Matar a un francés de origen árabe se premia con más de un millón de euros

“Cubriré a la policía si, por desgracia, se produce algún incidente. El rearme moral es prioritario”, dijo el primer ministro francés Jacques Chirac en 1986. Remataba así las palabras del entonces ministro del interior, Charles Pasqua, que llamaba a ‘perseguir a los crápulas’ y a aterrorizar a quienes quebrantasen la ley, a los que llamaba ‘terroristas’. Siete años después, siendo todavía Pasqua ministro del Interior, alguien se tomó muy en serio esas palabras.

El 4 de abril de 1993, en Chambéry, Eric Simonté, de 18 años, era asesinado de un tiro en la cabeza por un policía mientras permanecía esposado. El día 6, Makoiné M’Bowole, un zaireño de 17 años aparecía muerto de un tiro en la cabeza en una comisaría de París. Ese mismo día, en Arcachon, Pascal Tais, de 32 años, moría de una paliza en comisaría. Esa misma semana en Tourcoin, un policía borracho le voló la cabeza de un disparo a Rachid, un joven de 17 años que se encontraba tendido en el suelo. Pasqua seguía siendo ministro del Interior, y a pesar de que prohibió cualquier manifestación, centenares de jóvenes salieron en distintas partes del país a protestar.

Hacía tan solo dos años que las imágenes de la brutal paliza de varios policías a un hombre negro, Rodney King, en Los Ángeles, habían desatado una oleada de disturbios en EEUU. Y tan solo un año de la caída del régimen racista de apartheid en Sudáfrica. Las evidencias del racismo estructural e institucional, del colonialismo, la represión y la brutalidad policial no se podían esconder. Los años siguientes hasta hoy, tanto en los EEUU como en Europa, los casos como los de Rodney, Simonté, Tais y tantos otros, son incontables. Recordemos que no hace tanto, en los EEUU estalló el movimiento Black Lives Matter en respuesta precisamente a este problema irresuelto, a este racismo evidente que impregna no solo a la policía estadounidense y europea, sino a gran parte de la sociedad.

Francia vuelve a arder estos días, como lo ha hecho en múltiples ocasiones desde 1993, tras otro de tantos crímenes racistas perpetrados por la policía. Esta vez, el asesinato de Nahel, un joven de 17 años, ha provocado no solo una nueva ola de protestas y enfrentamientos con la policía en varias ciudades, sino de nuevo, una orgía de desinformación, de pornografía de los disturbios y de algunas inquietantes cartas sobre la mesa que a menudo se nos olvidan. Y es que lo de Chirac y Pasqua se ha ido repitiendo en boca de todos los que han ostentado poder en el país galo, como Sarkozy cuando llamó ‘chusma’ a los habitantes de las banlieues tras la muerte de otros dos jóvenes racializados por acción de la policía en 2005.

Más allá del recuento de daños y detenidos de cada día en Francia, de las imágenes espectaculares de fuegos artificiales contra policías, escaparates rotos y coches ardiendo, hay excelentes análisis sobre lo que sucede en Francia que no son lo que se suele compartir en redes. El texto de Alfredo González-Ruibal titulado Francia: la ciudad colonial engendra la revuelta, el de Sarah Babiker Vivir quemados, incendiar Francia, y Cómo Macron encubre la raíz de los disturbios de las banlieues, de Aldo Rubert, son algunos de los imprescindibles para entender algo más allá de lo que algunos pretenden que nos indigne, y que suelen ser objetos quemados y una supuesta paz y tranquilidad que solo pueden permitirse, o incluso creerse, quienes viven ajenos a las violencias cotidianas que atraviesan a las clases populares y racializadas.

Francia nos tiene acostumbrados a los disturbios, a las barricadas y a las imágenes de policías desatados gaseando y golpeando sin piedad a manifestantes y transeúntes, como hemos visto estos últimos años en las protestas de los chalecos amarillos y en muchas otras manifestaciones. El debate sobre la Policía, que el periódico Liberation llevó a su portada, no es nuevo. En 2017, la cadena ARTE publicó un documental titulado Dans la tête d’un flic (dentro de la cabeza de un policía), de François Chilowicz, en el que varios agentes hablaban sobre su trabajo en las banlieues, en las manifestaciones y su percepción de la sociedad y de ellos mismos. El director David Dufresne realizó posteriormente, en 2020, otro magnífico documental titulado Un pays qui se tient sage (Un país que se porta bien), en el que muestra imágenes brutales de la Policía contra manifestantes, y en el que sienta a dialogar a un policía con varias personas sobre su trabajo y su violencia. El saldo de las víctimas de aquellas protestas entre noviembre de 2018 y febrero de 2020 no era para menos: dos muertos, cinco manos arrancadas y 27 ojos reventados. Entre 2021 y 2022, 44 personas han muerto de la misma manera que Nahel, es decir, a tiros por la Policía.

