“Tenemos uno o dos puntos sencillos y repetimos, repetimos, repetimos. Y al final llega un punto en que la gente acepta la verdad que le es más familiar. Es lo que hacemos en la Fox”, dice un irreconocible Russel Crowe interpretando a Roger Ailes, fundador de Fox News. La miniserie La voz más alta (2019) explica en ocho capítulos la creación de la cadena en 1996 propiedad del multimillonario Rupert Murdoch, su influencia política y el carácter déspota y manipulador de Ailes. Este presidió y dirigió el ente prácticamente hasta su muerte, meses después de ser despedido tras ser denunciado por ex trabajadoras de la cadena por abusos sexuales, caso que también se explica en la película Bombshell (Jay Roach, 2019).
El caso puso el foco no solo los abusos de Ailes y el silencio del resto, sino también en su manera de presentar, retorcer y manipular la información, aunque la salida de este productor no supuso el fin de la desinformación y la toxicidad de la cadena. El papel de Fox News no solo en la victoria de Trump, sino en la normalización de la desinformación, de la mentira y del insulto constante ha servido de inspiración para otros comunicadores de derechas, que han visto en esta cadena y en sus insolentes estrellas un modelo a seguir a esta parte del Atlántico. Más aún cuando ésta consiguió liderar las audiencias durante años. Y un personaje como Trump, promocionado por Fox News, llegó a ser presidente de los EEUU.
Parece que muchos sueñan estos días con que la salida de la Fox de otro ser despreciable y tóxico para la profesión como el presentador Tucker Carlson, signifique un cambio de rumbo más ético de la cadena. Su salida se produce por haber dado pábulo a las noticias falsas sobre fraude electoral tras la derrota de Trump en 2020, aun sabiendo que mentía, y que, tras una demanda, le acaba de costar a la cadena 787,5 millones de dólares. No se va por ser un mentiroso y un manipulador. Eso ya lo sabían. Y posiblemente por eso estaba ahí, porque lo hacía bastante bien.
La salida de Carlson es consecuencia de este golpe económico al grupo empresarial, no de su mala praxis periodística ni de su falta de cualquier ética y deontología. Porque si algo ha caracterizado a Fox News desde su creación es ese estilo de Ailes, donde la verdad importa menos que lo que tú quieres que sea verdad. Y para conseguirlo, hay mil formas de hacerlo sin jugarse una demanda, o al menos sin acabar perdiéndola o teniendo que negociar para evitar un daño mayor a la empresa.
Nos hemos acostumbrado a convivir con la desinformación y a aceptarla como parte del menú diario que se sigue sirviendo sin inspección ni sanción alguna. Las fronteras entre las líneas editoriales y la manipulación son cada vez más finas. No hace falta mentir ni manipular datos, pues hay formas mucho más sutiles de llevar a la audiencia a tu marco reiteradamente hasta que acepte ‘la verdad que le es más familiar’. ‘Tenemos que dirigir las noticias, no solo informar’, decía Russel Crowe en La Voz Más Alta. Y como sucede en el caso de Fox News, en España debe entenderse que el papel, la estrategia y el estilo de los medios es inseparable de la política, de ciertos personajes políticos y de sus estrategias y campañas.
“Y otra cosa que están haciendo y que ya no ocultan y ya empieza a venir en los programas electorales y lo venimos avisando desde hace tiempo: el fomento de las drogas.” Ayer, el PP de Madrid colgaba un video en sus redes de un mitin de Ayuso acusando a la izquierda de fomentar el consumo de drogas y del narcotráfico, para entrometerse en nuestro Estado de derecho para debilitarlo. “Miren cómo está Canadá’, dice la presidenta. Y para rematar, acusa a Podemos de decir que tener una vivienda es franquista. El tuit es respondido por varios usuarios con humor, o recordando la detención por conducir ebrio de Miguel Ángel Rodríguez, director del Gabinete de la Presidencia de la Comunidad de Madrid.
El vídeo de Ayuso sobre las drogas me saltó en Twitter de casualidad, pero hay decenas de miles de ejemplos similares que ilustran cómo se retuerce la verdad y cómo se trata de idiota a tu público. En los EEUU, Donald Trump nos dejó una buena muestra de ello, siendo él mismo un producto televisivo que acabó instalándose en la Casa Blanca, precisamente por esa espectacularización a la que ha sido conducida la política y esa intromisión constante en lo público de quienes se sirven de ello para su propio beneficio o su propio ego.
El problema es creer que tanto Carlson como Trump, que Ayuso o Abascal, viven en una realidad paralela, se creen sus propias mentiras o son estúpidos. Son personas inteligentes, bien asesoradas, que no dan un paso en falso y miden muy bien lo que dicen, cómo, cuándo y para qué, y que han aprendido a que las emociones venden y estimulan más que las informaciones. Pasa en la política como en el periodismo, y no es nuevo, sino que es el estilo que se ha instalado desde hace tiempo. Y sigue siendo un negocio rentable.
Si Carlson ha caído, es por la magnitud del daño que hace a la empresa, no a la sociedad a lo largo de su carrera periodística. Y quien ha podido tumbarlo ha sido otra empresa. Y no por cuestiones éticas sino económicas. La desinformación, la toxicidad, la manipulación y la chabacanería disfrazada de información o de política siguen siendo rentables. Y van a seguir siendo impunes a pesar de la salida de Carlson. Este debería ser el foco del debate y lo que nos debe hacer reflexionar sobre el periodismo y la política, más allá de las cabezas que rueden por distintas razones, mientras la maquinaria del fango y la mentira sigue en marcha con otros rostros o con otros nombres.
