La batalla por lo obvio

La conquista del sentido común es siempre imprescindible para conquistar el poder político. La hegemonía cultural de la que hablaba Gramsci, la pugna por lo obvio es un terreno de juego donde todo es posible y nada es para siempre. Desde que la ultraderecha descarnada consiguió sus escaños y pasó a formar parte del juego, venimos hablando de batallas culturales que tratan de presentarnos la negación de derechos como algo negociable en democracia, y nos hemos llevado las manos a la cabeza viendo cómo, derechos y consensos mínimos, eran dinamitados sin piedad, como la reciente regresión en los derechos de las mujeres en los EEUU con las leyes de interrupción del embarazo, o el paso firme hacia el posfascismo de países como Hungría o Polonia.

Advertir del problema que supone la normalización del odio que representa la ultraderecha no nos debe impedir ver cómo muchos de aquellos que la usan como espantajo son en realidad quienes mejor la rentabilizan. Por una parte, presentándose como el tapón que evite entrar a los ultras. Por otra, como bien dijo su líder Santiago Abascal en una entrevista reciente, “ya hemos logrado un cambio cultural en España y que a la izquierda ahora el PP le parezca centrado. Debates vetados ahora se tienen”.

Pero algo semejante se está librando mucho más allá de la derecha, y no ahora, sino desde hace demasiados años ya como para no verles el pelo.  A la derecha la ves venir, y cada vez más, pero la venta de lo obvio por parte de quienes se creen todavía de izquierdas es un drama que la clase trabajadora y los colectivos diversos que la conforman están pagando cada vez más caro.

Decía Pedro Sánchez que la OTAN es una garantía para la paz, que “pertenecer a la OTAN es fundamental para garantizar lo que somos, nuestro modo de vida, nuestra estabilidad y el futuro de las generaciones próximas”. No es la primera vez que se habla de ‘modo’ o ‘estilo de vida’ desde la fortaleza europea, y con decenas de cadáveres de personas que intentaban llegar, enterrados en una fosa común a escasa distancia de nuestra frontera. Ya lo hizo Borrell en 2019 cuando afirmó que la inmigración es el disolvente más grave que tiene hoy la Unión Europea”, mientras el mediterráneo se tragaba miles de personas que trataban de llegar a Europa. Nuestro estilo de vida permanece porque miles de negros y pobres mueren. Igual que hace 500 años.

Esto es en realidad una vuelta de tuerca más a eso obvio que decíamos al principio, ese sentido común cada vez más disputado y secuestrado por las necropolíticas neoliberales. El mismo año que Borrell vomitó citada estupidez, Ursula von der Leyen fue duramente criticada tras colocar bajo la vicepresidencia de Protección del estilo de vida Europeo comisarías relacionadas con la migración. “Unas fronteras fuertes y un nuevo comienzo en materia de migración” era el lema. “Toda persona tiene derecho a sentirse segura en su propio hogar”. “Fronteras exteriores fuertes”. “Proteger el estilo de vida europeo”. Todo bien junto. El marco de la extrema derecha, relacionando inseguridad con inmigración, y contraponiendo ‘estilo de vida europeo’ a personas migrantes.  Y entonces, Marine Le Pen se colgó la medalla: “Se ven obligados a reconocer que la inmigración plantea la cuestión de mantener nuestro modo de vida”, afirmó la ultraderechista. Por eso, las palabras de Pedro Sánchez, con los cadáveres de Melilla sobre la mesa y tras sus crueles e inhumanas declaraciones sobre lo ‘bien resuelto’ que estuvo el tema, no desentonan nada con las medallas que se pone la extrema derecha incluso cuando no participa.

Mientras, produce auténtica vergüenza ajena ver cómo los mandatarios de la OTAN y sus consortes son tratados como si fueran estrellas de Hollywood. Los medios hacen reportajes sobre las habitaciones de 18.000€ la noche en hoteles de lujo y sus comilonas obscenas. Y sobre el despliegue policial sin precedentes en Madrid, para mostrar al resto del mundo lo preparada y bien armada que está nuestra policía. Esto, no solo ha trastocado la vida diaria de los ciudadanos sino que está suponiendo un recorte en derechos y libertades para cualquiera, y más todavía para quien pretenda ejercer su legítimo derecho a la protesta, como hemos visto estos días anulando incluso el derecho de manifestación. Todo para que los amos del mundo se coman tranquilos sus ostras y decidan cuanto quitan de educación y sanidad para comprar misiles, barcos y aviones de guerra.

