Faltaba menos de un mes para las elecciones generales de diciembre de 2015. Daniel tomó el micrófono en uno de esos programas sobre actualidad política que invitaba a los diferentes candidatos para que se sometieran en directo a las preguntas de los ciudadanos. ¿Usted qué opina de la Ley Mordaza? Preguntó Daniel. Pedro Sánchez no tardó ni un segundo en contestar: “Pues que la vamos a derogar nada más lleguemos al gobierno, de eso que no te quepa la menor duda.”
Cuando falta menos de un año para las elecciones generales, y con casi cuatro años ya de gobierno de coalición, la promesa del PSOE y Unidas Podemos se esfumó. EH Bildu y ERC llevaban tiempo advirtiendo de que no votarían a favor de la reforma si esta no contemplaba eliminar los artículos referentes a la desobediencia, las faltas de respeto a los agentes (que acaparan un tercio de las sanciones de la Ley Mordaza, y con las que el Estado ha ingresado cerca de 815 millones de euros), así como las pelotas de goma y las devoluciones en caliente, cuatro asuntos que el PSOE se niega a modificar, a pesar de sus promesas, y que las asociaciones de derechos humanos ven indispensable.
Patxi López, portavoz del PSOE, explicaba ayer en rueda de prensa que “todo lo que hacía que la ley de Seguridad se llamará “ley mordaza” estaba acordado”, y que “lo demás son excusas”, sacando de la ecuación las pelotas de goma, la desobediencia y las devoluciones en caliente. Ojo, las mismas devoluciones en caliente que el actual presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, incluyó en su crítica a la Ley Mordaza durante la moción de censura a Mariano Rajoy. Sánchez prometió entonces la derogación urgente de aquellos artículos de la Ley Mordaza que “limitan desproporcionadamente” varios derechos, así como los que permiten la expulsión de extranjeros en la frontera “de forma arbitraria y sin derecho a tutela judicial efectiva”, esto es, las devoluciones en caliente.
Justo esta semana, Amnistía Internacional hacía público su último informe titulado My Eye Exploted, una investigación que documenta las mutilaciones y muertes a causa del uso de materiales antidisturbios como las balas de goma, cuyo uso se empeña en proteger el PSOE en nuestra legislación. En España, colectivos sociales y víctimas de estas armas consideradas no letales, llevan años protestando no solo por su uso, muchas veces imprudente e injustificado, sino por la impunidad que envuelve cualquier consecuencia. Desde la muerte de Iñigo Cabacas en 2012, la masacre del Tarajal en 2014 que acabó con varias personas muertas, hasta las decenas de ojos, testículos y otros órganos mutilados por estas armas. No solo pretenden que esas armas continúen formando parte del arsenal de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, sino que se sigue asegurando la impunidad para quienes provoquen cualquier daño.
El Defensor del Pueblo, Ángel Gabilondo, presentaba también su último informe estos días, que incluía alusiones a diversas actuaciones policiales. En este, instaba a corregir la opacidad en las sanciones de la Ley Mordaza y los malos tratos policiales. No son pocas las actuaciones policiales cuestionadas durante esta legislatura, y que han quedado no solo impunes sino defendidas públicamente por el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska. La masacre de Melilla, el espionaje a diversos movimientos sociales, con abusos sexuales incluidos, las cargas policiales injustificadas, los señalamientos de periodistas, las continuas exhibiciones públicas de simpatías por la ultraderecha de varios agentes o la difusión en sus chats de comentarios racistas, machistas y memes burlándose de sacar ojos a manifestantes.
El PSOE nunca quiso derogar la Ley Mordaza. Además de evitar el enfrentamiento con los elementos más reaccionarios de los cuerpos policiales, garantizar la impunidad para reprimir o solucionar cualquier asunto sin tener que dar demasiadas explicaciones es siempre una garantía para cualquier gobernante que estime más el poder que la democracia y los derechos civiles. Lamentablemente, la trampa del PSOE con la Ley Mordaza estaba clara de antemano: si no se acepta la reforma que deja fuera varios asuntos importantes, la culpa de que la norma permanezca es de quien se opone a tragar con esto. Si se vota a favor de la reforma con esos asuntos pendientes, los socios están tragando un nuevo sapo que pasa por encima de varios derechos civiles. O esto o nada. La trampa de siempre, la que al PSOE nunca le pasa factura, pero que destroza a cualquier izquierda que la sostenga. Una jugada habitual que hoy ya tiene a dos cabezas de turco: ERC y EH Bildu. El culpable no es quien incumple la promesa de derogar la ley, sino quien se niega a tragar con un maquillaje que mantiene aspectos graves y lesivos de la norma.