Columna de opinión de Miquel Ramos en Público, 26/04/2023
“¡Te reprendo, Satanás! ¡No puedes tocarme!”, grita la pastora saturando el micrófono y cruzando de un lado a otro del escenario mientras un organillo atonal añade todavía más estridencia a la escena. Es un fragmento de uno de los sermones de la fundadora de la Iglesia Cristo Viene en Usera (Madrid), Yadira Maestre, que circuló por redes después de que el pasado fin de semana participase en un acto del PP en Madrid titulado ‘Europa es Hispana’. A dos meses de las elecciones, el PP se lanza a la caza del voto latino más allá de los millonarios venezolanos del barrio de Salamanca, y se mete de lleno en los barrios obreros con otra vaselina: el evangelismo, la música y las habituales críticas a los gobiernos de izquierdas de Latinoamérica.
En este evento, la lideresa espiritual evangélica, a la que esta vez no acompañaba el organillo ni se movió de su atril, pidió a Dios la bendición y la protección de los líderes del Partido Popular, Feijoo, Almeida y Ayuso, y escenificó públicamente su apoyo. “Creemos, Dios mío, que tú eres el Dios Todopoderoso, aleluya, para que se siga expandiendo tu palabra.” Y es que hace tiempo que la comunidad latina es mentada por líderes como Ayuso, quien, cuando habla de migración, siempre mira hacia allí y siempre se olvida (cuando habla bien), de nuestros vecinos del sur. La propia Yadira Maestre lleva años viéndose con el PP, y hasta cedió su templo en junio de 2021 para recoger firmas contra los indultos a los presos catalanes del Procés.
Hay una semejanza evidente entre la fe religiosa y la política, entre los recursos, los discursos y los fanáticos de unas y otras ideas, y entre la instrumentalización que hacen algunos líderes de estos credos para su propio beneficio. Y hay intereses a menudo compartidos y alianzas interesadas. Las creencias y los valores nos ayudan a situarnos en el mundo, a encajar sus piezas, a tener una suerte de guion en la vida, de límites, interpretaciones y justificaciones. Existen agnósticos, incrédulos y conversos, y existen fundamentalistas de una u otra ideología que nada tienen que envidiar a los religiosos, incapaces de aceptar discrepancia alguna, y dispuestos a justificar cualquier cosa por su fe o por sus ideas, por un bien superior. Y es que el cielo y el infierno al que las diferentes confesiones aluden se asemeja a menudo al que se refieren los políticos cuando hablan del adversario o de ellos mismos.
El voto de los evangelistas ya se ha convertido en un botín preciado en España, como lo es desde hace años en otros países como Brasil o Estados Unidos, donde los seguidores de esta fe han sido claves para las presidencias de Donald Trump y Jair Bolsonaro. La editorial Capitán Swing publicó recientemente en castellano el magnífico trabajo de la historiadora norteamericana Kristin Kobes Du Mez titulado ‘Jesús y John Wayne: Cómo los evangélicos blancos corrompieron una fe y fracturaron una nación’, que muestra la influencia política de estos líderes religiosos en Estados Unidos y su batalla política y cultural. Hoy parece que los tenemos aquí dispuestos a librar esa misma guerra, y que las derechas ya les han puesto el púlpito y el micrófono, como anteriormente y todavía hoy siguen haciendo con la santa madre iglesia.
Más allá de lo que a cualquier agnóstico o ateo le puede parecer un sermón, no se debe menospreciar la importancia y la capacidad que tienen estos líderes religiosos y estas comunidades a la hora de influir en la política. Hay que prestar gran atención a lo que los políticos conceden a estos grupos y en qué medida va a afectar a nuestras vidas, creamos o no en su dios. Los derechos conquistados a lo largo de la historia, por mucho que creamos que son ya inamovibles, siempre se pueden perder. El laicismo y la aconfesionalidad del Estado, es la garantía por la que conviven las diferentes creencias sin que ninguna condicione la vida pública del resto de la ciudadanía a través de la política y de las instituciones. La irrupción o la permanencia de las agendas religiosas en la política son un peligro para las democracias y para la diversidad de creencias que las componen.
“Nuestro objetivo desde el PP es unir las relaciones con estas iglesias evangélicas, en torno al proyecto y al programa del PP de Madrid”, dijo el vicesecretario de Electoral del PP de Madrid, Jorge Rodrigo tras reunirse con la pastora evangélica Yadira Maestre en junio de 2022. El PP y las derechas globales saben que en los fundamentalismos religiosos tienen buenos aliados. Sobre todo, para librar las batallas culturales habituales contra los derechos de determinados colectivos, como ya hicieron contra el matrimonio igualitario, la ley del aborto, la eutanasia o en su día, el divorcio.
Decía Gabriel Rufián desde la tribuna en el Congreso de los Diputados contestando a la moción de censura de Vox, que la derecha siempre te receta España cuando algo va mal. Si tienes hambre o no tienes casa, España siempre está ahí. Y las banderas te lo recordarán. Si no te abraza tu marido, decía Yadira en uno de sus sermones, “No importa. Que te abrace Jesús, el Espíritu Santo. Pero no busques un abrazo del diablo, de la gente endemoniada, de hombres astutos hijos de Satanás”.
Yo no sé quién va a abrazar a los miles de ciudadanos a los que echan de sus casas cada día, a los que no llegan a fin de mes o a los que no pueden pagarse un médico para sortear las listas de espera en la sanidad pública. Quizás Ayuso esté pensando en que las sanaciones milagrosas que publica Yadira Maestre en sus redes alivien dicha precarización. Lo que está claro es que ni los que gobiernan, ni los que quieren gobernar, ni los que recetan banderas y aleluyas ante cualquier problema, tienen ninguna intención de abrazar a nadie.
