El peligro es haber permitido la institucionalización del odio

“Lo de EEUU es solo un aviso. Pero ni es el primero ni será el último. Quien tiene capacidad para hacer algo para evitarlo, debería hacerlo”, reflexiona Miquel Ramos.

Miquel Ramos – La Marea 8 de enero 2021

Entre risas, bromas y fotomontajes, una de las imágenes más comentadas tras el asalto al Capitolio ha sido la de un hombre disfrazado de no sabemos qué. Se trata de Jake Angeli, conocido en redes sociales como Q-Shaman, un aspirante a actor y fiel seguidor de Trump, y uno de los propagandistas de las teorías conspiranoicas ultraderechistas de QAnon. Según los seguidores de esta teoría, hay una conspiración de pedófilos y adoradores de Satán que gobiernan el mundo que tienen como objetivo evitar que Trump vuelva a gobernar. Y, para ello, habrían amañado las elecciones y dado la victoria a Joe Biden. Bajo esta imagen caricaturesca se presenta varias veces y desde hace tiempo la extrema derecha.

Esta teoría, que puede parecer una majadería, es una de tantas otras que circulan por los entornos ultraderechistas del planeta. Hace unos días, Cuarto Milenio dedicó uno de sus programas al fenómeno migratorio a raíz de la llegada de varias personas migrantes a Canarias. Con el título Las sombras de la crisis migratoria, el programa explicaba en la web de la cadena que Iker Jiménez analizaría con sus colaboradores “los intereses profundos y oscuros que hay detrás de todas las crisis migratorias: inmigración, mafias y lo que no se cuenta sobre estas situaciones como la que se está viviendo en la actualidad en Canarias”. Más allá del halo misterioso con el que envuelve este programa cualquier tema que no tenga fantasmas ni ovnis, tan solo el marco con el que fue anunciado ya indicaba por dónde iban los tiros. 

No era la primera vez que el programa explicaba otra de las teorías habituales de la extrema derecha, el Plan Kalergi. Esta idea, promocionada por el neonazi y negacionista del Holocausto Gerd Honsik, defiende que existe un plan oculto para debilitar la raza blanca a través del mestizaje que provoca la migración, y conseguir así mano de obra barata y seres humanos más débiles. El periodista Antonio Maestre ya lo advirtió el pasado abril, cuando Iker Jiménez volvió a poner esta teoría en la escaleta. Y avisaba: “Cuando el mundo de la conspiración se mete en política acaba convirtiéndose en caldo de cultivo de mensajes tóxicos y peligrosos’. Esa teoría y otras parecidas son el combustible necesario para prender una enorme hoguera de consecuencias imprevisibles. Esta vez, además del Plan Kalergi, el programa habló de la Teoría del Gran Reemplazo. Esta advierte de otro plan oculto para desplazar demográfica y culturalmente a la población europea a través de la inmigración, sobre todo la de personas musulmanas, que acabarían instalando la sharia en el viejo continente. Neonazis celebraban en varios foros que sus ideas habían llegado a ser presentadas en prime time. También lo hicieron los negacionistas de la COVID y conspiranoicos varios cuando el programa ofreció versiones alternativas sobre el origen del virus. Los principales voceros de la ultraderecha reivindicaban el programa como ariete contra la ‘corrección política’ o el ‘marxismo cultural’. 

En marzo de 2019, Brenton Tarrant empezó a emitir en directo en su cuenta de Facebook cómo sacaba de su maletero varias armas de fuego automáticas. Se dirigió hacia la mezquita de Al Noor, en Christchurch (Nueva Zelanda), y empezó a disparar a los presentes. 51 personas fueron asesinadas y 49 heridas. Publicó en sus redes la Teoría del Gran Reemplazo y reivindicó orgulloso su acción para salvar a su pueblo de la islamización. Tarrant no fue el único que esgrimió estos argumentos para cometer una masacre.

En julio de 2019, expliqué en otro articulo para La Marea cómo había evolucionado el terrorismo de extrema derecha, considerado ya por los expertos una de las principales amenazas para la seguridad y la democracia en Europa y Estados Unidos. ¿Qué ideas y teorías compartían todos los terroristas que habían cometido estas masacres? Pues el Plan Kalergi, la Teoría del Gran Reemplazo y otras variantes que hablan de poderes ocultos que promueven la inmigración, el comunismo, el globalismo y el sometimiento del hombre blanco. Luego, algunos añaden como cómplices a la izquierda, al feminismo, al colectivo LGTBI, a los colectivos antirracistas, a las ONG, a George Soros y hasta a Greta Thumberg. 

