Balas de goma para una democracia con mordaza

Faltaba menos de un mes para las elecciones generales de diciembre de 2015. Daniel tomó el micrófono en uno de esos programas sobre actualidad política que invitaba a los diferentes candidatos para que se sometieran en directo a las preguntas de los ciudadanos. ¿Usted qué opina de la Ley Mordaza? Preguntó Daniel. Pedro Sánchez no tardó ni un segundo en contestar: “Pues que la vamos a derogar nada más lleguemos al gobierno, de eso que no te quepa la menor duda.”

Cuando falta menos de un año para las elecciones generales, y con casi cuatro años ya de gobierno de coalición, la promesa del PSOE y Unidas Podemos se esfumó. EH Bildu y ERC llevaban tiempo advirtiendo de que no votarían a favor de la reforma si esta no contemplaba eliminar los artículos referentes a la desobediencia, las faltas de respeto a los agentes (que acaparan un tercio de las sanciones de la Ley Mordaza, y con las que el Estado ha ingresado cerca de 815 millones de euros), así como las pelotas de goma y las devoluciones en caliente, cuatro asuntos que el PSOE se niega a modificar, a pesar de sus promesas, y que las asociaciones de derechos humanos ven indispensable.

Patxi López, portavoz del PSOE, explicaba ayer en rueda de prensa que “todo lo que hacía que la ley de Seguridad se llamará “ley mordaza” estaba acordado”, y que “lo demás son excusas”, sacando de la ecuación las pelotas de goma, la desobediencia y las devoluciones en caliente. Ojo, las mismas devoluciones en caliente que el actual presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, incluyó en su crítica a la Ley Mordaza durante la moción de censura a Mariano Rajoy. Sánchez prometió entonces la derogación urgente de aquellos artículos de la Ley Mordaza que “limitan desproporcionadamente” varios derechos, así como los que permiten la expulsión de extranjeros en la frontera “de forma arbitraria y sin derecho a tutela judicial efectiva”, esto es, las devoluciones en caliente.

Justo esta semana, Amnistía Internacional hacía público su último informe titulado My Eye Exploted, una investigación que documenta las mutilaciones y muertes a causa del uso de materiales antidisturbios como las balas de goma, cuyo uso se empeña en proteger el PSOE en nuestra legislación. En España, colectivos sociales y víctimas de estas armas consideradas no letales, llevan años protestando no solo por su uso, muchas veces imprudente e injustificado, sino por la impunidad que envuelve cualquier consecuencia. Desde la muerte de Iñigo Cabacas en 2012, la masacre del Tarajal en 2014 que acabó con varias personas muertas, hasta las decenas de ojos, testículos y otros órganos mutilados por estas armas. No solo pretenden que esas armas continúen formando parte del arsenal de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, sino que se sigue asegurando la impunidad para quienes provoquen cualquier daño.

El Defensor del Pueblo, Ángel Gabilondo, presentaba también su último informe estos días, que incluía alusiones a diversas actuaciones policiales. En este, instaba a corregir la opacidad en las sanciones de la Ley Mordaza y los malos tratos policiales. No son pocas las actuaciones policiales cuestionadas durante esta legislatura, y que han quedado no solo impunes sino defendidas públicamente por el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska. La masacre de Melilla, el espionaje a diversos movimientos sociales, con abusos sexuales incluidos, las cargas policiales injustificadas,  los señalamientos de periodistas, las continuas exhibiciones públicas de simpatías por la ultraderecha de varios agentes o la difusión en sus chats de comentarios racistas, machistas y memes burlándose de sacar ojos a manifestantes.

El PSOE nunca quiso derogar la Ley Mordaza. Además de evitar el enfrentamiento con los elementos más reaccionarios de los cuerpos policiales, garantizar la impunidad para reprimir o solucionar cualquier asunto sin tener que dar demasiadas explicaciones es siempre una garantía para cualquier gobernante que estime más el poder que la democracia y los derechos civiles. Lamentablemente, la trampa del PSOE con la Ley Mordaza estaba clara de antemano: si no se acepta la reforma que deja fuera varios asuntos importantes, la culpa de que la norma permanezca es de quien se opone a tragar con esto. Si se vota a favor de la reforma con esos asuntos pendientes, los socios están tragando un nuevo sapo que pasa por encima de varios derechos civiles. O esto o nada. La trampa de siempre, la que al PSOE nunca le pasa factura, pero que destroza a cualquier izquierda que la sostenga. Una jugada habitual que hoy ya tiene a dos cabezas de turco: ERC y EH Bildu. El culpable no es quien incumple la promesa de derogar la ley, sino quien se niega a tragar con un maquillaje que mantiene aspectos graves y lesivos de la norma.

Por eso ya vemos a políticos de todo signo jugando a los titulares según convenga. Gamarra (PP) dice que su alianza con los sindicatos policiales ha impedido la derogación de la Ley Mordaza. La izquierda acusa al Gobierno de PSOE y Podemos de incumplir su promesa de derogarla. El PSOE culpa a sus socios de impedir la reforma por cuatro tonterías de nada. Podemos culpa al PSOE de no querer ir más allá, y a sus socios de no conformarse con lo que había.

“La nuestra es una sociedad democrática ya madura. Una sociedad que se rebela cuando la autoridad se ejerce de forma injusta y arbitraria. En esa conciencia civil reside la fuerza de nuestro país, y esa conciencia constituye, por cierto, un motivo más que justificado para derogar la Ley Mordaza. Un compromiso que quiero asumir de forma expresa con la Cámara”.  Esto es lo que decía Pedro Sánchez en el debate de investidura en 2019.

