El show de Tamames no oculta las miserias de Vox

Previsible y reiterativa la retahíla de eslóganes habituales de la ultraderecha ayer durante la moción de censura liderada por Tamames en el Congreso. El intento de Vox por acaparar la atención, a tres meses de las primeras elecciones de este año, fue un paseo por la alfombra roja para el Gobierno. Un favor inesperado a Pedro Sánchez y a Yolanda Díaz, principalmente, que pudieron presentar los logros del ejecutivo, lucirse con sus discursos ridiculizando a la oposición y regocijarse con el fallido intento de Vox por hacer de esta moción de censura un juicio a su medida contra el gobierno.

Todo salió mal, y lo que ya prometía ser un sainete, se demostró inevitablemente un chaparrón de ostias sin cesar. Por eso, y para evitar los planos e instantáneas inmortales, el líder del PP, Alberto Núñez-Feijoo, prefirió ausentarse ante el bochorno que le esperaba. Primero por no verse retado por Vox, que pretendía presentarlo como esa ‘derechita cobarde’ cómplice del supuesto ‘gobierno ilegítimo’ que se pretende derribar con la moción y así salvar España. Segundo, a que les recuerden que son ellos quienes acogen y amparan a estos canallitas e irresponsables de la ultraderecha que hoy han promovido este esperpento en el hemiciclo del que no quiere verse salpicado el principal partido de la oposición. El PP es consciente del ridículo y de la inutilidad de la moción al tratarse de un puro juego propagandístico de sus socios y a la vez competidores, que además ha servido para todo lo contrario, es decir, reforzar al Gobierno. Para el PP era mejor esconderse que aparecer de la mano de quienes son su muleta en varios gobiernos locales y regionales, igual que cuando el vicepresidente de Castilla y León, García-Gallardo (VOX) se vino arriba con sus planes contra los derechos de las mujeres, y tuvo que ser el presidente Mañueco (PP), quien lo desautorizase públicamente para que no le salpicase la mierda.

Algunos piensan que Tamames no es más que un anciano entrañable y desorientado al que los malvados ultras han engañado para liderar la moción de censura. Sin embargo, este señor demostró estar perfectamente lúcido y saber bien donde estaba y lo que quería decir, a pesar de la arrogancia y la torpeza mostrada desde el estrado. Como apuntaron antiguos compañeros suyos, y como su trayectoria lo demuestra, el supuesto perfil transversal se esfumó en los primeros minutos de su intervención. Su discurso, además de reproducir los mantras y las mentiras habituales de la ultraderecha, se recreó en el revisionismo histórico y pisoteó una vez más a las víctimas de los fascistas durante la Guerra Civil y el franquismo, entre ellos, a varios de sus antiguos camaradas del PCE en el que militó. ‘Están todos muertos’ según él, dijo cuando le preguntó Enric Juliana para La Vanguardia qué pensarían ellos ahora al verlo liderar esta moción de la ultraderecha.

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Vox pretendía volver a ser el centro de atención con este sainete. Lo ha conseguido, a pesar no haber salido muy bien parado, de cara a un ciclo electoral en el que se juega su afianzamiento como opción sólida y única a la derecha del PP y que aspira a superar sus anteriores resultados. El PP ha asumido que algunos discursos de la ultraderecha ya no resultan tan innombrables, y que la batalla cultural  emprendida contra ‘la dictadura progre’, ha tenido cierto éxito. Esto ha servido para que la ultraderecha haya pasado de inexistente en las instituciones, a una opción legítima y respetable en democracia gracias al aval de las demás derechas españolas, tanto PP como Cs. La segunda se encuentra en proceso de descomposición, y quienes pretenden seguir viviendo de la política tratan ahora de salvarse del hundimiento del partido lanzándose a mendigar un cargo en la que siempre fue la casa común de todas las derechas, el PP. El partido de Feijoo mide bien cuando cruzar esa fina línea que separa la derecha moderada y de raíz cristiana de la ultraderecha chabacana y ‘políticamente incorrecta’, y según la plaza, luce un traje u otro.

