El golpismo y la equidistancia

El asalto a las instituciones brasileñas el pasado domingo por parte de los ultraderechistas seguidores de Bolsonaro nos recordó inevitablemente a lo sucedido un año atrás en Washington DC cuando Trump perdió las elecciones. Demasiadas semejanzas y demasiada banalidad todavía hoy ante unos hechos tan terriblemente graves, que deberían ser tomados muy en serio por quienes tienen a sus ultraderechas afilando cuchillos a las puertas de unas elecciones.

No solo los hechos, sino los protagonistas y las circunstancias, se parecen demasiado. Los seguidores de candidatos ultraderechistas no aceptan el resultado de las elecciones cuando pierden y pretenden ‘recuperar’ el país asaltando las instituciones a la fuerza, y confiando en que las Fuerzas Armadas y los cuerpos policiales les apoyarán. Por suerte, ni en EEUU ni en Brasil se dio esta circunstancia, aunque no son pocos los vídeos de la Policía brasileña en actitud pasiva y en ocasiones colaborativa con los asaltantes. Pero más allá del hecho en sí, lo que debemos tratar de entender es cómo se llegó hasta aquí, qué les hizo pensar que tenían razón o que podrían conseguirlo. En definitiva, cómo fraguó el golpe. Y esto no es solo el acto en sí, sino todo el proceso propagandístico e ideológico para llegar a este.

Difundir el mantra de la ilegitimidad del gobierno cuando pierdes las elecciones es uno de los primeros puntos del manual de la insurrección reaccionaria. Lo vimos con Trump, lo acabamos de ver con Bolsonaro, y lo venimos viendo con el PP y Vox desde hace tiempo. Cuando insistes en hacer creer que el Gobierno es ilegítimo, fruto de una anomalía democrática o de un complot entre la ‘antiespaña’ que representan para ellos fuerzas democráticas elegidas en las urnas, y que solo se ha dado cuando tú has perdido, estás azuzando a que todo valga. En el Congreso, en medios, redes y en algún que otro aquelarre en las calles, se catastrofiza el mandato popular falseando índices macroeconómicos y sociales (sobre todo referidos a la seguridad pública), demonizando a determinados actores políticos o profetizando el fin de los días si esto no se para. No son cuatro influencers ultras, sino la mayoría de los medios de comunicación, toda la derecha, y en no pocas ocasiones, un amplio sector de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado los que contribuyen a extender este relato.

Hace unas semanas, un policía cesado de su cargo (pero no expulsado del Cuerpo) por difundir bulos racistas en un acto de la extrema derecha, protagonizaba un espectáculo en una protesta convocada por grupos conspiranoicos y ultraderechistas. Tras insistir en su discurso antipolítico, racista y apocalíptico que pintaba España como el erial de Mad Max, victimizarse como un ciudadano honrado perseguido por disentir, arrogándose la verdad, clamó a ‘recuperar nuestro país’. ‘Ustedes tienen que despertar’, decía el personaje, que, casualidades del destino, ha acabado en las listas de un partido de extrema derecha para las próximas elecciones. No es el único agente que usa su condición de policía para hacer campaña por la ultraderecha, como venimos advirtiendo varios periodistas y por lo que estos mismos nos señalan en sus canales de difusión sin que el Ministerio del Interior tome medida alguna.

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Algunos estaban ya metidos en las instituciones, sobre todo en los cuerpos policiales y las fuerzas armadas, aquí, en EEUU y en Brasil, como se ha demostrado tras las identificaciones de varios asaltantes al Capitolio y en el Congreso brasileño, y como hemos denunciado aquí numerosas ocasiones a pesar de la indolencia y la inacción del Gobierno. También lo advirtió la comisión de inteligencia y seguridad del Parlamento británico el pasado verano: la amenaza terrorista de la extrema derecha se le presta poca atención y exige muchos más recursos, y existe una infección considerable de extremismo de derechas dentro de estos cuerpos. Lo mismo sucedió en Alemania recientemente tras la desarticulación de un grupo terrorista de extrema derecha que pretendía dar un golpe de Estado, y entre quienes se encontraban policías, militares y hasta jueces. Justo ayer, mientras escribía estas líneas, la abogada defensora de los derechos humanos y vicepresidenta de la República de Colombia Francia Márquez Mina, denunciaba en su cuenta oficial de Twitter el hallazgo de un artefacto explosivo de más de 7Kg en el camino que conduce a su casa en el Cauca. Pero es que da igual que los servicios de inteligencia de varios países, la Europol o la mismísima ONU adviertan que la extrema derecha es la principal amenaza para las democracias. Aquí seguimos bailando salsa.