Y mientras, la ciudadanía se sigue arriesgando a sanciones indiscriminadas, a ser espiada por las autoridades por su actividad social y política, a ser encerrada en un CIE, deportada, expulsada en la frontera, torturada, incomunicada, acusada sin más pruebas que la versión policial, a que le saquen un ojo en una manifestación o a que sus derechos civiles sigan reducidos y los de las autoridades sean intocables e incuestionables. Gobierne quien gobierne, y cuenten los cuentos que quieran.

Si el PSOE no ha derogado esta Ley es porque nunca tuvo intención de hacerlo. Si dependía de los socios, entiendan que unos prefieran rascar algo, y otros no estén dispuestos a tragarse otro sapo y permitir con sus votos que sigan vigentes artículos que menoscaban derechos y libertades.

Entrevista con Andrew Marantz: «La ‘Alt-Right’ es una vieja ideología disfrazada de algo nuevo»

El periodista de ‘The New Yorker’ reflexiona sobre la ‘Alt-Right’, Trump y la deriva conservadora en Estados Unidos: “La ‘Alt-Right’ es una vieja ideología disfrazada de algo nuevo”. Desde la era Trump y el asalto al Capitolio, muchas cosas han cambiado en Estados Unidos. Recientemente se ha aprobado una ley en Florida que está provocando la retirada de varios libros con contenidos LGTBI o con perspectiva de género. También se están viviendo numerosas manifestaciones de grupos neonazis y fascistas contra actos LGTBI y hemos visto cómo las leyes el aborto han dado marcha atrás.

En la sección Entrevistas Antifascistas, hablamos con Andrew Marantz, periodista de The New Yorker y autor del libro Antisocial. La extrema derecha y la libertad de expresión en Internet (Capitán Swing), sobre el papel de la Alt-Right en el país norteamericano.

Empecemos por el principio. ¿Qué es la Alt-Right? ¿Dónde nace?

Hay una forma de definir la Alt-Right que empieza en 2014 o 2015. Y otra forma de definirla en la que nos remontamos a miles de años atrás porque el odio, la desinformación, la xenofobia… no fueron inventadas por Internet. Estas cuestiones ya existían mucho antes de Internet. El reto, sin embargo, llega cuando estas tendencias humanas básicas o emociones humanas entran en contacto con un nuevo sistema de distribución de la información. Así que sobre 2014 o 2015, varios periodistas empezamos a darnos cuenta de que muchas cosas que eran oficialmente ideas marginales empezaban a ser impulsadas en el discurso mainstream americano.

El odio, los prejuicios, el antisemitismo, la misoginia, el racismo… no eran nuevas ideologías. En muchas maneras, los Estados Unidos fueron fundados sobre esas ideologías. Pero hubo un tiempo, digamos que a mediados del siglo XX, cuando estaba mal visto decir estas cosas abiertamente en la sociedad. O construir un movimiento político en torno a ello. Y había la idea de que, si construías un movimiento político en torno al racismo o a la intolerancia de forma abierta, simplemente no funcionaría. La Alt-Right fue un intento de decir: “Bueno, ¿y si intentamos una política muy cruda y básica que se identifique principalmente con el hombre blanco?”. Y por una gran variedad de razones –incluyendo cómo se se distribuye la información en Internet– fue mucho más poderoso de lo que mucha gente pensó que sería. Y empezamos a ver estas ideologías oficialmente marginales tomando fuerza.

Y ahora además puedes medirlo estadísticamente porque Internet mide todo. En redes sociales puedes ver que, cuando dices algo como “no quiero jugar a un videojuego hecho por una mujer” o cualquier otro ejemplo similar, el mercado dice ¿qué números avalan esta idea? Así que, en resumen, la Alt-Right es una vieja ideología disfrazada como algo nuevo.

¿Qué papel tuvo Donald Trump en la normalización de la Alt-Right? ¿Y los medios de comunicación afines? 

Hay responsabilidad en las dos direcciones. Creo que Donald Trump ayudó a la Alt-Right y la Alt-Right ayudó a Donald Trump; él ayudó a los medios y los medios ayudaron a Trump. Estas relaciones son siempre transaccionales y un poco incómodas. 

Y, desde mi punto de vista, hay algo más que es incómodo de admitir pero que merece la pena que lo tomemos en serio y es que yo también he tenido a veces una mayor relación transaccional con esta gente de lo que me gustaría admitir. Quiero pensar que sólo estoy investigando y cubriendo todas las cosas malas que la gente hace en Internet y eso es cierto. Pero… también hay otro aspecto y es que mucha de esa gente quiere que yo los exponga porque quieren atención. Incluso atención negativa. Intento ser tan responsable éticamente como puedo pero es algo con lo que tengo que lidiar como dinámica.

Pero Trump, no sé… no creo que estuviera lidiando con eso. Creo que simplemente pensó “toda atención es buena” y siguió el viejo dicho de “no existe la mala prensa”. Y resulta que las redes sociales premian todo lo que es muy impactante, cualquier cosa que te haga latir el corazón muy fuerte. Así que no es que Donald Trump fuera una especie de programador brillante o que entendiese Internet de alguna manera profunda. Él solo tenía una compresión instintiva de esto, que viene de los tabloides en los 70 y 80, que le decía que si eres realmente impactante y sigues haciendo cosas que a la gente le cuesta creer pero no pueden dejar de mirarlas, entonces tendrás más atención. Y sí, puede que dañe tu reputación o tu dignidad o tu orgullo. Pero… no parecía que a él le importara nada de eso.