Por eso ya vemos a políticos de todo signo jugando a los titulares según convenga. Gamarra (PP) dice que su alianza con los sindicatos policiales ha impedido la derogación de la Ley Mordaza. La izquierda acusa al Gobierno de PSOE y Podemos de incumplir su promesa de derogarla. El PSOE culpa a sus socios de impedir la reforma por cuatro tonterías de nada. Podemos culpa al PSOE de no querer ir más allá, y a sus socios de no conformarse con lo que había.
“La nuestra es una sociedad democrática ya madura. Una sociedad que se rebela cuando la autoridad se ejerce de forma injusta y arbitraria. En esa conciencia civil reside la fuerza de nuestro país, y esa conciencia constituye, por cierto, un motivo más que justificado para derogar la Ley Mordaza. Un compromiso que quiero asumir de forma expresa con la Cámara”. Esto es lo que decía Pedro Sánchez en el debate de investidura en 2019.
Y mientras, la ciudadanía se sigue arriesgando a sanciones indiscriminadas, a ser espiada por las autoridades por su actividad social y política, a ser encerrada en un CIE, deportada, expulsada en la frontera, torturada, incomunicada, acusada sin más pruebas que la versión policial, a que le saquen un ojo en una manifestación o a que sus derechos civiles sigan reducidos y los de las autoridades sean intocables e incuestionables. Gobierne quien gobierne, y cuenten los cuentos que quieran.
Si el PSOE no ha derogado esta Ley es porque nunca tuvo intención de hacerlo. Si dependía de los socios, entiendan que unos prefieran rascar algo, y otros no estén dispuestos a tragarse otro sapo y permitir con sus votos que sigan vigentes artículos que menoscaban derechos y libertades.
El periodista de ‘The New Yorker’ reflexiona sobre la ‘Alt-Right’, Trump y la deriva conservadora en Estados Unidos: “La ‘Alt-Right’ es una vieja ideología disfrazada de algo nuevo”. Desde la era Trump y el asalto al Capitolio, muchas cosas han cambiado en Estados Unidos. Recientemente se ha aprobado una ley en Florida que está provocando la retirada de varios libros con contenidos LGTBI o con perspectiva de género. También se están viviendo numerosas manifestaciones de grupos neonazis y fascistas contra actos LGTBI y hemos visto cómo las leyes el aborto han dado marcha atrás.
En la sección Entrevistas Antifascistas, hablamos con Andrew Marantz, periodista de The New Yorker y autor del libro Antisocial. La extrema derecha y la libertad de expresión en Internet (Capitán Swing), sobre el papel de la Alt-Right en el país norteamericano.
Empecemos por el principio. ¿Qué es la Alt-Right? ¿Dónde nace?
Hay una forma de definir la Alt-Right que empieza en 2014 o 2015. Y otra forma de definirla en la que nos remontamos a miles de años atrás porque el odio, la desinformación, la xenofobia… no fueron inventadas por Internet. Estas cuestiones ya existían mucho antes de Internet. El reto, sin embargo, llega cuando estas tendencias humanas básicas o emociones humanas entran en contacto con un nuevo sistema de distribución de la información. Así que sobre 2014 o 2015, varios periodistas empezamos a darnos cuenta de que muchas cosas que eran oficialmente ideas marginales empezaban a ser impulsadas en el discurso mainstream americano.
El odio, los prejuicios, el antisemitismo, la misoginia, el racismo… no eran nuevas ideologías. En muchas maneras, los Estados Unidos fueron fundados sobre esas ideologías. Pero hubo un tiempo, digamos que a mediados del siglo XX, cuando estaba mal visto decir estas cosas abiertamente en la sociedad. O construir un movimiento político en torno a ello. Y había la idea de que, si construías un movimiento político en torno al racismo o a la intolerancia de forma abierta, simplemente no funcionaría. La Alt-Right fue un intento de decir: “Bueno, ¿y si intentamos una política muy cruda y básica que se identifique principalmente con el hombre blanco?”. Y por una gran variedad de razones –incluyendo cómo se se distribuye la información en Internet– fue mucho más poderoso de lo que mucha gente pensó que sería. Y empezamos a ver estas ideologías oficialmente marginales tomando fuerza.
Y ahora además puedes medirlo estadísticamente porque Internet mide todo. En redes sociales puedes ver que, cuando dices algo como “no quiero jugar a un videojuego hecho por una mujer” o cualquier otro ejemplo similar, el mercado dice ¿qué números avalan esta idea? Así que, en resumen,la Alt-Right es una vieja ideología disfrazada como algo nuevo.
¿Qué papel tuvo Donald Trump en la normalización de la Alt-Right? ¿Y los medios de comunicación afines?
Hay responsabilidad en las dos direcciones. Creo que Donald Trump ayudó a la Alt-Right y la Alt-Right ayudó a Donald Trump; él ayudó a los medios y los medios ayudaron a Trump. Estas relaciones son siempre transaccionales y un poco incómodas.