Sin embargo, no hay que esperar a que estos se lancen al asalto físico de las instituciones para darnos cuenta de la ofensiva antidemocrática de los reaccionarios. En España, no son pocos los ejemplos de cómo la derecha, aún sin gobernar de facto, manda más que el propio Gobierno en determinados ámbitos. Ya sea en el panorama mediático como en los órganos judiciales, las fuerzas del orden o en las mismas decisiones políticas que toma el Gobierno. Si muchas de las medidas que cualquier progresista entiende que deberían aplicarse por un gobierno que se dice de izquierdas no se toman, es porque existe una resistencia derechista dentro del propio gobierno. Se llamen poderes fácticos, chantajes, engañabobos, traiciones o cobardías. Y es que han conseguido que la medida más light en materia social o económica sea considerada ya ‘comunista’ en una gran parte de la sociedad, temerosa esta de salir a por el pan por si le okupan la casa, lo asalta una horda de MENAs o lo envían a un gulag si hace un chiste machista.

Escribía el periodista norteamericano de The New Yorker, Andrew Marantz, en su magnífico libro ‘Antisocial: la extrema derecha y la libertad de expresión en internet’ (Capitán Swing), que, tratar determinados asuntos (los que quiere la derecha, aunque vayan contra los derechos humanos o contra la propia democracia) como legítimos temas de debate, no es ser neutral, sino cómplice. Marantz narra cómo se gestó la Alt-Right norteamericana y toda la constelación ultraderechista que provocó gran parte del éxito de Trump y posteriormente protagonizaría el asalto al Capitolio. Lo mismo vienen advirtiendo expertos analistas en extrema derecha de todo el planeta, mientras socialdemócratas, liberales y conservadores juegan a la equidistancia y sitúan en ‘los dos extremos’ a quienes defienden políticas sociales y a quienes tratan de acabar con la democracia y con los derechos humanos.

No sabemos si ingenuamente creen que ellos están a salvo, pero la historia nos enseñó que serían de los primeros en caer si los fascistas asaltan el poder. No por ser sus principales oponentes sino simplemente molestos. Quizás habría que recordarles que, entre izquierdistas y periodistas, también había varios nombres de políticos conservadores y liberales en las listas de objetivos a abatir de la organización terrorista alemana desarticulada hace unas semanas.

Este año tendremos varias citas electorales que van a poner todavía más cartas sobre la mesa, y en las que se van a tener que retratar quienes todavía no han cumplido gran parte de sus programas durante su mandato, y quienes pretenden salvar España del infierno comunista a cualquier precio. No será que no hay señales ya sobre el golpismo que acompaña siempre a la derecha cuando pierde, ni de que dejar de hacer algo que prometiste para no enfadar a la derecha, nunca funciona. Se va a fusilar igual. Está por ver si, tras las múltiples experiencias y advertencias de la insurrección reaccionaria a lo largo de la historia, incluso sin asaltar las instituciones, tanto el Gobierno como la sociedad está dispuesta a entregar la democracia sin pelear.

Y no solo en las instituciones se juega este partido. Para quienes sienten que, gobierne quien gobierne, no le representan, siempre puede organizarse y participar en los movimientos sociales, que siguen haciendo de contrapeso a la infección reaccionaria. Ni todo se juega en las urnas, ni todo está perdido. El nihilismo es el primer paso para la rendición.

Columna de opinión en Público, Miquel Ramos 10/01/2023

Bolsonaro, un apellido clave en la internacional ultra en la que milita Abascal

Promovidas por la asociación de EEUU que en 2011 animó a Trump a dar el salto a la primera fila, las llamadas cumbres CPAC, que ya se ha celebrado dos veces en Brasil, se han convertido en el escenario donde extremistas de distintos países aúnan estrategias. La conexión entre Abascal y el expresidente brasileño, cuyo hijo firmó la ‘Carta de Madrid’, ha llegado tan lejos que el líder de Vox ya enfatizó su “alta afinidad personal y política” y le definió en octubre como líder de los patriotas del país.

