Artículo incluido en el especial Guía de viajes por la memoria, de #LaMarea51. A la venta aquí
Justo en la línea imaginaria que separa Cataluña del País Valenciano se encuentra la carretera que lleva a La Sènia. A pocos kilómetros hacia el interior, el terreno ya se adivina abrupto y salvaje, desde el Parque Natural de la Tinença de Benifassà, en la comarca del Baix Maestrat hasta Els Ports, y los primeros paisajes de la frontera con Aragón. Parecen haber sobrevivido a la huella humana durante siglos. Solo la carretera y algunas masías solitarias atestiguan la presencia de pobladores en este rincón de Castelló.
Las carreteras dejan a un lado un enorme y vasto paisaje de carrascas, conectando pequeñas localidades como Fredes o Castell de Cabres, donde no viven ni 20 habitantes. Hoy en día la zona es visitada por numerosos aficionados al turismo rural, al senderismo y al ciclismo de montaña. Incluso se puede bajar hasta el pantano de Ulldecona a darse un baño o pasear en canoa. Fue precisamente su inaccesibilidad lo que propició que la zona se convirtiera en un fortín para los maquis tras la Guerra Civil.
La orografía fue determinante, así como la complicidad de sus escasos pobladores, que de una manera u otra colaboraron o se unieron a la guerrilla. La importancia de este territorio en la lucha contra el franquismo es relativamente tardía. Empezó a ser fuerte a partir de la segunda mitad de 1946. Debido a la incorporación de cada vez más guerrilleros, se decidió dividir el sector XVII de la Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón (AGLA) y crear el XXIII, que comprendería Els Ports y el sur de Tarragona, la Tinença de Benifassà y gran parte de El Maestrazgo y del Bajo Aragón.
Las acciones de los maquis eran tanto sabotajes como ataques a la Guardia Civil, atracos a bancos y hasta ocupaciones de pueblos, como las que se produjeron en 1947 en las localidades de Fredes, Catí, Castellfort y Canet lo Roig. La complicidad de los vecinos con la guerrilla provocó una escalada represiva que se saldó con numero esas detenciones, ejecuciones, torturas y humillaciones, como las que sufrió Florencio Plà Meseguer, un joven pastor que nació intersexual (con una anatomía reproductiva o sexual que no parecía encajar en las definiciones típicas de masculino o femenino) y que fue objeto de las burlas de varios agentes de la Guardia Civil en la masía donde trabajaba, en la Pobla de Benifassà, conocida hoy como el Mas de la Pastora, un interesante y emblemático lugar para visitar. Sus simpatías y constantes colaboraciones con los guerrilleros y el reiterado trato degradante que recibía de los agentes motivó su ingreso en el maquis. Conocido como La Pastora, ya había tenido contacto con varios guerrilleros, y es hoy un mito en la zona con una apasionante historia.
La última esperanza antifascista
Otros puntos en la ruta son el Mas del Cabanil, donde se produjo un asalto que provocó la muerte de dos guerrilleros y la detención y posterior consejo de guerra de uno más, y el que fuera campamento maquis en Rafalgarí, sobre la montaña del mismo nombre. Una parada en el Mas de Guimerà, en Portell. Allí, en mayo de 1948, tres guerrilleros murieron y otro fue detenido en un asalto con la Guardia Civil. Entre ellos estaba Ángel Fuertes Antonio, el jefe de la AGLA, que fue asesinado durante la refriega.
La evacuación ordenada por el PCE en 1952 marcó el final de la guerrilla en la zona. Quedarían menos de una treintena de miembros de la AGLA, y casi todos ellos huyeron a Francia a pie. Las historias de los maquis son todavía hoy comentadas por muchos ancianos del lugar, testigos durante aquellos años de cómo sus montañas fueron el escenario de la última esperanza antifascista tras la Guerra Civil.
