Apuntalar el proyecto neoliberal

Las élites siempre han necesitado a un dóberman que le custodie el cortijo. Que muerda al extraño, al obrero indisciplinado y a quien sea que el patrón señale. Es la función de la extrema derecha desde siempre, y no hay más que analizar su papel histórico y su sintonía hoy en todo el programa y política económica de las derechas: siempre en beneficio de las élites y siempre sin cuestionar el orden neoliberal. Siempre apuntando hacia abajo, segando derechos, y nunca molestando al amo. Los grandes capitales están muy tranquilos siempre con las extremas derechas.

Algunos ciudadanos llevan varios días en modo pánico viendo como la derecha no ha tenido ningún escrúpulo a la hora de pactar la extrema derecha. Aunque ya llevaban tiempo hablando el mismo idioma y haciendo manitas en público, había gente que albergaba todavía cierta esperanza en que el PP no abriese tan fácilmente las puertas a Vox en las instituciones. Gente que confiaba en una derecha moderada, civilizada, en un centro político que nunca existió.

Gente que quiso creerse a la candidata del PP extremeña, María Guardiola, y su supuesta responsabilidad democrática cuando hizo mención de los derechos de las mujeres y de las personas LGTBI para justificar el no pacto con Vox. Finalmente, como ya advertimos, el PP ha acabado rectificando y ella, con la cabeza gacha pidiendo disculpas a los ultras y dándonos la razón. Ni ser un fascista ni andar con fascistas tiene hoy ya reproche alguno. De esto se han encargado los eternos equidistantes que tan solo consideran estas ideas como políticamente incorrectas, y que hay derechos que, como todo, son tan debatibles como prescindibles si así lo quiere la gente.

Hubo un tiempo en el que la derecha quiso arrebatar algunas causas a las izquierdas, vistiéndose de tolerante, inclusivo y diverso, agitando la bandera LGTBI con una mano mientras con la otra presentaba recursos contra las leyes de igualdad o de matrimonio de personas del mismo sexo. Hoy incluso se atreven a afirmar que fueron pioneros en la defensa de estos derechos, mientras pactan con la ultraderecha que los niega. Eran tiempos en que parecía que existía cierta hegemonía progresista, algo que los posfascistas llaman hoy ‘marxismo cultural’ para criticar que los maricones y las bolleras ya puedan ir relativamente tranquilos agarrados de la mano por la calle. Y aunque les dé asco, a veces hasta son capaces de usar los derechos de estos colectivos como arma arrojadiza contra los extranjeros, ya que si existe machismo y homofobia en España es porque alguien la trajo en patera. Aunque ellos luego legislen contra los derechos de las mujeres y de las personas LGTBI. Pero al votante ya le da igual que digan hoy esto y mañana lo otro, incluso al votante LGTBI de derechas, porque su proyecto, su voto, no es tanto en función de su orientación sexual sino de su clase, ya sea real o aspiracional.

A veces, a ese dóberman que es la extrema derecha no le hace falta ni morder. Por inercia, ningún gobierno llamado progresista ha ido más allá de los márgenes impuestos por quienes nunca fueron elegidos por la voluntad popular. Por esas élites que aceptan cambios estéticos, banderas en los balcones y hasta algunas políticas públicas para parecer que en su cortijo también se preocupan por la violencia machista y por los derechos humanos. Tímidos avances en materia de derechos, libertades y mejoras salariales, algo que les sirva para apuntarse un tanto, tener contenta a una parte de la sociedad y que haga sentirse útiles a los políticos progresistas. Medidas que, sin duda, son un alivio para muchísima gente, pero que son perfectamente asumibles para el neoliberalismo, que tiene recursos para todo, incluso para vestirse de rojo si hace falta.

Pero estas élites están convencidas de que nadie se atreverá a más, a tocar la estructura ni a cuestionar el statu quo. Y así lo confirman quienes llamándose progresistas son incapaces de llevar a cabo una ley de vivienda valiente que acabe con tantas familias en la calle o invirtiendo todo su sueldo en pagar su alquiler. Promueven medidas contra la subida de los precios que no alteren los beneficios de los grandes capitales, y dan ayudas a discreción sin tener en cuenta la renta de los beneficiarios. Repartamos responsabilidades y seamos honestos, ya que algunos gobernantes siguen empeñados en tratar de gilipollas a los ciudadanos echando siempre la culpa al otro, cuando han sido incapaces ya no solo de plantar cara sino de explicarnos esos límites dónde están y quiénes los han puesto.