Jill, la esposa de Joe Biden, visitaba un centro de refugiados ucranianos para la típica foto caritativa que las estrellas y hasta los dictadores se hacen alguna vez con personas bien jodidas por algo. Creo que no fui el único que pensó que bien podría haber visitado en Melilla a los supervivientes de la masacre de este fin de semana. Y si es que le quedaba lejos, pásese usted por un CIE. En realidad, no hace falta, porque en su país hay también muros y alambres y cadáveres en las fronteras, como los hallados hoy en un camión abandonado en Texas, con los cuerpos de hasta cincuenta personas migrantes. Como en todos los países de la OTAN que hoy se muestran ante el mundo como los garantes de la paz y de los derechos humanos. La despensa de las vidas sin valor. Nuestro modo de vida.

Con este circo, cuya batuta siempre la llevan los EEUU, pretenden que aumentemos el gasto militar y nos sigamos subordinando a sus intereses haciéndonos creer que son también los nuestros. Todos apretando el culo a ver si dicen algo de Ceuta y Melilla y lo convierten en un asunto corporativo, así España pueda delegar parte de su responsabilidad como ya ha hecho con Marruecos (y la UE con Turquía) externalizando su frontera y dejando que sean sus gendarmes quienes maten a los negros que España y Europa no quiere ni ver. Incluso les permitimos cruzar un poco la frontera para que les den más leña y los devuelvan al otro lado del muro.

Hay que reconocer también el mérito de haber conseguido instaurar un relativo consenso, incluso en personas que se consideran progresistas, en el que quienes nos mantenemos firmes en nuestra defensa de los derechos humanos y nuestro rechazo a la Europa Fortaleza, a las guerras y a la militarización de la política somos tachados de ‘buenistas’ como poco. Defender el derecho humano a migrar, sus vidas y sus derechos, es hoy también ‘buenismo’, frente a la bandera de lo pragmático que sugiere que estas personas que huyen de las guerras y la pobreza se esperen en N’Djamena o en Trípoli a ver si sale alguna oferta en Infojobs para recoger fresas en Huelva. Seguro que desde allí pueden tramitar una solicitud de asilo o formalizar un contrato de trabajo.

La batalla por el relato es bien jodida si no peleas en igualdad de condiciones. Las élites ya se preocuparon desde el nacimiento del periodismo por comprar las principales cabeceras y repartirse los canales y las radiofrecuencias, controlando así casi la totalidad de la información. Lo obvio, a menudo, trasciende lo que la mayoría de los medios nos trata de imponer, pero cuesta mantenerse firme cuando la ofensiva es tan brutal. Quizás sea el tiempo el que nos muestre donde estaba la virtud entre tanto ruido, tanta sangre y tanta incertidumbre.

Hoy, defender la paz, oponerse a una organización imperialista como la OTAN (sin que eso implique justificar otros imperialismos como el ruso), y a los muros de Occidente es la posición más jodida, pero quizás la más coherente. Los abusos de otros matones no hacen bueno al matón de nuestro barrio. Pero esto es parte de la batalla por lo obvio. Y a algunos nos sigue resultando obvio defender los derechos humanos frente al odio, la guerra o las fronteras.

Columna de Miquel Ramos en Público, 29/06/2022

La Base #29 – Nazis en guerra

Analizamos el auge de la extrema derecha y de los grupos armados nazis, tanto en Ucrania como en Rusia, en el contexto de la invasión y la guerra. Entrevistamos a Serguei, un militante anarquista ucraniano que participa en las tareas de apoyo logístico al Batallón Antiautoritario, milicia que combate al ejército ruso, y le preguntamos por la presencia de nazis como los del Batallón Azov en las Fuerzas Armadas ucranianas. Conectamos con Jairo Vargas durante su traslado de Jarkov a Kiev después de haber cubierto los bombardeos y combates en la ciudad. Entrevistamos al periodista Miquel Ramos, especialista en la ultraderecha europea.

Guerra en Europa: vuelve el fantasma nazi

Entrevista en Carne Cruda: Análisis del papel de los grupos de ultraderecha y neonazis desde Ucrania al tablero global.