Lutz Bachmann, al centro, fundador del movimiento xenofóbico y antiislámico germano Europeos Patrióticos Contra la Islamización de Occidente, Pegida, tiene sus ojos cubiertos como si estuvieran pixelados por los medios al arribo de su juicio por cargos de discurso de odio, el 19 de abril de 2016, en Dresden, al este de Alemania. Robert Michael/Agence France-Presse – Getty Images
VALENCIA, España — En mayo media Europa contenía la respiración ante la segunda vuelta de las elecciones francesas, temiendo una posible victoria de la ultraderechista Marine Le Pen. Aunque venció Emmanuel Macron, más de diez millones de franceses votaron por el Frente Nacional, que obtuvo los mejores resultados de su partido desde su fundación. Resulta atrevido afirmar que se venció a la ultraderecha. Los partidos de esta ideología han conseguido disputar presidencias y ocupar numerosos escaños en la mayoría de países europeos.
Las razones de este giro hacia el populismo xenófobo son ampliamente debatidas y analizadas, pero pocas veces se presta atención a quienes desde abajo vienen armando todo lo imprescindible para que todo esto sea posible.
Mientras la crisis económica continúa, las nuevas ultraderechas usan lo que denominan el “sentido común” para justificar sus soluciones simples a problemas complejos. Conectan con aquellos que se sienten abandonados por las instituciones y amenazados por la globalización.
La crisis económica y la torpeza de las izquierdas y las derechas históricas, que a menudo han legitimado los postulados del Frente Nacional introduciéndolos en la agenda política, no ha hecho más que allanar el terreno para que vuelvan estos discursos del miedo. Ellos son ahora los que se llaman antisistema.
La extrema derecha entendió que ni las referencias nostálgicas a regímenes pasados ni determinadas estéticas resultaban ya rentables. Era necesaria una renovación de la imagen y de la retórica, y aquello que ya sugirió la Nouvelle Droite francesa en los años setenta, está dando hoy sus frutos. Esto es, arrebatarle la hegemonía a la izquierda, ganar la batalla cultural primero para asaltar la política después. Aquella ultraderecha leyó a Antonio Gramsci y trató de aplicarlo para su causa. Aunque ha tomado décadas y ha habido otros factores, hay mucho más que partidos y líderes mediáticos detrás de todos estos éxitos.
Los activistas del fascismo del siglo XXI se llaman Identitarios y rechazan ser catalogados como extrema derecha. Sus símbolos han sido renovados: no llevan esvásticas ni cabezas rapadas. Rechazan igualmente el comunismo y el capitalismo, el eje izquierda-derecha, y se hacen llamar social-patriotas. Afirman que adoran más que nadie la rica diversidad étnica y cultural del mundo. Reivindican el etnopluralismo, esto es, no considerar ninguna raza o cultura superior a otra, sino apreciar la diversidad y tratar de conservarla evitando que se mezclen, es decir, evitando la inmigración, el multiculturalismo y el mestizaje. Los identitarios italianos incluso han realizado viajes a zonas de conflicto para entregar ayuda humanitaria. Porque si en sus países están bien, no vendrán a buscar fortuna a los nuestros.
Fue la organización Casa Pound (en honor al poeta norteamericano Ezra Pound) en Italia en 2002 la que empezó a ocupar edificios abandonados para dar cobijo y alimentos a familias italianas desfavorecidas, acusando al Estado de preocuparse más por los inmigrantes que por los nacionales. Le siguió el partido neonazi griego Amanecer Dorado, repartiendo comida a familias griegas cuando la crisis estaba en su peor momento y ahogaba al país en la miseria.
En Francia, la organización Generación Identitaria lanzó meses atrás la campaña de microfinanciación colectiva Defend Europe para fletar un barco que impida a las ONG rescatar refugiados en el Mediterráneo. Han conseguido recaudar más de 80.000 euros para su nave de unos 40 metros, el C-Star, que ya navega y atracará en varios puertos europeos para recoger más activistas que se quieran unir a la hazaña. Quieren rescatar a los inmigrantes, pero para llevarlos de vuelta a las costas africanas desde donde zarparon.
La propaganda de este grupo neofascista ha llegado hasta Canadá y Estados Unidos: la periodista y activista ultraderechista canadiense Lauren Southern se embarcó con los identitarios franceses en la misión contra el Aquarius en Sicilia. También Steve Bannon entrevistó hace poco al líder de esta organización y en 2015 Richard Spencer y su Instituto de Política Nacional organizaron un concurso de ensayos “Why I’m An Identitarian”.
Aunque públicamente no pidan votar por Marine Le Pen, sus acciones han ayudado sin ninguna duda a reforzar el mensaje del miedo que ha capitalizado el Frente Nacional. Sobre todo entre la juventud.