Y, desde mi punto de vista, hay algo más que es incómodo de admitir pero que merece la pena que lo tomemos en serio y es que yo también he tenido a veces una mayor relación transaccional con esta gente de lo que me gustaría admitir. Quiero pensar que sólo estoy investigando y cubriendo todas las cosas malas que la gente hace en Internet y eso es cierto. Pero… también hay otro aspecto y es que mucha de esa gente quiere que yo los exponga porque quieren atención. Incluso atención negativa. Intento ser tan responsable éticamente como puedo pero es algo con lo que tengo que lidiar como dinámica.
Pero Trump, no sé… no creo que estuviera lidiando con eso. Creo que simplemente pensó “toda atención es buena” y siguió el viejo dicho de “no existe la mala prensa”. Y resulta que las redes sociales premian todo lo que es muy impactante, cualquier cosa que te haga latir el corazón muy fuerte. Así que no es que Donald Trump fuera una especie de programador brillante o que entendiese Internet de alguna manera profunda. Él solo tenía una compresión instintiva de esto, que viene de los tabloides en los 70 y 80, que le decía que si eres realmente impactante y sigues haciendo cosas que a la gente le cuesta creer pero no pueden dejar de mirarlas, entonces tendrás más atención. Y sí, puede que dañe tu reputación o tu dignidad o tu orgullo. Pero… no parecía que a él le importara nada de eso.
El libro se publicó antes de que Trump perdiera las elecciones y, por lo tanto, antes del asalto al Capitolio. ¿Qué ha cambiado desde entonces? ¿Qué papel tuvo la Alt-Right en el asalto del Capitolio? Y ¿qué se está viendo ahora con la investigación?
Sí, es interesante porque estábamos diciendo que muchas de estas cosas son chocantes cuando pasan por primera vez y luego se normalizan. Después es como que se diluye en el contexto. Así que muchas de las cosas que veía en 2015 como increíblemente chocantes, ahora suceden todo el rato.
Si alguien intenta presentarse a presidente y presenta una plataforma donde plantea que hay una conspiración global dirigida por élites cosmopolitas que están controlando el mundo en secreto… esto era muy sorprendente en 2015 o 2016. Ahora es sólo un tema de conversación popular que todo tipo de políticos dicen y no es algo impactante y vulgar que únicamente Donald Trump se atreve a decir. Así que diría que parte de lo que ha cambiado entre las elecciones de 2016 y las de 2020 es que algunas de estas cosas se han normalizado tanto que el hecho de que pasen todo el rato se nota menos.
El verano y otoño de 2020 fueron periodos muy volátiles y chocantes en la historia de América. Y hubo muchos factores: el confinamiento por COVID, las protestas de Black Lives Matter… Hubo muchas cuestiones que la gente podía usar para aumentar el miedo y la inseguridad. Y, al final, Trump no fue capaz de ganar esas elecciones. Pero no creo que esto signifique necesariamente que su victoria fuera algo casual y puntual.
Creo que las elecciones de 2016 fácilmente podrían haber tenido otro resultado. Y las de 2020, también. Estamos un poco estancados en Estados Unidos y hay situaciones similares en otros países –diferentes pero similares–, en las que cada una de las elecciones es como lanzar una moneda al aire. Quiero decir, la balanza puede inclinarse a un lado o al otro pero la dinámica esencial –un bloque político de inclinación autoritario, un bloque de inclinación progresista y muchas cosas en el medio– se mantiene.
Así que contestando más específicamente a tu pregunta, estuve siguiendo a los Proud Boys viéndoles meterse en peleas callejeras, luchando por entrar en los edificios y dando esas grandes fiestas haciendo una especie de orgía en celebración de la violencia. El nombre de los grupos puede haber cambiado, puede cambiar cómo se presentan o su uniforme. Todo eso se basa en la conveniencia política. Pero el impulso subyacente no cambia. Porque hay siempre esta tendencia en algunos segmentos sociales o de los medios de decir: “Oh, qué momento más raro fue. Qué bien que haya terminado”. Por ejemplo, si Trump no gana las elecciones en 2024, seguramente veremos a mucha gente de todo el mundo respirando con alivio y diciendo: “Vale, se ha acabado. Ese capítulo de nuestra historia está cerrado». Pero si miras todo esto detalladamente, no es cosa de una persona o de una docena de personas o de una docena de grupos. Es un problema de fondo y estructural.
¿Se han tomado en serio las autoridades –sobre todo a raíz del asalto al Capitolio– la amenaza que supone la normalización de la Alt-Right para las propias instituciones y la propia democracia?