El desmoronamiento de la URSS y la reciente crisis económica global han creado un caldo de cultivo ideal para la proliferación de grupos neofascistas.

Desde que comenzó la guerra de Ucrania hay toda una corriente de discursos en torno al resurgir de tendencias ultranacionalistas. En Carne Cruda analizamos cómo el fantasma del ultranacionalismo vuelve a despertar en Europa y sus delirios nos retrotraen a una época oscura. Hablamos de las conexiones con la ultraderecha que pone de manifiesto esta guerra alimentada con proclamas patrióticas desde el ejército a las instituciones. Desde Ucrania al tablero global.

¿Hay nazis en Ucrania?, ¿más que en Rusia o que en otros países? ¿Qué conexiones tienen con las instituciones? ¿Quiénes eran los amigos de Putin antes de todo esto?¿Cómo operan los grupos neofascistas en Rusia? ¿Qué lazos existen con la ultraderecha y qué papel tienen en este conflicto? 

Lo analizamos con el historiador Steven Forti, autor de ‘Extrema derecha 2.0. Qué es y cómo combatirla’; con el periodista Miquel Ramos que desde hace años se dedica a monitorizar a la extrema derecha y que lo contextualiza en el conflicto ucraniano; y Miriam González, periodista especializada en espacio postsoviético.

Hablamos también con el periodista Antonio Maestre de las conexiones nazis del gobierno de Putin y resumimos las particularidades del batallón Azov en Ucrania y cuánto hay de bulo y de verdad sobre su papel en el conflicto. 

Los jodidos equilibrios

No está resultando nada fácil informar sobre el conflicto en Ucrania para quienes nos dedicamos a monitorizar e informar sobre la extrema derecha. La excusa de la ‘desnazificación’ esgrimida por Rusia para justificar su invasión, por una parte, y el blanqueamiento y la minimización que están haciendo algunos medios occidentales de los grupos neonazis en Ucrania, nos sitúa a algunos en un terreno bien jodido.

Miquel Ramos – Público 14/03/2022

Un mes antes de la invasión publiqué en este mismo medio una columna sobre la preocupación que existía en varios países sobre el papel de los grupos paramilitares de extrema derecha en Ucrania. Medios poco sospechosos de putinistas como NewsweekTimes o la BBC, así como analistas norteamericanos o alemanes expertos en terrorismo y extrema derecha, venían desde hacía tiempo alertando de la constante peregrinación de neonazis de todo el mundo a Ucrania para recibir entrenamiento militar y hacer contactos, y hoy, directamente a combatir en las filas del batallón Azov, como están exhibiendo ellos mismos en sus redes. Esto lo veníamos advirtiendo desde que, tras el Maidán, los grupos de extrema derecha empezasen a gozar de impunidad y complicidad con el gobierno ucraniano. Cuando escribí ese artículo, no esperaba para nada que Rusia acabara invadiendo Ucrania. Y mucho menos que usara la excusa de la supuesta desnazificación.

Ahora, tras varias semanas de conflicto y una cruenta batalla también por el relato, quienes llevamos años exponiendo a las extremas derechas de todas partes nos encontramos atrapados en este fuego cruzado. Es habitual que, cuando expones a los nazis ucranianos te acusen de comprarle el relato a Putin. Y cuando expones a los rusos o criticas la excusa de la desnazificación, te conviertes en un mercenario de la OTAN. Entre quienes nos dedicamos a esto de informar sobre la extrema derecha no hay una opinión única sobre el conflicto ni sobre cuál debería ser nuestro foco de atención. Algunos nos hemos posicionado contra el envío de armas, mientras que otros lo defienden. Unos prefieren no hablar del tema de las extremas derechas para no tener que esquivar esas balas de uno y otro frente y porque entienden que las prioridades son otras. Y otros, quienes creemos que es importante no dejar de informar sobre esto, vamos sacando lo que vemos, conscientes de que nos van a dar por todas partes.

