El polvorín neonazi en Ucrania

“La proliferación de la ideología nacionalista blanca en las fuerzas militares y de seguridad de Ucrania, entrenadas y apoyadas por Occidente, es un tema poco estudiado”, afirmaba esta semana desde Washington el periodista de investigación Oleksiy Kuzmenko. La revista norteamericana Newsweek, nada sospechosa de simpatizar con Rusia, dedicaba estos días un amplio reportaje en el que ahondaba en lo que Kuzmenko alertaba y los peligros que suponía para la propia seguridad de los EEUU: “Un año después del asalto al Capitolio, la guerra de Ucrania atrae a la extrema derecha de EEUU a luchar contra Rusia y entrenar para la violencia en casa“, se titulaba el reportaje firmado por Tom O’Connor y Naveed Jamali.

Más allá de los análisis geopolíticos que tratan de explicar la escalada de tensión entre Rusia y Occidente en la frontera ucraniana, quienes venimos estudiando a la extrema derecha hace años, seguimos de cerca los sucesos que se desarrollan en este escenario. Huyendo del maniqueísmo y tratando de poner el foco en nuestro objeto de estudio, hemos alertado sobre el polvorín que se está gestando en Ucrania, cuyos análisis habituales sobre el conflicto a menudo obvian o pasan de puntillas.

Ya lo alertó hasta la BBC en 2014 durante las protestas del Maidan, cuando el periodista británico Gabriel Gatehouse entrevistó a varios neonazis que estaban en primera línea de combate contra las fuerzas de seguridad ucranianas, antes de que se consumara el golpe, y cómo, posteriormente, el nuevo gobierno apoyado por Occidente reforzó sus lazos con varios de estos grupos de extrema derecha.

“Desde la revuelta de Maidan de 2014, el gobierno, el ejército y las fuerzas de seguridad han institucionalizado en sus filas antiguas milicias y batallones de voluntarios vinculados a la ideología neonazi”, declaraba recientemente Kuzmenko a Newsweek, citando como ejemplo el Destacamento de Operaciones Especiales Azov, que fue establecido por el Ministerio del Interior de Ucrania en 2014, y transferido posteriormente a la Guardia Nacional.

