similar.
Tanto en sus páginas como en las presentaciones, Miquel y sus colaboradores hablan del proceso reparador que puede suponer a la hora de cicatrizar las heridas de todos aquellos que hemos vivido algún periodo de estas décadas dentro del movimiento antifascista. Es cierto que poner en común todas nuestras vivencias puede ser algo positivo, y debemos seguir haciéndolo, pero por encima de todo creo que este libro debería convertirse en una de las referencias de las nuevas generaciones del antifascismo para que sean conscientes de lo duro que fue y ha sido para sus predecesores conseguir que las cosas estuvieran un poquito mejor, de cara a que sigan luchando día a día por no solamente mantenerlo, sino mejorarlo; nunca está de más repetirlo: las conquistas sociales y de los movimientos populares son muy difíciles de conseguir, pero realmente fáciles de perder.
Hoy en día seguimos sin depuración en las instituciones, con antifascistas enterrados en cunetas y medios de comunicación sirviendo de altavoz a la extrema derecha. Mientras esto no cambie, cualquier supuesto paso hacia adelante que se consiga desde la gobernanza y la gestión política no servirá de nada porque, si la mayoría de los jueces y miembros de las fuerzas de seguridad del Estado español siguen lastrados de ideología franquista, los supuestos logros legislativos fácilmente se revierten y cuestiones como el delito de odio se utilizarán, como sucede actualmente, para castigar a los movimientos sociales en lugar de proteger los derechos humanos.
Por eso, necesitamos más que nunca que las asociaciones memorialistas sigan al pie del cañón, que el recuerdo de los compañeros que han sido asesinados por el fascismo nunca caiga en el olvido y que organizaciones como la Coordinadora Antifascista de Madrid ‒con sus 33 años de historia‒, junto con los innumerables colectivos de barrio, las asociaciones vecinales, los movimientos en defensa de los servicios públicos, las plataformas contra los desahucios y un larguísimo etcétera, continúen plantando cara al fascismo, venga de donde venga e independientemente de la forma que adopte.