En Twitter, las pasiones se desatan y hay que ir como explorador en la selva con un machete y con el gatillo del block bien flojo para maleducados, fanáticos y gilipollas varios. Fuera de esta red, muchos de nosotros hablamos y debatimos por otras vías menos tóxicas, con respeto y con intención de compartir visiones e impresiones. Discrepamos, discutimos, pero no nos sacamos los ojos, aunque algunos intenten azuzarnos por redes como si fuéramos gallos de pelea y ellos apostaran a uno o a otro. Y como algunos tratan de hacer con nosotros exigiéndonos de malas formas que reproduzcamos su guion. La mayoría, eso sí, desde el cobarde anonimato, como siempre. Yo, las diferencias con las personas a las que aprecio las resuelvo en el bar, no echando espuma por la boca en Twitter o enzarzándome públicamente para goce y disfrute de quienes nos colgarían a los dos sin dudarlo, a pesar de nuestras diferencias en este y en otros temas.

La excusa de la desnazificación tiene varias aristas que creo importante apuntar: Que venga de un estado autoritario, capitalista e imperialista, que encarcela a antifascistas y que mantiene muy buenas relaciones con las ultraderechas globales, y que no puede presumir tampoco de no tener a neonazis y fascistas en sus filas, lo desmonta en cuestión de segundos. Y los antifascistas deberían ser los primeros en no regalarle su bandera a semejante personaje.

Muchos ultranacionalistas europeos, desde los neofascistas italianos de Forza Nuova hasta muchos otros grupos anticomunistas y de extrema derecha no esconden su admiración y apoyo a Putin. Varias fuentes, además, aseguran que los mercenarios del grupo Wagner, el blackwater ruso, podría estar operando en Ucrania. Ya los empleó Putin en Siria, Libia y otros países, y su líder es un neonazi con las SS tatuadas en los hombros. El periodista Antonio Maestre desgranó en un artículo reciente a todos estos grupos del bando ruso que exigía esa desnazificación que esgrime Putin de puertas para adentro.

Por otra parte, esto no borra la existencia de un problema neonazi en Ucrania desde mucho antes de esta guerra. Hasta los israelíes solicitaron en 2018 a su gobierno dejar de enviar armas que iban a parar a estos grupos. Más de 40 activistas de derechos humanos presentaron ese mismo año una petición ante el Tribunal Superior de Justicia israelí, exigiendo el cese de las exportaciones de armas a Ucrania. Argumentaban que estas armas acababan en las fuerzas que defienden abiertamente una ideología neonazi y citaban pruebas de que la milicia neonazi Azov, cuyos miembros forman parte de las fuerzas armadas de Ucrania y cuentan con el apoyo del Ministerio del Interior del país, está utilizando estas armas. El debate tuvo lugar también en el Congreso de los Estados Unidos. Incluso Facebook retiró las publicaciones sobre esta milicia, aunque ahora, con la guerra, ha vuelto a permitirlas, como los discursos de odio contra los rusos, que dice, no puede controlar. Nada nuevo en esta red social, de todas formas.

Nuestras preocupaciones por cómo durante años se ha armado a neonazis que han gozado de amparo institucional y absoluta impunidad no pueden ser ridiculizadas ni menospreciadas por mucho que Putin use como excusa a estas milicias para su invasión. The New York Times puso el foco sobre esto hace unas semanas. Y cada vez más medios están prestando atención a este tema con la avalancha de evidencias ante la llegada de combatientes extranjeros. Que ‘ahora no toca’, o que ‘así refuerzas el relato de Putin’, como me han reprochado varios tuiteros estos días, no se lo dicen a los periodistas de los grandes medios internacionales. Tampoco parece contentarles que expongamos por igual a cualquier neonazi que muestre su simpatía a la invasión rusa o que directamente esté sobre el terreno.

El silencio al respecto o la minimización del asunto está sirviendo a estos y otros grupos de extrema derecha como legitimación y blanqueamiento, como se puede comprobar viéndolos salir en televisión sin esconder su simbología nazi, casi como una provocación, como si dijeran, mirad, si, somos nazis, no nos escondemos, pero como estamos en el bando de los buenos en esta guerra, os restregamos nuestra simbología por la cara y aquí no pasa nada.

“El problema nazi de Ucrania es real, incluso si la afirmación de ‘desnazificación’ de Putin no lo es”, publicaba la web de la televisión norteamericana NBC el pasado 5 de marzo. “No reconocer esta amenaza significa que se está haciendo poco para protegerse contra ella”, insistía. Y quizás por eso, quienes nos dedicamos a esto, insistimos, a pesar de todo.

