Más mordaza para salvar España

En plena crisis institucional, con todos los focos puestos sobre el Tribunal Constitucional y el Consejo General del Poder Judicial, el PP invitó a representantes de varios sindicatos policiales a reunirse esta misma semana. Quedan pocos meses para que se inicie un nuevo ciclo electoral, y uno de los asuntos todavía no resueltos, pactado con los socios del Gobierno, es la derogación de la Ley de Seguridad Ciudadana, conocida como Ley Mordaza. A pesar de que Pedro Sánchez prometió su derogación si llegaba a ser presidente, y de que su retirada forma parte de los acuerdos suscritos con Unidas Podemos, el asunto ha quedado en un cajón y ya solo se habla de una reforma, no de su derogación. Es por esto que los sindicatos policiales han salido de la reunión advirtiendo que van a movilizarse contra el Gobierno para oponerse a esta reforma.

En marzo de 2020, ya vimos a cientos de policías y guardias civiles concentrados ante el Congreso de los Diputados para exigir la equiparación salarial, saltándose el cordón de seguridad y desobedeciendo la autoridad de sus propios compañeros. Durante toda la legislatura, esta reivindicación ha sido la bandera de los principales sindicatos policiales, que, finalmente han conseguido un incremento de su salario de un 38% de media por la suma del Acuerdo de Equiparación Salarial aplicado entre 2018-2020 y la “mejora retributiva” prevista para el conjunto de los funcionarios públicos a través de los Presupuestos Generales del Estado (PGE) para 2023. Ahora, sin embargo, los mismos que promovieron esta campaña, vuelven a la greña, y lo anuncian tras la invitación del PP a reunirse con ellos y hablar, a pocos meses de varias citas electorales.

Organizaciones de derechos humamos llevan años exigiendo que se acabe con esta ley que otorga poderes excepcionales a los miembros de las FCSE y que no establece mecanismos de control adecuados ni de rendición de cuentas. Amnistía Internacional resaltaba en una de sus campañas, que esta ley se emplea “de manera recurrente para desmovilizar a organizaciones, activistas, periodistas y ciudadanía en general que se moviliza en la defensa de los derechos humanos”. Los retractores de su derogación, en cambio, aseguran que ‘despoja a los agentes de su autoridad’, y critican también que se limite el uso de material antidisturbios como las balas de goma, que han causado ya numerosos heridos graves como ojos y testículos reventados e incluso la muerte de varias personas.

Algo falla cuando, por una parte, asociaciones de derechos humanos advierten de los peligros de dicha ley, y no son pocos los movimientos sociales y partidos políticos que piden su derogación, mientras que algunos sindicatos policiales esgrimen que son los agentes quienes están desprotegidos.

Estos últimos años han surgido algunas asociaciones lideradas por agentes de la Policía Nacional y de la Guardia Civil que se dedican a difundir bulos racistas en sus respectivas redes sociales, o directamente a loar a los ultraderechistas y fotografiarse con ellos públicamente. Pero lo más preocupante es el insistente relato del miedo y de la inseguridad con tintes racistas.

Esto llegó recientemente de la mano de VOX a la asamblea de Madrid, que, basándose en una encuesta privada, sus ponentes aseguraban la existencia de bandas “latinas y africanas” en varios colegios, a los que incluso se llegó a señalar en un informe. La sorpresa de los docentes de estos centros, muchos de los cuales incluso negaron haber sido encuestados, llevó a Escuelas Católicas de Madrid, de la Federación Española de Religiosos de Enseñanza, a desmentir dichas informaciones y exigir la rectificación de estos datos.