Ocho años después, mientras los enfrentamientos en la región del Donbass no han cesado, y a las puertas de un posible enfrentamiento entre Rusia y Ucrania con la OTAN de por medio, no todos los norteamericanos expertos en geopolítica han cerrado filas con su gobierno. Menos aún cuando la amenaza de la violencia y el terrorismo de la extrema derecha es considerada ya la principal amenaza interna del país.
No son pocos los grupos y activistas neonazis europeos y norteamericanos (también españoles) que han visitado Ucrania estos últimos años para hacer contactos o recibir entrenamiento paramilitar. Algunos incluso participaron en la guerra del Donbass, insertados mayormente en el bando ucraniano, aunque en las filas contrarias también se detectó algún que otro neonazi o ultraderechista, sobre todo de origen ruso. Dentro de la extrema derecha también existe un sector más cercano a las tesis euroasianistas de Aleksandr Dugin, o que creen que la alianza con Rusia sería mejor que con los nacionalistas ucranianos, que tienen detrás a la OTAN y a los gobiernos de sus propios países. Aunque este sector es minoritario, no se puede obviar que existe.
De hecho, el propio Dugin ha sido invitado por neofascistas españoles a dar charlas en nuestro país en más de una ocasión. En el informe que publicó recientemente la Fundación Rosa Luxemburgo sobre la derecha radical en el Estado español, se dedicaba un capítulo a analizar los contactos de los neofascistas españoles con sus homólogos ucranianos y rusos. Intentar enmarcar este conflicto en el eje izquierda-derecha, no solo es complicado, sino a veces imposible.
Más allá de las responsabilidades del gobierno ucraniano por haber institucionalizado a las milicias ultraderechistas, no podemos obviar que tanto la UE como la OTAN no solo lo saben, sino que han participado activamente de su formación. Kuzmenko ya alertó en 2018 que la Academia Europea de Seguridad (ESA), una empresa con sede en la UE que ofrece programas de capacitación avanzada para profesionales de la seguridad, las fuerzas del orden y militares, había entrenado a miembros de Azov y a activistas neonazis vinculados a ataques o acoso a romaníes ucranianos, personas LGBT y activistas de derechos humanos, como Tradición y Orden, El Cuerpo Nacional y La Milicia Nacional.
Hace justo un año, una investigación de la televisión pública catalana desvelabala presencia en Catalunya de un grupo con sede en Rusia conectado con el mundo de las artes marciales mixtas (MMA) sólo para personas blancas y organizaciones paramilitares establecidas en Ucrania: el Programa de Entrenamiento Padre Navidad (PPDM en sus siglas en ruso). Como vemos, los ecos del Este hace tiempo que llegan a nuestro país, aunque poca gente le preste la atención que debería tener.
Recientemente, en septiembre de 2021, el Institute for European, Russian and Eurasian Studies (IERES) de la George Washington University, publicaba un informe titulado Grupo de extrema derecha hizo su hogar en el principal centro de entrenamiento militar occidental de Ucrania en el que se demostraba cómo la Academia Nacional del Ejército, la principal institución de educación militar de Ucrania y un importante centro para la asistencia militar occidental al país, ha sido el hogar de Centuria, una autodenominada orden de Oficiales militares “tradicionalistas europeos” que tienen los objetivos declarados de remodelar las fuerzas armadas del país según líneas ideológicas de derecha y defender la “identidad cultural y étnica” de los pueblos europeos contra los “políticos y burócratas de Bruselas”.
No se debe obviar la impunidad y las complicidades de los grupos ultraderechistas en este conflicto, pues su repercusión, tal y como alertan ya expertos en terrorismo,  incluso desde los propios Estados Unidos, acabará algún día por salpicarnos más allá del conflicto entre la OTAN y Ucrania con Rusia. Los neonazis que hoy ven allí una oportunidad para entrenarse y actuar podrán hacerlo algún día en nuestros respectivos países, como ya lo han hecho los yihadistas que han participado en las guerras de Siria o Irak. “Si no se controla, puede afectar a otros países al proporcionar un espacio y permitir el crecimiento de conexiones con personas y grupos de ideas afines. (…) Los servicios de seguridad occidentales deberían tomarse muy en serio a la extrema derecha en este momento, por ejemplo, en relación con la posible infiltración de dichos elementos en ellos”, alertan también Alex MacKenzie y Christian Kaurnet desde el Departamento de Políticas de la Universidad de Liverpool y el Centro Internacional de Vigilancia y Seguridad, de la Universidad de South Wales, respectivamente.
Esto no se trata ya de posicionarse con uno u otro bando en este conflicto, sino de procurar por nuestra propia seguridad y nuestras propias amenazas internas, sobre todo cuando el terrorismo de extrema derecha no se ha tomado nunca en serio en España. Los avisos no son pocos, y la relación de nuestros neonazis con los grupos paramilitares ucranianos son sobradamente conocidos por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y los servicios de inteligencia. Ya en 2017, el periodista Joan Cantarero publicó una noticia en Público sobre el ofrecimiento de un grupo de paramilitares ultraderechistas ucranianos para defender la unidad de España ante el auge del independentismo y el referéndum del 1 de octubre.
Las guerras no son nunca la mejor opción, y hay que abogar siempre por otras vías de resolución de conflictos. Este conflicto, como todos, tiene numerosas lecturas, pero a quienes nos dedicamos a estudiar a la extrema derecha, este escenario nos obliga a advertir de lo que está sucediendo más allá de los despachos y de los movimientos de tropas a uno y otro lado de aquella no tan lejana frontera.