El periodista de ‘The New Yorker’ reflexiona sobre la ‘Alt-Right’, Trump y la deriva conservadora en Estados Unidos: “La ‘Alt-Right’ es una vieja ideología disfrazada de algo nuevo”. Desde la era Trump y el asalto al Capitolio, muchas cosas han cambiado en Estados Unidos. Recientemente se ha aprobado una ley en Florida que está provocando la retirada de varios libros con contenidos LGTBI o con perspectiva de género. También se están viviendo numerosas manifestaciones de grupos neonazis y fascistas contra actos LGTBI y hemos visto cómo las leyes el aborto han dado marcha atrás.
En la sección Entrevistas Antifascistas, hablamos con Andrew Marantz, periodista de The New Yorker y autor del libro Antisocial. La extrema derecha y la libertad de expresión en Internet (Capitán Swing), sobre el papel de la Alt-Right en el país norteamericano.
Empecemos por el principio. ¿Qué es la Alt-Right? ¿Dónde nace?
Hay una forma de definir la Alt-Right que empieza en 2014 o 2015. Y otra forma de definirla en la que nos remontamos a miles de años atrás porque el odio, la desinformación, la xenofobia… no fueron inventadas por Internet. Estas cuestiones ya existían mucho antes de Internet. El reto, sin embargo, llega cuando estas tendencias humanas básicas o emociones humanas entran en contacto con un nuevo sistema de distribución de la información. Así que sobre 2014 o 2015, varios periodistas empezamos a darnos cuenta de que muchas cosas que eran oficialmente ideas marginales empezaban a ser impulsadas en el discurso mainstream americano.
El odio, los prejuicios, el antisemitismo, la misoginia, el racismo… no eran nuevas ideologías. En muchas maneras, los Estados Unidos fueron fundados sobre esas ideologías. Pero hubo un tiempo, digamos que a mediados del siglo XX, cuando estaba mal visto decir estas cosas abiertamente en la sociedad. O construir un movimiento político en torno a ello. Y había la idea de que, si construías un movimiento político en torno al racismo o a la intolerancia de forma abierta, simplemente no funcionaría. La Alt-Right fue un intento de decir: “Bueno, ¿y si intentamos una política muy cruda y básica que se identifique principalmente con el hombre blanco?”. Y por una gran variedad de razones –incluyendo cómo se se distribuye la información en Internet– fue mucho más poderoso de lo que mucha gente pensó que sería. Y empezamos a ver estas ideologías oficialmente marginales tomando fuerza.
Y ahora además puedes medirlo estadísticamente porque Internet mide todo. En redes sociales puedes ver que, cuando dices algo como “no quiero jugar a un videojuego hecho por una mujer” o cualquier otro ejemplo similar, el mercado dice ¿qué números avalan esta idea? Así que, en resumen,la Alt-Right es una vieja ideología disfrazada como algo nuevo.
¿Qué papel tuvo Donald Trump en la normalización de la Alt-Right? ¿Y los medios de comunicación afines?
Hay responsabilidad en las dos direcciones. Creo que Donald Trump ayudó a la Alt-Right y la Alt-Right ayudó a Donald Trump; él ayudó a los medios y los medios ayudaron a Trump. Estas relaciones son siempre transaccionales y un poco incómodas.
Y, desde mi punto de vista, hay algo más que es incómodo de admitir pero que merece la pena que lo tomemos en serio y es que yo también he tenido a veces una mayor relación transaccional con esta gente de lo que me gustaría admitir. Quiero pensar que sólo estoy investigando y cubriendo todas las cosas malas que la gente hace en Internet y eso es cierto. Pero… también hay otro aspecto y es que mucha de esa gente quiere que yo los exponga porque quieren atención. Incluso atención negativa. Intento ser tan responsable éticamente como puedo pero es algo con lo que tengo que lidiar como dinámica.
Pero Trump, no sé… no creo que estuviera lidiando con eso. Creo que simplemente pensó “toda atención es buena” y siguió el viejo dicho de “no existe la mala prensa”. Y resulta que las redes sociales premian todo lo que es muy impactante, cualquier cosa que te haga latir el corazón muy fuerte. Así que no es que Donald Trump fuera una especie de programador brillante o que entendiese Internet de alguna manera profunda. Él solo tenía una compresión instintiva de esto, que viene de los tabloides en los 70 y 80, que le decía que si eres realmente impactante y sigues haciendo cosas que a la gente le cuesta creer pero no pueden dejar de mirarlas, entonces tendrás más atención. Y sí, puede que dañe tu reputación o tu dignidad o tu orgullo. Pero… no parecía que a él le importara nada de eso.
El libro se publicó antes de que Trump perdiera las elecciones y, por lo tanto, antes del asalto al Capitolio. ¿Qué ha cambiado desde entonces? ¿Qué papel tuvo la Alt-Right en el asalto del Capitolio? Y ¿qué se está viendo ahora con la investigación?
Sí, es interesante porque estábamos diciendo que muchas de estas cosas son chocantes cuando pasan por primera vez y luego se normalizan. Después es como que se diluye en el contexto. Así que muchas de las cosas que veía en 2015 como increíblemente chocantes, ahora suceden todo el rato.
Si alguien intenta presentarse a presidente y presenta una plataforma donde plantea que hay una conspiración global dirigida por élites cosmopolitas que están controlando el mundo en secreto… esto era muy sorprendente en 2015 o 2016. Ahora es sólo un tema de conversación popular que todo tipo de políticos dicen y no es algo impactante y vulgar que únicamente Donald Trump se atreve a decir. Así que diría que parte de lo que ha cambiado entre las elecciones de 2016 y las de 2020 es que algunas de estas cosas se han normalizado tanto que el hecho de que pasen todo el rato se nota menos.