Esta misma semana, otra web de información policial difundía en sus redes el vídeo de un señor destrozando un belén en Calahorra. Aseguraban que se trataba de ‘un magrebí’, un bulo que fue difundido por intoxicadores profesionales, y que tuvo que desmentir el propio ayuntamiento ante la avalancha de comentarios racistas. El autor de los hechos era español, y decenas de personas así se lo hicieron saber a esta cuenta policial en sus redes sociales. Han pasado varios días y el tuit con la información falsa sigue ahí.
El senador de Compromís, Carles Mulet, registró el pasado mes de octubre varias preguntas dirigidas al Gobierno y al Ministerio del Interior en relación con la información falsa, el sesgo racista y los señalamientos a periodistas realizados por algunas de estas asociaciones. La respuesta, lejos de aclarar nada ni de responder concretamente a ninguna de estas preguntas, sentenciaba que “cualquier conducta inadecuada de los miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado es debidamente depurada administrativamente y/o puesta en conocimiento de la autoridad”. No es la primera pregunta sobre estos asuntos que hace este senador, pero la respuesta suele ser siempre la misma, sin aclarar nada. Y con eso nos quedamos.
La derogación de la Ley Mordaza es, además de una promesa de este gobierno, un imperativo democrático. Querer hacer creer a la ciudadanía que las FCSE están desamparadas y que este gobierno va en contra de los agentes es un insulto a la inteligencia. Esta misma semana, la plataforma Defender a quien Defiende, que se reúne a varias organizaciones de defensa de los derechos humanos, denunció que ningún policía ha sido sancionado en los últimos siete años por no llevar visible su identificación.
Nunca hemos visto a ningún ministro del Interior criticar siquiera actuaciones policiales llamativamente reprochables e injustificables. Ni siquiera sugerir que podría haber habido algún exceso y que, como toda democracia, se somete a una investigación, como debería haber sido por propia iniciativa tantas veces, como lo debería haber sido tras la masacre de la valla de Melilla, con varios muertos sobre la mesa.
Pero todavía es mucho más insultante querer hacernos creer que Marlaska es un rojo peligroso que odia a la policía y que ha desatado una caza de brujas contra cualquiera que se salga de la doctrina marxista. El sesgo ideológico de los sindicatos y organizaciones policiales mayoritarias no es ningún secreto. Tampoco la ausencia de sanciones o advertencias a los agentes que desayunan cada día con su uniforme bajo retratos de Franco en bares convertidos en mausoleos franquistas.
Lo que sí parece evidente es que, aprovechando el ruido generado estos días en el poder judicial, con varias elecciones a la vista, y con una derecha instalada en el relato de la ilegitimidad del gobierno, de la ingobernabilidad del país y de la supuesta dictadura comunista hacia la que nos encaminamos, van a utilizar todos los medios a su alcance. Lo están haciendo con el poder judicial. Lo han hecho siempre con la patronal, con sus fundaciones y organizaciones ultraderechistas en su batalla cultural contra derechos y libertades. Y ahora lo vuelven a intentar con los cuerpos policiales. Solo les falta azuzar a las Fuerzas Armadas, y tendremos ya la foto completa de la nueva cruzada para salvar España.

Robar y salir corriendo

Estamos poco acostumbrados a ver a una parte de nuestros vecinos y vecinas celebrar victorias que algunos entienden, no son nuestras. Quizás en los sitios más turísticos estén acostumbrados a ver ingleses o alemanes blancos celebrar sus victorias, sin que esto cause mayor revuelo, pero cuando no son blancos quienes toman las calles, la cosa ya cambia. Habría que analizar cómo está tratando la prensa las celebraciones por las victorias de la selección marroquí en las calles de diferentes ciudades del Estado español y de Europa, con la alerta que la prensa racista había lanzado a priori vaticinando que iba a arder España y que se estaba reconquistando Al-Ándalus. Pero todo fue normal. Nuestros vecinos y vecinas de origen marroquí, y muchos otros de muy diversos orígenes, salieron a celebrar este hecho histórico en un mundial (la clasificación hasta tan lejos de un equipo africano), con absoluta normalidad y con absoluto civismo. Fallaron los pitonisos del odio, y ahí quedan sus tuits y sus “noticias”, los chascarrillos a lo Mauricio Colmenero, el ‘robar y salir corriendo’ que dijo un periodista sobre los marroquíes (en términos futbolísticos, matizó) y todo lo demás, para el almanaque del periodismo vergonzante y racista.