Esto no es un simple bulo que una agencia de verificación desmonta en un tuit. Estas ideas se extienden más de lo que parece disfrazadas con otra retórica menos conspiranoica, pero con el mismo combustible. Las llamadas a la defensa de la civilización occidental frente a la contaminación de culturas ajenas, o la supuesta progresiva pérdida de derechos por parte de los autóctonos a causa de la migración son algunos de los mantras de la ultraderecha. El acoso que sufre el hombre por parte del feminismo o la amenaza para la libertad de expresión que supone la dictadura progre son también habituales en varios países. El victimismo del privilegiado es el comodín habitual de la derecha. Cuando un colectivo gana derechos, los históricamente privilegiados se ven amenazados. Es el temor del rey y de sus señores feudales a sus plebeyos. Del gran capitalista a la organización de los obreros. O de los colonizadores a la rebelión de los colonizados. 

Trump no aceptó el resultado de las elecciones. Lleva días echando gasolina por todo el país denunciando que le han robado los votos. Alimentando en cada mitin todos los relatos conspiranoicos que circulan por redes sobre el complot para acabar con él y regalar el país a los comunistas. Lo del Capitolio, escuchando a Trump varios días atrás, era más que previsible. No el asalto –inexplicable la falta de seguridad–, sino la ira de sus seguidores. Y muchos de estos son miembros de grupos de odio, de milicias armadas de extrema derecha, o fanáticos capaces de cualquier cosa. Como de asaltar su propio símbolo de la democracia. Algunos eran conocidos supremacistas, a los que Trump ya había hecho más de un guiño en anteriores ocasiones; otros lucían sin vergüenza sudaderas reivindicando Auschwitz o simbología ultraderechista.  Aun así, algunos propagandistas de extrema derecha y seguidores de Trump dudaron del rédito de la acción, y trataron de acusar a los antifascistas de los hechos. Un ataque de falsa bandera, decían. Otra conspiración. Otra fake new contra Trump. Sin embargo, los canales de difusión de los principales grupos neonazis del país reivindicaban la acción y aseguraban que se trataba del “principio de la revolución blanca”. 

Aquí, esa dictadura comunista de la que habla Trump y las supuestas fake news que tratan de derrocarlo están cada día en boca de ciertos políticos y periodistas, que consideran también al gobierno de Sánchez y Podemos ilegítimo, y que son víctimas de los medios de comunicación. Señalan al Gobierno como responsable de las decenas de miles de muertes por un virus. Y, además, tienen un plan oculto para llenar la península de migrantes, a quienes ofrece todo tipo de privilegios ante los españoles de bien. Existen miles de artículos de prensa y de webs con apariencia de medio de comunicación que insisten en estos y otros mantras habituales de la ultraderecha. Y muchos otros medios convencionales que tan solo sirven de altavoz de estas teorías y discursos de odio por considerar que el click que generará la indignación ya lo merece. 

No sabemos desde cuándo hemos aprendido a convivir con el odio y la mentira. Hemos aceptado el racismo, el machismo y la homofobia como una opinión respetable más. Hemos permitido que niños que viven en nuestro país sin padres ni madres sean señalados como culpables de mil delitos por ser de otro país. O que hay personas que no merecen tener derechos. El peligro no es que un fanático se inmole un día o que una manifestación se desborde. El peligro real es que hemos permitido institucionalizar el odio y la mentira. Que vemos cada día personas muriéndose en el mar tratando de llegar a Europa mientras comemos pipas desde el sofá. Que haya militares cantando himnos nazis en los cuarteles y que sus superiores, que un día posan junto al rey, al día siguiente estén llamando a un golpe de Estado y a exterminar a 26 millones de personas. O que asistimos a la toma del Capitolio en directo mientras hacemos memes con el señor que lleva una piel de búfalo sobre su torso desnudo, como si fuese una serie más de cualquier plataforma digital a la que estamos suscritos. 