El verano y otoño de 2020 fueron periodos muy volátiles y chocantes en la historia de América. Y hubo muchos factores: el confinamiento por COVID, las protestas de Black Lives Matter… Hubo muchas cuestiones que la gente podía usar para aumentar el miedo y la inseguridad. Y, al final, Trump no fue capaz de ganar esas elecciones. Pero no creo que esto signifique necesariamente que su victoria fuera algo casual y puntual.
Creo que las elecciones de 2016 fácilmente podrían haber tenido otro resultado. Y las de 2020, también. Estamos un poco estancados en Estados Unidos y hay situaciones similares en otros países –diferentes pero similares–, en las que cada una de las elecciones es como lanzar una moneda al aire. Quiero decir, la balanza puede inclinarse a un lado o al otro pero la dinámica esencial –un bloque político de inclinación autoritario, un bloque de inclinación progresista y muchas cosas en el medio– se mantiene.
Así que contestando más específicamente a tu pregunta, estuve siguiendo a los Proud Boys viéndoles meterse en peleas callejeras, luchando por entrar en los edificios y dando esas grandes fiestas haciendo una especie de orgía en celebración de la violencia. El nombre de los grupos puede haber cambiado, puede cambiar cómo se presentan o su uniforme. Todo eso se basa en la conveniencia política. Pero el impulso subyacente no cambia. Porque hay siempre esta tendencia en algunos segmentos sociales o de los medios de decir: “Oh, qué momento más raro fue. Qué bien que haya terminado”. Por ejemplo, si Trump no gana las elecciones en 2024, seguramente veremos a mucha gente de todo el mundo respirando con alivio y diciendo: “Vale, se ha acabado. Ese capítulo de nuestra historia está cerrado». Pero si miras todo esto detalladamente, no es cosa de una persona o de una docena de personas o de una docena de grupos. Es un problema de fondo y estructural.
¿Se han tomado en serio las autoridades –sobre todo a raíz del asalto al Capitolio– la amenaza que supone la normalización de la Alt-Right para las propias instituciones y la propia democracia?
Creo que alguna gente se lo toma en serio pero creo que se podría haber tomado más en serio. Cuando estábamos viendo el asalto al Capitolio del 6 de enero en tiempo real había toneladas de vídeos porque la propia gente que lo estaba haciendo estaba retransmitiendo en directo. Y en muchos podíamos ver a agentes de policía sacándose selfies con ellos o dejándoles entrar sin intentar pararlos. No sé si se tomó suficientemente en serio porque era una narrativa compleja para la mayoría de americanos el aceptar que realmente podían ser algo podrían haber simpatizantes de los insurrectos dentro de las fuerzas de seguridad.
Creo que cuando lo vimos en Brasil, se aceptó muy fácilmente. Tuvimos a Lula saliendo al día siguiente y diciendo vamos a echar a los simpatizantes dentro de las fuerzas de seguridad. Y eso es algo que haces cuando tienes experiencia en tu país sobre cómo actuar para parar un golpe. El estilo norteamericano de lidiar con esto es decir: “Bueno, así no es como somos nosotros. Los estadounidenses somos mejores que eso y nunca haríamos algo así”. Entonces, incluso cuando ves un vídeo de las fuerzas de seguridad de EEUU haciendo algo así, hay muchos estadounidenses que no quieren verlo o encuentran la forma de explicarlo.
Creo que todo el incidente que nos llevó hasta el asalto al Capitolio y el análisis de lo que significó no ha sido digerido del todo por el público estadounidense e incluso por sus líderes. Porque sí, podemos condenarlo y decir que está muy mal tratar de derrocar un Gobierno electo y que no nos gusta que destruyan propiedades o lo que sea. Pero la verdadera importancia de esto es cómo pudo llegar tan lejos y creo que eso no ha penetrado del todo en el discurso. Seguimos estancados en un nivel muy superficial de “no consiguieron derrocar al Gobierno así que olvidémoslo”.
Por otro lado, tenemos a gente diciendo que casi dieron un golpe y lo van a conseguir la próxima vez, lo que creo que es una conclusión arriesgada. Fue un evento muy serio pero no creo que fuera tan serio por que fuera a funcionar. Creo que fue serio debido, de nuevo, a las corrientes subyacentes, a los deseos y métodos ideológicos que representó. Y referente a tu pregunta, creo que hay muchas conexiones aquí.
Hay gente en el Congreso que ha expresado su simpatía abiertamente con la gente que se amotinaban en el Capitolio. No sé si eso requiere ser investigado. Sólo son personas diciendo algo. La pregunta es qué haces con esa información. Tienes miembros electos del Congreso que, sinceramente o para sumar puntos, expresan simpatía con personas que intentan parar unas elecciones democráticas. No sé qué hacer con esa información salvo esperar que no sea una estrategia política ganadora. Pero en algunos partidos y distritos lo es. Así que esta es una de las paradojas de la democracia. Tienes elecciones democráticas donde la gente puede ser reelegida con una plataforma antidemocrática. Creo que es bastante peligroso tener un gobierno lleno de gente que no quiere que ese gobierno siga existiendo.
Recientemente se ha aprobado una ley en Florida que está provocando la retirada de varios libros con contenidos LGTBI, sobre temas de género, sobre la teoría crítica de la raza… Sin embargo, lo que nos llega aquí es que existe una supuesta teoría de la cancelación que está tratando de, digamos, censurar cierta incorrección política. ¿Qué hay de cierta en la cultura de la cancelación en EEUU?