Hubo hasta quedadas de ultras neonazis españoles para “proteger” las calles de los salvajes que, decían, iban a sembrar el caos. Tiene gracia que sean precisamente los ultras nazis, con más antecedentes penales todos ellos que todos los ciudadanos migrantes juntos, los que se erijan como guardianes del orden. Como si los incidentes durante las celebraciones de victorias deportivas las hubiesen traído los moros en patera, y aquí los ultras y los ultrapatriotas se hubieran dedicado toda la vida a hacer macramé y a tocar la guitarra alrededor de la Cibeles o de Canaletes. Solo por recordar un dato: las celebraciones de las victorias de España, en la Eurocopa de 2008 y en la de 2012, se saldaron con decenas de detenidos y numerosos incidentes. También con varios ataques racistas.

No soy futbolero, lo reconozco. Esto no me hace ni mejor ni peor persona, ni más ni menos listo. Simplemente no me llama la atención ni me desata ninguna pasión. Pero entiendo perfectamente la política que hay en él, como en todo, y más todavía en aquello que crea identidades y estimula pasiones. Y en el caso de los Mundiales, tanto las filias y fobias nacionales como los conflictos políticos y geopolíticos, supuran en cada partido. Igual que en Eurovisión y en cualquier otra competición internacional, donde se dirime para mucha gente mucho más que el resultado en sí.

Thank you for watching

No es ningún secreto que, en el caso de este Mundial, una gran parte del mundo está apoyando al equipo marroquí no porque simpatice con las políticas de su régimen ni con el nacionalismo de aquel país, ni mucho menos con la ocupación del Sáhara Occidental, sino por ser un equipo africano, del Sur Global. De un territorio, anteriormente colonia, de donde salen miles de jóvenes hacia el norte en busca de una mejor vida, y aquí son tratados muchas veces y de mil maneras como ajenos, y, por lo tanto, desmerecedores de gran parte de derechos. Verse ahora en unas semifinales a nivel mundial les retorna un poco el orgullo de quien siempre ha estado condenado a un segundo plano, aunque sus descendientes, como los de muchas otras excolonias, nutran hoy gran parte de las canteras de los equipos y las selecciones de la gran mayoría de los países occidentales. Ha sido marruecos, pero me temo que dicha alegría se hubiese desatado igual si en su lugar hubiera sido Argelia, Camerún o el Congo.

También la bandera palestina ha acompañado los éxitos de varios equipos, y a la selección marroquí en todas sus victorias. Lo explicaba ayer en Público la periodista Dima Khatib en un artículo titulado Cómo triunfa Palestina en el Mundial de Catar 2022 sin jugar, donde exponía la política y la geopolítica que se juega también en el terreno de juego y en sus alrededores. Palestina es bandera de los pueblos oprimidos y de los débiles frente a los poderosos. Pero hay quien señala la hipocresía de la selección marroquí de lucir esta bandera y no la del Sahara, ocupada por el mismo país cuyos éxitos futbolísticos hoy aplauden desde Gaza hasta Johannesburgo. También que el gobierno marroquí, como muchos otros gobiernos sátrapas que utilizan a menudo a Palestina de postureo, mantiene muy buenas relaciones y alianzas con su opresor, con el Estado israelí.

Es obvio que la dictadura marroquí va a rentabilizar bien las victorias de su equipo. Como cualquier Estado hace con sus selecciones y con todos los éxitos de sus súbditos. Quiero pensar que todas estas celebraciones populares por los triunfos de la selección marroquí no avalan ni al régimen, ni a sus aliados, ni a la ocupación del Sáhara, ni al mismo nacionalismo marroquí. La cosa, creo, va mucho más allá, como he podido interpretar leyendo a personas de varias partes del planeta, nada sospechosas de defender ni una cosa ni las otras. Personas críticas con la dictadura, con la monarquía y con la ocupación del Sáhara o la represión en el Rif. Los motivos que llevan a unos y a otros a celebrar estos éxitos son siempre diversos, y por eso, viendo estos detalles, uno intenta comprenderlo y no quedarse con la brocha gorda que algunos pretenden hacer sobre este asunto.