El PP sube en las encuestas gracias a la desintegración de Cs, pero también a cierta desilusión con Vox. El partido de Abascal trata de remendar de aquí a la primera cita electoral de finales de mayo, la sangría interna y las sombras que acechan a la formación ultraderechista. La salida de Macarena Olona tras las elecciones andaluzas y sus posteriores dardos contra el partido, se suman al goteo de dimisiones, renuncias y decepciones que el partido lleva acumulando desde sus inicios, antes incluso de conseguir representación en las instituciones. Aunque hasta ahora, todo lo que se cocía puertas adentro de la casa ultra quedaba entre bastidores, hoy existen demasiados focos y flecos que hacen imposible ocultar las disidencias internas y las gestiones sospechosas de fondos que van saliendo a la luz sin cesar.

Ayer mismo, antes de empezar la moción de censura, conocíamos la oleada de dimisiones que se estaba dando en las secciones locales de Vox en varias localidades valencianas. Las ambiciones de varios de sus miembros y las directrices que llegan desde Madrid y desde la dirección provincial, frustran en muchos casos los proyectos locales, y hasta han desatado la ira de una de las caras visibles en València ciudad. El concejal de Vox Vicente Montañez, se mostraba recientemente muy crítico con la elección del profesor de derecho, ex miembro de Fuerza Nueva y condenado por violencia machista, Carlos Flores, como candidato a la Generalitat Valenciana.

Esta misma semana, también el vicepresidente del partido en Valladolid, Félix Rodríguez, anunciaba en sus redes que dejaba la formación, y sugería algún tipo de discrepancia con la dirección a través de varios tuits: “en la agricultura, quien ‘Siembra’ es el mismo que ‘Recolecta'”, refiriéndose al lema de campaña de Vox en este territorio en las autonómicas de 2022.

Más allá del circo del Congreso con la moción de censura, de la oportunidad brindada al Gobierno y sus socios para lucirse y del foco que ha conseguido Vox estos días, el partido de extrema derecha deberá lidiar con sus propios demonios de cara a las elecciones que vienen. Reivindicarse como alternativa o salvapatrias desde la oposición siempre fue más fácil y rentable que gestionar y demostrar con hechos tu supuesta diferencia del resto. Ahora que Vox empieza a tener que gestionar y asumir responsabilidades y exponerse a las luces y a los taquígrafos en su gestión, es cuando más teme que se demuestre el fraude que se esconde detrás de las constantes pantallas de batallas culturales y retóricas vacías que abanderan. Ahora viene la ardua tarea de Vox para resignificar el paripé de Tamames y empezar a dar consignas a los suyos y barnices varios a lo que no fue más que un esperpento.

Por qué quiero que gane ‘Sin novedad en el frente’

Hace pocas semanas pudimos ver desfilar la excelente producción cinematográfica reciente en España en la gala de los Premios Goya. Joyas como As Bestas, En Los Márgenes, Alcarràs, Cinco Lobitos, Modelo 77 o Black Is Beltza II: Ainhoa nos han hecho no solo disfrutar y aprender, sino recordarnos que el cine sigue siendo de lo mejor que tenemos para contar nuestras historias, a pesar de todos los peros y contras que existen en la industria y las miserias que envuelven un negocio como otro cualquiera.

El cine sigue contándonos historias reales que suceden bien cerca, que nos hablan de nuestros vecinos y vecinas, de nosotros mismos y de lo que vivieron otras generaciones. Y además, si se lo proponen, son capaces de agitar la conciencia. Lo hemos visto este año cuando Olga Rodríguez y Juan Diego Bottonos hablan de desahucios y de redes vecinales, de cuidados y de empatías en su película En Los Márgenes. Un cine con héroes cotidianos que contrasta con los ídolos canallas y la violencia extrema que demasiadas veces coloniza la cartelera. Alberto Rodríguez nos habló de presos comunes y de sus luchas por la dignidad entre rejas y en plena Transición. De la COPEL, de torturas y de lucha de clases. Fermín Muguruza nos engancha con su banda sonora mientras nos pasea por las luchas políticas de la segunda mitad del siglo XX en medio mundo, nos explica el tráfico de drogas como arma del Estado contra las insurgencias y hasta del debate sobre la lucha armada en el Euskadi de los 80. Y Alauda Ruíz nos habló muy en serio de mujeres, de los hogares, de relaciones, de los cuidados y de todo lo que a menudo se le escapa a la gran mayoría mientras los hechos suceden cada día en su casa. Este año, nuestro cine venía cargado de mensaje, aunque a algunos les pasase desapercibido.