Piden prácticamente lo mismo: acabar con la inmigración y desterrar al islam de Occidente. Salir de la Unión Europea y de cualquier organismo supranacional que imponga leyes que puedan ser contrarias a los intereses nacionales. Y acabar con la clase política que ha dirigido el país durante décadas vendiéndolo al mejor postor y desvirtuando su identidad acogiendo a miles de extranjeros inadaptables.
En España, sin embargo, no existe un partido ultraderechista capaz siquiera de conseguir un solo escaño en el parlamento, pero las ideas que defienden estos partidos existen igual que en otros países. Los partidos de extrema derecha españoles llevan años divididos y enfrentados, incapaces de superar sus diferencias y de elaborar un discurso atractivo para el votante.
Y el paisaje político español es relativamente diferente al de sus vecinos. Desde los años ochenta, el Partido Popular ha sido capaz de recoger el voto desde el centro hasta la derecha radical. La resaca de la dictadura franquista persiste y la ultraderecha no ha sabido desligarse del todo de este pasado poco atractivo para las nuevas generaciones. La crisis económica pudo ser una oportunidad para articular un nuevo movimiento populista ultraderechista, pero el descontento fue capitalizado entonces por movimientos populares como el de los Indignados, y poco después por el partido Podemos. Ambos impusieron su propio marco de referencia sin alusiones xenófobas, demostrando que se podía canalizar la indignación popular sin azuzar el odio al extranjero.
Es, sin embargo, el Hogar Social Madrid el que abandera el movimiento identitario en España y que ha recibido una enorme y amable atención por parte de los medios de comunicación. Bajo las siglas de HSM se han ocupado ya seis edificios abandonados en la capital de España, donde se alojan familias españolas sin recursos y donde se entregan alimentos.
En prácticamente todos los países, las llamadas fake news (noticias falsas) –muchas de indudable intencionalidad xenófoba– han dado un formidable impulso a las ideas de la nueva ultraderecha, que se expanden sin control a través de las redes sociales y a una amplia red de medios. Y es que la gran victoria de la ultraderecha es haberse convertido en una opción democrática más mientras el proyecto europeo se desintegra y Occidente pierde poco a poco su hegemonía en un mundo cada vez más multipolar.
El peligro que entrañan los nuevos grupos identitarios, más allá de su discurso de odio, es que se obvia su matriz neonazi y se acepta su aparente pátina democrática. Sobre todo cuando los índices de violencia ultraderechista aumentan en Europa a un ritmo alarmante. Solo en 2016, Alemania registró 3500 ataques contra refugiados.
Normalizar sus discursos es renunciar a la propia democracia, a los valores y a los derechos que aseguran la convivencia. El terrorismo yihadista y la islamofobia se retroalimentan, como las sociedades cada vez más cerradas en sí mismas alimentan el desconocimiento y las sospechas entre sus ciudadanos. Menospreciar este nuevo fascismo ahora nos pasará factura a largo plazo.
Los ciudadanos debemos exigir más que simples consignas a corto plazo en vez de delegar en los políticos toda responsabilidad. Recordar que somos sujetos activos y recuperar el activismo social y cultural para evitar que la nueva contracultura y lo alternativo sea hoy ser nacionalista y xenófobo. Debemos también reocupar los espacios que poco a poco se fueron abandonando y que hoy son coto de los ultraderechistas. Neutralizar los discursos del odio con datos que los desmonten y campañas que los empequeñezcan.
Y es responsabilidad de todos advertir sobre estas brechas por donde se cuelan estos mensajes y volverlas a sellar como debimos haber hecho hace 70 años. De lo contrario, solo hace falta echar la vista atrás para ver cómo el discurso de odio es tan solo el principio de algo mucho peor.
Entrevista de Pere Cardús a Miquel Ramos per a Vilaweb
La manifestació del Nou d’Octubre d’enguany va quedar tenyida de polèmica pel boicot i les agressions de grups feixistes contra els assistents i per l’actitud de la policia espanyola, que va protegir els atacants i es va inhibir davant dels cops i les amenaces. El periodista Miquel Ramos, que escriu a La Directa, La Marea i The New York Times, va presenciar les agressions dels ultres i la permissivitat i la indulgència dels policies. Ramos és expert en moviments d’extrema dreta i explica en aquesta entrevista com es van produir els fets i quina és la situació actual del cas.