El periodista Antonio Maestre reflexionaba también sobre identidades, clasismo y racismo en un artículo reciente en el que celebraba la derrota de España ante Marruecos. Es curioso que el gol que eliminó a España fuese de un vecino de Getafe, de Achraf Hakimi, hijo de migrantes, de clase trabajadora. Muchos como él, pese haber nacido en España, no obtienen automáticamente la nacionalidad española. Cuando su documentación, parte de tus vecinos y las leyes españolas se niegan a incluirte en el ‘nosotros’, pero tú no conoces otra cosa que no sea este país, sus calles, sus lenguas y sus gentes. Lo reflexionaba bien Amin Maaluf en su libro Identidades asesina’, y lo reflexionan a diario millones de personas a quienes estas leyes racistas les impiden formar parte de ‘nosotros’. Lo explicaba también una joven en su cuenta de TikTok, a la que la ultraderecha crucificó en redes sociales cuando expuso esta misma reflexión, dándole estos, sin quererlo, la razón. Como todos aquellos que trataban de amedrentar, criminalizar y estigmatizar a las personas de origen migrante, les guste o no, hoy nuestros vecinos y vecinas. Los mismos que les gritan a los catalanes y vascos ‘¿qué pone en tu DNI?’ para imponerles la españolidad, estos días niegan que lo que ponga en ese DNI tenga validez si tu piel es más morena o tus padres o abuelos nacieron en otro país más al sur. Eso sí, los reproches a estos racistas no han sido pocos, y casi que los han puesto en su sitio como pocas veces hemos visto.

Hoy se enfrentan las selecciones de Marruecos y de Francia, cuyo ganador llegará a la final. Y volveremos a ver a reporteros buscando el primer papel que alguien lance fuera de una papelera, a la masa oscura y uniforme saltar y bailar mientras lanzan gritos ininteligibles. O cualquier incidente que valga para generalizar y meter a todos en un mismo saco, algo que no hacen cuando los fanáticos de los equipos europeos la lían, porque entonces, son solo esos, no toda la afición, ni toda esa ciudad, ni toda esa raza. Veremos de nuevo a los apocalípticos criptonazis de la teoría del Gran Reemplazo alertar del peligro de ver a tanta gente no blanca feliz en nuestras calles, sus calles también, por mucho que rabien. Veremos supurar el racismo una vez más, sí, pero también múltiples muestras de compadreo, de amistad, de deportividad, de la mayoría a la que no le molesta ni le inquieta la diversidad, y de aquellos a los que hacen suyas las victorias de sus vecinos. Esto es lo que más les va a joder, que lo celebremos juntos. Solo por esto, ya habrá valido la pena.

Nido de Rojos y Rojas en Carne Cruda. Sobre Malversación, jueces golpistas y golpes de Estado. Con Irantzu Varela y Bob Pop.

En Nido de Rojos analizamos la actualidad política de las últimas semanas: hablamos de la reforma del delito de malversación; los nombramientos del Tribunal Constitucional, el intento de desbloqueo de la justicia, o la aprobación del dictamen de la Ley Trans y derechos LGTBI en el Congreso. Un análisis con Irantzu Varela, Miquel Ramos y Bob Pop. Además, último episodio de la sección Juntas Emprendemos.

“L’objectiu de l’extrema dreta és conquerir el sentit comú”

Entrevista al diari Ara Balears.

El periodista Miquel Ramos (València, 1979) presenta aquest dissabte a Palma Antifeixistes (Capitán Swing), el seu darrer llibre, dins del marc de les jornades antifeixistes que ha organitzat MÉS per Palma. Aquest especialista en l’estudi de l’extrema dreta i els moviments socials remarca la necessitat de mantenir-nos alerta per no comprar el marc de pensament de formacions com Vox, que des que han entrat a les institucions tenen un altaveu més fort que mai.

Arribau a Mallorca després de la polèmica al voltant de la bandera espanyola a La Salle, que l’extrema dreta ha fet servir per treure’n rèdit polític.

— No és res de nou. Al País Valencià patim campanyes com aquesta des de fa molts anys. Es fan servir tàctiques per atacar el català a l’escola de qualsevol manera: al País Valencià va ser contra el bilingüisme i a Catalunya contra la immersió. En aquest cas, hem vist quina és la comparsa habitual: l’extrema dreta, que va en contra de la normalització de la llengua. Però també hi ha el component que els pares han fet servir menors d’edat. Ells ho varen portar als mitjans, instrumentalitzant els infants. La bandera ha estat una excusa.