La extrema derecha es el perro, el espantapájaros y el navajero, el que unos usan para disciplinar y otros para asustar. El que viene a apuntalar todavía más el proyecto neoliberal después de las sucesivas traiciones y rendiciones de la socialdemocracia y el aplastamiento y fracaso de una izquierda que se lanzó a pelear en las instituciones. Y vive no solo del miedo y de los huesos de sus amos, sino de la impunidad que le permite todo aquél que pasa por el gobierno.

En política hay que pensar siempre a largo plazo, y si de algo nos debe servir esta reconfiguración actual del neoliberalismo con numerosos posfacistas al mando, es defender derechos y defender la diversidad desde la lucha de clases. Es a no desligar las luchas de tantos colectivos que lanzan a la papelera de la lucha contra esas élites que perpetúan la precariedad y la miseria. Hay herramientas y experiencias suficientes para ponerse a trabajar en ello. Ante las futuras crisis que vienen, no solo económicas sino también climáticas.

Las derechas, sean las que pretenden situarse en el inexistente centro como las que van a calzón quitao, tienen todas los mismos objetivos, más allá de querer vivir eternamente del cuento, y hacer ricos a sus amigos. El proyecto neoliberal requiere diferentes cartas para jugar esta partida, y en estos tiempos se está librando, además de la eterna lucha de clases, otra batalla por desechar aquello en lo que la izquierda sigue teniendo cierta autoridad moral por haberlo defendido siempre (una de facto, otra solo de manera retórica), que son los derechos humanos. Y para ello sitúa en cabeza a la extrema derecha, para que ladre y muerda y para que mantenga a raya a la izquierda y a cualquier colectivo que pretenda quitarle al patrón su derecho a orinarte en la cara. La extrema derecha no es otra cosa que eso. Y para eso ha venido ahora, para mantener el orden neoliberal a cualquier precio.

Articulo de opinión de Miquel Ramos en Público, 28/06/2023

Las renuncias de la izquierda son las victorias de la derecha

La inmediatez de las nuevas elecciones y el inexorable avance de la derecha con la extrema derecha tras los resultados de los comicios locales y autonómicos están provocando una serie de pánicos e improvisaciones que nos permiten ver muchos de los entresijos de esta guerra. La ultraderecha está acaparando el foco mediático, está marcando agenda y lleva tiempo siendo la protagonista de la película, algo que no se debe solo a su habilidad para instalarse bajo el foco, sino que tiene muchos factores, y no son todo méritos propios.

Esto se advertía inevitable con la cobardía manifiesta de los gobernantes durante la última legislatura incumpliendo numerosas promesas, pero también ha sido gracias el relato mediático reinante. Por una parte, legitimando a la ultraderecha y sus propuestas contra los derechos humanos, y por otra, por sus reiteradas campañas de acoso y derribo contra personas y partidos, y de manera soterrada, con todo esto y más, contra los consensos que creíamos imbatibles en derechos y libertades.

La ultraderecha ha empezado ya a copar espacios simbólicos desde donde libra su particular batalla cultural, destruyendo políticas de igualdad allá donde le han dado ese poder. Mientras, el PP se asegura la gestión de aquello verdaderamente rentable, donde está la pasta, lo importante. Mientras unos miran al torero valenciano, otros se reparten el pastel. Lo explicó bien el compañero Joan Canela la semana pasada, cuando Vicente Barrera, el torero que llamó Caudillo a su caballo y que nunca escondió sus simpatías por el fascismo, fue agraciado por el PP valenciano con la Conselleria de Cultura. No es el único ni será el último ejemplo que veremos estos días, en los que encima nos distraemos con la lona que han colgado en Madrid como ya hicimos con el cartel de tu abuela y los MENA. Campañas baratas pero efectivas, que acabamos difundiendo entre todos mientras ellos negocian cuanta pasta hay a repartir y quienes y a cambio de qué se la van a llevar.