Ha habido esta asociación exitosa que ciertas personas han hecho –creo que a propósito– entre la cultura de la cancelación y la izquierda «censora» o de la gente que quiere decirte qué debes decir como algo que proviene de universitarios woke. La ley en Florida se llama la Stop W.O.K.E Act (Acta Parar a los Progres) y fue cosa de Ron DeSantis, quien parece querer presentarse a presidente siguiendo el legado de Trump y claramente está viendo esto como una herramienta política que puede usar para decir “los woke (progres) quieren silenciarnos y yo voy a ser vuestro ganador”. Cuando, por supuesto, la propia ley es una mayor amenaza para la libertad de expresión que cualquier cosa que diga cualquier estudiante de instituto.
Esta es una de las veces en que la narrativa realmente ha superado los hechos. ¿Hay alguien en algún lugar que esté intentando cancelar a alguien de izquierdas? Quizá exista. Seguro que hay ejemplos de alguien en Twitter gritando a alguien y diciendo “no puedes decir eso porque me ofende”. Pero la mayor amenaza en términos de imponer la fuerza de la ley viene de gente que, como el gobernador de Florida, quiere usar la ley para silenciar a la gente. Veremos qué pasa en los juzgados. Pero me parece que esa ley claramente viola la Constitución. Es el Estado usando su poder para prohibir libros en las aulas. Esa es una violación clásica de la Primera Enmienda. Si existe la cultura de la cancelación, esa ley es un ejemplo perfecto de eso.
En otros lugares hay leyes contra el BDS, el movimiento de boicot, desinversión y sanciones. Hay lugares donde, de acuerdo con la ley estadounidense, no tienes permitido apoyar a los palestinos que quieren boicotear los productos israelíes. Eso me parece una clara violación de libertad de expresión y viene de la derecha. Pero debido a la narrativa de que la izquierda es la facción censora woke (progre) dentro de la política estadounidense, de alguna manera esas acciones de censura desde la derecha no se asocian a ellos o no son recordadas porque no encajan en la narrativa. Así que, de alguna manera, se olvidan.
Entonces, creo que es genial defender la libertad de expresión. Sería genial que la gente lo hiciera de una forma un poco más consistente y, sobre todo, que lo hicieran con un ojo puesto en lo que el Gobierno está haciendo. Por supuesto, creo que es molesto cuando alguien grita en las redes sociales pero no es lo mismo que el Gobierno prohibiendo un libro. Tienen diferentes pesos y diferentes impactos.
En Europa tenemos una histórica controversia sobre los límites de la libertad de expresión. En España, por ejemplo, tenemos a raperos en prisión. Y, sin embargo, están permitidas las expresiones de apología del nazismo, del fascismo… aunque haya leyes que se supone que las prohíben. ¿Debería haber límites a la libertad de expresión?
Es realmente difícil acertar. Y creo que es normal que el contexto americano y el europeo sean distintos porque creo que tiene que ver con cómo entendemos la historia del fascismo. No creo que los Estados Unidos sean inmunes al fascismo. Obviamente. Eso es parte de mis motivos para escribir este libro. Pero creo que tiene una historia diferente.
Para mí, hay una línea entre lo que el gobierno puede hacer para restringir y lo que las empresas privadas o los ciudadanos particulares pueden hacer. Puedo entender que hay lugares donde puede haber razones para cambiar el régimen legal o hacer excepciones en el mismo. Pero, en el contexto de EEUU, no tenemos leyes contra la negación del Holocausto, por ejemplo. En Alemania las tienen, en Israel también, en Francia también… ¿Hay una ley en España que prohíbe decir que el Holocausto no sucedió?
Es legal negar el Holocausto aunque en el Código Penal existe una figura que se supone que penaliza la denigración de las víctimas y la apología del genocidio. Pero es ambigua. Por ejemplo, en el cementerio de la Almudena hemos visto un homenaje a los voluntarios españoles que combatieron por Hitler. Y no ha habido sanción. La ley existe; la manera de aplicarla es otra cosa.
Es lo mismo en los Estados Unidos. Puedes tener una ley y después la forma en que se aplica. Yo me siento cómodo con una ley en la que el Estado no interviene y no prohíbe la mayoría de los tipos de discurso. Nunca es 100% porque hay tipos de discurso que el Estado sí prohíbe, como la pornografía infantil o el chantaje, soborno o lo que sea. Pero me parece bien tener un régimen legal que dice que «no vamos a castigarte penalmente si dices algo en apoyo de los nazis o si usas un discurso de odio». No hay leyes contra el discurso de odio en los Estados Unidos o ese estándar es extremadamente alto. Tiene que haber un peligro claro y presente de incitar a la violencia. No puedo decir «quiero que vayas a agredir a esa persona», pero puedo decir «los nazis eran buenos» o algo así.
Pero creo que donde la gente se confunde es cuando dicen: «Vale, no queremos tener leyes en contra de esto. Entonces, por lo tanto, no queremos que Facebook o Elon Musk hagan una regla al respecto». Creo que es perfectamente coherente decir: «Vale, no quiero que el gobierno de Donald Trump me diga lo que puedo decir, pero sí quiero que Mark Zuckerberg haga una regla diciendo que no se puede ser nazi en Facebook». Esas cosas no me parecen inconsistentes. Y el hecho de que el discurso haya sido instrumentalizado para que una cosa sea intercambiable con la otra… me parece que es simplemente falso.
Obviamente, es difícil. Las redes sociales se han vuelto muy poderosas. Se ha convertido casi en una especie de plaza pública. Y entonces tenemos que pensar estas cosas con cuidado. No quiero a Mark Zuckerberg para tener el control de mi vida. Pero hay una distinción real entre alguien diciéndome que no va a difundir mis ideas algorítmicamente en la plataforma de su empresa privada y el gobierno metiéndome en la cárcel.