No es justo, ante todo esto, descargar toda la responsabilidad sobre la ciudadanía. El mismo Gobierno contra el que claman los ultraderechistas es incapaz de extirpar el fascismo incrustado en sus instituciones, o de controlar a unas fuerzas del orden que usan guantes de seda con la extrema derecha y balas de goma con los que piden más derechos humanos. Los medios de comunicación que se escandalizan por la toma del Capitolio y hoy hacen reportajes y artículos retratando a los trumpistas, sientan en sus platós y dan tribuna cada día a sus homólogos españoles. Y cuando no, ya se encargan ellos de difundir sus mismos temas: okupas, menas, moros, bolivarianos y sediciosos. 

Lo de EEUU es solo un aviso. Pero ni es el primero ni será el último. Quien tiene capacidad para hacer algo para evitarlo, debería hacerlo. Cuanto mayor poder se tiene, mayor es la responsabilidad. Si convocas una cabalgata en plena pandemia, no esperes que la gente no acuda y luego le eches la culpa por venir. No la convoques. Si no quieres que los fascistas se crean con el derecho a derrumbar al Gobierno de turno, que unos militares, varios políticos y algunos periodistas lo llaman ilegítimo, no los ayudes a difundir ese mantra. Y si no quieres que tus propios militares te entierren en una cuneta, a ti y a medio país, expúlsalos ya. La cobardía no es una opción para quien tiene el deber de procurar por el bienestar y la vida de todos. 

“Lo que vimos en el Capitolio es un reflejo de lo que puede pasar en Occidente en cualquier momento”

Los expertos advierten de que los valores democráticos no están asegurados por ley y conviene defenderlos explícitamente

Eva Cantón – El Periódico 3 de enero 2021

El fallido y vergonzoso asalto al Capitolio protagonizado por los seguidores de Donald Trumpdeja en el aire una pregunta: ¿existe el riesgo de que semejantes imágenes puedan verse en Europa? En un mundo globalizado que cambia a una velocidad vertiginosa, el viejo continente comparte algunos rasgos preocupantes con la política norteamericana de los últimos años, alertan algunos expertos consultados por este diario. 

“Los valores democráticos no están asegurados por ley.Es algo que hay que defender cada día y todos tenemos responsabilidad en ello”, señala Enrique Ayala, analista de la Fundación Alternativas quien cree, no obstante, que el ataque al Congreso de Estados Unidos podría servir de “vacuna” para que la gente reaccione. “Ahora que la gente le ha visto las orejas al lobo podría producirse lo que ocurrió aquí el 23-F”, abunda.

La politóloga Cristina Monge cree que lo que vimos este miércoles fue la escenificación de algo larvado desde hace años y que la pregunta que hay que hacerse es si en Europa hay ciudadanos que se sienten tan desprotegidos como quienes votaron a Trump buscando en su ‘America First’ un refugio de carácter autoritario. 

Monge sostiene que hay varios aspectos compartidos a uno y otro lado del Atlántico. “Hay una parte de la población que ya no valora la democracia como un bien a defender, que se sienten más protegidos por opciones autoritarias –el nuevo populismo de extrema derecha- y a quien los partidos democráticos no le ofrecen soluciones”.

La desafección ciudadana

El caldo de cultivo, prosigue, es la desafección ciudadana y la desconfianza en las instituciones. “¿Podemos ver las mismas imágenes en Europa? Quiero pensar que no, pero es una señal de alerta. Lo que vimos en el Capitolio es un reflejo de lo que puede pasar en Occidente en cualquier momento”, avisa.

Y en España, ¿deberíamos estar en alerta? Sin duda, responde Ayala. “Basta con entrar en las redes sociales para comprobar que una franja de la población está fuera de las mínimas normas de convivencia social y democrática. Son susceptibles de caer en teorías racistas, negacionistas, supremacistas y antiinmigración que rechazan lo que va en contra de lo que ellos piensan. Aquí tienen a un partido como Vox que les alimenta con su doctrina”. 

Lo que sucede en las redes que actúan como cajas de resonancia no sería posible sin un relato de líderes, medios e’ influencers’ dedicados a difundir discursos de odio, apostilla Miquel Ramos, periodista especializado en extrema derecha. 

“Ocurre en todos los países. Hay una verdad paralela compartida por toda la extrema derecha a nivel global que trata de deslegitimar los consensos logrados en torno a los derechos humanos y presentar al colectivo de hombres blancos heterosexuales como víctimas de una suerte de conspiración de una agenda progresista”. 