Otra vez han proliferado los bulos y las desinformaciones sobre lo que está sucediendo, con la clara intención de criminalizar todavía más a los manifestantes y estimular precisamente lo mismo que se denuncia, esto es, el racismo: videos de supuestos francotiradores negros, de blancos mutilados, de edificios ardiendo, noticias de policías, bomberos y familias asesinadas en los disturbios, una supuesta mano islamista, o hasta rusa, y una complicidad eterna de las izquierdas con los salvajes. Los portales de verificación no dan abasto, y en realidad, al que difunde el bulo le da igual. Tiene veinte bulos más saliendo, y millones de reproducciones y visitas en todos ellos. Y todos salen gratis.

La extrema derecha es desde hace años un actor político más en Francia, cuyos discursos impregnan cada vez más los de otros políticos, y que sirven para empoderar y legitimar a los grupos de choque neofascistas. Algunos de estos ultraderechistas han salido estos días a cazar árabes, negros y antifascistas en varias ciudades, tal y como confesarían algunos de ellos interceptados por la policía con varias armas de fuego en sus vehículos y matrículas falsas. En pocas ocasiones, estos grupos de neofascistas armados han actuado ante la pasiva mirada de la Policía, o directamente en connivencia con esta, como han demostrado y denunciado con material gráfico varios activistas estos días.

Y aquí se encuentra una parte de la sociedad, que prefiere el orden que le ofrece este combo habitual de nazis y policías que el de unos salvajes, pobres y morenos y sus amigos los progres, que se pierden en explicaciones sobre el origen de todo este desastre en vez de enviar los tanques, limpiar las calles y meter a todos en la puta cárcel. La mayor victoria de todos estos fascistas es estar cosechando la aprobación de una parte de la sociedad, a la que le importa bien poco quien defienda su coche o su chalet de los bárbaros, si uno de los que llaman algunos ‘jóvenes nacionalistas’ por no llamarlos nazis, un policía a tiros contra una masa negra, o una banda paramilitar que se presenta dispuesta a derrocar al gobierno si hace falta.

Esa normalización y aceptación del fascismo como garante del orden, algo que no es nuevo, es lo que algunos, incluso desde una supuesta postura progresista, ya han comprado. Unos por miedo a perder su supuesta tranquilidad, y otros porque detesta a aquellos que se rebelan sin esgrimir el manifiesto comunista. Otros porque han aceptado que sus enemigos y sus prioridades, sus miedos y sus metas son los que señalan casualmente también esos nuevos fascistas, y te lo venden diciendo que estos sí que hablan ‘de lo que otros no se atreven’.

Este es el rearme moral que reivindicaba Chirac en 1986, el que siempre defendió la derecha negando las violencias estructurales y reduciendo a hechos individuales fruto de la inadaptación cualquier conato de rebeldía o de delincuencia. Por eso, el policía que asesinó al joven Nahel tiene ya más de millón y medio de euros recogidos en una recolecta. Matar a un joven árabe no solo no tiene reproche, sino que te pagan por ello.

Columna de opinión de Miquel Ramos en Público, 04/07/2023

Apuntalar el proyecto neoliberal

Las élites siempre han necesitado a un dóberman que le custodie el cortijo. Que muerda al extraño, al obrero indisciplinado y a quien sea que el patrón señale. Es la función de la extrema derecha desde siempre, y no hay más que analizar su papel histórico y su sintonía hoy en todo el programa y política económica de las derechas: siempre en beneficio de las élites y siempre sin cuestionar el orden neoliberal. Siempre apuntando hacia abajo, segando derechos, y nunca molestando al amo. Los grandes capitales están muy tranquilos siempre con las extremas derechas.

Algunos ciudadanos llevan varios días en modo pánico viendo como la derecha no ha tenido ningún escrúpulo a la hora de pactar la extrema derecha. Aunque ya llevaban tiempo hablando el mismo idioma y haciendo manitas en público, había gente que albergaba todavía cierta esperanza en que el PP no abriese tan fácilmente las puertas a Vox en las instituciones. Gente que confiaba en una derecha moderada, civilizada, en un centro político que nunca existió.