Esta noche llegan los Óscar, donde las películas de la mayor y más hegemónica industria cinematográfica presenta sus mejores obras. Los amantes del cine hemos vuelto a disfrutar con un auténtico Spielberg hablando de sí mismo y de su familia en Los Fabelman, un relato clásico y entrañable de su niñez, con especial mención a su madre y a las circunstancias que relata sin juicios ni prejuicios. Nos hemos reído con el ridículo altar desde donde los ricos se creen dioses en El Triángulo de la Tristeza y la venganza de la clase obrera que nos regala Ruben Östlund. Nos hemos quedado pegados a la silla con el trepidante montaje y el enorme despliegue de Babylon de Damien Chazelle, nos hemos asfixiado y hemos empatizado viendo a Brendan Fraser en La Ballena, y hemos escuchado a las mujeres de Ellas hablan debatir sobre cómo afrontar la situación de violencia sexual e impunidad que sufren, en un valiente film de Sarah Polley.

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Sin embargo, una de las obras que, más allá de su excelente manufactura, quizás sea hoy más necesaria que nunca, es Sin novedad en el frente, de Edward Berger. Coincidía con varias amistades en el análisis y la preocupación ante la situación actual, con una nueva guerra bien cerca y en la que de nuevo nos han involucrado. Nos preocupa lo difícil que está siendo hoy ser pacifista sin que te llamen cómplice o equidistante. Atrapados entre quienes pretenden contribuir al conflicto enviando más armas y omitiendo cualquier solución que no sea una victoria militar, y los que justifican la invasión porque los otros lo hicieron mal. Mantenerse firme en los valores que siempre defendimos y que nos sacaron a las calles hace veinte años con la invasión de Irak está siendo agotador. ¿Qué ha pasado 20 años después para que hoy se haya esfumado el “No a la Guerra”, y pedir que actúen los organismos internacionales antes que las alianzas militares se haya convertido en motivo de desprecio?

Sin novedad en el frente te sacude de una manera tan brutal como real es lo que se cuenta de cualquier guerra. Cómo detrás de tanta épica no hay más que muerte y dolor. Cómo detrás de toda bandera y excusa hay una clase trabajadora que pone los muertos y unas élites que hacen cuentas y hablan entre ellas mientras mandan al matadero a su plebe. Detrás de toda ayuda y gesto institucional hay un doble rasero, una omisión deliberada de otros conflictos y un interés a largo plazo que va más allá de salvar vidas. Solo cabe esperar, tanto a principios del siglo XX como ahora, a que los mandatarios se cansen y decidan poner fin a esta sinrazón.

Es posible que la película pase desapercibida y se vaya de vacío, pues sería arriesgado promocionar el pacifismo en un momento en el que las industrias armamentísticas y energéticas de la mayor potencia mundial están haciendo buena caja con la guerra. No hay que olvidar que el cine es una herramienta más de propaganda, y aunque se cuelen pequeños rayos de sol entre tanta inmundicia, la industria cinematográfica no es ajena ni a las corporaciones ni a los gobiernos. Pero es cierto que el mero hecho de haberse colado entre las nominadas ya es algo.

Es de agradecer que, en una industria donde la violencia se convierte en entretenimiento, y donde se romantiza constantemente a los mafiosos, a los corruptos y a los sinvergüenzas, aparezca de repente, en medio de una guerra, una cinta que deje en evidencia la propaganda belicista. Por eso espero que gane y nos obligue a reflexionar sobre cómo hoy defender la paz, el diálogo y la diplomacia, como hicimos en 2004, está siendo tan jodidamente difícil.

Columna de opinión en Público, 11/03/2023

Paga a un rojipardo para que te felicite el cumpleaños

Celebra tu cumpleaños, graduaciones e incluso las fiestas con un video personalizado. Hay estrellas de la tele, influencers, futbolistas, actores, músicos y los llamados emprendedores. Unos por 15 dólares y otros por 200, te envían un vídeo para que fardes con tus colegas. Uno de los que ofrece este producto es un supuesto filósofo marxista, que no hace mucho era promocionado en España tras la publicación de su último libro, criticando el turbocapitalismo y el hedonismo, reivindicando la familia tradicional y cargando una vez más contra la izquierda ‘arcoiris’.