Ramos va más allá al afirmar que en España la deriva no es solo deslegitimar los derechos las mujeres o el colectivo LGTBI, sino la propia democracia. “Cuando no gobiernan ellos el Gobierno es ilegítimo o social-comunista. Si buceas por las redes sociales de la derecha y la extrema derecha, es un mantra. Es tan preocupante que incluso hoy mismo hay militares pidiendo un giro de timón. No es ninguna broma”, prosigue.

¿Y qué hacer para evitar derivas autoritarias? Articular relatos y políticas públicas que generen protección, especialmente para los más vulnerables, recomienda Monge. “Hay que cambiar los paradigmas de la política, hacer mucha pedagogía, actualizar la práctica de la democracia y emprender una batalla sin cuartel contra la post-verdad”, señala.

Enrique Ayala plantea incluso un gran pacto. “Sería importante que el Consejo Europeo hiciera una declaración institucional reafirmando los principios de la democracia, una especie de renovación del Pacto Democrático Europeo. Que aquellos que creen en la democracia se sientan confortados”, indica. 

En cualquier caso, la labor es colectiva. “No es momento de chivos expiatorios. Debemos preguntarnos cuál es nuestra cuota de responsabilidad para que las cosas hayan llegado hasta aquí. Hay comportamientos que no se deben admitir”, advierte la politóloga.

“Els atacs supremacistes d’extrema dreta han augmentat un 320% els últims anys”

Entrevista a Estat de Gràcia, de Catalunya Ràdio. El festival Docs València, que es fa online del 10 al 19 de desembre, ha projectat «Healing from hate: the battle for the soul of a nation» centrat en l’organització Life after hate (Vida després de l’odi) creada per quatre excaps rapats per ajudar els neonazis a sortir de l’espiral d’odi en què viuen. N’hem parlat amb el periodista Miquel Ramos, expert en extrema dreta i col·laborador del festival

Sanar el odio: exneonazis tratan de salvar a otros del infierno del que salieron

El documental Healing from Hate: the battle for the soul of a nation (Sanando el odio: la batalla por el alma de una nación), del cineasta norteamericano Peter Hutchison, se proyectará el viernes 11 de diciembre en redes como parte de la IV edición del festival DocsVLC. 

Miquel Ramos – El Salto 11 diciembre 2020

Un joven con la cabeza rapada y con una camiseta blanca llena de esvásticas se pasea impasible ante decenas de personas en la Universidad de Florida. Le sigue un buen número de jóvenes, gritándole a poca distancia y exhibiendo carteles antirracistas. Un joven negro camina junto a él y le interpela: “¡Dime por qué me odias! ¡Dime por qué no te gusto!”. Este joven negro separa al neonazi de la multitud que lo rodeaba. Lo abraza. Alguien le había dado un golpe, y por la comisura de sus labios descendía una tímida gota de sangre. Randy, el joven neonazi, sonríe durante toda la escena. Otro joven negro, un activista antirracista, locutor de radio y DJ llamado Julius Long, lo sacó de allí. 

Dentro de la Universidad de Florida se encontraba el líder supremacista blanco Richard Spencer dando una charla sobre libertad de expresión. Tan solo habían pasado dos meses del asesinato de Heather Heyer, una joven antifascista que se manifestaba en Charlottesville contra una concentración neonazi, y que fue atropellada junto a varios manifestantes por un ultraderechista. Trump, lejos de condenar aquellos hechos, afirmó que en ambas partes había “buenos chicos”, y culpó a ambos de la violencia. Una equidistancia que fue duramente criticada entonces, pero que en absoluto es nada nuevo, ni en los Estados Unidos ni en Europa, donde los discursos de ‘los extremos’ sitúan en el mismo plano a los racistas y a los antirracistas. A los nazis y a quienes los combaten. Pero al ser Trump quien lo hizo entonces, la crítica era fácil. Aquí, sin embargo, estamos ya acostumbrados. “Gracias, presidente Trump, por su honestidad y coraje al decir la verdad”, publicaría el ideólogo neonazi y ex líder del Ku Klux Klan, David Duke en su cuenta de Twitter. 