—Hi havia algun indici que podia passar això que va passar? —Hi havia convocatòries a través de les xarxes socials de diferents organitzacions i grups de Facebook. Avisaven de la convocatòria de la manifestació i convidaven la seva gent a fer acte de presència. Alguns amb intenció d’impedir-la, però d’altres amb la idea de protestar contra la manifestació del Nou d’Octubre, que es fa des de fa quaranta anys.
—Si aquestes convocatòries eren públiques, és lògic pensar que la policia en tenia coneixement… —Evidentment. Perquè eren convocatòries obertes i visibles per a tothom. A més, tinc constància que els organitzadors ja havien avisat la delegació del govern espanyol d’aquests moviments. De fet, al matí ja es va veure quins grups hi havia durant la processó cívica i el nivell de violència verbal. Cada any n’hi ha, però aquell matí aquests grups es van exhibir públicament. Jo mateix vaig fer una cadena de tuits en castellà convidant periodistes de l’estat espanyol a venir a València a veure el Nou d’Octubre. I ja vaig deixar entreveure allò que passaria.
—Les agressions d’aquesta mena havien disminuït durant els últims anys? —Feia uns anys que havien disminuït. Evidentment, continuava havent-hi extrema dreta i grups agressius. Però no actuaven amb aquesta organització i amb aquesta violència. Això feia molt de temps que no es veia.
—Us va sosprendre el comportament de la policia espanyola, que semblava protegir els violents? —La policia va arribar tard. Quan es van produir les primeres agressions la policia no hi era. I l’acció va consistir a arraconar la manifestació legal i deixar pràcticament tota la plaça als manifestants il·legals. Això es veu clarament als vídeos d’aquell dia. I després van deixar desfilar els ultres en paral·lel a la manifestació. I creuaven el cordó policíac i es colaven dins de la manifestació davant dels policies constantment. I van insultavr, escopinyar i agredir sense que la policia fes res. A banda d’això, abans de començar la manifestació, un grup d’ultres es va colar al final de la manifestació i va començar a increpar els manifestants sense cap presència policíaca.
—La policia va presenciar agressions sense detenir ningú? —Sí. I tant. I no va detenir ningú. Va presenciar l’agressió a una parella i un xic que hem vist tots. I va intervenir al final per dissoldre l’agressió, però sense fer cap detenció. Es va limitar a dissoldre sense detenir ningú. Les detencions s’han produït aquesta setmana. Però no en el moment dels fets.
—I el delegat del govern espanyol va elogiar l’actuació policíaca? —Sí. I al mateix temps va dir que lamentava els incidents i que n’ordenava una investigació. Es va contradir ell mateix.
—La sensació d’impunitat d’aquests grups és absoluta amb aquesta mena de declaracions del govern espanyol. Això és el més perillós? —Evidentment. Tenen aquesta sensació que no els pot passar res. Van poder actuar com els va donar la gana sense que la policia ho impedís i sense ser detinguts. Si després el delegat del govern va fer un tuit dient que s’havia actuat correctament, aquí no ha passat res i ja estan contents. És cert que el delegat després es va veure forçat a obrir una investigació i a admetre que alguna cosa s’havia fet malament arran l’evidència i dels vídeos que circulaven arreu. Hi havia persones ferides. Hi havia un dret de manifestació que no es va poder exercir perquè la marxa es va haver de desviar i no va poder acabar el seu recorregut. Es van vulnerar drets fonamentals. És evident que alguna cosa va fallar. Els qui havien de vetllar per la seguretat dels qui tenien permís per a fer una manifestació no van fer la seva feina com calia.
—Els mitjans de comunicació van tractar correctament els fets? —En general, la majoria dels mitjans van ser testimonis de les agressions i en van informar correctament. Jo no els puc retreure res. Sempre hi ha alguna excepció. I sempre hi ha una cua que mira de titllar les agressions de baralla entre radicals. Però allò no va ser cap baralla. Hi havia uns manifestants amb permís per a manifestar-se i un grup organitzat que va voler rebentar la convocatòria legal. Dubte que això es puga considerar una baralla. I els ultres que van agredir manifestants no van demanar el carnet de les seves víctimes. No van discriminar entre gent d’ideologies diferents. I cal recordar que la manifestació l’havien convocat des del PSOE fins a la CUP. En convocatòries distintes, és clar, perquè la CUP no convoca amb la Comissió 9 d’Octubre. Però aquella gent va anar a rebentar-ho tot sense fer distincions.