“Generación Erasmus, rasta en el pelo, odio al pueblo, nihilismo hedonista, neoprogresismo liberal, fucsia y arcoiris. Una juventud sin esperanza.” Así definía en un tuit este autodenominado filósofo marxista a Carola Rackete, capitana del barco Sea Watch 3, que rescataba personas migrantes de morir ahogadas en el mar y que fue detenida por desembarcar en Lampedusa a varias personas rescatadas en junio de 2019. Lo recordé ayer mientras los informativos reproducían las imágenes de los cuerpos de decenas de náufragos en Calabria y alertaban sobre el nuevo decreto de la neofascista Meloni, hoy primera ministra de Italia, contra los barcos de rescate.

Horas más tarde me encontraría con la web en la que este supuesto marxista ofrecía un video personalizado por 60 dólares para felicitarte el cumpleaños.

El barco Geo Barents de Médicos Sin Fronteras lleva días inmovilizado en el puerto italiano de Ancona. El decreto recién aprobado del gobierno ultraderechista de Giorgia Meloni contra el rescate de personas en el mar obliga a estos barcos a desembarcar en puertos lejanos de las zonas de rescate, alejándolos de las zonas calientes por donde cruzan las personas de África a Europa, dejando así a su suerte a los que esos días se embarquen para atravesar esa fosa común que es hoy el mediterráneo.

Hay muchos más desaparecidos a orillas del mediterráneo. Se calcula que son más de 23.000 las personas que perdieron la vida en esta travesía desde 2014. La jurista y politóloga Irene Graíño nos ofrecía ayer en estas páginas un duro e imprescindible reportaje sobre las mortales políticas migratorias europeas y la insultante indolencia y complicidad de nuestros gobernantes. A ello hay que añadir la complicidad, por qué no decirlo, de una parte de la ciudadanía que no solo avala esta necropolítica, sino que compra la chatarra racista y supremacista de los charlatanes que la refuerzan, aunque estos se disfracen de izquierdistas para hablar exactamente igual que un fascista.

Diego Fusaro, el supuesto filósofo marxista que insultaba a Carola Rackete ha pasado recientemente por España, arropado por alumnos y participantes habituales de los think tanks de Le Pen y de Vox (ISSEP y Disenso). Quienes llevan años promocionando y reivindicándolo, se fotografiaron con él en Madrid tras presentar su último libro. Este ha sido publicado por El Viejo Topo, la revista que un día fue referencia para la izquierda y que hoy nos ofrece este caramelo envenenado. Cuando estuvo en Barcelona hace pocos años ya reunió entre el público a algunos que siguen llamándose marxistas y a conocidos nazi-fascistas del sector nacional-bolchevique. Los mismos que llevan años trayendo a Alexandr Dugin a España y traduciendo sus obras al español. No era de extrañar que estos encontraran en Fusaro un nuevo caballo de Troya. Algo que ya llevaban tiempo haciendo los nazis italianos de Casa Pound invitando a Fusaro a dar charlas sobre Marx y a escribir en su periódico Il Primato Nazionale. El fascismo siempre ha tratado de confundir a los revolucionarios usurpando parte del imaginario y la retórica izquierdista, y a pesar de ello, hay quienes todavía no solo pican, sino que colaboran a sabiendas.

El personaje no tiene prácticamente relevancia en la izquierda, a pesar de lo que los medios de derechas quieran, y por lo que se empeñan insistentemente en promocionarlo. Son conscientes de que este y otros personajes les son útiles para abrir brecha en sus enemigos, insertando marcos propios en terreno hostil bajo la apariencia de izquierdismo, y zumbando sin cesar al resto de izquierdas. Para ello retuercen a su conveniencia los textos marxistas que, sacados de contexto o directamente manipulados, pueden encajar en su cruzada rojiparda. Lo advirtió la periodista catalana Alba Sidera hace años en un brillante artículo titulado Fusaro como síntoma, cuando empezó a ver cómo cierta izquierda española se postraba ante este sujeto:

“La extrema derecha en Europa tiene hoy por hoy dos grandes objetivos. Ambos se encuentran en el eje del discurso de Fusaro. Uno es contraponer los derechos sociales a los civiles: si los trabajadores sufren malas condiciones laborales es porque la izquierda solo se ocupa de los derechos de las mujeres y la comunidad LGTBI. El siguiente paso es suprimir estos derechos. El segundo objetivo es contraponer los últimos (inmigrantes) a los penúltimos (clase trabajadora).”