No hay nada nuevo en esto. Hace tiempo que bailamos al son de la música que toca la extrema derecha con cuatro instrumentos baratos y desafinados, canciones simples y repetitivas que no requieren gran producción pero que se pegan y se incrustan en el subconsciente hasta que nuestros amigos, todos unos eruditos, acaban tarareándolas sin cesar. Es lo que le ha pasado a una parte de la gente que se cree todavía hoy a salvo de la batalla cultural que libra la ultraderecha, pero que poco a poco ha ido comprando su chatarra. Primero con los musulmanes, después con los independentistas, luego con las personas trans, después con las personas migrantes, ahora las feministas, y así hasta el infinito. Un poquito de igualdad está bien, pero esto ya es pasarse. Seguro que lo hemos visto con gente de nuestro entorno nada sospechosa de ser de Vox, y lo acabamos de ver con Amelia Valcárcel, brindando públicamente su confianza a Feijóo. Es el miedo y la rabia a perder privilegios, algo imprescindible en cualquier batalla por la igualdad, y algo que también compraron hace tiempo personas que se consideran muy de izquierdas, pero con mucho que perder si esto que se supone que reivindican, va de verdad en serio.

Es lo que lleva haciendo Pedro Sánchez postrándose ante el ‘que te vote Txapote’ de la derecha y huyendo de Bildu, llegando incluso a pactar con el PP contra este, y lo que está pasando con el feminismo molestón. Este feminismo que pide demasiado, atribuido estos días a la ministra de Igualdad, Irene Montero, a quien los medios llevan tiempo fusilando y a quien esta semana Pedro Sánchez ha decidido azotar en público para tranquilizar a sus amigos. Los amigos de Pedro sobre los que ya han escrito otras compañeras y compañerosadvirtiendo que se trata de un regalo a la ultraderecha y de que no somos conscientes del retroceso que supone esto en plena batalla por el relato en defensa de los derechos humanos. A pesar de la importancia de este frente de batalla contra la reacción, invertir todos nuestros esfuerzos en este asunto está dejando descuidados otros frentes igual de importantes y donde también están en juego otros derechos fundamentales.

La muerte de centenares de personas en las costas griegas esta semana y el papel que, según varios investigadores, podría haber jugado las autoridades de este país, nos recuerda la terrible necropolítica en nuestras fronteras institucionalizada por los estados europeos. Las personas que pierden la vida cada año tanto en el mediterráneo como en las vallas fronterizas, como en la impune masacre de Melilla, no arrancan tanta indignación ni tanta reacción como la prohibición de exhibir banderas LGTBI en un ayuntamiento. Al menos, las políticas migratorias vigentes y que sin ninguna duda mantendría cualquier gobierno de derechas con o sin la extrema derecha, han quedado fuera de esta batalla. Como si se asumiese que es una trinchera perdida. Como si el relato que una parte de la población ha asumido es el que la ultraderecha lleva difundiendo desde hace décadas: que es inevitable. Que la culpa es de las mafias. Que arreglen sus asuntos en sus países. Que poco podemos hacer. Que no somos racistas pero que aquí no hay para todos.

Algunas renuncias son fáciles para quienes no sufren sus consecuencias. Instalar esa distancia entre luchas, esa jerarquía de prioridades y esos derechos prescindibles es uno de los objetivos de la ofensiva reaccionaria. Los incesantes desahucios, la vigencia de la Ley Mordaza, la vergüenza instalada en la radiotelevisión pública y su saqueo permitido, y tantos frentes y deberes por hacer de este gobierno son también la causa de la desafección con lo institucional que históricamente ha castigado mucho más a las izquierdas. Quienes hoy te piden el voto para frenar a la ultraderecha, dejaran esto y más como ofrenda para los que vengan. Estas trincheras de las que hoy no hablan tanto y sobre las que prefieren que no hablemos, son precisamente las que abandonó hace tiempo una parte de la izquierda institucional que hoy agita el miedo a la ultraderecha. Y son precisamente haberlas abandonado lo que ha permitido hoy a la ultraderecha estar donde está, y utilizar, además, la munición que quedó abandonada.