Docents i directors de centres educatius han percebut un increment de simbologia d’extrema dreta entre els alumnes…

— Sí, perquè l’extrema dreta inverteix cada vegada més a les xarxes, amb continguts dirigits a la gent jove. Es fa bandera d’una suposada incorrecció política i diuen que representen la rebel·lia. És un fenomen global.

Hem passat d’una extrema dreta nostàlgica del franquisme a una altra de més semblant a formacions europees de la mateixa ideologia?

— Aquest trencament es va fer fa trenta anys. A Espanya, l’extrema dreta es va començar a semblar més a l’europea als anys 90, no ara. Cal recordar que fa quinze anys va emergir Plataforma per Catalunya amb la mateixa fórmula que Vox, amb la islamofòbia i el racisme com a dos pilars. Això sí, Vox ha tingut més èxit a l’Estat. Però abans hi va haver altres experiments que varen fer servir els mateixos marcs, encara que no varen aconseguir representació.

Vox ha adquirit una capa de dignitat política, perquè té representació a les institucions…

— El partit és legal, té representació, i la norma no fa distincions. Però altres partits fan servir sovint el marc de l’extrema dreta: si prefereixes parlar del problema dels ocupes i no de l’habitatge, o de la immigració en lloc de la política internacional, l’estàs utilitzant. Ells s’agafen al fet que són legals i tenen dret a dir el que volen.

L’extrema dreta té milions de votants, no només entre les elits, sinó també a la classe treballadora. Estan ocupant un buit que ha deixat l’esquerra?

— L’esquerra institucional no fa tot el que podria per posar fi a determinades situacions que afecten els drets, la seguretat vital i l’habitatge per evitar que l’extrema dreta es presenti com a alternativa. Però sí que hi ha moviments socials que ho fan. És important tenir en compte que Vox és estrictament neoliberal des del punt de vista programàtic. No qüestiona els beneficis de les elits i sempre està en contra de mesures socials. El vot a Vox de la classe treballadora és identitari perquè Vox és una potada al sistema. Apel·len a determinades identitats: home, espanyol i heterosexual.

Pel que fa als mitjans de comunicació, de vegades sembla que no sabem què fer davant d’un fenomen com l’arribada de l’extrema dreta a les institucions. Ens ha agafat a contrapeu?

— Malauradament sí, encara que el fenomen ja existia abans i hi havia propostes d’extrema dreta. La diferència és que no tenia representació institucional, i per això els mitjans ho afrontaven com un fet anecdòtic. El debat ara no és si hem de parlar-ne o no, sinó com ho hem de fer. S’ha de triar l’enfocament i el moment, i no compartir el seu marc, que fa servir la mentida constantment.

Pocs periodistes diuen clarament que són antifeixistes i fan bandera de la neutralitat. No és contraproduent?

— No hi pot haver equidistància en la defensa dels drets humans, i l’antifeixisme és condició per a qualsevol demòcrata. No totes les idees són vàlides, perquè això va en benefici de l’opressor. És pervers, ridícul i còmplice. Cal anar-hi de cara.

De fet, encara que l’extrema dreta s’ha normalitzat, l’antifeixisme encara genera polèmica, i això que les institucions han anat a remolc seu i ara assenyalen coses que els antifeixistes tenien clares els anys 90…

— Estem lluny que hi hagi voluntat per part dels polítics de no comprar el marc de l’extrema dreta. Per exemple, l’actitud de Marlaska amb la tanca de Melilla ha estat aplaudida per l’extrema dreta. És un error donar per fet que els polítics no estan d’acord amb les seves propostes. Pensen que no els afecten, i aquest és el gran drama. Ara, la dreta veu l’extrema dreta com una competidora, no com un perill per a la seva existència ni per a la democràcia. Això és evident amb el PP, que ha anat comprant el marc i els discursos de l’extrema dreta. No hem d’oblidar que Vox surt del PP.

L’extrema dreta no només marca l’agenda política, sinó que també aconsegueix introduir postulats en el debat social. Amb la seva estratègia comunicativa, està guanyant la batalla per l’hegemonia cultural?