El libro se publicó antes de que Trump perdiera las elecciones y, por lo tanto, antes del asalto al Capitolio. ¿Qué ha cambiado desde entonces? ¿Qué papel tuvo la Alt-Right en el asalto del Capitolio? Y ¿qué se está viendo ahora con la investigación?

Sí, es interesante porque estábamos diciendo que muchas de estas cosas son chocantes cuando pasan por primera vez y luego se normalizan. Después es como que se diluye en el contexto. Así que muchas de las cosas que veía en 2015 como increíblemente chocantes, ahora suceden todo el rato. 

Si alguien intenta presentarse a presidente y presenta una plataforma donde plantea que hay una conspiración global dirigida por élites cosmopolitas que están controlando el mundo en secreto… esto era muy sorprendente en 2015 o 2016. Ahora es sólo un tema de conversación popular que todo tipo de políticos dicen y no es algo impactante y vulgar que únicamente Donald Trump se atreve a decir. Así que diría que parte de lo que ha cambiado entre las elecciones de 2016 y las de 2020 es que algunas de estas cosas se han normalizado tanto que el hecho de que pasen todo el rato se nota menos.

El verano y otoño de 2020 fueron periodos muy volátiles y chocantes en la historia de América. Y hubo muchos factores: el confinamiento por COVID, las protestas de Black Lives Matter… Hubo muchas cuestiones que la gente podía usar para aumentar el miedo y la inseguridad. Y, al final, Trump no fue capaz de ganar esas elecciones. Pero no creo que esto signifique necesariamente que su victoria fuera algo casual y puntual.

Creo que las elecciones de 2016 fácilmente podrían haber tenido otro resultado. Y las de 2020, también. Estamos un poco estancados en Estados Unidos y hay situaciones similares en otros países –diferentes pero similares–, en las que cada una de las elecciones es como lanzar una moneda al aire. Quiero decir, la balanza puede inclinarse a un lado o al otro pero la dinámica esencial –un bloque político de inclinación autoritario, un bloque de inclinación progresista y muchas cosas en el medio– se mantiene. 

Así que contestando más específicamente a tu pregunta, estuve siguiendo a los Proud Boys viéndoles meterse en peleas callejeras, luchando por entrar en los edificios y dando esas grandes fiestas haciendo una especie de orgía en celebración de la violencia. El nombre de los grupos puede haber cambiado, puede cambiar cómo se presentan o su uniforme. Todo eso se basa en la conveniencia política. Pero el impulso subyacente no cambia. Porque hay siempre esta tendencia en algunos segmentos sociales o de los medios de decir: “Oh, qué momento más raro fue. Qué bien que haya terminado”. Por ejemplo, si Trump no gana las elecciones en 2024, seguramente veremos a mucha gente de todo el mundo respirando con alivio y diciendo: “Vale, se ha acabado. Ese capítulo de nuestra historia está cerrado». Pero si miras todo esto detalladamente, no es cosa de una persona o de una docena de personas o de una docena de grupos. Es un problema de fondo y estructural. 

¿Se han tomado en serio las autoridades –sobre todo a raíz del asalto al Capitolio– la amenaza que supone la normalización de la Alt-Right para las propias instituciones y la propia democracia?

Creo que alguna gente se lo toma en serio pero creo que se podría haber tomado más en serio. Cuando estábamos viendo el asalto al Capitolio del 6 de enero en tiempo real había toneladas de vídeos porque la propia gente que lo estaba haciendo estaba retransmitiendo en directo. Y en muchos podíamos ver a agentes de policía sacándose selfies con ellos o dejándoles entrar sin intentar pararlos. No sé si se tomó suficientemente en serio porque era una narrativa compleja para la mayoría de americanos el aceptar que realmente podían ser algo podrían haber simpatizantes de los insurrectos dentro de las fuerzas de seguridad. 

Creo que cuando lo vimos en Brasil, se aceptó muy fácilmente. Tuvimos a Lula saliendo al día siguiente y diciendo vamos a echar a los simpatizantes dentro de las fuerzas de seguridad. Y eso es algo que haces cuando tienes experiencia en tu país sobre cómo actuar para parar un golpe. El estilo norteamericano de lidiar con esto es decir: “Bueno, así no es como somos nosotros. Los estadounidenses somos mejores que eso y nunca haríamos algo así”. Entonces, incluso cuando ves un vídeo de las fuerzas de seguridad de EEUU haciendo algo así, hay muchos estadounidenses que no quieren verlo o encuentran la forma de explicarlo. 

Creo que todo el incidente que nos llevó hasta el asalto al Capitolio y el análisis de lo que significó no ha sido digerido del todo por el público estadounidense e incluso por sus líderes. Porque sí, podemos condenarlo y decir que está muy mal tratar de derrocar un Gobierno electo y que no nos gusta que destruyan propiedades o lo que sea. Pero la verdadera importancia de esto es cómo pudo llegar tan lejos y creo que eso no ha penetrado del todo en el discurso. Seguimos estancados en un nivel muy superficial de “no consiguieron derrocar al Gobierno así que olvidémoslo”. 

