Entrevista de David Artime para Nortes – 26 junio 2022
Al otro lado del teléfono, Miquel Ramos (Valencia, 1979) pregunta a quien firma esta entrevista si está disfrutando el libro. La respuesta es negativa. Es imposible disfrutar de un relato plagado de asesinatos, puñaladas, mendigos quemados vivos, cabezas abiertas y demás barrabasadas a menudo cometidas impunemente o con sanciones irrisorias. Desde 1990, las agresiones de la ultraderecha han costado cientos de víctimas en este país (al menos 104 muertos), y han contado con la inacción, cuando no complicidad, de jueces, policías, medios de comunicación e instituciones. Un indecencia que solo se ha combatido desde la lucha de los movimientos antifascistas. “Antifascistas”, publicado por Capitán Swing, no es una lectura para disfrutar. Es un grito desgarrador y una llamada a la toma de conciencia. Una consecución de crónicas que, a través de una prosa ágil, un trepidante ritmo narrativo y una ingente labor de documentación, relata la encarnizada batalla que los antifascistas de este país se han visto obligados a librar desde los años 80 para parar la violencia neonazi. Un puñado de historias reales de buenos y malos con finales agridulces que fascina y revuelve tripas al mismo tiempo. Su autor, veterano periodista valenciano, militante antifascista y actualmente uno de los mayores expertos en ultraderecha en España, estará esta semana presentando la obra en Asturies (martes, en La Llegra -Uviéu- y miércoles en la Casa Sindical -Xixón-, a las 19.30) en el marco de los Alcuentros Nortes. Antes ha conversado con Nortes sobre su trabajo.
Da la impresión de que en España, más allá de casos puntuales como el de Lucrecia, Aitor Zabaleta o Jimmy, hay un total desconocimiento del daño que la violencia fascista ha causado desde los años 80.
Totalmente. En el portal crimenesdeodio.info hemos contabilizado unos 104 muertos desde 1990. El número de heridos y lesionados es ya imposible de calcular. El trabajo que hicimos en esta caso era precisamente para visibilizar los crímenes del odio y el daño que han hecho en este país. Pero también hay un gran desconocimiento del trabajo del antifascismo para combatirlo. Desde los medios de comunicación no se ha dado publicidad a la actividad de colectivos y plataformas antifascistas, y cuando se ha hecho ha sido de forma muy caricaturesca y criminalizadora.
En el libro dejas claro que los medios han jugado un papel clave en el blanqueamiento de neonazis y ultraderecha.
Así es. Por un lado han criminalizado a los movimientos antifascistas a menudo. Por otro, han presentado el problema como peleas entre tribus o entre grupos radicales, en lugar de mostrar que eran agresiones por violencia política contra las que los antifascistas han tratado de organizarse y defenderse.
Sin embargo, no han sido solo los medios. La actitud de jueces y policías genera impotencia y rabia al lector.
Yo no trato de influir en el lector, sino contar lo que ha pasado y que sea él quien saque las conclusiones viendo cómo se trata a unos y a otros en casos como los de las operaciones Panzer o Armaggedon, en las que los neonazis salieron absueltos, mientras se ha reprimido a colectivos antifascistas, okupas o anarquistas con penas de prisión. Me limito a realizar un relato del papel que han jugado los poderes policial, judicial, político y mediático.
Además de las agresiones físicas, llama la atención la gran cantidad de atentados terroristas con explosivos y los almacenamientos de armas, casos en los que no se duda en aplicar la legislación antiterrorista cuando los “sospechosos” son de izquierdas. ¿No habría también que enfocar la lucha antifascista hacia el campo legislativo para asegurar que sobre estos delitos caiga todo el peso de la ley? ¿No habría que reclamar una ley antifascista o antineonazi? ¿O bien modificar la actual ley antiterrorista?
El tema de la legislación es complicado. Ya existen los delitos de odio, pero su aplicación a veces tiene trampa. En el caso del asesino de Carlos Palomino hay que reconocer que se consiguió y fue una victoria importante. Pero otras veces han acabado utilizando los delitos de odio para perseguir a gente que lucha contra el fascismo. Es decir, pides más de legislación, y la acaban utilizando contra ti.
Además, basta ver cómo se aplica esa legislación para unos y para otros, en casos como los de Pablo Hasel o los titiriteros. Cómo se aplica la ley en temas como las críticas a la monarquía o al rey, que pueden conllevar incluso penas de prisión, mientras que determinadas declaraciones de odio fascista no tienen mayores repercusiones.