Miquel Ramos – Público – 24/01/2022

Raoul Peck: “Para ver ‘Exterminad a todos los salvajes’ debes dejar a un lado todos tus prejuicios”

La última obra del director haitiano es un puñetazo al estómago eurocentrista. La serie de la HBO narra la larga historia de conquista, explotación, esclavitud y genocidio protagonizada por el hombre blanco.

Miquel Ramos y Manuel Ligero 18 mayo 2021 – La Marea

La historia es fruto del poder. Es la historia de los vencedores. “Y está claro que esto debe ser cuestionado”, advierte la voz del narrador en los primeros minutos de Exterminad a todos los salvajes (2021). Esa voz es la de su guionista y director, Raoul Peck (Puerto Príncipe, 1953), que ha volcado en esta serie documental (producida y emitida por la cadena HBO) todo su conocimiento de las dinámicas coloniales, todo su compromiso político y toda su rabia antifascista. Y también su propia biografía.

Nominado al Oscar por I am not your negro (2016), la conmovedora semblanza del escritor y activista James Baldwin con la que ganó el BAFTA en Reino Unido y el César en Francia, Peck es autor de una extensa filmografía desde los años ochenta y ha impartido clases de cine por todo el mundo: Estados Unidos, Noruega, Líbano, Togo… Pero acudir a festivales y conferencias es para él cada día más difícil. Su pasaporte haitiano, que en otro tiempo le sirvió para ir a la mayor parte de países sin necesidad de visado, se encuentra cada vez con más obstáculos. Nacido en Haití, pasó su infancia entre Nueva York y el Congo recién liberado del yugo imperialista belga; residió en Francia durante su adolescencia y estudió Ingeniería Industrial, Ciencias Económicas y Cine en Berlín. Le han ofrecido muchas veces una segunda nacionalidad para acabar con sus problemas burocráticos. Siempre se ha negado. Es su forma de permanecer fiel a sus raíces, su ideología, su color de piel. Y su obra es prueba de ello, desde sus primeros documentales sobre Haití(donde fue ministro de Cultura) hasta los biopics El joven Karl Marx (2017) y Lumumba (2000).

Su cine, siempre militante, adquiere en los cuatro episodios de Exterminad a todos los salvajes una contundencia radical. El título, una frase extraída de la novela El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, remite a la larga historia de conquista, imperialismo, explotación, esclavitud y genocidio ejercida por el hombre blanco. El relato de Peck abarca los últimos 700 años de historia de la humanidad. Señala directamente al espectador europeo, nos sacude, nos pone frente al espejo, nos hace replantearnos nuestro confort (empapado en sangre indígena), nos conmina a mirar más allá de nuestra historia oficial. Desde el exterminio de los nativos americanos hasta el Holocausto. Desde la esclavitud hasta el auge de los actuales movimientos supremacistas. La serie, verdaderamente brutal en lo emocional, ha sido saludada por algunos críticos como “una obra maestra”.

En La Marea ansiábamos hablar con Peck no sólo por su filmografía y por su última obra, sino por su manera de contar la historia, por su apuesta por disputar el relato. Y también, claro, por obtener su diagnóstico sobre la actualidad. ¿De dónde salen estas nuevas formas de fascismo? ¿Por qué sufre la izquierda esta fragmentación, esta incapacidad por pelear la batalla cultural? ¿Y por qué asume (e incluso reivindica) el relato del poder, cuando eso contribuye a su propia condena? “Europa, sencillamente, está poniéndose al día. Sigue en ello. Y eso es un síntoma de la debilidad de la izquierda. Y es débil porque, en realidad, nunca tomó el poder”, nos explica Peck.

Una cosa es ganar las elecciones y otra tomar el poder.

Exactamente. Lo máximo que ha obtenido la izquierda es un puñado de gobiernos socialdemócratas. Esa disparidad entre gobierno y poder se vivió muy claramente en Francia cuando Mitterrand ganó las elecciones. Apenas dos años después cambió de directrices porque tenía demasiadas presiones externas y la economía estaba cayendo en picado. Básicamente colapsó, cedió. A partir de entonces, la mayoría de los partidos de izquierda se debilitaron. Y hoy podemos verlo todavía más claramente: la izquierda ha explotado. Queda la izquierda ecológica, que lo tiene más o menos claro, pero eso es todo.