Hay una parte del libro en la que hablas sobre periodismo, sobre el papel de los y las periodistas. Dices: «Cuando se alude a cuestiones de principios fundamentales no siempre es posible ser imparcial y honesto al mismo tiempo». ¿Por qué se considera periodistas a aquellos considerados neutrales pero a los que dicen abiertamente que en temas de derechos fundamentales no lo son se les tilda de activistas?
Ha habido un periodo muy largo de formación –y hasta podría decir adoctrinamiento dentro de los medios– en que la cosa más importante era ser neutral y objetivo. Y es genial ser neutral y objetivo si eso fuera lo único en el mundo, si tan solo existiera en el vacío. Pero, ¿cómo el valor de la objetividad –si realmente existe– se compara con otros valores como el respeto, los derechos humanos, la dignidad humana y la fidelidad a la verdad? Cuando esas cosas están en conflicto, muchos periodistas simplemente se vuelven como robots que cortocircuitan diciendo «no puedo procesarlo».
Creo que parte del problema es que hay esta tradición dentro del periodismo de que no debes ser una persona con cerebro. Se supone que debes ser alguna clase de recipiente para hechos objetivos. Y hay un tipo de periódico muy crudo y tradicional donde no hay opiniones, no hay pensamientos. «Acabo de ver lo que pasó y lo he escrito». Y eso siempre ha sido una ficción. Pero creo que se está volviendo realmente irritante y agudo. No puedes salir al mundo y decirme que el papel objetivo de un periodista es decir: «Bueno, a algunas personas parece gustarles mucho el autoritarismo y otras personas no y voy a darle una cita a cada uno». Eso en realidad no es un periodista. haciendo su trabajo. No puedes simplemente consolarte a ti mismo diciendo «le di el mismo espacio a ambos lados, así que mi trabajo aquí está hecho». Tienes que pensar un poco más allá. Y creo que si no puedes ver eso después de Donald Trump, el Brexit, Modi, Netanyahu, Orban… Si no puedes ver eso ahora, no sé cuándo lo vas a ver.
A ti también te han llamado activista, ¿verdad? (risas)
Realmente no creo que esa distinción tenga mucho sentido. Si me convierte en un activista decir que es una estupidez citar por igual al Proud Boy que golpea a una mujer en la calle y a la mujer que es golpeada por el Proud Boy, pues vale. Me pondré del lado del ciudadano golpeado en la calle. Tendré que vivir con eso.
Collier Gwin parece relajado, mantiene el rostro impasible apoyado en una barandilla y cruzando las piernas mientras sujeta una manguera. Está rociando con agua a una mujer que permanece sentada con la cabeza cubierta por un pañuelo y envuelta en un ovillo de mantas. Ella trata de parar con las manos, sin éxito, el agua que la empapa. Hace frío y ha llovido. Collier es propietario de la galería de arte Foster Gwin Gallery en Jackson Square, San Francisco, a pocos metros del suceso. Dice que había llamado varias veces a la Policía para que se la llevaran, pero que tan solo la meten un par de días en un albergue (o en un calabozo), y de nuevo la sueltan. Y allí estaba ella, junto a su negocio, con sus bártulos, una vez más. No sabemos cómo se llama. Yace tirada junto a un contenedor de basura. Es una mujer negra, pobre, como tantas otras que malviven por las calles de la ciudad californiana sin techo, sin pan, sin dignidad.
La imagen, captada por un vecino, corrió por redes la pasada semana y causó una gran indignación. De hecho, se ha abierto una investigación al respecto. Sin embargo, no todos los comentarios mostraban su condena a esta acción. Como suele pasar en toda red social, además de la empatía de la mayoría también supura el pus del odio y la crueldad de unos cuantos. Varios internautas bromeaban con esta humillación y el color de piel de la víctima: ‘le habrán quitado el color’, ‘encima que le da una ducha gratis’, y muchas otras muestras de vileza que solo desde el cobarde anonimato o desde la impunidad que ofrecen las redes se atreven a hacer algunos. Otros, en cambio, buscaban mil excusas para justificar la acción: una supuesta camarera afirmaba que los sintecho defecan en la calle, son sucios y molestan. Otro empezó a suponer que la víctima era en realidad la que lo había provocado, que se empeñaba en permanecer junto a un contenedor delante de su galería de arte, causando un grave perjuicio al negocio.
No es ninguna novedad que, ante cualquier denuncia de abusos, surjan este tipo de personajes empeñados en justificarlos de cualquier manera. Pocas semanas antes se viralizó el vídeo de un agente de la Policía local de Jerez de la Frontera golpeando la cara de un hombre con una porra extensible. Primero la misma Policía y después hordas de tuiteros defendieron esta clara actuación antirreglamentaria por lo que supuestamente había hecho antes el chico que recibió el porrazo. Aunque en el momento del golpe, éste permaneciera quieto, sin actitud de atacar a nadie, ni siquiera alterado. Nada justificaba ese golpe.
Lo mismo sucedería esta semana con un hecho todavía más grave: la muerte de un profesor afroamericano tras recibir varias descargas de una pistola taser mientras se revolvía en el suelo, indefenso e inmóvil. De nuevo, la propia Policía de Los Ángeles, donde tuvo lugar el suceso, filtró a los medios el supuesto consumo de drogas de la víctima, que habría provocado la parada cardiorrespiratoria después de recibir múltiples descargas eléctricas de la policía. No faltaron tampoco esta vez los justificadores habituales, algunos escudados en la versión policial, pero muchos otros lanzados sin ningún pudor a demostrar su racismo. Keenan Anderson, la víctima, era primo de uno de los fundadores del movimiento Black Lives Matter, por lo que el trofeo era aún mayor, así que aprovecharon la carambola para cargar, una vez más, contra el antirracismo, y como no, contra los negros. También se filtró el video completo de cómo empieza todo, y este, lejos de justificar la acción de la Policía, todavía acredita más la innecesaria y mortal actuación.