Esto debería ser un aviso para quien pretenda dar lecciones sobre votos útiles, a quienes piden rebajar discursos y demandas y a quienes problematizan la diversidad y las luchas por la igualdad en todos los ámbitos. Creer que la sociedad no está preparada para mejorar, que hay colectivos que no deberían reivindicar más derechos y que ni siquiera la izquierda está preparada para gestionar es rendirse sin luchar. Este es el verdadero objetivo de su batalla cultural para conquistar el sentido común. Y no hay relato más arrollador ni derrota más evidente que creérselo.

Articulo de opinión de Miquel Ramos en Público, 22/06/2023

“Pactar amb l’extrema dreta ja no té cost polític, a l’estat espanyol”: Entrevista a Els Matins TV3

Després de vuit anys d’executius progressistes, la Generalitat Valenciana estarà governada per una coalició entre de PP i Vox. L’extrema dreta tindrà entre dues i tres conselleries i també la Presidència de les Corts. Analitzem el pacte amb Miquel Ramos, periodista especialitzat en extrema dreta. 14/06/2023

Entrevista completa: https://www.ccma.cat/video/embed/6226127/

Catalunya y las extremas derechas

Catalunya, año 2011. Dos mujeres jóvenes saltan a la comba en una plaza de un pueblo al ritmo de una canción tradicional catalana. De repente, las protagonistas se transforman y aparecen cubiertas por un burka, saltando igual que las anteriores, pero con una música árabe de fondo. Esta sería la Catalunya de 2025, según este anuncio electoral de la ultraderechista Plataforma per Catalunya (PxC), liderada por Josep Anglada. Esta formación logró aquel año 67 concejales y estuvo a punto de entrar al Parlament de Catalunya, con una campaña que se resumía en dos frases: ‘primero los de casa y ‘no al islam’. Aunque Anglada era un viejo fascista españolista, ex miembro de la Fuerza Nueva de Blas Piñar, en su pueblo, en Vic, ya había cosechado cierto éxito entre sus vecinos con sus discursos contra las personas migrantes y bajo otra marca, la Plataforma Vigatana, con la que ya había sido concejal.

Anglada supo no entrar en conflicto sobre a qué casa se refería. No metió en la ecuación hasta pasados unos años el nombre de España, y supo así ganarse a una parte del electorado de Vic y de otras ciudades catalanas, con un prejuicio transversal que comparten ámbitos tanto catalanistas como españolistas, algunas izquierdas y no pocas derechas: el racismo y la islamofobia, que son hoy el nuevo antisemitismo, como decía el historiador italiano Enzo Traverso. Esta fórmula había sido probada ya con éxito en otros países años atrás, y el propio Anglada gozaba de muy buenas conexiones internacionales en Europa, con pesos pesados de la ultraderecha como el Frente Nacional francés o el FPÖ austríaco, además de con un multimillonario sueco que financiaba a gran parte de estos partidos, Patrick Brinkmann. Anglada obtuvo el mejor resultado electoral que había obtenido nunca un partido de extrema derecha en España desde la marcha de Blas Piñar a mediados de los años 80.

La historia del ascenso y la caída posterior de PxC podría ser material de una serie cinematográfica. El partido acabaría despeñándose los años sucesivos a su mayor éxito debido a múltiples escándalos, deserciones y hasta supuestos intentos de asesinato de algunos miembros del partido contra su líder. El activismo antifascista hizo también una gran labor pedagógica pueblo por pueblo, y los periodistas hicieron su trabajo, retratando constantemente las falsedades de sus discursos y la verdadera cara de sus candidatos, algunos de ellos abiertamente neonazis. Aunque el caso de PxC fue anecdótico e inédito en el conjunto del Estado español antes de la entrada de Vox años después, el aviso era evidente: había una parte de la sociedad que estaba dispuesta a comprar el discurso del odio de la extrema derecha.

Las últimas elecciones municipales han permitido a la ultraderecha española de Vox asentarse todavía más en España, y también en Catalunya, donde ha pasado de tres a ciento veinticuatro concejales. El voto españolista y de extrema derecha en Catalunya siempre ha existido, pero también el racismo, la xenofobia y la islamofobia. Siempre ha existido una extrema derecha catalanista, pero hasta ahora había sido muy marginal, hasta el punto en el que se la ha echado en no pocas ocasiones de los actos y las conmemoraciones más importantes de Catalunya por parte de otros grupos independentistas. Hasta ahora.