Por suerte, estos son prácticamente irrelevantes más allá de sus burbujas en internet y en los medios derechistas que los promocionan, a pesar del ruido que hacen y de sus constantes e insistentes provocaciones. Lo que pasa es que, al final, el personaje acaba devorando a la persona. “El capital quiere ver en todo sitio átomos de consumo, anulando toda forma de comunidad solidaria extraña al nexo mercantil“, decía Fusaro en uno de sus textos. Y no hay mejor señal para cerciorarse de ello que ver cómo él mismo pasa de un día a otro de criticar el turbocapitalismo y el nihilismo hedonista, a vender felicitaciones de cumpleaños junto a protagonistas de reality shows.

Mientras, los barcos de rescate siguen sorteando las trabas que siguen poniendo tanto el gobierno ultraderechista de Meloni como la propia UE para salvar vidas. La ausencia de vías seguras para las personas que huyen de las guerras fuera de Europa sigue haciendo necesaria la labor de quienes huyen de la retórica para demostrar su humanidad y su solidaridad con hechos. Aquellos a los que acusan de fucsias y arcoíris se juegan la vida salvando otras vidas en el mar y desafiando al sistema, mientras que quienes los tratan de ridiculizar, monetizan su odio y su compadreo con los fascistas.

Columna de opinión en Público, 01/03/2023

El debate sobre el agente infiltrado o cómo humillar y ofenderse a la vez

Ha pasado una semana desde que La Directa destapó al policía infiltrado que usó sexual y afectivamente a varias mujeres para obtener información sobre movimientos sociales. El asunto ha puesto muchas cartas sobre la mesa, y creo que merece una nueva vuelta para analizar algunas de las derivadas que se han dado al respecto. Porque más allá de las dudas sobre la legalidad o la proporcionalidad de la actuación policial y del premio de Interior regalando un puesto en una embajada al agente, leer y escuchar determinados comentarios y justificaciones al respecto, da buena muestra de algo mucho más aterrador.

Era previsible que aquellos que detestan cualquier disidencia, los lamebotashabituales y los activistas del establishment (a sueldo o por puro vasallaje) no solo justificasen el asunto, sino que se regocijaran en la humillación y en la deshumanización de las víctimas. No quisiera reproducir aquí la cantidad de basura que he ido bloqueando en las redes sociales estos días para no promocionar la miseria humana que envuelve a una parte de estos, la mayoría ocultos tras un perfil anónimo. Luego están los canallitas habituales que viven al margen del bien y el mal, que tan solo meten su pezuña desde su atalaya cuando saben que hay río revuelto y alguien les reirá las gracias o les acariciará el lomo: columnistas, periodistas, influencers o mentecatos de todo pelaje, con nombres y apellidos, que se apuntan a la danza simiesca de cuñaos patrios alrededor de unas mujeres humilladas e instrumentalizadas por el Estado. Esos que celebran el dolor con memes y chistes machistas, que se apuntan al escarnio por puro sadismo, desde la indolencia que les permite la distancia, no solo de ellas, sino también de sus causas, de sus luchas, y hasta de la misma decencia de la que presumen.

La denuncia interpuesta por las afectadas ha sido sobradamente motivada y explicada por colectivos feministas y por sus abogadas, como en este texto de la penalista Laia Serra titulado ‘violencia institucional sexualizada’ en el que desgrana sus argumentos y añade algo que la mayoría de los análisis sobre el suceso han obviado: “La infiltración es un método que no sólo consigue obtener información política y personal, también tiene un efecto represor, porque genera un miedo y una desconfianza que deterioran los vínculos personales que sostienen los espacios políticos, inhibiendo la participación y desarticulando los movimientos sociales, sean del signo que sean”. Y es que muy pocos medios han reparado en la cuestión de la libertad ideológica y de asociación, en la intencionalidad de estas prácticas más allá de la obtención de información sobre personas y colectivos que publicitan todo lo que hacen y cuyos espacios están abiertos al público. Esta práctica es una estrategia más para criminalizar a la disidencia (el clásico ‘algo habrán hecho’) y para intoxicar los vínculos que estos movimientos crean entre personas.