Thank you for watching
Estos tres ejemplos recientes vuelven a interpelar a esas reflexiones que algunos nos hacemos constantemente sobre la maldad que habita en algunas personas. Su desprecio por la vida y la dignidad, su vileza y su filia por la autoridad, aunque esta sea injusta e inhumana, nos sirve para entender cómo han sido y son posibles las peores atrocidades de nuestra historia. Desde los genocidios hasta las torturas suceden gracias a este tipo de gente, que, a pesar de las supuestas lecciones que nos debiera haber dado la historia, se resisten a la empatía y abrazan el sometimiento y la humillación como forma de construir y mantener un supuesto orden en una sociedad. Su sociedad. Su orden.
En el presente sea quizás la guerra de Ucrania lo que nos muestra en gran medida algunos ejemplos de ello, cuando numerosas cuentas en redes sociales de uno u otro lado se regocijan ante las explosiones y las pilas de cadáveres desde el primer día. Da verdadero asco ver cómo algunos parecen estar jugando a un videojuego o viendo una serie bélica desde su casa cuando bromean o festejan cuando las bombas caen en el bando contrario al que han elegido. También los que se instalan en la negación cuando esas bombas que han causado esta u otra masacre de civiles se le atribuyen a su bando. Los suyos nunca se equivocan. Los otros merecen todo lo peor. No hay piedad.
Hay múltiples ensayos sobre la maldad y las convenciones morales que tratan de explicar en qué momento una sociedad avala un genocidio, idolatra a un asesino, celebra la violencia o acepta la tortura. La deshumanización, el odio, su ejecución y su justificación anidan en todas las sociedades, quizás también en todo ser humano, y solo hace falta un buen abono que le permita fertilizar y crecer, sobre todo cuando no existen alertas ni quien diga basta.
Los comentarios que estas semanas han dejado algunos ante los sucesos relatados, aunque sean minoritarios, dejan siempre un mal sabor de boca, pero encienden una pequeña luz de alerta que nos hace no perder de vista que existen cómplices, seres despreciables que conviven entre nosotros, que permiten, con su indolencia, su adscripción o su equidistancia, que los abusos no solo no se sancionen legalmente demasiadas veces, sino que se toleren y se consensuen como un mal menor. O ni siquiera como mal. Que algunos pretendan justificar sus excesos con excusas técnicas o manipulando el relato para que estos queden impunes, se podría entender de modo egoísta y corporativista. Pero el regocijo en la maldad es otro cantar.
No se me olvidan las ‘bromas’ de algunos policías sobre los mutilados durante varias manifestaciones haciendo circular por sus chats algunos memes con ojos amputados, en referencia a las víctimas de las balas de goma. Tampoco el reciente chat descubierto a la manada de violadores de Castelldefels, hablando de sus víctimas como si fuesen objetos, regocijándose en su abuso y su humillación. Estos serían ejemplos brutales que ocurren cerca, ahora, y que son evidentes. Pero obviamos ese odio que se va sembrando poco a poco, a veces pretendidamente invisible para muchos, pero que va calando como lluvia fina. Ese prejuicio que ha germinado en aquellos que creen que Anderson se lo merecía por ir drogado. Que las víctimas de Castelldefels o de la manada de San Fermín se lo buscaron, o que Collier Gwin tan solo mojó a una sucia y molesta muerta de hambre que molestaba a los clientes de su galería de arte.
La deshumanización siempre es el primer paso para la barbarie. El andamiaje de una ciudadanía indolente ante los abusos, servil ante los poderosos y partícipe de lo humillante es un proceso lento pero constante y efectivo. De ello se encargan no solo versos libres (o programados) en redes sociales, sino gran parte del consenso político y mediático que siempre muestra reparos a cuestionar las versiones oficiales cuando la víctima es un sospechoso habitual por haber sido previamente deshumanizado por su condición, ya sea racial, social, sexual o de cualquier tipo. Pero vale la pena escuchar a aquellos que así se muestran, pues nos permiten no solo entender cómo llegan a tales prejuicios, sino qué tipo de personas son, y en qué lado de la historia van a estar en un futuro.
Columna de opinión en Público, Miquel Ramos 18/01/2023
La conquista del sentido común es siempre imprescindible para conquistar el poder político. La hegemonía cultural de la que hablaba Gramsci, la pugna por lo obvio es un terreno de juego donde todo es posible y nada es para siempre. Desde que la ultraderecha descarnada consiguió sus escaños y pasó a formar parte del juego, venimos hablando de batallas culturales que tratan de presentarnos la negación de derechos como algo negociable en democracia, y nos hemos llevado las manos a la cabeza viendo cómo, derechos y consensos mínimos, eran dinamitados sin piedad, como la reciente regresión en los derechos de las mujeres en los EEUU con las leyes de interrupción del embarazo, o el paso firme hacia el posfascismo de países como Hungría o Polonia.
Advertir del problema que supone la normalización del odio que representa la ultraderecha no nos debe impedir ver cómo muchos de aquellos que la usan como espantajo son en realidad quienes mejor la rentabilizan. Por una parte, presentándose como el tapón que evite entrar a los ultras. Por otra, como bien dijo su líder Santiago Abascal en una entrevista reciente, “ya hemos logrado un cambio cultural en España y que a la izquierda ahora el PP le parezca centrado. Debates vetados ahora se tienen”.