Por otro lado, tenemos a gente diciendo que casi dieron un golpe y lo van a conseguir la próxima vez, lo que creo que es una conclusión arriesgada. Fue un evento muy serio pero no creo que fuera tan serio por que fuera a funcionar. Creo que fue serio debido, de nuevo, a las corrientes subyacentes, a los deseos y métodos ideológicos que representó. Y referente a tu pregunta, creo que hay muchas conexiones aquí.

Hay gente en el Congreso que ha expresado su simpatía abiertamente con la gente que se amotinaban en el Capitolio. No sé si eso requiere ser investigado. Sólo son personas diciendo algo. La pregunta es qué haces con esa información. Tienes miembros electos del Congreso que, sinceramente o para sumar puntos, expresan simpatía con personas que intentan parar unas elecciones democráticas. No sé qué hacer con esa información salvo esperar que no sea una estrategia política ganadora. Pero en algunos partidos y distritos lo es. Así que esta es una de las paradojas de la democracia. Tienes elecciones democráticas donde la gente puede ser reelegida con una plataforma antidemocrática. Creo que es bastante peligroso tener un gobierno lleno de gente que no quiere que ese gobierno siga existiendo.

Recientemente se ha aprobado una ley en Florida que está provocando la retirada de varios libros con contenidos LGTBI, sobre temas de género, sobre la teoría crítica de la raza… Sin embargo, lo que nos llega aquí es que existe una supuesta teoría de la cancelación que está tratando de, digamos, censurar cierta incorrección política. ¿Qué hay de cierta en la cultura de la cancelación en EEUU?

Ha habido esta asociación exitosa que ciertas personas han hecho –creo que a propósito– entre la cultura de la cancelación y la izquierda «censora» o de la gente que quiere decirte qué debes decir como algo que proviene de universitarios woke. La ley en Florida se llama la Stop W.O.K.E Act (Acta Parar a los Progres) y fue cosa de Ron DeSantis, quien parece querer presentarse a presidente siguiendo el legado de Trump y claramente está viendo esto como una herramienta política que puede usar para decir “los woke (progres) quieren silenciarnos y yo voy a ser vuestro ganador”. Cuando, por supuesto, la propia ley es una mayor amenaza para la libertad de expresión que cualquier cosa que diga cualquier estudiante de instituto.

Esta es una de las veces en que la narrativa realmente ha superado los hechos. ¿Hay alguien en algún lugar que esté intentando cancelar a alguien de izquierdas? Quizá exista. Seguro que hay ejemplos de alguien en Twitter gritando a alguien y diciendo “no puedes decir eso porque me ofende”. Pero la mayor amenaza en términos de imponer la fuerza de la ley viene de gente que, como el gobernador de Florida, quiere usar la ley para silenciar a la gente. Veremos qué pasa en los juzgados. Pero me parece que esa ley claramente viola la Constitución. Es el Estado usando su poder para prohibir libros en las aulas. Esa es una violación clásica de la Primera Enmienda. Si existe la cultura de la cancelación, esa ley es un ejemplo perfecto de eso. 

En otros lugares hay leyes contra el BDS, el movimiento de boicot, desinversión y sanciones. Hay lugares donde, de acuerdo con la ley estadounidense, no tienes permitido apoyar a los palestinos que quieren boicotear los productos israelíes. Eso me parece una clara violación de libertad de expresión y viene de la derecha. Pero debido a la narrativa de que la izquierda es la facción censora woke (progre) dentro de la política estadounidense, de alguna manera esas acciones de censura desde la derecha no se asocian a ellos o no son recordadas porque no encajan en la narrativa. Así que, de alguna manera, se olvidan.

Entonces, creo que es genial defender la libertad de expresión. Sería genial que la gente lo hiciera de una forma un poco más consistente y, sobre todo, que lo hicieran con un ojo puesto en lo que el Gobierno está haciendo. Por supuesto, creo que es molesto cuando alguien grita en las redes sociales pero no es lo mismo que el Gobierno prohibiendo un libro. Tienen diferentes pesos y diferentes impactos.

En Europa tenemos una histórica controversia sobre los límites de la libertad de expresión. En España, por ejemplo, tenemos a raperos en prisión. Y, sin embargo, están permitidas las expresiones de apología del nazismo, del fascismo… aunque haya leyes que se supone que las prohíben. ¿Debería haber límites a la libertad de expresión?

Es realmente difícil acertar. Y creo que es normal que el contexto americano y el europeo sean distintos porque creo que tiene que ver con cómo entendemos la historia del fascismo. No creo que los Estados Unidos sean inmunes al fascismo. Obviamente. Eso es parte de mis motivos para escribir este libro. Pero creo que tiene una historia diferente.

Para mí, hay una línea entre lo que el gobierno puede hacer para restringir y lo que las empresas privadas o los ciudadanos particulares pueden hacer. Puedo entender que hay lugares donde puede haber razones para cambiar el régimen legal o hacer excepciones en el mismo. Pero, en el contexto de EEUU, no tenemos leyes contra la negación del Holocausto, por ejemplo. En Alemania las tienen, en Israel también, en Francia también… ¿Hay una ley en España que prohíbe decir que el Holocausto no sucedió?