¿Y cada intento de emancipación ha tenido su correctivo?

La historia que vivimos hoy tiene su origen en los años setenta, cuando una subcultura económica se vincula con el poder. Y el poder, en ese momento, iba de la mano del petróleo. Aquel fue un giro muy particular. Fue la época en la que un grupo de naciones dijo: “Vamos a decirles cuál es el precio de nuestro petróleo”. Eso es algo sin precedentes en la vida del capitalismo. Tengo la edad suficiente como para haber vivido el momento en el que, repentinamente, las industrias comenzaron a despedir trabajadores. En todas partes, incluso en los círculos académicos, se hablaba de “racionalización”. Y a esa presión se sumaba la intimidación a cualquier atisbo progresista. Se trataba casi de una “limpieza étnica intelectual”, del asalto a los sindicatos, del asalto a cualquier organización que no estuviera en el lado bueno en la guerra contra el comunismo, o contra cualquier otro “ismo” que no estuviera perfectamente previsto en la agenda. Yo mismo pude ver la deconstrucción de todo el progreso que se había ganado tras la Segunda Guerra Mundial, ya desde la era Kennedy, que también fue muy ideológica. Occidente, antes y ahora, se considera una civilización increíblemente democrática, pero al mismo tiempo apoya dictaduras en todas partes.

Hay cierto movimiento dentro de la izquierda occidental que piensa que las luchas antirracistas, decoloniales, feministas, LGTBI y lo que llaman “políticas de identidad” distraen de la verdadera lucha global que acabaría con todas esas opresiones, que es la lucha de clases. Usted tiene muchas películas sobre racismo pero también sobre el mismo Karl Marx. ¿Qué opina de esto?

Ah, eso no es nada nuevo. Forma parte de lo que yo llamo “izquierda holgazana”, la izquierda que no hace los deberes. Ya estaban con ese tema en Mayo del 68. Yo era muy joven, apenas un adolescente, pero recuerdo las discusiones que tenían las mujeres cuando decían: “Queremos participar en esta lucha, pero no sólo como marionetas. Tenemos nuestras propias reivindicaciones”. Y grandes voces de la izquierda respondían: “¡No, no! ¡Primero tenemos que solucionar esta contradicción central! Vuestra lucha concreta vendrá después. Después, todo lo demás se organizará solo”. Era algo así como decir: “Cuando seamos liberados, nos aseguraremos de que tengáis vuestra parte”. No funciona así. En contraposición a todo eso, me acuerdo del movimiento zapatista: allí estaban muy orgullosos de involucrar a las mujeres, a todo el mundo al mismo nivel. Eso sí que era un progreso.

Ahora mismo en Francia hay una gran discusión porque en determinados ámbitos, en sindicatos o en gremios de estudiantes, se han tolerado reuniones “no mixtas”. Es decir, reuniones, para temas específicos, de mujeres o de personas negras que no quieren que estén presentes hombres o personas blancas. Esto se ha considerado un escándalo. Se dice que es racista o sexista. En realidad, esa actitud lo único que demuestra es una gran ignorancia sobre estos movimientos. Salvando las distancias, es algo similar a Alcohólicos Anónimos. Esa organización nos puede servir de ejemplo. Ellos, si no están juntos no pueden hablar, no hablan de la misma manera. Necesitan encontrar la confianza en un círculo en el que se sientan cómodos, para poder tener discusiones reales. Todo el mundo lo entiende y nadie se escandaliza por ello. Pero eso es exactamente lo que está sucediendo. Todo sirve para la especulación política y para armar escándalo. No hay nadie que diga: “Calma, vamos a analizar el antes, el después y el porqué de todo esto. Aquí podemos aprender algo”.