Sigo pensando que la prioridad debe ser proteger a la población civil y reforzar las soluciones diplomáticas para parar esta guerra cuanto antes. Así como defender a toda esa masa crítica rusa que, a pesar de la represión, se está echando a las calles estos días para mostrar su rechazo a la invasión. Pero esto no implica que abandone mi objeto de estudio, deje de analizar lo que está pasando, me preocupe de lo que pueda pasar en un futuro y lo comparta en mis redes, independientemente de que, insisto, la prioridad sea terminar cuanto antes con el coste humano de esta guerra. Lo vuelvo a decir: quienes analizamos a la extrema derecha no podemos obviar su papel en esta guerra ni lo que pueda venir debido a las imprudencias de hoy. Ucrania se ha convertido en un punto de reunión internacional para neonazis y mercenarios, en ambos bandos. Y pase lo que pase, en algún momento vamos a tener que hablar de esto.

“Interpretar el conflicto en Ucrania con el eje fascismo-antifascismo es un error grave”

Entrevista de Pablo Iglesias a Miquel Ramos en CTXT

Miquel Ramos es quizá el periodista que más sabe de la ultraderecha en nuestro país. En breve va a publicar Antifascistas (Capitan Swing), un libro de investigación sobre las experiencias del antifascismo en el que desarrolla un ejercicio de memoria sobre un activismo contra el fascismo, en gran medida olvidado. Comentarista y articulista habitual en varios medios de comunicación, muy atento a la guerra en Ucrania, en esta entrevista nos aporta una mirada antifascista del conflicto y de la invasión rusa.

Ya está en imprenta Antifascistas, el libro en el que repasas la historia del antifascismo en la España de los 90. ¿Qué enseñan aquellas experiencias a los antifascistas de hoy?

El libro es una colección de testimonios de personas que han participado en diferentes momentos y escenarios en la lucha contra la extrema derecha en sus diversas formas desde los años 90 hasta hoy. Mucha gente ha descubierto que en España había extrema derecha cuando ha llegado Vox, sin embargo, hubo personas que se jugaron la vida y pusieron el cuerpo cuando los grupos nazis y fascistas actuaban con absoluta brutalidad e impunidad. El libro cuenta la evolución de la extrema derecha tras la muerte de Franco, y cómo se adaptó el antifascismo para combatirla, con sus debates, sus errores y sus aciertos, sorteando siempre la criminalización por una parte, y la condescendencia de gran parte de los que hoy se preocupan y se preguntan por qué ha llegado Vox. Lo que enseñen esas experiencias es cosa del lector, que interprete y reflexione sobre lo que hemos vivido durante estas últimas tres décadas y entienda que hay mil frentes donde poder trabajar para pararla. Lo que está claro es que, si hoy existe una extrema derecha tan normalizada, es porque no se apoyó en su día a esa gente que llevaba años informando sobre ella y combatiéndola. Se menospreció esa amenaza y se compró el relato del poder que pintaba al antifascismo como una tribu urbana, y no como un antídoto democrático. 

Hoy estamos ante una nueva extrema derecha que no se limita únicamente a Vox y a los grupos neofascistas diversos que siguen existiendo y alimentándose de esa normalización que les brinda el partido de Abascal. Si ya veníamos arrastrando desde la Transición la nula depuración de elementos reaccionarios en algunas instituciones del Estado, como las FCSE, las FFAA o la judicatura, ahora tenemos millones de euros invertidos en desinformación, en fundaciones y think tanks para la batalla cultural, en la guerra contra los derechos humanos. Y eso ya no se combate solo con manifestaciones. Estamos ya en otra fase donde todos y todas podemos y debemos hacer algo en diferentes frentes. También desde las instituciones, ya que no vale solo un discurso desde la tribuna, hacen falta políticas valientes que frenen la precariedad de la que se alimenta el fascismo y que pongan fin a su impunidad y a la represión contra los movimientos sociales. De todo eso hablamos en el libro. 

Una perspectiva antifascista es importante para analizar la guerra en Ucrania, pero tengo la impresión de que ha habido demasiados clichés en cierta izquierda a la hora de analizar las claves del conflicto y la invasión rusa. 