— L’objectiu de l’extrema dreta és conquerir el sentit comú, i els és igual treure més o menys diputats. L’objectiu és l’hegemonia cultural, que la gent progressista pensi que els musulmans, les dones, el col·lectiu LGTBI no han de tenir els mateixos drets, i ho estan aconseguint en alguns aspectes. Hi ha persones que no ho compren tot, però sí alguna cosa. 

Què es pot fer per evitar-ho?

— Hi ha una barrera infranquejable: els drets humans. L’extrema dreta en fa una esmena a la totalitat i els demòcrates n’han de fer una defensa ferma. Però cal evitar que un racista, un masclista, un homòfob es victimitzin, perquè la victimització és una estratègia dels privilegiats de sempre quan perden privilegis, però es guanya en igualtat. Una societat democràtica hauria de tendir a la igualtat.

De vegades, sembla que a l’esquerra també li convé electoralment la confrontació amb l’extrema dreta…

— L’esquerra s’envalenteix amb l’extrema dreta, és part del circ polític. De vegades, es fan intervencions brillants que la deixen en evidència. La perversió és quan penses que l’extrema dreta serveix als teus interessos i quan no la veus com un perill, sinó com una oportunitat per recollir-ne el vot en contra. L’artimètica electoral aquí és perversa i no estàs pensant en el poble.

Cancelados y políticamente incorrectos

“Comentarios racistas, manifestaciones homófobas, violencia fascista: ¡Basta!: contra la extrema derecha, ¡tú decides!”. La pasada semana, la cadena de tiendas FNAC en Francia retiró de la venta al público un juego de mesa titulado Antifa, del colectivo antifascista La Horde y la editorial Libertalia. Las protestas del Sindicato de Comisarios de la Policía Nacional (SCPN) y de varios representantes del partido ultraderechista Reagrupación Nacional (RN) del clan Le Pen habían iniciado una campaña para que la popular cadena de tiendas cancelara la venta de Antifa le jeu, un juego de simulación y gestión que da vida a un grupo antifascista local mediante la implementación de “acciones que requerirán su tiempo, recursos y un poco de organización”, según explica la web de la editorial que lo publicó.

“Entendemos que la comercialización de este juego puede haber ofendido a algunas de nuestras audiencias. Estamos haciendo lo necesario para que en las próximas horas ya no esté disponible”, contestó la FNAC en un comunicado poco después de las quejas de los ultraderechistas. Sin embargo, la reacción de miles de personas en redes sociales ante esta censura hizo que el juego se popularizara todavía más y, en pocas horas, se agotara de todos los puntos de venta, obligando a la editorial a reeditarlo ante la enorme demanda. El efecto Streisand funcionó bien esta vez, gracias a los fascistas, e incluso aparecieron editoriales de varios países interesadas en traducirlo y comercializarlo fuera de Francia. La FNAC, finalmente, pidió disculpas y volvió a comercializar el juego.

Sin embargo, no siempre es así, y hay múltiples casos en los que esta censura consigue hacer daño de verdad a los autores. Recuerdo los numerosos conciertos cancelados de grupos como Soziedad Alkoholika, Berri Txarrak o Fermin Muguruza, quien, además de recibir un atentado con explosivos en un concierto en Barcelona, tuvo que cancelar una gira entera con Manu Chao ante la campaña de criminalización y el acoso de la extrema derecha a las salas. Recuerdo también a Los Chikos del Maíz pasar por la Audiencia Nacional por la letra de una canción, y cómo no, a Pablo Hásel en prisión y a Valtònyc en el exilio. La bomba a Leo Bassi en el Teatro Alfil, la censura y la persecución contra Willy Toledo o las concentraciones de neonazis contra Raimon en València hace pocos años, cuando todavía recibíamos las visitas de los fascistas a las librerías y los boicots a festivales de música y cine en valenciano. Hace diez años, ojo, no durante la Transición.