Alicia Gutiérrez, Infolibre 9 de enero de 2023

El 1 de octubre, en vísperas de las elecciones que terminó perdiendo, Jair Bolsonaro publicó un tuit en el que difundía un vídeo de Santiago Abascal. Con la brevedad usual en las redes sociales, el jefe de Vox expresaba todo su apoyo a quien “lidera la alternativa de los patriotas”. La de aquellos “que queremos naciones prósperas, libres y soberanas frente al comunismo y frente al globalismo”. Ese vídeo representa probablemente la más reciente muestra de la “alta afinidad personal y política” que, como había subrayado meses antes Vox, une al fundador y jefe de la formación ultraderechista española con el político cuyos seguidores asaltaron el domingo en Brasil el Congreso, la sede de Presidencia y el Tribunal Supremo en lo que, salvo viraje inesperado, es ya un golpe de estado fallido. 

Cuando Bolsonaro perdió frente a Lula de Silva, su apellido ya había adquirido gran relevancia en las CPAC, siglas en inglés de las cumbres internacionales promovidas por la fundación radical conservadora de EEUU (la ACU, American Conservative Union) que en 2011 alentó a Donald Trump a dar el salto a la primera fila política.

La similitud entre lo sucedido el domingo en Brasilia y el asalto al Congreso estadounidense tras la derrota de Trump ante Joe Biden emerge así con un telón de fondo común –el de las CPAC– que en 2020 anudó la relación entre Abascal y el hijo más temible de Jair Bolsonaro. Ese año, Abascal se citó en el CPAC con Eduardo Bolsonaro. En 2019 ya había participado en el anterior CPAC Iván Espinosa de los Monteros, quien a su regreso dijo lo que sigue: “Estuvimos ahí cinco días y volvimos diciendo: ‘Bueno, nosotros somos unos tibios socialdemócratas en comparación’. Cuando oyes lo que es la derecha americana estamos muy por detrás de ellos”.

Ese mismo 2020, el apellido Bolsonaro resultó crucial para el lanzamiento de la Carta de Madrid, el manifiesto con que, a través de la Fundación Disenso, presidida también por Abascal, trazó Vox su mapa internacional de alianzas. Eduardo Bolsonaro aparecía en uno de los primeros puestos de una lista de signatarios donde destacaban políticos como el chileno José Antonio Kast, firme entusiasta del golpe de Pinochet, o intelectuales como Alejandro Chafuen, durante años director de Atlas Network, la red ultraconservadora con sede en EEUU y ramificaciones múltiples en distintos países. 

“Bastión de la libertad” y entusiasta de la dictadura militar

Del papel desempeñado por los Bolsonaro en ese mapa internacional de la ultraderecha o la derecha radical hablan de nuevo las CPAC. Porque en 2022, y además de la cumbre ordinaria organizada en EEUU por la fundación conservadora ACU, tuvo lugar otra edición en Brasil: la segunda tras la celebrada en 2021. Jair Bolsonaro era ya una figura clave de la derecha extrema del continente. Ese mismo 2022 hubo otra edición de la CPAC en México, donde el eurodiputado de Vox Hermann Tertsch ofreció una conferencia. Tertsch, que este lunes guardó un silencio sepulcral sobre lo ocurrido en Brasil al igual que Abascal, publicó el 18 de noviembre un tuit: “A la CPAC México la han acosado hoy las hordas comunistas de siempre. Y es porque estamos aquí fuerzas conservadoras forjando esta alternativa de verdad, libertad y democracia contra el narcocomunismo y la perversión ideológica de la izquierda en América y Europa”. Este lunes, Abascal se limitó a retuitear el comunicado de Foro Madrid, producto de la Fundación Disenso. En su nota, Foro Madrid equipara el asalto a los tres poderes institucionales del país amazónico con movilizaciones en Chile y Colombia. “La violencia –se lee en el texto– no se justifica en ninguna circunstancia, ni cuando asaltan el Palacio de Planalto [la Presidencia brasileña] ni cuando incendian el Metro de Santiago de Chile o cuando la Primera Línea destruye la ciudad de Cali”.

En aquella cumbre de 2021, el eurodiputado ultraderechista hizo declaraciones en los pasillos junto a Eduardo Bolsonaro. A su padre, Tertsch le había dedicado en diciembre de 2021 un piropo monumental: también en Twitter y cuando se dirigía a Brasil acompañando a Santiago Abascal para pasar tres días en la residencia oficial de Jair Bolsonaro. Al presidente brasileño y a su gobierno Tertsch los calificó como “el gran bastión de la libertad”. 