—A què va respondre aquesta agressivitat? Va tenir res a veure amb la situació de Catalunya? —Totalment. En alguns mitjans de comunicació hi ha un escalfament sobre Catalunya i d’alguna manera es legitima la fustigació de qualsevol indici de catalanisme. I no cal parlar de l’independentisme. Parlem de catalanisme com a sinònim de compromís amb la llengua, la cultura… En aquest ventall hi entra molta gent. L’anticatalanisme i l’antivalencianisme tradicional de l’extrema dreta ara tenen ara un camp abonat amb l’excusa de l’ambient generat contra Catalunya. La manifestació va ser el boc expiatori d’aquests grups.
—S’ha obert una investigació i hi ha detinguts. Quina és la situació? —Hi ha dotze detinguts. La fiscalia ha obert una investigació d’ofici. Però encara no s’han presentat denúncies. Tinc constància que se’n presentaran aquesta setmana. Els detinguts han estat posats en llibertat automàticament.
—El grup que va boicotar la manifestació era homogeni? Tot eren feixistes? —Hi havia de tot. Hi havia gent que formava part de determinats grups d’extrema dreta, i molts particulars sense cap adscripció a organitzacions coneguda que també van participar en el linxament. Tenint en compte com es van comportar, sí que podem dir que va ser una acció feixista. No vol dir que siguin membres d’organitzacions feixistes ni que facen gala d’una ideologia feixista. Però en aquell moment van fer crits feixistes i masclistes, amenaces, escopinyades, insults… i tot el repertori habitual per a intimidar la gent.
—Sospiteu que aquest boicot fos instigat, emparat o cobert per algun poder? —Hi ha una responsabilitat política de qui ordena un determinat dispositiu policíac que falla. I també hi ha preguntes per respondre. Per què deixen desfilar els ultres en paral·lel a la manifestació insultant durant tot el recorregut? Per què no van desallotjar els ultres que van ocupar el final de la manifestació al Parterre i els van obligar a acabar-la a un altre lloc? Si tot això va fallar va ser perquè algú no va fer la seva feina.
—Teniu la sensació que aquesta amenaça creixerà? Quina és la previsió de futur? —L’extrema dreta interpreta això que va passar com un èxit. Es jacta a les xarxes socials de la seva gesta. N’està orgullosa. Ara manca veure què passa amb les persones que seran jutjades. Però ja han fet crides a boicitar més actes. Volen repetir els fets del Nou d’Octubre. Caldrà veure què fa qui tinga la responsabilitat de garantir la llibertat de manifestació i d’expressió dels ciutadans en una societat democràtica. Ha passat una vegada i queda clar que hi ha hagut problemes en el dispositiu policíac. Si passa més vegades, si es repeteixen les agressions del Nou d’Octubre, ja serà massa sospitós. A València tothom sap qui fa aquesta mena de convocatòries i per quins canals es fan. Si ho sé jo, ho han de saber la policia i la delegació del govern.
“Seremos la generación que termine con el apoyo de nuestra comunidad a la ocupación”. Así se anuncia en la página web de IfNotNow, una organización que trata de unir a los judíos norteamericanas críticos con las políticas del gobierno israelí.
La noche del pasado 20 de mayo, soldados israelíes destruyeron el Campo de la Libertad Summud, en las colinas del sur de Hebrón, erigido por cerca de 300 activistas palestinos, israelíes y judíos norteamericanos unos días antes. Se trataba de una acción simbólica para denunciar la ocupación de los territorios palestinos, donde hasta 1998 se encontraba Sarura, un antiguo pueblo palestino despoblado tras varios años de acoso por parte de los colonos y soldados israelíes.
Durante el desalojo del campamento los soldados agredieron a varios activistas, pero no hubo detenciones. Desde la cuenta de Twitter de la organización norteamericana IfNotNow relataban al minuto lo que iba sucediendo: “si nos agreden así siendo judíos, imaginad lo que le pasa cada día a los palestinos. La ocupación no es mi judaísmo”, explicaban pasada la medianoche.