Spencer y Trump poco tienen que ver con Randy, el joven nazi de patillas gruesas que se paseó entre manifestantes antirracistas. Spencer es un joven culto, con gran capacidad comunicativa y una retórica seductora. Dirige el National Policy Institute (NPI), un think tank del supremacismo blanco que trata de demostrar la tendencia al crimen de los hispanos y los negros y la superioridad racial de los blancos. Trump es el presidente de los EE UU. A Spencer se le atribuye el término Alt-Right (derecha alternativa), popularizado estos últimos años y que hace referencia a la ofensiva cultural de la extrema derecha en Norteamérica, que también se libra en el resto del planeta. Cuando Trump ganó las elecciones, Spencer celebró su victoria en la sede del NPI al grito de “¡Heil Trump!” y haciendo el saludo nazi.

Randy ya no luce simbología nazi. Es uno de los protagonistas del documental, que, a día de hoy, comparte conversación en el jardín de su casa en Idaho con otros antiguos militantes neonazis. “Yo tenía un alma”, dice ante la cámara mientras arruga la cara y se seca una lágrima. “No me gustaba quién era, e intenté quitarme la vida”, confiesa. Fue a partir de los sucesos de la Universidad de Florida que empezó su proceso para sanar su odio a los demás, y su odio hacia sí mismo. Y fue gracias a Julius, el DJ negro que lo sacó de entre la multitud, y que desde entonces, se convirtió en su amigo. 

La historia de Randy se asemeja mucho a la del resto de protagonistas del documental. Frank, de Filadelfia, entró en una banda neonazi con 13 años. A los 17 fue condenado por un secuestro y terminó en prisión. Jason también pasó por prisión cuando era joven, pero fue allí donde se fanatizó y se unió a los grupos neonazis, muy presentes dentro de los centros penitenciarios norteamericanos. Así lo explica Thomas, otro de los protagonistas, quien se unió a la Hermandad Aria una vez en prisión.

Todos ellos se han encontrado en Life After Hate (vida después del odio), una organización fundada en 2011 tomando el nombre de la publicación de Arno Michaelis, un antiguo líder neonazi, quien emprendió un proceso para abandonar su militancia y reciclar su odio. Michaelis llegó a ser uno de los líderes del movimiento neonazi norteamericano durante los años 80 que proclamaba la Guerra Santa Racial (RAHOWA), además de liderar una banda de rock supremacista que tuvo notable éxito, llamada Centurion. Junto con Arno, Christian Picciolini, Angela King, Arno Michaelis, Tony McAleer, Frankie Meeink, y Sammy Rangel, todos ellos exmilitantes neonazis, decidieron unirse para ayudar a otras personas a salir del agujero del odio. 

Hay un denominador común en la gran mayoría de todos ellos. Y responde en gran medida a las habituales explicaciones psicosociales sobre por qué un adolescente acaba en un grupo neonazi y hace del odio y la violencia su modo de vida. “Debemos considerar que el poder, al igual que la necesidad de pertenencia, comunidad y un propósito superior, es lo que impulsa a muchos de estos miembros de grupos de odio y sus líderes. Es compensatorio: se trata de reemplazar algo que muchos describen como un sentimiento de que han sido despojados. Como es famoso por decir el psicólogo James Gillian: ‘Toda violencia es un intento de reemplazar la vergüenza por la autoestima’”, señala el director Peter Hutchison a El Salto. 

“Crecí en un hogar alcohólico donde la violencia emocional era la norma y cuando era un niño al que se le dijo que podía lograr cualquier cosa, reaccioné atacando y lastimando a la gente. Comencé como el matón en el autobús escolar, y cuando estaba en la escuela secundaria, ya estaba cometiendo graves actos de vandalismo”, explica Michaelis en su blog

Los demás protagonistas del documental tienen historias similares, plagadas de abusos por parte de sus padres, de violencia en su infancia o de odio a uno mismo por no saber su lugar en el mundo. Algo que sí encontraron en los entornos neonazis, donde el simple y casual hecho de ser blanco ya les otorgaba un motivo para sentirse parte de algo. No solo eso, sino que, además, tendría la misión de salvaguardar ese privilegio combatiendo a quien pretendía arrebatárselo, es decir, los judíos, los negros y los hispanos, que según ellos, estaban tratando de arrinconar a los blancos en lo que ellos consideran su país. “Una vez que cavas ese agujero, no hay esperanza, a menos que sigas cavando más profundo”, confiesa Randy ante la cámara. Este tópico sobre el militante neonazi se cumple a menudo, pero no deja de ser la caricatura de algo que va mucho más allá. 