Ahora que hablamos de Francia, precisamente allí, pero también en otros países europeos, es muy popular la teoría del “Gran Reemplazo”, ese supuesto plan de los inmigrantes y los musulmanes para conquistar Europa, junto con el ataque a los valores occidentales. ¿Qué opina del auge de este discurso?

Ni siquiera entro en eso. Refleja una enorme incultura. Darle espacio a eso sería como decir: “OK, comencemos la pelea”. En realidad, es una forma de eludir el problema real. Y eso es, precisamente, lo que yo le critico a la mayor parte de la prensa. Entrar ahí, rebajar el debate al nivel del típico troll de Internet, es fabricar el problema, crearlo artificialmente.

La propia historia de Europa es producto de una mezcla increíble. Hace poco leí en el New York Times un artículo sobre esas empresas que realizan análisis de ADN. Y había tipos de extrema derecha que decían con orgullo: “¡Guau, casi el 90% de mis orígenes son blancos!”. Pero después no pueden explicar que, en el fondo, vienen de África, como todo el mundo. Es un ejemplo de estupidez… Ese es el nivel de… ¿discusión? Ni siquiera puede calificarse de discusión. Y por eso no voy a perder el tiempo con eso.

Rodaje de 'Exterminad a todos los salvajes'

Algunos críticos dicen que en Exterminad a todos los salvajes usted sólo habla del genocidio y el colonialismo llevado a cabo por Occidente. Y señalan que en todas las culturas, en todas partes, en otros países, no sólo los blancos, también se perpetraron genocidios y se esclavizaron pueblos. ¿Qué le sugieren estas objeciones?

Esas críticas vienen normalmente de unos entornos muy particulares, ya me entiende, pero, en cualquier caso, no las evado. Es complicado contar una historia que abarca 700 años, y trato de hacerlo de la forma más amplia posible, pero tengo que asegurarme de poner el foco en el centro, en el meollo. Esas supuestas ausencias, o esas contradicciones, funcionarían como distracciones en el relato. Yo tengo que permanecer enfocado. Y el problema es que hay gente que está a la defensiva desde el principio, buscando esas objeciones.

Yo ya sabía que me harían ese tipo de críticas, pero no me parecen muy inteligentes. En primer lugar porque sí hablo de otros genocidios. Aparece Camboya, aparece Uganda, hay una lista de 41 genocidios. Porque no se trata de raza, se trata de poder. Un poder desplaza a otro poder y se produce una masacre. Hay muchos ejemplos. Pero, históricamente, la mayor potencia fue Europa. Porque lograron ganar y crearon el capitalismo y, ya sabe, todavía están mandando. Así que esa es la historia. ¿Que hay otros contraejemplos? De acuerdo, pero yo no me muevo en el contraejemplo. Por eso, a los que me hacen esa crítica yo les diría: “Leed algunos libros y observad la película correctamente, porque creo que no la habéis visto”. Y cuando digo “ver” me refiero a entender al menos la mitad. La película es muy precisa en cada una de las piezas que la conforman. No hay una sola palabra que no haya calculado diez mil veces antes de incluirla. Así que es tanto una labor de construcción como de deconstrucción muy compleja. Imagino lo que la gente puede decir, imagino lo que dirán los críticos, y me aseguré de haber incluido todas las respuestas en la propia película. Se trata de que seas abierto. Y lo digo explícitamente en ella: “Tienes que dejar a un lado todos tus prejuicios”. Porque la esencia de esta película es frágil.

¿Frágil? ¿En qué sentido?

Digo que es frágil porque hay mucho ruido, hay muchas sensibilidades a flor de piel, y es muy difícil escuchar lo que estoy diciendo en la película. Y también es frágil por su propia naturaleza. Es un trabajo orgánico. No es sólo político. Es poético, es histórico, es personal, es íntimo, y mi forma de hacer esto es tratar ciertas cosas de manera especial. En algunos aspectos, tengo que provocar una conmoción. En otros, apartarme un poco.