Por esto, y por la gravedad del asunto, dolió todavía más que, personas que se declaran feministas, así como gente que teórica e ideológicamente podría estar más cerca de las afectadas que de sus espías, emplease el marco de los agresores debatiendo sobre si el hecho era en sí un abuso o no, o si la denuncia es pertinente, juzgando desde la barrera a las víctimas, menospreciando las decisiones de los colectivos afectados que llevan tiempo gestionando, reflexionando y consensuando cómo afrontar este asunto, o incluso dando lecciones sobre cómo deberían haber actuado las personas engañadas. Lo explicó muy bien Raquel Marcos Oliva en una columna de opinión, donde recordaba que el engaño “se produce en el contexto de una investigación policial que no tiene causa aparente”, e insistía en la gravedad de que “el Estado autorice o tolere que un policía nacional acceda a través del sexo a informaciones íntimas, personales y políticas con el objetivo de entrar en espacios legítimos de la sociedad civil”.

Los medios ni siquiera se preocuparon por el rigor tras saltar la noticia. La mayoría han hablado de que el agente se infiltró ‘en el independentismo’, incluso atreviéndose a señalar a ‘el entorno de la CUP’, algo que, leyendo la noticia de La Directa descartas en los primeros párrafos: eran movimientos sociales de barrio, vinculados más bien al anarquismo, y muchos de sus participantes, ni siquiera con una adscripción política clara. Pero qué más da. Todos son igual de malos para ellos y merecen todo lo que les pase. Por eso, los medios tampoco parecían preocupados sobre qué buscaba el agente ni qué importante trama logró desarticular. Obtener información de movimientos sociales y de quienes no siguen la corriente, ya lo justifica todo para ellos. Para ello, los plumillas habituales que parecen más voceros de la Brigada de Información que periodistas, a quienes luego untan con premios económicos de miles de euros desde los mismos cuerpos policiales por su ‘labor informativa’, o quienes nunca dudan de sus notas de prensa, ya se encargaron de reforzar la necesidad de controlar a los disidentes por cualquier medio, porque ‘siempre se ha hecho’, y porque, como siempre, es por nuestro bien.

Sin embargo, lo que parece que más indignó a los mismos que hacían mofas con el asunto, fue la ironía empleada por Pablo Iglesias para denunciar el caso. El exvicepresidente bromeó en su programa de La Base dedicado a este asunto sobre infiltrar a agentes en el PP y hacer exactamente lo mismo que había hecho el poli infiltrado, esto es, usar sexual y afectivamente a varias personas y ofrecerles drogas, ya que, sabidos los antecedentes de este partido, seguro que se destapaba alguna ilegalidad. Varios medios y algunos políticos picaron el anzuelo. Lo que les pareció gracioso cuando se hacía a un grupo de chavales de barrio, les resultaba bochornoso cuando se refería a gente de bien, es decir, a políticos del PP. Iglesias insistió en que los antecedentes criminales que han salpicado no pocas veces a miembros del PP podrían motivar tanto o más un hecho así, como algunos lo justifican con los movimientos sociales: ‘más delitos que ese colectivo vecinal de Barcelona, ha cometido’, le dijo a la cara a Margallo el pasado lunes en una tertulia en Cadena Ser.