Gente que quiso creerse a la candidata del PP extremeña, María Guardiola, y su supuesta responsabilidad democrática cuando hizo mención de los derechos de las mujeres y de las personas LGTBI para justificar el no pacto con Vox. Finalmente, como ya advertimos, el PP ha acabado rectificando y ella, con la cabeza gacha pidiendo disculpas a los ultras y dándonos la razón. Ni ser un fascista ni andar con fascistas tiene hoy ya reproche alguno. De esto se han encargado los eternos equidistantes que tan solo consideran estas ideas como políticamente incorrectas, y que hay derechos que, como todo, son tan debatibles como prescindibles si así lo quiere la gente.

Hubo un tiempo en el que la derecha quiso arrebatar algunas causas a las izquierdas, vistiéndose de tolerante, inclusivo y diverso, agitando la bandera LGTBI con una mano mientras con la otra presentaba recursos contra las leyes de igualdad o de matrimonio de personas del mismo sexo. Hoy incluso se atreven a afirmar que fueron pioneros en la defensa de estos derechos, mientras pactan con la ultraderecha que los niega. Eran tiempos en que parecía que existía cierta hegemonía progresista, algo que los posfascistas llaman hoy ‘marxismo cultural’ para criticar que los maricones y las bolleras ya puedan ir relativamente tranquilos agarrados de la mano por la calle. Y aunque les dé asco, a veces hasta son capaces de usar los derechos de estos colectivos como arma arrojadiza contra los extranjeros, ya que si existe machismo y homofobia en España es porque alguien la trajo en patera. Aunque ellos luego legislen contra los derechos de las mujeres y de las personas LGTBI. Pero al votante ya le da igual que digan hoy esto y mañana lo otro, incluso al votante LGTBI de derechas, porque su proyecto, su voto, no es tanto en función de su orientación sexual sino de su clase, ya sea real o aspiracional.

A veces, a ese dóberman que es la extrema derecha no le hace falta ni morder. Por inercia, ningún gobierno llamado progresista ha ido más allá de los márgenes impuestos por quienes nunca fueron elegidos por la voluntad popular. Por esas élites que aceptan cambios estéticos, banderas en los balcones y hasta algunas políticas públicas para parecer que en su cortijo también se preocupan por la violencia machista y por los derechos humanos. Tímidos avances en materia de derechos, libertades y mejoras salariales, algo que les sirva para apuntarse un tanto, tener contenta a una parte de la sociedad y que haga sentirse útiles a los políticos progresistas. Medidas que, sin duda, son un alivio para muchísima gente, pero que son perfectamente asumibles para el neoliberalismo, que tiene recursos para todo, incluso para vestirse de rojo si hace falta.

Pero estas élites están convencidas de que nadie se atreverá a más, a tocar la estructura ni a cuestionar el statu quo. Y así lo confirman quienes llamándose progresistas son incapaces de llevar a cabo una ley de vivienda valiente que acabe con tantas familias en la calle o invirtiendo todo su sueldo en pagar su alquiler. Promueven medidas contra la subida de los precios que no alteren los beneficios de los grandes capitales, y dan ayudas a discreción sin tener en cuenta la renta de los beneficiarios. Repartamos responsabilidades y seamos honestos, ya que algunos gobernantes siguen empeñados en tratar de gilipollas a los ciudadanos echando siempre la culpa al otro, cuando han sido incapaces ya no solo de plantar cara sino de explicarnos esos límites dónde están y quiénes los han puesto.

La extrema derecha es el perro, el espantapájaros y el navajero, el que unos usan para disciplinar y otros para asustar. El que viene a apuntalar todavía más el proyecto neoliberal después de las sucesivas traiciones y rendiciones de la socialdemocracia y el aplastamiento y fracaso de una izquierda que se lanzó a pelear en las instituciones. Y vive no solo del miedo y de los huesos de sus amos, sino de la impunidad que le permite todo aquél que pasa por el gobierno.

En política hay que pensar siempre a largo plazo, y si de algo nos debe servir esta reconfiguración actual del neoliberalismo con numerosos posfacistas al mando, es defender derechos y defender la diversidad desde la lucha de clases. Es a no desligar las luchas de tantos colectivos que lanzan a la papelera de la lucha contra esas élites que perpetúan la precariedad y la miseria. Hay herramientas y experiencias suficientes para ponerse a trabajar en ello. Ante las futuras crisis que vienen, no solo económicas sino también climáticas.