Es legal negar el Holocausto aunque en el Código Penal existe una figura que se supone que penaliza la denigración de las víctimas y la apología del genocidio. Pero es ambigua. Por ejemplo, en el cementerio de la Almudena hemos visto un homenaje a los voluntarios españoles que combatieron por Hitler. Y no ha habido sanción. La ley existe; la manera de aplicarla es otra cosa.

Es lo mismo en los Estados Unidos. Puedes tener una ley y después la forma en que se aplica. Yo me siento cómodo con una ley en la que el Estado no interviene y no prohíbe la mayoría de los tipos de discurso. Nunca es 100% porque hay tipos de discurso que el Estado sí prohíbe, como la pornografía infantil o el chantaje, soborno o lo que sea. Pero me parece bien tener un régimen legal que dice que «no vamos a castigarte penalmente si dices algo en apoyo de los nazis o si usas un discurso de odio». No hay leyes contra el discurso de odio en los Estados Unidos o ese estándar es extremadamente alto. Tiene que haber un peligro claro y presente de incitar a la violencia. No puedo decir «quiero que vayas a agredir a esa persona», pero puedo decir «los nazis eran buenos» o algo así.

Pero creo que donde la gente se confunde es cuando dicen: «Vale, no queremos tener leyes en contra de esto. Entonces, por lo tanto, no queremos que Facebook o Elon Musk hagan una regla al respecto». Creo que es perfectamente coherente decir: «Vale, no quiero que el gobierno de Donald Trump me diga lo que puedo decir, pero sí quiero que Mark Zuckerberg haga una regla diciendo que no se puede ser nazi en Facebook». Esas cosas no me parecen inconsistentes. Y el hecho de que el discurso haya sido instrumentalizado para que una cosa sea intercambiable con la otra… me parece que es simplemente falso. 

Obviamente, es difícil. Las redes sociales se han vuelto muy poderosas. Se ha convertido casi en una especie de plaza pública. Y entonces tenemos que pensar estas cosas con cuidado. No quiero a Mark Zuckerberg para tener el control de mi vida. Pero hay una distinción real entre alguien diciéndome que no va a difundir mis ideas algorítmicamente en la plataforma de su empresa privada y el gobierno metiéndome en la cárcel.

Hay una parte del libro en la que hablas sobre periodismo, sobre el papel de los y las periodistas. Dices: «Cuando se alude a cuestiones de principios fundamentales no siempre es posible ser imparcial y honesto al mismo tiempo». ¿Por qué se considera periodistas a aquellos considerados neutrales pero a los que dicen abiertamente que en temas de derechos fundamentales no lo son se les tilda de activistas?

Ha habido un periodo muy largo de formación –y hasta podría decir adoctrinamiento dentro de los medios– en que la cosa más importante era ser neutral y objetivo. Y es genial ser neutral y objetivo si eso fuera lo único en el mundo, si tan solo existiera en el vacío. Pero, ¿cómo el valor de la objetividad –si realmente existe– se compara con otros valores como el respeto, los derechos humanos, la dignidad humana y la fidelidad a la verdad? Cuando esas cosas están en conflicto, muchos periodistas simplemente se vuelven como robots que cortocircuitan diciendo «no puedo procesarlo».

Creo que parte del problema es que hay esta tradición dentro del periodismo de que no debes ser una persona con cerebro. Se supone que debes ser alguna clase de recipiente para hechos objetivos. Y hay un tipo de periódico muy crudo y tradicional donde no hay opiniones, no hay pensamientos. «Acabo de ver lo que pasó y lo he escrito». Y eso siempre ha sido una ficción. Pero creo que se está volviendo realmente irritante y agudo. No puedes salir al mundo y decirme que el papel objetivo de un periodista es decir: «Bueno, a algunas personas parece gustarles mucho el autoritarismo y otras personas no y voy a darle una cita a cada uno». Eso en realidad no es un periodista. haciendo su trabajo. No puedes simplemente consolarte a ti mismo diciendo «le di el mismo espacio a ambos lados, así que mi trabajo aquí está hecho». Tienes que pensar un poco más allá. Y creo que si no puedes ver eso después de Donald Trump, el Brexit, Modi, Netanyahu, Orban… Si no puedes ver eso ahora, no sé cuándo lo vas a ver.

A ti también te han llamado activista, ¿verdad? (risas)

Realmente no creo que esa distinción tenga mucho sentido. Si me convierte en un activista decir que es una estupidez citar por igual al Proud Boy que golpea a una mujer en la calle y a la mujer que es golpeada por el Proud Boy, pues vale. Me pondré del lado del ciudadano golpeado en la calle. Tendré que vivir con eso.

Por qué quiero que gane ‘Sin novedad en el frente’

Hace pocas semanas pudimos ver desfilar la excelente producción cinematográfica reciente en España en la gala de los Premios Goya. Joyas como As Bestas, En Los Márgenes, Alcarràs, Cinco Lobitos, Modelo 77 o Black Is Beltza II: Ainhoa nos han hecho no solo disfrutar y aprender, sino recordarnos que el cine sigue siendo de lo mejor que tenemos para contar nuestras historias, a pesar de todos los peros y contras que existen en la industria y las miserias que envuelven un negocio como otro cualquiera.