La tranquilidad con la que este agente actuó de infiltrado, igual que la que tenía el anterior topo llamado ‘Marc’ descubierto también por La Directa el pasado verano, demuestran la debilidad de las acusaciones y las sospechas que algunos pretenden esgrimir para justificar ambos casos. Dicen que siempre se ha hecho, y nos ponen ejemplos como el de Mikel Lejarza, infiltrado en ETA, o de otros en bandas criminales de narcos y terroristas internacionales, en un intento por comparar estas organizaciones con los movimientos sociales de barrio. Pero omiten que estos acaban haciéndose hasta la cirugía estética para cambiar de cara, no como Marc, que sube luego sus fotos a sus redes tranquilamente a los pocos días de ser descubierto. Tampoco que ni que las puertas de las sedes de los movimientos sociales están siempre abiertas y sus participantes van a cara descubierta.
El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, que ya nos tiene acostumbrados a no ver nunca excesos aunque se le presenten detenidos con la cara desfigurada de las torturas, o decenas de cadáveres en la frontera tras acreditarse mediante imágenes cómo varias de estas personas fueron expulsadas en caliente por nuestras fuerzas del orden, por fin dijo la suya en este caso. Como era de esperar, todo bien, como siempre. La actuación del agente se justifica ante la necesidad de “prevenir la comisión de delitos” y generar los datos y la información “necesaria” para garantizar “la seguridad de todos”, dijo ayer. “Vivimos en una democracia no militante”, ha dicho, y ahí “no se persiguen las ideologías o las ideas”, sino “hechos”. Está por ver qué hechos ha perseguido y evitado con esta infiltración.
Sea como fuere, ha venido bien este asunto para ver la catadura moral de más de uno y una, para que se retrataran, para poner frente al espejo aquellos que se regocijaban en la humillación y luego se ofenden cuando les das a entender que quizás eso se lo merecían más ellos que las protagonistas involuntarias de este episodio lamentable de violencia institucional. Porque es fácil justificar cualquier ataque del Estado a la libertad ideológica y asociativa cuando este es contra otros. Aunque hasta hoy no han sido acusados de nada ni se ha justificado tal operación mediante ningún hecho objetivo más allá de su ideología concreta.

El engaño y el abuso sexual del Estado

Un espacio social de tu barrio, abierto al público, donde se realizan actividades regularmente, y donde compartes tranquilamente con la gente. No hay nada que esconder. Las actividades se publicitan en carteles en la calle y en las redes, y las puertas siempre están abiertas: cine gratis, talleres contra la violencia machista, huertos urbanos o conciertos se mezclan con las campañas políticas habituales de los movimientos sociales habituales. Desde el derecho a la vivienda, pasando por la solidaridad internacionalista, la defensa de los servicios públicos y mil asuntos más que forman parte de las agendas de los colectivos que trabajan al margen de las instituciones y que cuestionan constantemente al poder. Y que son publicitadas abiertamente.

Este fue el objetivo de la infiltración de un agente de Policía, destapada, una vez más, por La Directa, meses después de descubrir otro topo en movimientos juveniles independentistas y en colectivos de barrio. Aquél, que se hacía llamar Marc y a quien dediqué otra columna, participó incluso en actividades de desobediencia civil y fue retratado en más de una acción. Tras publicarse su verdadera identidad, I. J. E. G. publicó en sus redes personales, las de verdad, imágenes jactándose de su gran hazaña en una piscina de su Menorca natal. Su trabajo, sin embargo, no logró desarticular ninguna banda armada, ni prevenir ningún ataque violento ni ningún crimen. Simplemente fichó militantes y simpatizantes de aquellos movimientos. Fichas policiales de personas que dedican parte de su tiempo a intentar cambiar las cosas, incluso sin cometer ningún delito. Fichas de gente, sí. Por su ideología.

Para quien no está familiarizado con los movimientos sociales, estos pueden parecer espacios opacos, organizaciones semiclandestinas que conspiran bajo el más absoluto secreto. Quien conoce a los movimientos sociales sabe que se enfrenta al poder con su cuerpo, asumiendo las consecuencias, y en absoluta desproporción de fuerzas dejando en evidencia cómo el Estado protege los intereses de unos pocos y machaca a la disidencia que le saca los colores. Y todo, incluso las acciones, está siempre explicado, anunciado y retratado por ellos mismos en sus redes. No hay nada que esconder. No hay nada de lo que avergonzarse. Y eso, quizás, es algo que también molesta. Por eso, quizás, hay quienes se enfrentan a años de prisión por intentar parar un desahucio. Molestan. Son peligrosos. Porque ponen en evidencia los rotos de un sistema que hace aguas por todas partes.