Creo que alguna gente se lo toma en serio pero creo que se podría haber tomado más en serio. Cuando estábamos viendo el asalto al Capitolio del 6 de enero en tiempo real había toneladas de vídeos porque la propia gente que lo estaba haciendo estaba retransmitiendo en directo. Y en muchos podíamos ver a agentes de policía sacándose selfies con ellos o dejándoles entrar sin intentar pararlos. No sé si se tomó suficientemente en serio porque era una narrativa compleja para la mayoría de americanos el aceptar que realmente podían ser algo podrían haber simpatizantes de los insurrectos dentro de las fuerzas de seguridad.
Creo que cuando lo vimos en Brasil, se aceptó muy fácilmente. Tuvimos a Lula saliendo al día siguiente y diciendo vamos a echar a los simpatizantes dentro de las fuerzas de seguridad. Y eso es algo que haces cuando tienes experiencia en tu país sobre cómo actuar para parar un golpe. El estilo norteamericano de lidiar con esto es decir: “Bueno, así no es como somos nosotros. Los estadounidenses somos mejores que eso y nunca haríamos algo así”. Entonces, incluso cuando ves un vídeo de las fuerzas de seguridad de EEUU haciendo algo así, hay muchos estadounidenses que no quieren verlo o encuentran la forma de explicarlo.
Creo que todo el incidente que nos llevó hasta el asalto al Capitolio y el análisis de lo que significó no ha sido digerido del todo por el público estadounidense e incluso por sus líderes. Porque sí, podemos condenarlo y decir que está muy mal tratar de derrocar un Gobierno electo y que no nos gusta que destruyan propiedades o lo que sea. Pero la verdadera importancia de esto es cómo pudo llegar tan lejos y creo que eso no ha penetrado del todo en el discurso. Seguimos estancados en un nivel muy superficial de “no consiguieron derrocar al Gobierno así que olvidémoslo”.
Por otro lado, tenemos a gente diciendo que casi dieron un golpe y lo van a conseguir la próxima vez, lo que creo que es una conclusión arriesgada. Fue un evento muy serio pero no creo que fuera tan serio por que fuera a funcionar. Creo que fue serio debido, de nuevo, a las corrientes subyacentes, a los deseos y métodos ideológicos que representó. Y referente a tu pregunta, creo que hay muchas conexiones aquí.
Hay gente en el Congreso que ha expresado su simpatía abiertamente con la gente que se amotinaban en el Capitolio. No sé si eso requiere ser investigado. Sólo son personas diciendo algo. La pregunta es qué haces con esa información. Tienes miembros electos del Congreso que, sinceramente o para sumar puntos, expresan simpatía con personas que intentan parar unas elecciones democráticas. No sé qué hacer con esa información salvo esperar que no sea una estrategia política ganadora. Pero en algunos partidos y distritos lo es. Así que esta es una de las paradojas de la democracia. Tienes elecciones democráticas donde la gente puede ser reelegida con una plataforma antidemocrática. Creo que es bastante peligroso tener un gobierno lleno de gente que no quiere que ese gobierno siga existiendo.
Recientemente se ha aprobado una ley en Florida que está provocando la retirada de varios libros con contenidos LGTBI, sobre temas de género, sobre la teoría crítica de la raza… Sin embargo, lo que nos llega aquí es que existe una supuesta teoría de la cancelación que está tratando de, digamos, censurar cierta incorrección política. ¿Qué hay de cierta en la cultura de la cancelación en EEUU?
Ha habido esta asociación exitosa que ciertas personas han hecho –creo que a propósito– entre la cultura de la cancelación y la izquierda «censora» o de la gente que quiere decirte qué debes decir como algo que proviene de universitarios woke. La ley en Florida se llama la Stop W.O.K.E Act (Acta Parar a los Progres) y fue cosa de Ron DeSantis, quien parece querer presentarse a presidente siguiendo el legado de Trump y claramente está viendo esto como una herramienta política que puede usar para decir “los woke (progres) quieren silenciarnos y yo voy a ser vuestro ganador”. Cuando, por supuesto, la propia ley es una mayor amenaza para la libertad de expresión que cualquier cosa que diga cualquier estudiante de instituto.
Esta es una de las veces en que la narrativa realmente ha superado los hechos. ¿Hay alguien en algún lugar que esté intentando cancelar a alguien de izquierdas? Quizá exista. Seguro que hay ejemplos de alguien en Twitter gritando a alguien y diciendo “no puedes decir eso porque me ofende”. Pero la mayor amenaza en términos de imponer la fuerza de la ley viene de gente que, como el gobernador de Florida, quiere usar la ley para silenciar a la gente. Veremos qué pasa en los juzgados. Pero me parece que esa ley claramente viola la Constitución. Es el Estado usando su poder para prohibir libros en las aulas. Esa es una violación clásica de la Primera Enmienda. Si existe la cultura de la cancelación, esa ley es un ejemplo perfecto de eso.