El cine sigue contándonos historias reales que suceden bien cerca, que nos hablan de nuestros vecinos y vecinas, de nosotros mismos y de lo que vivieron otras generaciones. Y además, si se lo proponen, son capaces de agitar la conciencia. Lo hemos visto este año cuando Olga Rodríguez y Juan Diego Bottonos hablan de desahucios y de redes vecinales, de cuidados y de empatías en su película En Los Márgenes. Un cine con héroes cotidianos que contrasta con los ídolos canallas y la violencia extrema que demasiadas veces coloniza la cartelera. Alberto Rodríguez nos habló de presos comunes y de sus luchas por la dignidad entre rejas y en plena Transición. De la COPEL, de torturas y de lucha de clases. Fermín Muguruza nos engancha con su banda sonora mientras nos pasea por las luchas políticas de la segunda mitad del siglo XX en medio mundo, nos explica el tráfico de drogas como arma del Estado contra las insurgencias y hasta del debate sobre la lucha armada en el Euskadi de los 80. Y Alauda Ruíz nos habló muy en serio de mujeres, de los hogares, de relaciones, de los cuidados y de todo lo que a menudo se le escapa a la gran mayoría mientras los hechos suceden cada día en su casa. Este año, nuestro cine venía cargado de mensaje, aunque a algunos les pasase desapercibido.

Esta noche llegan los Óscar, donde las películas de la mayor y más hegemónica industria cinematográfica presenta sus mejores obras. Los amantes del cine hemos vuelto a disfrutar con un auténtico Spielberg hablando de sí mismo y de su familia en Los Fabelman, un relato clásico y entrañable de su niñez, con especial mención a su madre y a las circunstancias que relata sin juicios ni prejuicios. Nos hemos reído con el ridículo altar desde donde los ricos se creen dioses en El Triángulo de la Tristeza y la venganza de la clase obrera que nos regala Ruben Östlund. Nos hemos quedado pegados a la silla con el trepidante montaje y el enorme despliegue de Babylon de Damien Chazelle, nos hemos asfixiado y hemos empatizado viendo a Brendan Fraser en La Ballena, y hemos escuchado a las mujeres de Ellas hablan debatir sobre cómo afrontar la situación de violencia sexual e impunidad que sufren, en un valiente film de Sarah Polley.

Thank you for watching

Sin embargo, una de las obras que, más allá de su excelente manufactura, quizás sea hoy más necesaria que nunca, es Sin novedad en el frente, de Edward Berger. Coincidía con varias amistades en el análisis y la preocupación ante la situación actual, con una nueva guerra bien cerca y en la que de nuevo nos han involucrado. Nos preocupa lo difícil que está siendo hoy ser pacifista sin que te llamen cómplice o equidistante. Atrapados entre quienes pretenden contribuir al conflicto enviando más armas y omitiendo cualquier solución que no sea una victoria militar, y los que justifican la invasión porque los otros lo hicieron mal. Mantenerse firme en los valores que siempre defendimos y que nos sacaron a las calles hace veinte años con la invasión de Irak está siendo agotador. ¿Qué ha pasado 20 años después para que hoy se haya esfumado el “No a la Guerra”, y pedir que actúen los organismos internacionales antes que las alianzas militares se haya convertido en motivo de desprecio?

Sin novedad en el frente te sacude de una manera tan brutal como real es lo que se cuenta de cualquier guerra. Cómo detrás de tanta épica no hay más que muerte y dolor. Cómo detrás de toda bandera y excusa hay una clase trabajadora que pone los muertos y unas élites que hacen cuentas y hablan entre ellas mientras mandan al matadero a su plebe. Detrás de toda ayuda y gesto institucional hay un doble rasero, una omisión deliberada de otros conflictos y un interés a largo plazo que va más allá de salvar vidas. Solo cabe esperar, tanto a principios del siglo XX como ahora, a que los mandatarios se cansen y decidan poner fin a esta sinrazón.

Es posible que la película pase desapercibida y se vaya de vacío, pues sería arriesgado promocionar el pacifismo en un momento en el que las industrias armamentísticas y energéticas de la mayor potencia mundial están haciendo buena caja con la guerra. No hay que olvidar que el cine es una herramienta más de propaganda, y aunque se cuelen pequeños rayos de sol entre tanta inmundicia, la industria cinematográfica no es ajena ni a las corporaciones ni a los gobiernos. Pero es cierto que el mero hecho de haberse colado entre las nominadas ya es algo.

Es de agradecer que, en una industria donde la violencia se convierte en entretenimiento, y donde se romantiza constantemente a los mafiosos, a los corruptos y a los sinvergüenzas, aparezca de repente, en medio de una guerra, una cinta que deje en evidencia la propaganda belicista. Por eso espero que gane y nos obligue a reflexionar sobre cómo hoy defender la paz, el diálogo y la diplomacia, como hicimos en 2004, está siendo tan jodidamente difícil.

Columna de opinión en Público, 11/03/2023

Ressenya de Lorena Pérez del llibre ‘Antifeixistes’ al Diari La Veu

«És un error creure que la memòria té a veure amb el passat. És una especialitat espanyola. La memòria té a veure amb el present, perquè si no sabem qui som, no sabem qui volem ser. I té a veure amb el futur, si no tenim identitat com podrem viure»

Mentre llegia Antifeixistes, de Miquel Ramos, em venia al cap aquesta frase d’Almudena Grandes. Per què a l’estat espanyol hi ha tant de problema amb la Memòria Històrica?