Las derechas, sean las que pretenden situarse en el inexistente centro como las que van a calzón quitao, tienen todas los mismos objetivos, más allá de querer vivir eternamente del cuento, y hacer ricos a sus amigos. El proyecto neoliberal requiere diferentes cartas para jugar esta partida, y en estos tiempos se está librando, además de la eterna lucha de clases, otra batalla por desechar aquello en lo que la izquierda sigue teniendo cierta autoridad moral por haberlo defendido siempre (una de facto, otra solo de manera retórica), que son los derechos humanos. Y para ello sitúa en cabeza a la extrema derecha, para que ladre y muerda y para que mantenga a raya a la izquierda y a cualquier colectivo que pretenda quitarle al patrón su derecho a orinarte en la cara. La extrema derecha no es otra cosa que eso. Y para eso ha venido ahora, para mantener el orden neoliberal a cualquier precio.

Articulo de opinión de Miquel Ramos en Público, 28/06/2023

Verano azul verdoso: el PP se arrodilla ante Vox (CARNE CRUDA)

Vuelve Nido de Rojos y Rojas para analizar lo que suponen los pactos de PP y Vox y la entrada de la derecha en las instituciones, lo que está pasando en Extremadura, cómo afecta en el escenario europeo y cómo se perfila la campaña para el próximo 23J con los periodistas Miquel Ramos, autor de “Antifascistas” y Patricia Simón, colaboradora en La Marea, y la politóloga Noelia Adánez. Y hacemos una parada en Grecia con Queralt Castillo para hablar del naufragio en el Jónico con centenares de desaparecidos, las inconsistencias del relato de los guardacostas, el papel de la UE y un repaso de las últimas elecciones helenas que consolidan también el acceso de la ultraderecha. Más información aquí: https://bit.ly/Nido1232

Las renuncias de la izquierda son las victorias de la derecha

La inmediatez de las nuevas elecciones y el inexorable avance de la derecha con la extrema derecha tras los resultados de los comicios locales y autonómicos están provocando una serie de pánicos e improvisaciones que nos permiten ver muchos de los entresijos de esta guerra. La ultraderecha está acaparando el foco mediático, está marcando agenda y lleva tiempo siendo la protagonista de la película, algo que no se debe solo a su habilidad para instalarse bajo el foco, sino que tiene muchos factores, y no son todo méritos propios.

Esto se advertía inevitable con la cobardía manifiesta de los gobernantes durante la última legislatura incumpliendo numerosas promesas, pero también ha sido gracias el relato mediático reinante. Por una parte, legitimando a la ultraderecha y sus propuestas contra los derechos humanos, y por otra, por sus reiteradas campañas de acoso y derribo contra personas y partidos, y de manera soterrada, con todo esto y más, contra los consensos que creíamos imbatibles en derechos y libertades.

La ultraderecha ha empezado ya a copar espacios simbólicos desde donde libra su particular batalla cultural, destruyendo políticas de igualdad allá donde le han dado ese poder. Mientras, el PP se asegura la gestión de aquello verdaderamente rentable, donde está la pasta, lo importante. Mientras unos miran al torero valenciano, otros se reparten el pastel. Lo explicó bien el compañero Joan Canela la semana pasada, cuando Vicente Barrera, el torero que llamó Caudillo a su caballo y que nunca escondió sus simpatías por el fascismo, fue agraciado por el PP valenciano con la Conselleria de Cultura. No es el único ni será el último ejemplo que veremos estos días, en los que encima nos distraemos con la lona que han colgado en Madrid como ya hicimos con el cartel de tu abuela y los MENA. Campañas baratas pero efectivas, que acabamos difundiendo entre todos mientras ellos negocian cuanta pasta hay a repartir y quienes y a cambio de qué se la van a llevar.

No hay nada nuevo en esto. Hace tiempo que bailamos al son de la música que toca la extrema derecha con cuatro instrumentos baratos y desafinados, canciones simples y repetitivas que no requieren gran producción pero que se pegan y se incrustan en el subconsciente hasta que nuestros amigos, todos unos eruditos, acaban tarareándolas sin cesar. Es lo que le ha pasado a una parte de la gente que se cree todavía hoy a salvo de la batalla cultural que libra la ultraderecha, pero que poco a poco ha ido comprando su chatarra. Primero con los musulmanes, después con los independentistas, luego con las personas trans, después con las personas migrantes, ahora las feministas, y así hasta el infinito. Un poquito de igualdad está bien, pero esto ya es pasarse. Seguro que lo hemos visto con gente de nuestro entorno nada sospechosa de ser de Vox, y lo acabamos de ver con Amelia Valcárcel, brindando públicamente su confianza a Feijóo. Es el miedo y la rabia a perder privilegios, algo imprescindible en cualquier batalla por la igualdad, y algo que también compraron hace tiempo personas que se consideran muy de izquierdas, pero con mucho que perder si esto que se supone que reivindican, va de verdad en serio.