Esta vez, el policía infiltrado fue más allá y traspasó algunas líneas que hacen de este caso un asunto mucho más grave: mantuvo relaciones sexoafectivas con varias personas del entorno de estos movimientos sociales. Mujeres a las que engañó con una personalidad falsa y a las que usó sexual y emocionalmente para obtener información sobre otras personas. Con alguna de ellas llegó incluso a mantener una relación duradera, haciéndole creer que era otra persona. “Se ha utilizado a las personas, su intimidad, sus deseos, sus proyectos de vida, sus ambiciones, sus inseguridades, su tiempo, sus esperanzas políticas… para acceder a nuestros espacios de activismo con el fin de recabar información. Una vez más los cuerpos y los deseos de las mujeres utilizados como herramientas de control por el Estado”, manifestaban feministas madrileñas en sus redes tras conocer la noticia.

Existen precedentes en estas prácticas como el caso Spycops Scandal del Reino Unido que destapó la infiltración de Mark Kennedy, un agente de la policía secreta que había mantenido una relación de varios años con la activista de izquierdas Kate Winslow. Tal y como relata La Directa en una pieza separada de la investigación recién publicada, “el Tribunal de las Facultades de Investigación, un organismo dedicado a investigar las quejas relativas a abusos cometidos por organismos públicos británicos dictaminó, en septiembre de 2021, que esta operación secreta de la policía británica había vulnerado hasta cinco derechos fundamentales del activista Kate Wilson”. Por ello, el Estado tuvo que indemnizar con decenas de miles de libras a la activista. Pero este no era el único caso. Se descubrió que, desde finales de los años 60, había habido cientos de infiltrados. Algunos, incluso, habían tenido hijos con las afectadas.

Ayer, cinco de las mujeres que se vieron afectadas por el policía infiltrado en Barcelona, acompañadas por el sindicato CGT y el Centre per la Defensa dels Drets Humans, Iridia, anunciaron una querella contra este por abusos sexuales continuados, delitos de tortura o contra la integridad moral, descubrimiento y revelación de secretos e impedimento del ejercicio de derechos cívicos. Veremos cómo justificará el Estado este asunto, quién planificó todo esto, qué peligro suponían estos movimientos sociales y qué recursos se emplearon para qué fin. Por qué tenían los agentes documentación falsa, qué perseguían, de quienes recibían órdenes, a quién rendía cuentas y hasta donde se justifica la instrumentalización de los cuerpos de las mujeres para estos fines.

Posiblemente para el policía “Marc” y para el recién descubierto “Daniel”, ellos tampoco tienen nada de lo que avergonzarse. Cumplen su función. Se han entrenado para ello y están convencidos de que lo hacen por un bien superior, por salvaguardar el statu quo, el orden, su orden, el que les enseñó que esos chavales y esas chavalas son peligrosos y hay que tenerlos controlados. Y por dinero, claro. De eso viven. Y lo grave de este asunto es que, una gran parte de la ciudadanía lo avala. Llevan años escuchando a los medios explicar lo malos que son los ‘antisistema’ (ese cajón de sastre donde cabe cualquiera que cuestione el statu quo) y para esto existen las brigadas de información de las policías. También los políticos y gobernantes lo toleran cuando no lo promueven.

La gravedad de todos estos casos, más allá de la gravísima instrumentalización de los cuerpos de las mujeres, es, como bien apuntan las feministas, el constante acecho a la libre asociación y a la libertad de pensamiento. Es estar constantemente en el punto de mira de las autoridades por pensar o por organizarte para cambiar las cosas. Aunque lo vistan de potencial peligro que hay que vigilar y aludan a amenazas de violencia que nunca se materializan, como se han demostrado en estos dos casos descubiertos.

El problema añadido es que, un gobierno democrático (que ya pasó página de las denuncias contra el anterior agente descubierto), y una parte de esa ciudadanía que se llama demócrata, defiende que esto pase y lo asume como mal menor para salvaguardar el orden. El problema es no querer ver que estas praxis son inherentes a esas democracias sustentadas por un orden social y económico que tolera estéticamente y hasta cierto punto, la disidencia y la discrepancia, mientras esta no suponga una amenaza real. Y en este caso, como en tantos otros, esta “amenaza real” es que pongan en evidencia sus miserias. Como ya lo han hecho las compañeras de La Directa desvelando de nuevo otra práctica abusiva del Estado.

Público, 31/01/2023