En otros lugares hay leyes contra el BDS, el movimiento de boicot, desinversión y sanciones. Hay lugares donde, de acuerdo con la ley estadounidense, no tienes permitido apoyar a los palestinos que quieren boicotear los productos israelíes. Eso me parece una clara violación de libertad de expresión y viene de la derecha. Pero debido a la narrativa de que la izquierda es la facción censora woke (progre) dentro de la política estadounidense, de alguna manera esas acciones de censura desde la derecha no se asocian a ellos o no son recordadas porque no encajan en la narrativa. Así que, de alguna manera, se olvidan.
Entonces, creo que es genial defender la libertad de expresión. Sería genial que la gente lo hiciera de una forma un poco más consistente y, sobre todo, que lo hicieran con un ojo puesto en lo que el Gobierno está haciendo. Por supuesto, creo que es molesto cuando alguien grita en las redes sociales pero no es lo mismo que el Gobierno prohibiendo un libro. Tienen diferentes pesos y diferentes impactos.
En Europa tenemos una histórica controversia sobre los límites de la libertad de expresión. En España, por ejemplo, tenemos a raperos en prisión. Y, sin embargo, están permitidas las expresiones de apología del nazismo, del fascismo… aunque haya leyes que se supone que las prohíben. ¿Debería haber límites a la libertad de expresión?
Es realmente difícil acertar. Y creo que es normal que el contexto americano y el europeo sean distintos porque creo que tiene que ver con cómo entendemos la historia del fascismo. No creo que los Estados Unidos sean inmunes al fascismo. Obviamente. Eso es parte de mis motivos para escribir este libro. Pero creo que tiene una historia diferente.
Para mí, hay una línea entre lo que el gobierno puede hacer para restringir y lo que las empresas privadas o los ciudadanos particulares pueden hacer. Puedo entender que hay lugares donde puede haber razones para cambiar el régimen legal o hacer excepciones en el mismo. Pero, en el contexto de EEUU, no tenemos leyes contra la negación del Holocausto, por ejemplo. En Alemania las tienen, en Israel también, en Francia también… ¿Hay una ley en España que prohíbe decir que el Holocausto no sucedió?
Es legal negar el Holocausto aunque en el Código Penal existe una figura que se supone que penaliza la denigración de las víctimas y la apología del genocidio. Pero es ambigua. Por ejemplo, en el cementerio de la Almudena hemos visto un homenaje a los voluntarios españoles que combatieron por Hitler. Y no ha habido sanción. La ley existe; la manera de aplicarla es otra cosa.
Es lo mismo en los Estados Unidos. Puedes tener una ley y después la forma en que se aplica. Yo me siento cómodo con una ley en la que el Estado no interviene y no prohíbe la mayoría de los tipos de discurso. Nunca es 100% porque hay tipos de discurso que el Estado sí prohíbe, como la pornografía infantil o el chantaje, soborno o lo que sea. Pero me parece bien tener un régimen legal que dice que «no vamos a castigarte penalmente si dices algo en apoyo de los nazis o si usas un discurso de odio». No hay leyes contra el discurso de odio en los Estados Unidos o ese estándar es extremadamente alto. Tiene que haber un peligro claro y presente de incitar a la violencia. No puedo decir «quiero que vayas a agredir a esa persona», pero puedo decir «los nazis eran buenos» o algo así.
Pero creo que donde la gente se confunde es cuando dicen: «Vale, no queremos tener leyes en contra de esto. Entonces, por lo tanto, no queremos que Facebook o Elon Musk hagan una regla al respecto». Creo que es perfectamente coherente decir: «Vale, no quiero que el gobierno de Donald Trump me diga lo que puedo decir, pero sí quiero que Mark Zuckerberg haga una regla diciendo que no se puede ser nazi en Facebook». Esas cosas no me parecen inconsistentes. Y el hecho de que el discurso haya sido instrumentalizado para que una cosa sea intercambiable con la otra… me parece que es simplemente falso.
Obviamente, es difícil. Las redes sociales se han vuelto muy poderosas. Se ha convertido casi en una especie de plaza pública. Y entonces tenemos que pensar estas cosas con cuidado. No quiero a Mark Zuckerberg para tener el control de mi vida. Pero hay una distinción real entre alguien diciéndome que no va a difundir mis ideas algorítmicamente en la plataforma de su empresa privada y el gobierno metiéndome en la cárcel.
Hay una parte del libro en la que hablas sobre periodismo, sobre el papel de los y las periodistas. Dices: «Cuando se alude a cuestiones de principios fundamentales no siempre es posible ser imparcial y honesto al mismo tiempo». ¿Por qué se considera periodistas a aquellos considerados neutrales pero a los que dicen abiertamente que en temas de derechos fundamentales no lo son se les tilda de activistas?