También es cierto que muchos colectivos antifascistas han sido tradicionalmente reacios a utilizar la legislación como instrumento de lucha. Volviendo al caso de Carlos Palomino, es verdad que es un ejemplo que avala la importancia de las leyes, pero esas leyes tienen que considerar siempre el componente estructural del odio fascista y neonazi.
Tu libro recoge cómo se ha combatido el fascismo de muchas maneras: mediante la denuncia pública, la movilización, la acción judicial y también mediante la acción directa y la violencia en la calle. ¿Cuál es la más efectiva?
No se puede generalizar. Hay que verlo en cada contexto. No puedes responder a una horda de nazis que te van a quemar el local, o te van a apuñalar, haciendo una batucada. Pero tampoco a un partido político ultraderechista en pleno crecimiento se le puede combatir con una manifestación o una pelea. Las diversas formas del fascismo requieren diferentes estrategias. El antifascismo no es un organización unitaria con una dirección propia y con una única estrategia de cómo actuar. Hay que ver en cada caso concreto cómo se actúa.
Sin embargo, el libro sí hace alusión a los debates que en los diferentes colectivos ha generado la conveniencia o no del uso de la violencia y la acción directa para combatir a los fascistas.
Sí. En este tema, hay que tener en cuenta que a los nazis y especialmente las bandas de skins de los años 90 no se les podía combatir de otra manera. Y de hecho se les paró así. Hay que reconocer que la violencia ha sido efectiva, sí. Ahora bien, ¿eso ha de ser la única estrategia del antifascismo? Pues evidentemente no. Ha de ser siempre el último recurso. No todo el mundo tiene la capacidad ni la disposición de pelearse e la calle.
Es cierto que ha habido casos puntuales en los que la utilización de la violencia antifascista ha conllevado problemas y se han cometido errores. Pero este es un movimiento autónomo, no una organización unitaria en la que está todo escrito. Cada uno responde por lo suyo y no todo el antifascismo es responsable. No se le puede pedir cuentas a todo el movimiento antifascista por lo que hizo un tipo un día concreto en un sitio concreto.
Tú eres valenciano, y has vivido allí en primera línea la violencia neonazi. Desde Asturies tu tierra tiene fama de ser una plaza complicada. ¿Cómo está la situación hoy en día?
Ha cambiado mucho, sobre todo a partir del caso de Guillem Agulló. Los amigos de Guillem principalmente se movilizaron y lograron un punto de inflexión. Se ha hecho mucho trabajo de calle que ha logrado cambiar las cosas. Ha habido un cambio sociológico y el ambiente es otro, a pesar de que sigue habiendo problemas y agresiones. Pero eso lo hay en otros muchos sitios, y en todo caso no es la situación de los años 90, con las agresiones y las cacerías de nazis.
Sin embargo, ahora parece que tenemos normalizado un discurso ultraderechista, algo que no ocurría en la opinión pública en los años 90.
Cierto. La extrema derecha actual dice lo que decían los nazis en los años 30. Lo dice con otro lenguaje, pero es lo mismo, y encima ahora con el sello de calidad democrático de un partido que participa en las instituciones. Vox ha normalizado su discurso. Es cierto que no vivimos la situación de agresiones y cacerías de los años 90, pero no quiero decir que sea menos peligroso.
Hay lecturas de los resultados electorales de Andalucía que prevén el comienzo del fin de Vox, pues no han conseguido el avance esperado. ¿Estás de acuerdo?
Creo que vox tardará todavía en recular. Es un partido que tiene recorrido, y si no sube, sí se va a mantener. En Andalucía, lo que pasado es que el PP ha sabido jugar la baza de la oposición pero no creo que eso marque el comienzo del descenso de la extrema derecha.
¿Qué se conoce en Valencia del fascismo y del antifascismo en la historia reciente de Asturies?
En el caso de Asturies, se vincula mucho al fútbol (Ultra Boys, del Sporting de Xixón), y a la presencia de estos grupúsculos que se van reciclando pero que siempre suelen estar compuestos por la misma gente, como los de Hacer Nación, pero su presencia es muy simbólica. Apenas tienen relevancia. En Valencia sí se habló mucho del caso de los 35, los detenidos durante los incidentes de Cangues d’Onís en 2005, en una concentración para evitar un acto ultraderechista. Se conoce mucho la tradición de Asturies en materia de lucha obrera, pero la presencia de movimientos fascistas aquí no se considera muy relevante, a pesar de que están ahí y siempre son peligrosos.
¿Nunca has oído hablar de la batalla del Topu Fartón contra un grupo de Ultras Sur en las fiestas de Uviéu en los años 80?
Pues no.
El martes te la contamos en La Llegra.
(Risas).