Hoy está de moda hablar de la cultura de la cancelación, del puritanismo progreo de la supuesta dictadura de lo políticamente correcto. Casualmente, quienes hacen caja con esta supuesta amenaza tienen cada semana tribuna en grandes medios de comunicación, publican libros en las editoriales más grandes del país e incluso tienen espacio en las principales cadenas de televisión. También artistas que algún día fueron o creían que eran de izquierdas se lamentan de la deriva de esta sociedad y de cómo, con el tiempo, se han vuelto más fachas por culpa de los demás. Están sometidos constantemente a la terrible crítica en redes sociales por parte de tuiteros, las feministas ya no les pasan ni una, y los negros y los maricones cada vez se callan menos. Eso debe ser insoportable, seguro que sí.

Por otra parte, el reciente asalto de Elon Musk a Twitter fue aplaudido por todo el fondo ultra de la red, a pesar de tenerla colonizada desde hace tiempo y disfrutar del sesgo de los algoritmos, denunciados mil veces tras comprobarse en varios análisis que facilitaban la promoción de los discursos de odio para generar más interacciones. A pesar de que el nuevo Twitter está siendo objeto de cierta improvisación por parte del cantamañanas megalómano que hoy lo controla, muchos fascistas han encontrado un nuevo aliado para acelerar su guerra en las redes. En EEUU está siendo descarado el compadreo de Musk con personajes de extrema derecha que se dedican, además de criticar la supuesta cultura de la cancelación, a señalar y a exponer a antifascistas, feministas y antirracistas. También existen listas negras de tuiteros de izquierdas que están siendo ya eliminados de esta red, en acciones de denuncia coordinada de varios internautas de extrema derecha y la complicidad de los nuevos responsables de Twitter. Mientras, supremacistas blancos de varios países celebran que estos días, sus cuentas suspendidas tiempo atrás por incitar al odio, están siendo devueltas.

Recientemente, la asociación PEN America, dedicada desde hace un siglo a defender la literatura por los derechos humanos y la libre expresión, publicó los datos sobre la censura de libros en centros escolares de EEUU entre 2021 y 2022. Durante este periodo, según este informe, se produjeron prohibiciones en 138 distritos escolares en 32 estados. Estos distritos representan 5.049 escuelas y alcanzan a cuatro millones de estudiantes. Los resultados dejan bastante en evidencia las mentiras de la supuesta dictadura de lo políticamente correcto: el 41% de estas obras contenían temas LGTBIQ+. Le siguen las obras con protagonistas no-blancos, obras con contenido sexual, sobre racismo y otras discriminaciones, activismo o críticas a la policía. El libro más prohibido del año escolar, según este ranking, fue Gender Queer: A Memoir, de Maia Kobabe. Se eliminó de las bibliotecas escolares y/o de las estanterías de las aulas en 41 instancias distintas.

Esta semana, los neonazis de Patriot Front y de los Proud Boys volvieron a salir a las calles armados con rifles de asalto y ropa militar para protestar contra un espectáculo de Drag Queens en Ohio, EEUU. Llevan ya un tiempo presentándose a este tipo de actos y consiguiendo que varios organizadores los cancelen por miedo a represalias. Hace poco más de un mes, un homófobo asesinó a varias personas en un club LGTBIQ+ en Colorado, también en EEUU. Lo mismo sucedió en octubre en Bratislava, Eslovaquia, cuando un neonazi abrió fuego contra otro local gay de la ciudad. En junio, lo mismo en Oslo, Noruega, con más víctimas mortales por parte de un homófobo armado.

Los mismos medios que hoy promocionan el llanto de los políticamente incorrectos son los que hace no tanto señalaban a los artistas anteriormente citados cada vez que anunciaban una actuación, provocando así que las hordas fascistas actuasen contra ellos y las salas, los promotores y las instituciones que los contrataban se echasen atrás. Los mismos artistas que maldicen la corrección política y su política de la cancelación siguen tranquilamente con sus carreras, y hasta les dedican películas o tienen programas de televisión en prime time.

Podemos seguir hablando de la cultura de la cancelación y la dictadura woke si quieren. De cómo molesta que te critiquen ese chiste homófobo o ese comentario machista, y de lo quejicas que son estos progres. Mientras, al menos alguien se atreve a entrevistar en un bosque a ese pobre chaval tan majete y políticamente incorrecto que salía antes en la tele y que ahora se esconde huyendo de la venganza del feminismo.

Columna de opinión en Público, 07/12/2022