Uno de esos temas que usted trata con más distancia es el conflicto palestino-israelí. Aunque hay alguna mención, se echa en falta más profundidad en su documental.

Me esforcé mucho en buscar la manera de que encajara en el relato, pero no quería que fuera un simple añadido. Al final me acordé de algo que había escrito hace años, sobre una joven palestina que se inmoló en una discoteca de Tel Aviv con un cinturón de explosivos. Recuerdo que cuando aquello ocurrió pensé en mi hija: “¿Y si fuera ella? ¿Qué diría?”. Porque mucha gente, y más concretamente desde la derecha israelí, afirma cosas como: “Son unos salvajes, matan gente”. Bueno, esto no explica nada, porque tú también matas gente. Y mucho antes de fomentar los asentamientos, además. El Irgún [una organización paramilitar sionista que operó durante el Mandato británico de Palestina, entre 1931 y 1948] era una organización terrorista para británicos, franceses y estadounidenses. Y ahí está la famosa explosión de aquel hotel [Peck se refiere al atentado del Irgún contra el hotel Rey David de Jerusalén, el 22 de julio de 1946, que causó 91 muertos].

En el documental recurrí a una perspectiva personal porque el tema no es simple. Si quieres resolver los problemas del mundo con soluciones pomposas, las mismas en todas partes, conmigo no cuentes. Significa que eres un ignorante y que no entiendes que el mundo es complicado. Así es cómo funcionan la historia y la política. Si sólo quieres expresar tu rabia, cuando ya hayas expresado tu enfado, ¿qué es lo siguiente? ¿Qué vas a hacer? ¿Vas a matarlos a todos? ¿Otra vez? Porque eso es lo que está en juego. No hay soluciones sencillas. Mire lo que está ocurriendo en Palestina estos días y el tratamiento que se le da en la prensa. Es simplemente repugnante. “Unos colonos son asesinados y la respuesta israelí es…”. Es todo como muy orquestado, sin distancia. Y eso es lo que está sucediendo ahora mismo en todos los niveles de nuestra existencia.

Por eso esperábamos un poco más de luz sobre este tema.

La colonización de Palestina, porque se trata exactamente de eso, de colonización, no podía entrar en la película. Merece otra película aparte, porque hay mucho que decir. Yo hice tan sólo una referencia y espero que la gente la capte y la valore.

¿Qué reacción esperaba con una obra tan explícita y tan contundente como Exterminad a todos los salvajes?

La película es un proceso de argumentación. La forma en que la realicé es para que induzca al espectador a pensar. No estoy creando un producto para que lo consumas y únicamente digas: “Oh, vale, ya lo tengo”. No, es una llamada a la acción en tu cabeza. Eso es lo que pongo sobre la mesa: esto es lo que está pasando y es también tu responsabilidad.

Traducción: Mariado Hinojosa

Contra el odio

Artículo de opinión en el New York Times sobre la amenaza violenta de la extrema derecha, la pasividad y banalización desde las instituciones, y la complicidad de algunos políticos y medios de comunicación.

Por Miquel Ramos – The New York Times, 28 abril 2021

Es periodista español especializado en extrema derecha. Coordinó el informe “De los neocón a los neonazis. La derecha radical en el Estado español” de la Fundación Rosa Luxemburgo.

VALENCIA, España — Faltan pocos días para las elecciones autonómicas en Madrid, y el debate político ha dado un giro inesperado. “Tu mujer, tus padres y tú estáis sentenciados a la pena capital”, advertía una carta anónima, acompañada de cuatro proyectiles de un fusil usado durante décadas por el ejército español, enviada al Ministerio del Interior a nombre de Pablo Iglesias, el candidato de Unidas Podemos a la presidencia de la Comunidad de Madrid.