Fue a raíz de ese viaje cuando Vox definió como “alta” la afinidad entre Abascal y Bolsonaro, quien en 2016 –entonces solo diputado– provocó una oleada de estupefacción con una frase que hoy regresa a primer plano:  “El error de la dictadura fue torturar y no matar”. En España, Vox ha amparado la dictadura franquista, pero con menor intensidad. “Quienes defienden la obra de Franco “tienen cabida en Vox“, dijo Abascal en 2029. “Estamos ante el peor Gobierno en 80 años“, afirmó un año más tarde saltándose las cuatro décadas del franquismo como si hubieran sido mejores.

La bisagra entre los dos continentes

El periodista Miquel Ramos, experto en la extrema derecha y autor del libro De los neocón a los neonazis, no alberga dudas sobre el papel de Vox como bisagra entre las dos orillas del Atlántico: “Vox –reflexionaba este lunes– es el enlace ultraderechista de Europa con Latinoamérica. Representantes del partido de Abascal han viajado varias veces al continente para afianzar sus lazos con los movimientos reaccionarios, reforzando el espacio que llaman Iberosfera, y en un momento en el que allí están volviendo a ganar las elecciones formaciones de izquierdas”.

Ramos sostiene que la batalla política y la guerra cultural “están cada vez más conectadas a ambas partes del Atlántico, tanto en sus discursos contrarios a los derechos humanos como en la extensión del mantra de los gobiernos ilegítimos cuando no ganan las elecciones. Y con las consecuencias que esto supone“. Esa alianza ultraderechista –prosigue el periodista– “está reuniendo a integristas religiosos, fascistas defensores de las dictaduras militares que sometieron al continente décadas atrás, ultraconservadores y hasta neoliberales en una nueva cruzada contra la izquierda, las políticas sociales, los derechos humanos y hasta contra la propia democracia, como vimos con Trump y como acabamos de ver en Brasil”.

Entrevistas antifascistas (1) | Morgan Finssiö (EXPO Suecia): «La extrema derecha es una amenaza para la democracia y los derechos humanos»

‘La Marea’ inaugura un ciclo de entrevistas con antisfascistas de distintos países con esta conversación entre el periodista de la revista sueca ‘Expo’, un referente desde que fue fundada por Stieg Larsson en 1995. Also avaliable in English.

En La Marea teníamos muchas ganas de hablar con expertos en extrema derecha y hoy hemos decidido que queríamos invitar a esta conversación a una persona que la conoce bien. Se llama Morgan Finnsiö, vive en Suecia y trabaja para una de las revistas pioneras en el análisis, investigación y denuncia de la extrema derecha. Expo es un proyecto muy ambicioso que además cuenta con una fundación y ha realizado una labor de investigación periodística excepcional durante estas últimas décadas. Una revista que fue fundada, además, por una persona muy conocida tanto a nivel periodístico como literario, el gran Stieg Larsson, que también contribuyó al análisis y seguimiento de la extrema derecha cuando poca gente le prestaba atención en Europa y más allá de ella. Explíquenos qué es Expo, en qué consiste su trabajo en esta revista y las investigaciones que se están llevando a cabo en ella.

Una entrevista de Patricia Simón y Miquel Ramos para La Marea.

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Son sus costumbres y hay que respetarlas

Hemos sido siempre unos buenistas. No estaba bien visto criticarlos, y mucho menos cuestionarlos. Los medios sabían que no podían hablar mal de ellos, que eran intocables. No solo ocultaban todas sus fechorías, sino que se las permitían e incluso se las arreglaban para que fueran lo más discretas posible. Cuando eso resultaba más complicado, porque era difícil de ocultar, nos decían que traían riqueza y empleo, que hacían mejor a nuestro país, más demócrata y más abierto, y que casi lo habían construido ellos con su esfuerzo.