Miquel Ramos, periodista especialitzat en l’estudi de l’extrema dreta i els moviments socials, ens presenta una investigació que va nàixer quan tan sols tenia catorze anys. Aquell dia va retallar el seu primer titular després de la història que li va contar el seu professor: havien «matat Guillem (Agulló) per odi, per ser antifeixista». Aquest «assumpte personal» que declara en el primer capítol, serà el punt de partida d’una extensa recopilació de testimoniatges, d’articles i cròniques periodístiques i polítiques que ha anat recollint durant els últims trenta anys. I és, si volem, el punt de partida de la nostra pròpia confessió: fins on coneixem el feixisme? On pensem que està? D’on ix? En quina mesura té a veure amb el poder actual?

Aquest llibre no és només una investigació periodística sobre el feixisme espanyol i els moviments antifeixistes que li han plantat cara aquests últims quaranta anys, sinó també una història sobre les estructures de poder, el control de la narrativa i la resposta de la societat. És una investigació que respon els dubtes del context actual: d’on ve l’ultradreta instal·lada en el congrés dels diputats, com s’han anat blanquejant des de la dictadura fins als nostres dies, per què la inacció durant dècades dels cossos de seguretat de l’estat, de la fiscalia i dels tribunals respecte a les investigacions i seguiments al feixisme, i com els grups antifeixistes de barri s’han hagut d’organitzar. Sense oblidar el paper dels mitjans de comunicació a l’hora de crear el consens col·lectiu de criminalització dels moviments socials.

Quan un llibre et parla d’una línia de conflicte com és el feixisme i la Memòria Històrica, és difícil acostar-se a la lectura sense prejudicis o idees preconcebudes. Però a vegades està bé escoltar altres veus per a eixir dels marcs endogàmics que els nostres propis privilegis han anat construint en defensa de la individualitat i en detriment del col·lectiu. Amb altres paraules ho va vindre a dir Martin Niemöller:

Quan els nazis van vindre a buscar els comunistes, vaig guardar silenci, perquè jo no era comunista. Quan van empresonar els socialdemòcrates, vaig guardar silenci, perquè jo no era socialdemòcrata. Quan van vindre a buscar els sindicalistes, no vaig protestar, perquè jo no era sindicalista. Quan van vindre a buscar els jueus, no vaig protestar, perquè jo no era jueu. Quan van vindre a buscar-me, no hi havia ningú més que poguera protestar

No guardeu silenci i comenceu aquesta lectura pel capítol que més connecte amb la vostra realitat. Podeu acostar-vos des de l’enfocament universal de la mirada d’una mare, en aquest cas la de Carlos Palomino, que va començar a encapçalar les manifestacions antifeixistes després de l’assassinat del seu fill i el tracte degradant que va rebre per part dels mitjans de comunicació. O des del futbol i com l’ultradreta va agafar ales des d’algunes de les seues graderies, o pot ser que tingueu curiositat per «la ressaca franquista» de la qual parla Ramos en el capítol dos, on ens remarca la importància del periodisme independent amb la història de com Soledad Gallego –directora d’El País del 2018 al 2020– i José Luis Martínez van localitzar la caserna general del terrorisme neofeixista internacional a Madrid.

Antifeixistes obri diversos debats que apel·len a la convivència: es poden defensar els drets humans i no ser antifeixista? Quins són els matisos entre delicte d’odi i llibertat d’expressió? Si l’estat no respon contra el feixisme, quins són els límits de l’autodefensa? Quan es converteix en violència?

Miquel Ramos ens exposa en cada capítol, sota cadascun dels temes que componen aquesta investigació, les veus en primera persona dels qui han sigut silenciats i han patit la violència directa de la ultradreta. Ens alerta de la seua transformació, de com han canviat la seua aparença i diàleg: «el problema de l’extrema dreta va més enllà dels banderes que enarboren uns o altres, perquè es tracta d’una infecció en el sentit comú de la gent». Ens parla de les connivències que tenen amb els cossos de seguretat de l’estat, els mitjans de comunicació i el poder. I sobretot ens deixa clar que només el col·lectiu, aqueix treball anònim constant de barri que escolta i no deixa ningú arrere, és la millor eina pedagògica per a arrancar la xenofòbia, el masclisme, el racisme i l’autoritarisme de les institucions i per a la convivència.

Com diu en el pròleg Pastora Filigrana García, advocada laborista i activista pels drets humans dels gitanos: «Ens enfrontem a un mateix monstre amb mil caps que mereix ser respost a tots els terrenys: als tribunals, a les acadèmies, als mitjans de comunicació, a les institucions i als carrers. Ací no sobra ningú i hi ha feina per a totes».

Paga a un rojipardo para que te felicite el cumpleaños

Celebra tu cumpleaños, graduaciones e incluso las fiestas con un video personalizado. Hay estrellas de la tele, influencers, futbolistas, actores, músicos y los llamados emprendedores. Unos por 15 dólares y otros por 200, te envían un vídeo para que fardes con tus colegas. Uno de los que ofrece este producto es un supuesto filósofo marxista, que no hace mucho era promocionado en España tras la publicación de su último libro, criticando el turbocapitalismo y el hedonismo, reivindicando la familia tradicional y cargando una vez más contra la izquierda ‘arcoiris’.

“Generación Erasmus, rasta en el pelo, odio al pueblo, nihilismo hedonista, neoprogresismo liberal, fucsia y arcoiris. Una juventud sin esperanza.” Así definía en un tuit este autodenominado filósofo marxista a Carola Rackete, capitana del barco Sea Watch 3, que rescataba personas migrantes de morir ahogadas en el mar y que fue detenida por desembarcar en Lampedusa a varias personas rescatadas en junio de 2019. Lo recordé ayer mientras los informativos reproducían las imágenes de los cuerpos de decenas de náufragos en Calabria y alertaban sobre el nuevo decreto de la neofascista Meloni, hoy primera ministra de Italia, contra los barcos de rescate.