El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, y la directora de la Guardia Civil, María Gámez, recibieron cartas amenazantes también. Tres días después, era la ministra de Industria, María Reyes Maroto, la destinataria de otra misiva, en esta ocasión acompañada de una navaja. Y al día siguiente, dos nuevos sobres con balas fueron interceptados. Uno dirigido otra vez contra Gámez, y el otro, a Isabel Díaz Ayuso, la candidata del Partido Popular y actual presidenta de la Comunidad de Madrid. Hoy se ha revelado un nuevo mensaje de amenaza, que incluía dos balas, esta vez contra el expresidente del gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero.

El clima de crispación de estos últimos años, con la normalización de la extrema derecha en el debate público, ha llevado una peligrosa deriva de inquietantes consecuencias. Desde su entrada en las instituciones por primera vez desde los años ochenta, la extrema derecha se ha dedicado a deslegitimar al gobierno, a marcar la agenda con su discurso de odio —que las cartas parecen replicar— y a difundir constantemente noticias falsas o información engañosa. El reflejo del expresidente de Estados Unidos Donald Trump en la política española ha sido constante, y aunque el magnate haya dejado la Casa Blanca, el estilo, que le dio fuerza a la extrema derecha en su país, empieza a instaurarse con fuerza en España a través de Vox.

Sin embargo, ni con las balas y las navajas encima de la mesa, la cordura se impuso en el debate político de estos días. La condena casi unánime a las amenazas no ha estado exenta de matices. La derecha no estuvo a la altura y llegó a menospreciar estas amenazas. Menos aún la ultraderecha, al principio negándose a condenarlas, después haciéndolo tímidamente mientras sugería un posible montaje, como hizo Santiago Abascal, líder de Vox.

El envío de la navaja a Reyes Maroto fue obra de un hombre ya identificado, que padece una enfermedad mental y que se ha declarado seguidor de Vox, aunque no tiene relación con este partido. Esta persona ya había enviado mensajes a otros destinatarios, como a la agencia de verificación maldita.es, manifestando su ideología. A pesar del menosprecio de esta amenaza y del intento de algunos políticos de derechas y medios afines de despolitizarla basándose en los problemas mentales del autor de la carta, la condena debe ser un imperativo unánime y sin peros, para políticos y ciudadanos, de izquierdas y de derechas, que crean de verdad en la democracia.

Sería ingenuo pensar que la amenaza totalitaria terminó con la muerte del dictador Francisco Franco en 1975. No solo por el aceptado revisionismo histórico en torno a la dictadura o la frecuente deslegitimación de los resultados de las urnas cuando gana la izquierda, algo que ya ocurrió cuando ganó las elecciones Rodríguez Zapatero en 2004, sino por la peligrosa banalización que lo acompaña, considerando los discursos de odio opiniones respetables en democracia. Pero más inquietante resulta aún que, el mismo gobierno que ahora recibe las balas, no se haya tomado esto suficientemente en serio.

El gobierno de Pedro Sánchez podría haber mostrado más firmezacuando ha sido advertido de la infiltración ultraderechista en las Fuerzas Armadas de España. No solo ante el manifiesto firmado por casi un millar de militares exaltando a Franco y contra su exhumación del Valle de los Caídos en 2019. También contra los militares retirados que pedían en un chat un golpe de Estado y fusilar a 26 millones de españoles, o contra aquellos en activo que realizaban el saludo nazi en los cuarteles mientras cantaban himnos fascistas. O investigar a profundidad la reciente denunciapública de militares sobre la posible presencia de una célula neonazi en el ejército.

Pedro Sánchez, el presidente del gobierno de España, en abril de este año
Pedro Sánchez, el presidente del gobierno de España, en abril de este añoCredit…Chema Moya/EPA vía Shutterstock

Organismos internacionales como las Naciones Unidas y agencias de seguridad de diversos países vienen alertando sobre el terrorismo de extrema derecha a nivel internacional. La sucesión de preocupantes ataques racistas, la infiltración neonazi en ejércitos europeos así como el asalto al Capitolio de Estados Unidos tras la victoria de Joe Biden, han puesto el foco sobre esta creciente amenaza para la seguridad. También el auge de los partidos de extrema derecha en Europa desde hace unos años ha impulsado consensos entre el resto de las formaciones partidistas en países como Alemania y Francia para aislarlos y establecer lo que se conoce como cordones sanitarios, evitando así pactar con ellos o permitirles acceder a las instituciones, algo que no ha sucedido todavía en España.