Las acciones de este colectivo norteamericano formado por jóvenes judíos contrarios a la ocupación ha hecho saltar las alarmas de los defensores a ultranza de las políticas israelíes. Y ya van dos veces en dos meses que están dando mucho que hablar. IfNotNowcongregó el pasado 25 de marzo a cerca de un millar de jóvenes judíos ante el edificio donde se celebraba la conferencia anual del poderoso lobby pro-israelí AIPAC (Comité de Relaciones Públicas Entre Estados Unidos e Israel) en Washington.
Tras una pancarta con el lema “Los judíos no serán libres mientras que los palestinos no lo sean también. Abajo el AIPAC, abajo la ocupación” y el hashtag #JewishResistance (resistencia judía), los jóvenes cantaban, bailaban y se encadenaban a las puertas del Walter E. Washington Convention Center. Otros manifestantes incluso lograron entrar y desplegar una pancarta ante los asistentes al congreso pro-israelí más importante del mundo.
IfNotNow lleva desde 2014 alzando su voz para demostrar que ser judío no implica apoyar las políticas de los sucesivos gobiernos israelíes. Fue durante la Operación Margen Protector (el eufemismo que usó el gobierno israelí para referirse al ataque contra Gaza que se saldó con más de 2.300 palestinos muertos, entre ellos medio millar de niños), cuando jóvenes judíos de los Estados Unidos empezaron a coordinarse para dar una respuesta conjunta ante la masacre y exigir el final de la ocupación sistemática de los territorios palestinos.
Los líderes de las comunidades judías norteamericanas, que siempre han apoyado incondicionalmente las políticas de Israel, ven ahora cuestionado su papel. Ellos son el centro de las críticas de los jóvenes de IfNotNow, tal y como avanzan en la portada de su página web: “Hoy en día, la comunidad judía se enfrenta a una elección. ¿Vamos a dejar nuestra tradición en manos de líderes fuera de contacto, o pelearemos por una comunidad judía vibrante y liberada que apoye la libertad y la dignidad de todos los israelíes y palestinos?”
Tamara y Sarah son dos jóvenes judías norteamericanas residentes en Nueva York. Nos citamos en una cafetería de Manhattan, cerca de la New York University (NYU), en un barrio plagado de restaurantes y cafeterías repletas de jóvenes donde residen y hacen su vida miles de estudiantes de todo el mundo. No quieren fotografiarse ni hablar en nombre de la organización, tan solo explicar porqué se unieron a IfNotNow.
“Crecimos en una comunidad donde estamos siempre alerta, a la defensiva. Fui a Israel muchas veces, crecí en un contexto muy sionista. En la universidad empecé a tener conversaciones con gente que opinaba diferente sobre Israel, empecé a leer a mucha gente también de Israel que es muy crítica con su gobierno. Volví a Israel y vi que lo que pasaba, que todo lo que no me creía, era real. No puedo seguir callada. Esto no puede seguir así.” La ocupación de las tierras palestinas es el eje central de las campañas de IfNotNow. Las activistas no se sienten representadas por los portavoces de las comunidades judías en su país: “Nuestros líderes no pueden hablar por nosotros, especialmente por los jóvenes.
Ellos afirman que la seguridad de los judíos pasa por la ocupación. Nosotros pensamos justo lo contrario. Estamos tratando de preguntar a la cara de toda la comunidad judía de EEUU de qué lado están: de la ocupación o de la libertad y dignidad de todas las personas. Hay que hablarlo. También porqué todas las instituciones están apoyando la ocupación. Pero primero debemos preguntar a los miembros de nuestra comunidad. La ocupación es nuestra causa central. Es nuestra estrategia poner este tema sobre la mesa. Estamos hablando de la vida cotidiana de las personas, y cada día que pasa es un día más de opresión. Podríamos discutir de muchas cosas sobre el conflicto, pero ahora hay que empezar por esto. Hay que parar la ocupación. Los líderes deben afrontar estos temas, es lo que tratamos de visibilizar. Es un movimiento para cambiar corazones y mentes.”