Horas más tarde me encontraría con la web en la que este supuesto marxista ofrecía un video personalizado por 60 dólares para felicitarte el cumpleaños.

El barco Geo Barents de Médicos Sin Fronteras lleva días inmovilizado en el puerto italiano de Ancona. El decreto recién aprobado del gobierno ultraderechista de Giorgia Meloni contra el rescate de personas en el mar obliga a estos barcos a desembarcar en puertos lejanos de las zonas de rescate, alejándolos de las zonas calientes por donde cruzan las personas de África a Europa, dejando así a su suerte a los que esos días se embarquen para atravesar esa fosa común que es hoy el mediterráneo.

Hay muchos más desaparecidos a orillas del mediterráneo. Se calcula que son más de 23.000 las personas que perdieron la vida en esta travesía desde 2014. La jurista y politóloga Irene Graíño nos ofrecía ayer en estas páginas un duro e imprescindible reportaje sobre las mortales políticas migratorias europeas y la insultante indolencia y complicidad de nuestros gobernantes. A ello hay que añadir la complicidad, por qué no decirlo, de una parte de la ciudadanía que no solo avala esta necropolítica, sino que compra la chatarra racista y supremacista de los charlatanes que la refuerzan, aunque estos se disfracen de izquierdistas para hablar exactamente igual que un fascista.

Diego Fusaro, el supuesto filósofo marxista que insultaba a Carola Rackete ha pasado recientemente por España, arropado por alumnos y participantes habituales de los think tanks de Le Pen y de Vox (ISSEP y Disenso). Quienes llevan años promocionando y reivindicándolo, se fotografiaron con él en Madrid tras presentar su último libro. Este ha sido publicado por El Viejo Topo, la revista que un día fue referencia para la izquierda y que hoy nos ofrece este caramelo envenenado. Cuando estuvo en Barcelona hace pocos años ya reunió entre el público a algunos que siguen llamándose marxistas y a conocidos nazi-fascistas del sector nacional-bolchevique. Los mismos que llevan años trayendo a Alexandr Dugin a España y traduciendo sus obras al español. No era de extrañar que estos encontraran en Fusaro un nuevo caballo de Troya. Algo que ya llevaban tiempo haciendo los nazis italianos de Casa Pound invitando a Fusaro a dar charlas sobre Marx y a escribir en su periódico Il Primato Nazionale. El fascismo siempre ha tratado de confundir a los revolucionarios usurpando parte del imaginario y la retórica izquierdista, y a pesar de ello, hay quienes todavía no solo pican, sino que colaboran a sabiendas.

El personaje no tiene prácticamente relevancia en la izquierda, a pesar de lo que los medios de derechas quieran, y por lo que se empeñan insistentemente en promocionarlo. Son conscientes de que este y otros personajes les son útiles para abrir brecha en sus enemigos, insertando marcos propios en terreno hostil bajo la apariencia de izquierdismo, y zumbando sin cesar al resto de izquierdas. Para ello retuercen a su conveniencia los textos marxistas que, sacados de contexto o directamente manipulados, pueden encajar en su cruzada rojiparda. Lo advirtió la periodista catalana Alba Sidera hace años en un brillante artículo titulado Fusaro como síntoma, cuando empezó a ver cómo cierta izquierda española se postraba ante este sujeto:

“La extrema derecha en Europa tiene hoy por hoy dos grandes objetivos. Ambos se encuentran en el eje del discurso de Fusaro. Uno es contraponer los derechos sociales a los civiles: si los trabajadores sufren malas condiciones laborales es porque la izquierda solo se ocupa de los derechos de las mujeres y la comunidad LGTBI. El siguiente paso es suprimir estos derechos. El segundo objetivo es contraponer los últimos (inmigrantes) a los penúltimos (clase trabajadora).”

Por suerte, estos son prácticamente irrelevantes más allá de sus burbujas en internet y en los medios derechistas que los promocionan, a pesar del ruido que hacen y de sus constantes e insistentes provocaciones. Lo que pasa es que, al final, el personaje acaba devorando a la persona. “El capital quiere ver en todo sitio átomos de consumo, anulando toda forma de comunidad solidaria extraña al nexo mercantil“, decía Fusaro en uno de sus textos. Y no hay mejor señal para cerciorarse de ello que ver cómo él mismo pasa de un día a otro de criticar el turbocapitalismo y el nihilismo hedonista, a vender felicitaciones de cumpleaños junto a protagonistas de reality shows.

Mientras, los barcos de rescate siguen sorteando las trabas que siguen poniendo tanto el gobierno ultraderechista de Meloni como la propia UE para salvar vidas. La ausencia de vías seguras para las personas que huyen de las guerras fuera de Europa sigue haciendo necesaria la labor de quienes huyen de la retórica para demostrar su humanidad y su solidaridad con hechos. Aquellos a los que acusan de fucsias y arcoíris se juegan la vida salvando otras vidas en el mar y desafiando al sistema, mientras que quienes los tratan de ridiculizar, monetizan su odio y su compadreo con los fascistas.

Columna de opinión en Público, 01/03/2023