Es lo que lleva haciendo Pedro Sánchez postrándose ante el ‘que te vote Txapote’ de la derecha y huyendo de Bildu, llegando incluso a pactar con el PP contra este, y lo que está pasando con el feminismo molestón. Este feminismo que pide demasiado, atribuido estos días a la ministra de Igualdad, Irene Montero, a quien los medios llevan tiempo fusilando y a quien esta semana Pedro Sánchez ha decidido azotar en público para tranquilizar a sus amigos. Los amigos de Pedro sobre los que ya han escrito otras compañeras y compañerosadvirtiendo que se trata de un regalo a la ultraderecha y de que no somos conscientes del retroceso que supone esto en plena batalla por el relato en defensa de los derechos humanos. A pesar de la importancia de este frente de batalla contra la reacción, invertir todos nuestros esfuerzos en este asunto está dejando descuidados otros frentes igual de importantes y donde también están en juego otros derechos fundamentales.

La muerte de centenares de personas en las costas griegas esta semana y el papel que, según varios investigadores, podría haber jugado las autoridades de este país, nos recuerda la terrible necropolítica en nuestras fronteras institucionalizada por los estados europeos. Las personas que pierden la vida cada año tanto en el mediterráneo como en las vallas fronterizas, como en la impune masacre de Melilla, no arrancan tanta indignación ni tanta reacción como la prohibición de exhibir banderas LGTBI en un ayuntamiento. Al menos, las políticas migratorias vigentes y que sin ninguna duda mantendría cualquier gobierno de derechas con o sin la extrema derecha, han quedado fuera de esta batalla. Como si se asumiese que es una trinchera perdida. Como si el relato que una parte de la población ha asumido es el que la ultraderecha lleva difundiendo desde hace décadas: que es inevitable. Que la culpa es de las mafias. Que arreglen sus asuntos en sus países. Que poco podemos hacer. Que no somos racistas pero que aquí no hay para todos.

Algunas renuncias son fáciles para quienes no sufren sus consecuencias. Instalar esa distancia entre luchas, esa jerarquía de prioridades y esos derechos prescindibles es uno de los objetivos de la ofensiva reaccionaria. Los incesantes desahucios, la vigencia de la Ley Mordaza, la vergüenza instalada en la radiotelevisión pública y su saqueo permitido, y tantos frentes y deberes por hacer de este gobierno son también la causa de la desafección con lo institucional que históricamente ha castigado mucho más a las izquierdas. Quienes hoy te piden el voto para frenar a la ultraderecha, dejaran esto y más como ofrenda para los que vengan. Estas trincheras de las que hoy no hablan tanto y sobre las que prefieren que no hablemos, son precisamente las que abandonó hace tiempo una parte de la izquierda institucional que hoy agita el miedo a la ultraderecha. Y son precisamente haberlas abandonado lo que ha permitido hoy a la ultraderecha estar donde está, y utilizar, además, la munición que quedó abandonada.

Esto debería ser un aviso para quien pretenda dar lecciones sobre votos útiles, a quienes piden rebajar discursos y demandas y a quienes problematizan la diversidad y las luchas por la igualdad en todos los ámbitos. Creer que la sociedad no está preparada para mejorar, que hay colectivos que no deberían reivindicar más derechos y que ni siquiera la izquierda está preparada para gestionar es rendirse sin luchar. Este es el verdadero objetivo de su batalla cultural para conquistar el sentido común. Y no hay relato más arrollador ni derrota más evidente que creérselo.

Articulo de opinión de Miquel Ramos en Público, 22/06/2023

“Pactar amb l’extrema dreta ja no té cost polític, a l’estat espanyol”: Entrevista a Els Matins TV3

Després de vuit anys d’executius progressistes, la Generalitat Valenciana estarà governada per una coalició entre de PP i Vox. L’extrema dreta tindrà entre dues i tres conselleries i també la Presidència de les Corts. Analitzem el pacte amb Miquel Ramos, periodista especialitzat en extrema dreta. 14/06/2023

Entrevista completa: https://www.ccma.cat/video/embed/6226127/