Esa era la intención de su espectacular acción en Washington dos meses atrás: “AIPAC trata de decir que todos los judíos debemos aprobar las políticas de Israel, de quien también depende nuestra seguridad en EEUU. Tratan de hablar en nombre de todos los judíos. Por eso fuimos a protestar, porque no nos representan”. Ambas activistas habían participado en la protesta, pero no se conocían hasta el día de esta entrevista. Una de ellas se encadenó a las puertas del edificio. La otra permanecía en el exterior junto con los otros cientos de manifestantes. Hasta ahora no habían entablado conversación. Se sienten orgullosas de ser judías. Reivindican su identidad y se sienten con el deber de actuar ante las injusticias, tal y como su fe les ha enseñado. Antes de la protesta contra AIPAC rezaron. Durante la protesta, cantaron varias canciones judías.
Los discursos racistas de Trump han reforzado sus razones: “Islamofobia, racismo y antisemitismo están totalmente conectados”, afirman. Por eso organizaron en noviembre de 2016 el “Jewish Day of Resistance” (Día judío de la resistencia) contra las políticas del nuevo presidente, y que consistió en distintas acciones de protesta en más de 30 ciudades estadounidenses al mismo tiempo.
Muchas de estas protestas señalaron a un importante asesor de Trump, Stephen Bannon, ex director de la web ultraderechista Breitbart News, famosa también por sus habituales ‘fake news’ (noticias falsas) y considerado ideólogo de la ‘Alt-Right’ norteamericana, es decir, la autoproclamada ‘derecha alternativa’, que es como se hace llamar la ultraderecha estadounidense.
Bannon fue nombrado miembro del Consejo de Seguridad Nacional por el Presidente a finales de enero y cesado a principios de abril. “En Washington, igual que en Europa, muchos antiguos antisemitas como Bannon, que escribieron contra los judíos hace años, hoy apoyan abiertamente a Israel y han cambiado su target. Ahora el enemigo es el Islam. A lo largo de los años los judíos hemos estado en todas las luchas por los derechos civiles. Ahora también debemos estar”, concluyen las activistas de IfNotNow mientras nos despedimos a las puertas de la cafetería justo cuando bajan las persianas.
El diari El País publicava dijous un nou episodi de l’ignominiós cas Panzer, el sainet neonazi valencià que, des de fa ja disset anys, ens obsequia cada cert temps amb alguna nova, com si encara no s’hagués acabat la funció i la justícia espanyola fes un bis rere un altre, sense vergonya, com una maleïda musiqueta en bucle. Ara l’estat haurà d’indemnitzar un dels neonazis absolts perquè la Guàrdia Civil va destruir el seu arsenal d’armes, segons el cos per una errada, cosa que va fer que totes aquestes proves quedassen invalidades mesos abans del judici. 16.531 euros de compensació per les seues armes destruïdes.
És la suma que s’ha acordat per a recompensar el neonazi, que fou notícia recentment per la condemna a dos anys de presó per tracte degradant i amenaces contra la seua anterior parella. El fiscal demanava més de 30 anys en aquest cas, però la sort l’acompanyà de nou. El periodista valencià Joan Cantarero ja va publicar part del sumari d’aquest terrorífic cas de violència masclista que m’estalviaré de relatar en aquest article, però que convide a llegir-lo.
Aquest, però, no és l’únic neonazi amb sort i que va reclamar després del judici Panzer. També ho va fer l’assassí de Guillem Agulló, Pedro Cuevas, absolt com la resta pel mateix cas. Cuevas va exigir a l’Audiència Provincial de València el retorn de la seua col·lecció neonazi i les seues armes. Una espasa, una navalla, una maça i diversos cartutxos, quaranta braçalets, un bust de Hitler i nombrosos objectes de parafernàlia nazi han tornat a les mans d’aquell qui va negar ser neonazi quan fou jutjat per haver assassinat Guillem.
Un altre dels encausats pel cas Panzer va aconseguir fins i tot ser regidor de Silla (Horta) pel partit ultradretà España2000 l’any 2011. I un altre dels individus absolts descriu des de fa mesos a les xarxes socials la seua particular croada a Síria i l’Iraq combatent l’ISIS acompanyat d’altres voluntaris reclutats per organitzacions ultracatòliques d’extrema dreta.