La amenaza de la ultraderecha en España viene de lejos, y va más allá de los exabruptos de militares y de las cartas amenazantes. En 2015 se juzgó a un grupo neonazi entre los que había varios militares, y que poseía un gran arsenal de armas. Fueron absueltostras considerarse ilegales las escuchas que permitieron su arresto antes de que cometieran algún crimen. Tres años después, a los pocos meses del primer gobierno de Sánchez, la policía arrestó a un hombre que tenía armas de fuego y advirtió en un chat su intención de asesinar al presidente. La Audiencia Nacional rechazójuzgar ambos casos como terrorismo.

Estos y otros ejemplos han sido recogidos en un extenso informe, que tuve la oportunidad de coordinar, recién publicado por la Fundación Rosa Luxemburgo, organización a favor de la democracia. El reporte analiza el recorrido de la derecha radical en España y explica su evolución desde el despegue a principios de este siglo del ala neocón del PP, que había sido la casa común de todas las derechas, hasta la irrupción de Vox en 2018. Desde entonces, la extrema derecha no ha parado de crecer y de instaurar su agenda. Además, la batalla cultural que ha emprendido este espectro político a lo largo del planeta, cuestionando derechos humanos y tratando de romper los consensos democráticos que los protegen, está dando sus frutos; en buena medida han conseguido normalizar el discurso de odio que sirve como excusa para quienes hoy envían balas.

España afronta una encrucijada sin precedentes tras las reiteradas amenazas de muerte a varios políticos. Las elecciones de Madrid, que a menudo son un termómetro para la política nacional, permitirán diagnosticar cómo los políticos, periodistas y la sociedad civil reaccionan ante esta peligrosa deriva. Aunque han condenado las cartas, el PP y Ciudadanos no pueden seguir banalizando las amenazas ni normalizando a la extrema derecha, con la justificación de que la necesita para gobernar.

El país, que demasiadas veces se tropieza sin querer con los fantasmas de su pasado, está a tiempo de enfrentar la tentación totalitaria con madurez democrática y firmeza, demostrando que la democracia, esta vez, si que es capaz de vencer al odio.

Miquel Ramos (@Miquel_R) es periodista y colabora en el diario La Marea y en Radio Televisión Española (RTVE). Es coautor del proyecto crimenesdeodio.info y realizó la investigación “La extrema derecha española ante la crisis económica” en la Universidad de Valencia.

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El Especial Ultraderecha es un monográfico especial con una selección de 26 artículos publicados en lamarea.com entre junio y julio de 2020. Esta revista –en formato pdf- incluye reportajes, análisis y entrevistas reposadas con argumentos para desmontar el discurso de la ultraderecha.  Visiones también desde EEUU, Polonia, Grecia y Francia.

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Coordinación: Miquel Ramos

Colaboran: Noelia Adánez, Hibai Arbide, Graeme Atkinson, Aurora Ali, Pablo Bonat, Pablo Carmona Pascual, Iness Dimnich, Javier Durán, Daniel Gil-Benumeya, Sebastiaan Faber, Sara Montesinos, Álvaro Minguito, Rafal Pankowsky, María Luisa Pérez Colina, Juanjo Peris, Proyecto Una, Sergio Rodrigo, Carles X. Senso Vila, Laia Serra, Alba Sidera, Patricia Simón, Miguel Urbán y Carles Viñas.

Debate Pedro Vallín y Miquel Ramos sobre extrema derecha y antifascismo (MUSOC)

IX Muestra de cine social y derechos humanos de Asturias (MUSOC)

PRESENTA y MODERA: Diego Díaz Alonso. Historiador y activista social en el 15M y La Madreña. Forma parte del consejo de redacción de Nortes.

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