Han vivido siempre de paguitas. Trabajar, poco. Y eso lo sabe todo el mundo. Mientras tu abuela cobra una pensión de 400€, ellos viven de las ayudas del Estado. Son unos privilegiados, siempre los primeros en el médico, con alfombra roja allá donde van, y nunca les falta “trabajo”. Para ellos, todo más y mucho mejor que para el resto. Y con nuestro dinero. Nuestro buenismo no tiene límites. Para ellos, para sus hijos, sus primos, sus cuñados… Lo que haga falta. Los que tanto los defienden, ya podrían dar ejemplo y meterlos en su casa. Pero no, a pagarlo siempre el pueblo. Los poderes públicos siempre les beneficiaron, y el Estado puso a su disposición todos sus recursos y todo su empeño para que estuviesen bien, mucho mejor que la gente corriente, y que, encima, siempre salieran impunes.

Ya sea por una cuestión sanguínea o cultural, no somos iguales. Tampoco ante la ley, que de donde ellos vienen, todo se resuelve a su manera. Tienen otros valores, muy diferentes a los nuestros, y están muy poco acostumbrados a la democracia y al Estado de derecho. Solo hay que repasar la historia para darse cuenta. Históricamente se ha demostrado que su cultura es incompatible con la democracia. No se adaptan ni se integran, e intentan imponernos sus costumbres. Y decir esto, que es lo que todo el mundo piensa y nadie se atreve a decir, te puede costar caro, pues existe una dictadura de lo políticamente correcto que, si osas cruzar estas líneas, lo puedes pagar hasta con la cárcel. La dictadura de lo políticamente correcto. La cultura de la cancelación, tan de moda en estos tiempos.

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Ellos son los miembros de la Casa Real española, cuyo máximo representante, el rey Felipe VI, volvió a colarse en nuestros hogares la pasada Nochebuena, sin permiso, como un okupa, pero sin patada en la puerta. El texto que le dieron a leer al monarca alertaba sobre el “deterioro de la convivencia”, la “división” y la “erosión” de las instituciones, y añadió que “todos deberíamos realizar un ejercicio de responsabilidad y reflexionar de manera constructiva sobre las consecuencias que ignorar estos riesgos puede tener para nuestra unión, nuestra convivencia y nuestras instituciones”. Ayer justo se conoció que, un mes antes, su sobrino Froilán se vería envuelto en una reyerta, esta vez con navajas de por medio.

El sobrino del rey ya había tenido varios episodios singulares anteriormente, como se recordaba ayer cuando salió la noticia de esta nueva trifulca. En 2017 participó en una pelea a las puertas de una discoteca en Madrid, y también tuvo una acalorada discusión tras intentar colarse en la montaña rusa de un parque de atracciones. El chaval, con solo trece años, ya se dio un tiro en el pie, haciendo caso omiso a la maldición familiar que tienen los borbones con las armas. El pasado mes de julio, el sobrino real tuvo que salir pitando de una discoteca en Ibiza cuando un hombre se lio a tiros contra los miembros de un reservado. Y entre tantas fiestas, tanta chulería, tiritos por aquí y tiritos por allá, al final le partieron la cara (una vez que se sepa), y fue al intentar colarse en el baño de un bar con la clásica excusa de ‘tú no sabes quién soy yo’.

Su hermana, Victoria Federica, tampoco se queda atrás. Tras conocerse ayer el episodio de la pelea, varios medios informaron que, días antes, la sobrina del rey estrelló su coche contra varios vehículos en el barrio madrileño de Salamanca. Fue de madrugada, y, tras personarse la Policía, aparecieron agentes de seguridad de la Zarzuela. Se desconoce si se le realizó prueba de alcoholemia o de drogas, como corresponde a los agentes de la ley cuando te la pegas con el coche, y más a altas horas de la madrugada. Su hermano Froilán iba de copiloto.

Pero no vamos a ponernos ahora a generalizar. Sería injusto que todo el clan pagara los pecados de algunos de sus miembros. El patriarca no ha sido ningún buen ejemplo, y eso lo han admitido incluso quienes siempre lo defendieron y ocultaron sus deslices para evitar el escarnio público, pero eso no quiere decir que toda la saga, toda esta gente, sea igual que el abuelo o que su nieto, ni que deban pagar justos por pecadores. El patriarca quedó desterrado, como mandan sus leyes propias, sus tradiciones, pero sus herederos trabajan día a día por ganarse el pan como pueden, sorteando los obstáculos con su BMW aunque a veces se estrellen, picando piedra hasta en los baños de los bares, haciendo honor a lo que una vez fue su buen nombre. No seamos ahora exquisitos, que nadie es perfecto. Al fin y al cabo, son sus costumbres. Y hay que respetarlas.

Columna de opinión en Público, 27/12/2022