Pretender interpretar este conflicto en el eje izquierda-derecha o fascismo-antifascismo es un error grave que lo único que hace es daño a cualquiera de las posiciones que se defiendan. Algunos venimos informando sobre qué estaba haciendo la extrema derecha de uno y otro lado desde el Maidán. Desde los neonazis que acabaron liderando el golpe hasta los batallones neonazis como Azov que combaten en el Donbás, donde, no lo olvidemos, llevan ocho años de guerra y cerca de 14.000 muertos, muchos de ellos civiles a causa de los bombardeos de las fuerzas ucranianas. Allí, las milicias neonazis han tenido un papel importante, y han cometido numerosos crímenes de guerra contra la población prorusa. y son hoy el fetiche del neonazismo occidental. Parte de la estrategia de la propaganda rusa desde entonces fue usar las referencias a la II Guerra Mundial, aprovechando la descarada presencia, impunidad y exhibición de los neonazis en Ucrania, pero sería poco honesto omitir que hubo ultranacionalistas rusos y neonazis que también combatieron en el otro bando. Por otra parte, Ucrania lleva años siendo el lugar de peregrinaje y entrenamiento militar de neonazis de todo el planeta, debido a la impunidad de la que gozan sus milicias (algunas forman parte incluso de las Fuerzas Armadas) por su papel en el Donbás. Esto no lo digo yo exagerando el video de cuatro nazis en Twitter. Esto lo advertían hasta analistas norteamericanos expertos en seguridad y terrorismo, conscientes de que la extrema derecha es hoy la principal amenaza violenta interna en varios países occidentales. 

Aun así, insisto, enmarcar este conflicto en estos términos perjudica mucho al antifascismo, porque asociar la invasión de Ucrania a una suerte de cruzada antifascista es regalarle a Putin esta lucha mientras en su país persigue y encarcela a militantes antifascistas.

Putin es la encarnación de la transición al capitalismo neoliberal en Rusia. Sus ideas, su estilo y sus formas han sido admiradas por la ultraderecha europea ¿Por qué de esto se habla tan poco en los medios en España?

Precisamente a los medios occidentales les viene muy bien la retórica de Putin en esta guerra usando el antifascismo y las referencias a la II Guerra Mundial. Les pone en bandeja que le acusen de comunista, y, por ende, que todos los izquierdistas en el fondo apoyan a Putin. Es lo que estamos viendo desde el inicio de la invasión en boca de políticos y periodistas sin escrúpulos. Sin embargo, está más que acreditada la buena sintonía y los nexos entre Putin y varios oligarcas rusos con líderes y organizaciones de extrema derecha, desde Orbán, Le Pen, Alternativa por Alemania o Salvini, hasta los amigos de Vox de Hazte Oír. A esto no se le da tanta bola porque no interesa, porque les rompe el relato contra la izquierda que están articulando desde el principio. 

¿Cuáles son los vínculos de ultraderechistas españoles con Rusia?

Los lobbies de extrema derecha beben de muchas fuentes a ambas orillas del Atlántico, también de EE.UU y América Latina. La causa común es, sobre todo, propiciar un giro ultraconservador y cargarse las políticas de igualdad alimentando a este tipo de organizaciones en todo el planeta. Es parte de la batalla cultural de las extremas derechas, que, aunque difieran en algunos asuntos, en su lucha contra el feminismo y  los derechos LGTBI, están aliados. En España, el nexo con Rusia es, principalmente, Alexey Komov, miembro del patronato de CitizenGo (del que forma parte Hazte Oír), representante ante la ONU del Congreso Mundial de Familias.

¿Crees que Vox se ha beneficiado de los fondos rusos a través de Hazte Oir?

No puedo acreditar que así sea, pero lo que sí que es evidente es que todas las campañas que esta organización ultraderechista lleva realizando desde su creación están perfectamente enmarcadas en la batalla cultural que llevan a cabo Vox y el resto de extremas derechas para revertir el sentido común progresista y normalizar los discursos de odio y la negación de derechos a determinados colectivos. A menudo, no hace falta que una organización política obtenga dinero, le basta con que otros que sí lo reciben hagan el mismo trabajo que ellos en otros escenarios. 

Respecto a Ucrania, desde hace algunos años denuncias el ascenso del ‘banderismo’. El futbolista Zozulya nunca ha ocultado sus simpatías por esta corriente nazi que reivindica la participación de nazis ucranianos en el exterminio de judíos durante la II Guerra Mundial ¿Tienen tanto peso los nazis en Ucrania como han denunciado muchos antifascistas? 