Ha habido un periodo muy largo de formación –y hasta podría decir adoctrinamiento dentro de los medios– en que la cosa más importante era ser neutral y objetivo. Y es genial ser neutral y objetivo si eso fuera lo único en el mundo, si tan solo existiera en el vacío. Pero, ¿cómo el valor de la objetividad –si realmente existe– se compara con otros valores como el respeto, los derechos humanos, la dignidad humana y la fidelidad a la verdad? Cuando esas cosas están en conflicto, muchos periodistas simplemente se vuelven como robots que cortocircuitan diciendo «no puedo procesarlo».
Creo que parte del problema es que hay esta tradición dentro del periodismo de que no debes ser una persona con cerebro. Se supone que debes ser alguna clase de recipiente para hechos objetivos. Y hay un tipo de periódico muy crudo y tradicional donde no hay opiniones, no hay pensamientos. «Acabo de ver lo que pasó y lo he escrito». Y eso siempre ha sido una ficción. Pero creo que se está volviendo realmente irritante y agudo. No puedes salir al mundo y decirme que el papel objetivo de un periodista es decir: «Bueno, a algunas personas parece gustarles mucho el autoritarismo y otras personas no y voy a darle una cita a cada uno». Eso en realidad no es un periodista. haciendo su trabajo. No puedes simplemente consolarte a ti mismo diciendo «le di el mismo espacio a ambos lados, así que mi trabajo aquí está hecho». Tienes que pensar un poco más allá. Y creo que si no puedes ver eso después de Donald Trump, el Brexit, Modi, Netanyahu, Orban… Si no puedes ver eso ahora, no sé cuándo lo vas a ver.
A ti también te han llamado activista, ¿verdad? (risas)
Realmente no creo que esa distinción tenga mucho sentido. Si me convierte en un activista decir que es una estupidez citar por igual al Proud Boy que golpea a una mujer en la calle y a la mujer que es golpeada por el Proud Boy, pues vale. Me pondré del lado del ciudadano golpeado en la calle. Tendré que vivir con eso.
Miquel Ramos y Patricia Simón entrevistan para La Marea a Rafal Pankowski, portavoz de Never Again, una organización que monitorea y denuncia a los grupos de odio polacos desde 1996.
Gobernada por el partido ultraconservador Ley y Justicia, Polonia es hoy uno de los bastiones y uno de los ejemplos a seguir de la extrema derecha en Europa. Hace años que en el país se vive una ofensiva política contra los derechos de las mujeres y del colectivo LGTBI, así como una cada vez más restrictiva legislación en materia de migración y refugio. Los grupos y los discursos ultranacionalistas han cobrado todavía más visibilidad, pero también resisten quienes llevan años combatiéndolos desde distintos frentes.
Never Again nació en 1996 para monitorear y denunciar a los grupos de odio y la violencia de la extrema derecha. Es una de las organizaciones referentes en Europa que mantiene viva la memoria de la lucha contra el nazismo y el fascismo, y hoy tratan de mantener su activismo a pesar de las múltiples trabas institucionales y de la coyuntura interna y externa.
En la segunda entrega de nuestro especial Entrevistas Antifascistas, conversamos con Rafal Pankowski, portavoz de esta entidad.
«Lo que queríamos era romper el silencio», explica Pankowski sobre los orígenes de su organización. «Estábamos preocupados por el problema de la violencia de la extrema derecha, de los afiliados nazis, que estaba creciendo en Polonia en los años noventa. Entonces vimos lo que se podría llamar una cierta indiferencia por parte de la opinión pública, los medios y los políticos».
El auge del fascismo y el nazismo, por aquel entonces, se producía a nivel callejero. El problema es que hoy, según Pankowski, tiene influencia en el parlamento y en el mismo gobierno polaco. Y se extiende en otros ámbitos sociales. Never Again está incluida en una especie de lista negra, junto a otras organizaciones que promueven el feminismo, el antirracismo y la tolerancia hacia el colectivo LGTBI, para que no puedan trabajar con alumnos y alumnas de la provincia de Malopolska. Y el dato geográfico tiene su importancia: «Es una de las principales regiones de Polonia, que simbólicamente incluye Oswiecim. Es decir, el lugar internacionalmente conocido como Auschwitz».
Como ejemplo de este resurgimiento fascista, Pankowski señala al grupo Campo Nacional Radical. Sus orígenes coinciden con el de otros movimientos similares europeos, ya fueran camisas negras, pardas o azules. La ideología de base era compartida: «Fue un grupo popular entre una parte de la juventud polaca en los años treinta, especialmente entre estudiantes universitarios. Fue prohibido por promover el odio racial y por usar la violencia. Hoy en día, un grupo con el mismo nombre existe de nuevo en Polonia, y ha sido uno de los principales organizadores de las marchas del Día de la Independencia, el 11 de noviembre. Así que vemos una cierta continuidad en los grupos fascistas en Polonia».