Un clima de violència que a dures penes va traspassar mediàticament l’àmbit territorial valencià i que fou el motiu de la creació d’una plataforma unitària de partits, associacions i entitats: Acció Popular Contra la Impunitat. Aquesta plataforma va fer arribar a la Unió Europea, al congrés espanyol, i allà on va poder, els informes documentats amb els atemptats i les agressions que se succeïen cada setmana al País Valencià i en què, casualment, no s’hi va detenir mai ningú.
Algunes entitats que formaven part d’aquesta plataforma van decidir presentar-se com a acusació popular en el cas Panzer. No esperaven, però, que primer l’Audiència Provincial i després el Tribunal Suprem, acabassen condemnant-los a pagar les costes del judici per haver recorregut contra la sentència que va dictar l’absolució dels neonazis l’any 2015. El BNV, EUPV, ACPV, Ca Revolta, Jarit i el Moviment Contra la Intolerància van acabar pagant vora 42.000€ als advocats dels neonazis per haver-se atrevit a qüestionar la seua absolució i portar el cas més enllà de l’Audiència Provincial.
Fou casualment aquesta Audiència, i el mateix jutge, qui va absoldre l’any 2005 una altra banda neonazi valenciana, Armagedón, acusada d’incendiar seus de diversos partits polítics l’any 2000. L’absolució dels neonazis de Panzer fou possible perquè es van invalidar les escoltes telefòniques. Segons el jutge, aquestes escoltes s’havien fet ‘sense cap indici objectiu de comissió de delicte que permeta vulnerar el secret de les comunicacions‘.
A la sentència, el jutge fins i tot es desfoga a gust contra els agents de la Guàrdia Civil que havien estat investigant durant dos anys la banda neonazi. La benemèrita havia detectat una web on es venien armes prohibides i parafernàlia nazi, i havia demanat autorització a un jutjat per a intervenir les comunicacions dels responsables. A partir d’ací van descobrir tota la trama.
Per al jutge, això no motivava suficientment una punxada telefònica: ‘Es obvio que existen esas páginas, como tantas otras de diferente tipo e ideología. Si eso es lo que ha obtenido la investigación de dos años no puede ser calificado más que de paupérrimo y ridículo‘.
El cas Panzer ha evidenciat una vegada més les ombres de la impunitat feixista al País Valencià. Tot plegat resulta finalment rocambolesc: deu anys per a fer el judici, destrucció d’armes ‘per error’, escoltes telefòniques invalidades, condemna a costes a l’acusació popular, esbroncada del jutge a la Guàrdia Civil per perdre el temps investigant la banda neonazi i, finalment, compensació econòmica als propietaris de les armes per haver-les destruïdes. Malauradament, ja no ens sorprèn res.
Podria fer la impressió que al País Valencià vivim atemorits, i no és així. No es tracta de naturalitzar la violència, la impunitat i la podridura del sistema judicial, sinó d’haver après a navegar amb aquest temporal que fa dècades que assota el País. I qui coneix el país sap com som de tossuts els valencians.
Paral·lelament a aquesta impunitat eterna de l’extrema dreta, s’ha construït un altre País que avui ja no té por. El 25 d’abril, les Corts Valencianes lliuraran un guardó que porta el nom de Guillem Agulló a una persona destacada en la lluita contra el feixisme. L’any passat, per fi, es va aconseguir una declaració institucional per unanimitat en reconeixement de Guillem, i es va acordar de retre un homenatge cada mes d’abril amb el premi que porta el seu nom. Com una plaça a Simat de la Valldigna i, aviat, un espai públic a Faura i un altre a València.
Els homenatges s’estenen al llarg del País cada 11 d’abril des de 1993 gràcies als moviments socials que han mantingut el seu record. La societat civil es mou i planta cara a les amenaces, com l’exemple de Carcaixent la darrera setmana, quan desenes de persones organitzaren una jornada per a esborrar les nombroses pintades neonazis aparegudes al poble. I milers d’exemples més que, al llarg dels anys, han demostrat com la paciència, la constància i la perseverança han servit per a consolidar uns moviments socials potents capaços de neutralitzar, almenys, el feixisme als carrers.
I tot això, malgrat sentències vergonyoses com la del cas Panzer i tantes altres; malgrat l’enquistada impunitat i la poderosa qui protesta.