El independentismo es una opción política absolutamente legítima. No ha sido nunca un movimiento excluyente ni supremacista, muy a pesar de la imagen que algunos han querido dar, desde fuera y desde dentro. Quienes desde la posición contraria han querido relacionarlo siempre con la extrema derecha para deslegitimarlo se han servido de casos particulares que encajan en este relato y que, cualquiera que conozca Catalunya y el movimiento independentista sabe que no representan en absoluto su diversidad y su amplitud. Y quienes desde dentro han tratado de reivindicarlo como cualquier reaccionario, nazi o fascista reivindica su patria, no ha hecho sino contribuir al estereotipo y a la criminalización en la que sus contrarios invierten tanto esfuerzo.

Es el caso de los dos partidos ultraderechistas que acaban de irrumpir en varios municipios catalanes, y que se han convertido en objeto de polémica estos días: Aliança Catalana (AC) en Ripoll y en otras dos localidades y el Front Nacional de Catalunya (FNC) en Manresa y en La Masó. Especialmente la primera, con un lema idéntico al que usó PxC en 2011, ‘primer, els ripollesos’, y sin mencionar en ningún momento el marco nacional: ninguna alusión ni a Catalunya ni a España. Ni siquiera a la independencia. La de esta formación lideresa lleva tiempo popularizándose en redes sociales con discursos calcados al resto de extremas derechas contra migrantes y musulmanes, y con el especial ingrediente del desencanto tras el procés, que se ha convertido en una cantera de la antipolítica y en un caladero para mesías, salvapatrias y chamanes varios, sirviendo, además, de ariete contra la izquierda y contra el independentismo existente.

Desde las pasadas elecciones, Silvia Orriols, la candidata de AC por Ripoll, que ha ganado las elecciones con seis concejales de diecisiete, ha conseguido ser el foco del debate. Ha recibido el apoyo de otros independentistas popularizados por su histrionismo tras el procés y que comparten sus fobias contra determinadas comunidades, ha sido entrevistada por Pilar Rahola en 8TV, acompañada por otros políticos y periodistas, y legitimada por líderes como la ex presidenta del Parlament, Laura Borràs, que sugirió en Twitter que se la dejara gobernar y matizó posteriormente tras un alud de críticas.

Columna de opinión de Miquel Ramos en Público, 13/06/2023

VERSIÓ EN CATALÀ

El asalto a la Junta y el chuletón de Pedro Sánchez

“Tengo a la gente más leal, ¿Alguna vez habéis visto algo así? Podría pararme en mitad de la Quinta Avenida y disparar a gente y no perdería votantes”, dijo Donald Trump pocos días antes de que empezaran las primarias en las que sería elegido candidato republicano para la Casa Blanca en 2016. Pocas veces, un político ha expresado mejor la sensación de la que gozan algunos representantes públicos y lo mucho que, lamentablemente, se parece a la realidad. Trump no solo ganó esas primarias, sino que se convertiría en presidente de los Estados Unidos. Y esta fue quizás una de las declaraciones más suaves que nos dejó el magnate que afirmaba que, cuando eres una estrella como él, puedes hacer lo que quieras con las mujeres: “Agarrarlas por el coño. Puedes hacer lo que quieras”, decía. Y nada. Ganó las elecciones.

Su mandato estuvo plagado de declaraciones incendiarias, de insultos, de machismo, de racismo y de guiños a grupos violentos de extrema derecha como los que asesinaron a la activista antifascista Heather Hayer en una manifestación neonazi. De mentiras, de escándalos, de micros off the recordque captaban cómo se meaba constantemente en la cara de sus votantes, a los que trataba de gilipollas haciéndoles creer cualquier milonga que quisieran escuchar. Y cuando perdió las elecciones, esa misma gente que durante años había sido fanatizada, fue convencida de que había un complot contra él, y se lanzó al asalto del Capitolio para reinstalarlo en la Casa Blanca.

Esta semana hemos visto a una masa enfurecida intentar asaltar la Delegación de la Junta en Salamanca, después de que el Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León (TSJCyL) haya suspendido la legislación aprobada por PP y Vox que relajaban los controles de la tuberculosis bovina, que puede transmitirse a los humanos. Aunque son casos que guardan una obvia distancia, las semejanzas entre ambos actos de insurrección y la gasolina que los prendió no los alejan tanto.