Una controvertida memoria histórica
El tema del colaboracionismo sigue siendo muy controvertido en Polonia. Por supuesto, el país «tiene una gran tradición de resistencia frente a los nazis en la Segunda Guerra Mundial», puntualiza Pankowski. «Y más generalmente una historia de lucha contra el fascismo. Podemos retrotraernos a la participación polaca en las Brigadas Internacionales, durante la Guerra Civil Española. Creo que, de alguna manera, nos podemos sentir orgullosos de eso. Y Never Again se ve a sí misma como parte de esa tradición antifascista». Pero algo está cambiando respecto a la memoria histórica polaca.
En los primeros años de la década del 2000, el país afrontó cara a cara su pasado relacionado con los pogromos y la violencia antisemita. Ocurrió durante la administración del socialdemócrata Aleksander Kwasniewski. Sin embargo, tras esa petición oficial de perdón y ese compromiso con la verdad, el ambiente político fue mutando poco a poco con el concurso de diferentes gobiernos conservadores.
«Lo que hemos presenciado en los últimos años es una inversión del progreso realizado en ese aspecto, en la tarea de lidiar con el pasado. La línea que domina la narrativa oficial en las principales instituciones es la negación de todas las responsabilidades polacas. El ejemplo más espectacular de esa negación fue la legislación promulgada en 2018, que prohibía específicamente cualquier discurso público que mencionara la participación polaca en el Holocausto», explica Pankowski. Esa ley fue reformada pocos meses después, pero aun hoy puede castigarse con multas económicas el hablar en público sobre ese espinoso episodio de la historia.
El objetivo no era, según el portavoz de Never Again, perseguir una a una a las personas que hablaran en público de este tema sino crear un ambiente que desanimara a quien pretendiera hacerlo. «Especialmente en el sistema educativo», subraya Pankowski, que señala al ministro de Educación, Przemyslaw Czarnek, como el político «más problemático cuando hablamos de la influencia de la extrema derecha».
Junto con diferentes formas de negacionismo, el ministerio de Czarnek está cambiando el temario oficial en los colegios e incluyendo, por ejemplo, prevenciones contra la música rock. «Esa música, según la ley, es peligrosa. Se hizo incluso una pequeña lista de bandas consideradas ‘peligrosas’. Empezando por los Beatles. Pueden imaginarse cómo de reaccionaria es la agenda de la extrema derecha», ilustra Pankowski.
En cuanto a la masa de personas desplazadas por la invasión de Ucrania, el portavoz de Never Again se muestra orgulloso del apoyo demostrado por el pueblo polaco. Pero introduce un matiz sensible: el trato recibido por otros refugiados, en su mayoría estudiantes de intercambio, que no respondían étnicamente al perfil ucraniano. Provenían «de India o de Nigeria» y no tuvieron tantas facilidades para obtener permisos de estancia o para abandonar el país con rapidez. Eso hizo que se rememoraran los peores momentos de la crisis de 2015, cuando las autoridades polacas rechazaron de plano la acogida de los refugiados de la guerra de Siria. «El derecho a la salud o a la educación se otorga de forma automática a los ucranianos. Eso es algo bueno y deberíamos esforzarnos por obtener lo mismo, el mismo nivel de protección y apoyo, para todos los demás refugiados», afirma Pankowski.
Conversación con Julián Macías en Pandemia Digital después de los homenajes a la división azul y la impunidad del ensalzamiento fascista con el visto bueno de las Delegaciones del Gobierno del PSOE.
No hay dos sin tres, y La Directa lo ha vuelto a hacer. Esta semana ha destapado al tercer policía infiltrado en movimientos sociales, esta vez en València. El agente R.M.F. ha conseguido la gran hazaña de infiltrarse en un colectivo vecinal, una red de alimentos y un grupo de apoyo a las personas migrantes que malviven en una fábrica abandonada del barrio. Son colectivos que publicitan todo lo que hacen, que tienen sus puertas abiertas y que son bien conocidos en el barrio. De hecho, muchos vecinos tienen sus huertos urbanos en el CSOA L’Horta, y muchos otros llevan a sus niños y niñas allí a jugar y a relacionarse con otros vecinos. Es un espacio conquistado por los vecinos, que tiene sus puertas abiertas, y por donde pasan miles de personas cada año.
El barrio valenciano de Benimaclet es conocido por ser uno de los epicentros de las luchas vecinales y base de numerosos movimientos sociales de la ciudad, que cuentan con un histórico enraizamiento y con la presencia de numerosos estudiantes, dada su cercanía a las universidades. No es casual que se eligiese este barrio, ni lo es tampoco los colectivos y espacios vecinales donde se infiltró este agente. Lo que resulta curioso es que su mayor implicación fuese en una de las campañas contra un plan urbanístico que pretende arrasar una parte de la huerta que queda en el barrio para construir 1.300 viviendas, llegando incluso a ser parte de un sabotaje contra las obras.