Nudillos tatuados extrema derecha
“Miedo” y “odio”, los nudillos tatuados de un neonazi. 

Christian Picciolini, otro de los protagonistas del documental e impulsor de Life After Hate, ha escrito varios libros sobre su pasado en los movimientos neonazis. Exhibe una foto suya a las puertas de un campo de concentración haciendo el saludo nazi y vestido de skinhead. Fue, además, uno de los miembros más importantes los Hammerskins de Chicago, y lideró dos bandas de rock neonazi: Final Solution y White American Youth. 

Hijo de migrantes italianos, entraría en contacto con grupos neonazis muy joven, a los 14 años. Clark Martell, un conocido neonazi de Chicago Area Skinheads, que le doblaba la edad, lo reclutó. “Era la primera vez que alguien me prestaba atención y me empoderaba de alguna manera”, confiesa. Empezó entonces a importar abundante música neonazi de Europa. “Esas letras hablaban de mi angustia por ser joven e invisible. De mis frustraciones, de intentar hacer algo o intentar progresar en mi vida. Esas letras, además, señalaban al ‘otro’, a los supuestos culpables de esos problemas”, es decir, judíos, comunistas, homosexuales, feministas y toda la larga lista de enemigos del fascismo. 

Christian protagonizó varios episodios violentos que le hicieron replantearse en lo que se estaba convirtiendo, según confiesa en una entrevista reciente a la BBC. Permaneció en el grupo neonazi algunos años más, cada vez menos convencido, pero temeroso de abandonarlo: “Tenía miedo de volver a la nada que tenía antes. Tenía miedo de no valer nada. Y pensé que cuando estaba recibiendo esta atención y causando este nivel de miedo, estaba obteniendo respeto”. 

Hoy, Christian es un conocido activista por los derechos humanos que utiliza su experiencia personal dentro de los grupos de odio para evitar que otros jóvenes caigan en ese pozo. Como el resto de protagonistas del documental, que demuestran que, además de prevenir, también es posible salir.

 “Tenemos que operar bajo el supuesto de que nadie es irredimible, un tema importante en la película que espero se transmita claramente. Como nos muestran los hombres que comparten valientemente sus historias en Healing From Hate, si pueden atravesar y superar lo que han experimentado en sus vidas, cualquiera puede hacerlo”, afirma el director. 

El documental nos muestra partes del proceso que viven sus protagonistas, que van desde largas charlas entre ellos hasta encuentros con sus víctimas. Pero también hace un repaso a los focos del odio, a esos discursos y esos líderes que nutren de argumentos y relatos esos infiernos. Pero lo más importante es que permite mirar a la cara, escuchar y empatizar con personas que quizás en otro tiempo nos hubieran apaleado. Entender cómo llegaron allí es imprescindible para llegar a la raíz del problema. Y ofrecer a todo el mundo herramientas para aprovechar una nueva oportunidad es también una manera de combatir el odio. 

Sin embargo, resulta mucho más difícil neutralizar a quienes viven del odio que a quienes lo ejecutan. Casualmente, aquellos que se dedican a infectar de prejuicios a una sociedad sumida en el individualismo, en el consumismo y en la precariedad, nunca se calzan las botas de punta de acero ni se dedican a ir a cazar inmigrantes. Estos promotores del odio, tanto en EE UU como en el resto del mundo, suelen pregonarlo sin mancharse las manos. “Los datos, por supuesto, no pueden corroborar las afirmaciones xenófobas y la propaganda del miedo de Trump, y cada vez está más claro que el terrorismo ultraderechista es hoy una gran amenaza para nuestra seguridad colectiva”, remarca el director, que en su documental recuerda los últimos atentados de la extrema derecha que han causado cientos de víctimas estos últimos años en todo el planeta. De hecho, las agencias de seguridad de varios países ya alertan insistentemente sobre esta amenaza, cuya violencia se ha incrementado en un 320% en cinco años. 

Se puede sanar el odio, y se debe invertir todo esfuerzo necesario para ello. Pero también se debe ir al origen, a la cepa. “No significa que debamos aceptar o tolerar la retórica o las acciones de odio, ni que no debamos responsabilizar a estas personas. Pero también debemos comprender las raíces del odio, si lo queremos es prevenir su propagación y sanar al individuo. Y así, también a la sociedad”.