PP y Vox sabían que sus propuestas iban a ser tumbadas. Como cuando Trump sugirió a sus asesores anunciar la construcción de un foso de cocodrilos en la frontera con México o disparar a las piernas de los inmigrantes que cruzaran la frontera, algo que sabía, era irrealizable. Pero lo que pase luego ya no es cosa suya. Lo importante decir lo que unos quieren oír. Prender la mecha y mirar desde lejos como arde todo.

El lunes se desató la ira tras conocerse la decisión del TSJCyL y algunos de los ganaderos se lanzaron al asalto. Habían creído a la extrema derecha que les prometió barra libre, y luego se dieron de bruces con la realidad. Así que a la greña, a dar palos, que ni la salud pública ni nada les va a parar. Eso sí, bandera de España en mano y azotando a los policías con ella, por si había duda de que eran patriotas y lo hacían todo por España. Pero es que, además, la Policía que custodiaba el acceso al edificio permanecía impasible ante los ‘golpes patriotas’ (con un palo con la bandera de España), sin cargar, sin porrazos siquiera, sin detenciones. Tomen ustedes nota.

No es la primera vez que vemos un intento de asalto a las instituciones en España. En febrero de 2022, otro grupo de ganaderos intentó hacer lo mismo en el pleno del Ayuntamiento de Lorca, en Murcia. Se debatía una moción que limitaba la distancia de las granjas con el núcleo urbano, una medida que pretendía poner la salud pública por delante de los intereses económicos de algunos, como debe ser, y como se espera de toda institución pública. La protesta de aquel día, que terminaría en asalto, había sido respaldada por PP y Vox, y en el episodio violento aparecería además un cargo del PP. El partido condenó posteriormente los hechos, al contrario que su socio ultraderechista, que tanto esta semana en Castilla y León (que además ostenta la consejería de Agricultura) como hace un año en Lorca, justificó la ira de los empresarios.

Más allá del asalto a las instituciones, algo que no debemos normalizar, el debate obligado es también el de la salud pública, y por qué la derecha se empeña en anteponer un puñado de votos y los beneficios de unos pocos ante la salud de la población. Aunque esto no es ninguna novedad, sino algo intrínseco al capitalismo, algo tan evidente y cercano debería hacer reflexionar a cualquier ciudadano ¿Quiere usted comer carne sin ninguna garantía de que esté libre de tuberculosis? ¿Confía usted en quien legisla a favor de que no existan controles suficientes que garanticen que está usted a salvo?

Pero existe otro debate ineludible en estos asuntos, aunque sea algo que algunos hayan dado ya por perdido, y es el uso de la mentira y la perversión de las instituciones para servir al relato y a los intereses de un partido, a pesar de las consecuencias que esto pueda traer. Con el objetivo de destruir un gobierno o a un adversario político a toda costa, parece que todo está permitido. Incluso pegarle fuego a la misma institución que gobiernas o que pretendes gobernar. Y cuando se demuestra la patraña, cuando has retorcido la verdad, las instituciones y el pescuezo de tu contrincante y te lo has cargado todo, aquí no ha pasado nada. Veremos en qué queda este nuevo asalto al capitolio salmantino, y qué reproche recibe la Junta por provocar esta situación.

También debo confesar que, ante este episodio, me ha resultado inevitable pensar en el chuletón que mencionó Pedro Sánchez para ridiculizar al ministro de su mismo gobierno, Alberto Garzón, cuando este aconsejó comer menos carne, una de las muestras más obscenas de esa deslealtad que ha salpicado esta última legislatura, y que, de carambola, toca de lleno en el tema que nos ocupa sobre ganadería y salud. Y aunque esto no sea ninguna novedad en política, cuando lo que está en juego no son solo las instituciones sino nuestra salud y nuestra vida, se debe afrontar con la seriedad que lo merece. Una pena que, a poco más de un mes de las elecciones generales, todos empecemos a temer a la extrema derecha como si todavía no nos hubiésemos enterado de que ya estaba aquí y que iba a por todas. De que la mentira lleva años instalada en nuestra política, en nuestros medios y en nuestro día a día. Y de que el chuletón, como tantas otras cosas, se lo van a acabar comiendo ellos.

Columna de opinión de Miquel Ramos en Público, 07/06/2023