Aquí cabría preguntarse si, más allá de la monitorización de estos movimientos y la elaboración de fichas de personas por su ideología, el agente tuviese como misión defender un proyecto urbanístico. Es decir, un interés empresarial, y no un bien público o ni siquiera desarticular una banda criminal organizada. Esta información ha pasado desapercibida, pero se suma a los interrogantes de este tipo de operaciones contra organizaciones sociales y vecinales, cuyo quehacer habitual es la defensa de los barrios contra la especulación y la gentrificación. Algo que también pasó con el primer infiltrado destapado en Barcelona por La Directa, Marc, quien se había infiltrado también en los movimientos de vivienda. La participación del agente en esto, así como sus intentos de, a través de estos grupos en València, llegar a colectivos feministas y antifascistas (sin más éxito que participar en sus movilizaciones, que eran públicas), ponen de manifiesto una vez más que nadie está a salvo de ser engañado, manipulado e instrumentalizado por el Estado, que se pasa por el forro varios derechos de la ciudadanía, como el de organizarse y discrepar, sin tener que dar ninguna explicación.
La excusa de Marlaska el otro día, ante el escándalo destapado por La Directasobre el policía infiltrado en movimientos vecinales de Sant Andreu, Barcelona, que abusó sexoafectivamente de varias mujeres, fue que aquí no se investiga a nadie por su ideología. Lo remarcó insistentemente. Excusatio non petita, recuerden. Lo que es cierto es que esos ficheros existen, aunque no lleven membrete de ningún Ministerio ni se hagan bajo ningún mandato judicial, y que la labor de estos agentes es precisamente esta: ver quién se junta con quién, engañar y minar la confianza y sembrar el miedo de las personas que deciden organizarse para cambiar las cosas. La supuesta prevención del delito es lo que habría motivado estas prácticas, según el ministro, sin concretar qué delitos se ha evitado ni qué peligroso grupo estaba preparando qué.
De eso llevan años encargándose medios de comunicación y las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, extendiendo el relato de los grupos ‘violentos’ para referirse a cualquier colectivo que cuestione y combata las desigualdades del capitalismo. Una vez deshumanizados y criminalizados por el relato oficial, cualquier cosa que se haga contra ellos estará justificada y aplaudida incluso por la ciudadanía, ya sea una carga policial, una detención, una acusación basada únicamente en la versión policial, torturas, abusos o una infiltración como la destapada por La Directa. Consiguiendo que una parte de la ciudadanía no solo lo avale, sino que lo celebre. Y esta es la gran victoria de cualquier dictadura, aunque hoy en día se haga bajo pátina democrática.
Mientras, estos días nos han regalado otras noticias que demuestran cuales son las prioridades y las preocupaciones del Estado. Delegación del Gobierno permitió un desfile nazi en Madrid el pasado sábado para rendir homenaje a los combatientes españoles por Hitler. También permitió a un agente israelí acudir armado a la Universidad Complutense de Madrid y que uno de estos apuntase a un manifestante durante las protestas contra la presencia de la embajadora israelí, sin que los policías españoles presentes hiciesen nada.
Está por ver si la demanda contra el agente que mantuvo relaciones con varias activistas prospera y se abre el merecido procedimiento que ponga en el centro del debate los límites y la instrumentalización de la acción policial contra movimientos sociales. También que se aclare el uso de recursos públicos para tales propósitos, incluso de plazas en las universidades que los agentes consiguieron bajo identidad falsa, un hecho que ya investiga la Universitat de València. También si existe algún tipo de mandato judicial que ampare esta operación simultánea de los hasta ahora tres agentes descubiertos, que coincidieron en su promoción en la academia de Policía. Y, por último, quién ordenó esta operación, con qué propósito, y si esto va a seguir formando parte de un sistema que se dice democrático.
También se echa de menos una mayor contundencia por parte de los socios del Gobierno ante tales atropellos, más aún sabiendo que ellos mismos no están fuera de esta ecuación, como bien demostró Pegasus, y como bien debieran saber ya. La pregunta es hasta donde están dispuestos a tragar, y cuanto más nos van a hacer tragar al resto. Lo que no van a conseguir es que estos dejen de pensar y reivindicar lo que creen que es justo. Quizás quienes se dedican a ponerlos constantemente bajo sospecha no han entendido todavía que quienes participan en los movimientos sociales lo hacen por convicción. Por amor. Por sentirse responsables con la ciudadanía y partícipes de la solución. Y no por poder ni por dinero, como los polis infiltrados y quienes les mandan. Y esto es lo que más les jode.