A nivel electoral es obvio que no lo tienen, pero el éxito de estos grupos y su peligrosidad no se puede medir única y exclusivamente por esto. Sin embargo, que las milicias neonazis como Azov o Pravy Sektor estén armadas e institucionalizadas, con el beneplácito no solo del gobierno sino de la propia OTAN y la UE, es público y notorio. Incluso El Mundoexplicaba recientemente cómo los nazis de Azov patrullaban las calles de Kiev haciendo ‘limpieza’ de indeseables. El ultranacionalismo surgido principalmente tras el Maidán los ha normalizado, y son vistos como jóvenes patriotas, como aquí cuando salen nazis levantando la zarpa y gritando Sieg Heil y los medios los etiquetan de “jóvenes con banderas de España”. Salvando las distancias, por supuesto. También hay que apuntar que los ultranacionalistas ucranianos usan a menudo referencias como Stepán Bandera para tratar de resignificar el colaboracionismo con los nazis y presentarlo como una legítima lucha contra Rusia. 

Sin embargo, también existe antifascismo en Ucrania, y no es nada fácil llevarlo a cabo. Los militantes antifascistas están atrapados ahora entre las bombas rusas y los neonazis a los que combaten en las calles. Y todos están armados. Y en Rusia, muchos de ellos encarcelados. 

Una de las señas de identidad históricas del antifascismo ha sido el pacifismo y el internacionalismo, precisamente porque las guerras alimentan el fascismo. Estamos viendo a la izquierda rusa, empezando por varios diputados comunistas, oponerse a la invasión de Ucrania. ¿Podemos esperar un movimiento contra la guerra en toda Europa?

Está siendo muy difícil salirse del guion. Varios analistas internacionales no occidentales coinciden en manifestar su sorpresa por cómo este conflicto ha unido tanto a izquierdas y derechas en aumentar la escalada bélica aportando armas, algo bastante inédito hasta ahora. Entiendo la impotencia del espectador ante las imágenes de la invasión, y que exija a sus gobernantes que hagan algo, pero enviar armas no me parece la mejor idea, y explico por qué: La OTAN y la UE no van a intervenir militarmente, y prefieren armar a los ucranianos, a pesar de ser absolutamente consciente de su incapacidad para frenar a las tropas rusas, que, por su parte, no han actuado todavía con toda su capacidad ni mucho menos. Además, ese material puede acabar en manos del ejército ruso conforme vaya avanzando. O de milicias sin ningún control, en las que, no lo olvidemos, combaten también voluntarios extranjeros que luego vuelven a sus países, como pasó en Siria cuando Occidente armó a los rebeldes. 

Recordemos que esto es una batalla geopolítica de consecuencias imprevisibles que puede llegar a implicar a otros países y potencias que no son precisamente amigas de la OTAN. Lo que también se está dirimiendo aquí, queramos o no, es la hegemonía de Occidente en el tablero global, algo que hace ya tiempo que se está cuestionando, y Rusia lo sabe, por eso ha elegido el momento y le importa poco la opinión pública. Aquí y en su país, donde hay que apoyar a los que se manifiestan contra la guerra, sin ninguna duda, conscientes de que las consecuencias de las sanciones las van a pagar más ellos que los que se alimentan del conflicto bélico. Y cuando un imperio cae, con las ruinas de una guerra y su relato latente, estamos ante un terreno enormemente fértil para los fascismos, como la historia bien nos debería haber enseñado.  

Contribuir con armas al conflicto no es otra cosa que una demostración del fracaso de la diplomacia de la que nuestros gobernantes, como miembros de la UE y la OTAN, también son responsables. Aquí es donde la izquierda debería marcar firme su posición contra la guerra apostando por vías exclusivamente diplomáticas y humanitarias, sin miedo a señalar los peligros de contribuir al fuego con gasolina.  

Se echa de menos un movimiento social masivo y global contra la guerra, pero también contra quienes se benefician de ella y quienes las deciden desde sus despachos sin que les salpique la sangre, como la hubo en otras ocasiones. Lo que está ocurriendo en Ucrania puede tener consecuencias catastróficas si se amplían los contendientes y se alimenta el belicismo. También con las medidas de censura que se están aplicando, aprovechando el consenso generado por el shock. Estamos viendo actuaciones muy poco democráticas, que no sabemos a dónde nos conducirán en un futuro.