Pero algo semejante se está librando mucho más allá de la derecha, y no ahora, sino desde hace demasiados años ya como para no verles el pelo. A la derecha la ves venir, y cada vez más, pero la venta de lo obvio por parte de quienes se creen todavía de izquierdas es un drama que la clase trabajadora y los colectivos diversos que la conforman están pagando cada vez más caro.
Decía Pedro Sánchez que la OTAN es una garantía para la paz, que “pertenecer a la OTAN es fundamental para garantizar lo que somos, nuestro modo de vida, nuestra estabilidad y el futuro de las generaciones próximas”. No es la primera vez que se habla de ‘modo’ o ‘estilo de vida’ desde la fortaleza europea, y con decenas de cadáveres de personas que intentaban llegar, enterrados en una fosa común a escasa distancia de nuestra frontera. Ya lo hizo Borrell en 2019 cuando afirmó que la inmigración es el disolvente más grave que tiene hoy la Unión Europea”, mientras el mediterráneo se tragaba miles de personas que trataban de llegar a Europa. Nuestro estilo de vida permanece porque miles de negros y pobres mueren. Igual que hace 500 años.
Esto es en realidad una vuelta de tuerca más a eso obvio que decíamos al principio, ese sentido común cada vez más disputado y secuestrado por las necropolíticas neoliberales. El mismo año que Borrell vomitó citada estupidez, Ursula von der Leyen fue duramente criticada tras colocar bajo la vicepresidencia de Protección del estilo de vida Europeo comisarías relacionadas con la migración. “Unas fronteras fuertes y un nuevo comienzo en materia de migración” era el lema. “Toda persona tiene derecho a sentirse segura en su propio hogar”. “Fronteras exteriores fuertes”. “Proteger el estilo de vida europeo”. Todo bien junto. El marco de la extrema derecha, relacionando inseguridad con inmigración, y contraponiendo ‘estilo de vida europeo’ a personas migrantes. Y entonces, Marine Le Pen se colgó la medalla: “Se ven obligados a reconocer que la inmigración plantea la cuestión de mantener nuestro modo de vida”, afirmó la ultraderechista. Por eso, las palabras de Pedro Sánchez, con los cadáveres de Melilla sobre la mesa y tras sus crueles e inhumanas declaraciones sobre lo ‘bien resuelto’ que estuvo el tema, no desentonan nada con las medallas que se pone la extrema derecha incluso cuando no participa.
Mientras, produce auténtica vergüenza ajena ver cómo los mandatarios de la OTAN y sus consortes son tratados como si fueran estrellas de Hollywood. Los medios hacen reportajes sobre las habitaciones de 18.000€ la noche en hoteles de lujo y sus comilonas obscenas. Y sobre el despliegue policial sin precedentes en Madrid, para mostrar al resto del mundo lo preparada y bien armada que está nuestra policía. Esto, no solo ha trastocado la vida diaria de los ciudadanos sino que está suponiendo un recorte en derechos y libertades para cualquiera, y más todavía para quien pretenda ejercer su legítimo derecho a la protesta, como hemos visto estos días anulando incluso el derecho de manifestación. Todo para que los amos del mundo se coman tranquilos sus ostras y decidan cuanto quitan de educación y sanidad para comprar misiles, barcos y aviones de guerra.
Jill, la esposa de Joe Biden, visitaba un centro de refugiados ucranianos para la típica foto caritativa que las estrellas y hasta los dictadores se hacen alguna vez con personas bien jodidas por algo. Creo que no fui el único que pensó que bien podría haber visitado en Melilla a los supervivientes de la masacre de este fin de semana. Y si es que le quedaba lejos, pásese usted por un CIE. En realidad, no hace falta, porque en su país hay también muros y alambres y cadáveres en las fronteras, como los hallados hoy en un camión abandonado en Texas, con los cuerpos de hasta cincuenta personas migrantes. Como en todos los países de la OTAN que hoy se muestran ante el mundo como los garantes de la paz y de los derechos humanos. La despensa de las vidas sin valor. Nuestro modo de vida.
Con este circo, cuya batuta siempre la llevan los EEUU, pretenden que aumentemos el gasto militar y nos sigamos subordinando a sus intereses haciéndonos creer que son también los nuestros. Todos apretando el culo a ver si dicen algo de Ceuta y Melilla y lo convierten en un asunto corporativo, así España pueda delegar parte de su responsabilidad como ya ha hecho con Marruecos (y la UE con Turquía) externalizando su frontera y dejando que sean sus gendarmes quienes maten a los negros que España y Europa no quiere ni ver. Incluso les permitimos cruzar un poco la frontera para que les den más leña y los devuelvan al otro lado del muro.
Hay que reconocer también el mérito de haber conseguido instaurar un relativo consenso, incluso en personas que se consideran progresistas, en el que quienes nos mantenemos firmes en nuestra defensa de los derechos humanos y nuestro rechazo a la Europa Fortaleza, a las guerras y a la militarización de la política somos tachados de ‘buenistas’ como poco. Defender el derecho humano a migrar, sus vidas y sus derechos, es hoy también ‘buenismo’, frente a la bandera de lo pragmático que sugiere que estas personas que huyen de las guerras y la pobreza se esperen en N’Djamena o en Trípoli a ver si sale alguna oferta en Infojobs para recoger fresas en Huelva. Seguro que desde allí pueden tramitar una solicitud de asilo o formalizar un contrato de trabajo.
La batalla por el relato es bien jodida si no peleas en igualdad de condiciones. Las élites ya se preocuparon desde el nacimiento del periodismo por comprar las principales cabeceras y repartirse los canales y las radiofrecuencias, controlando así casi la totalidad de la información. Lo obvio, a menudo, trasciende lo que la mayoría de los medios nos trata de imponer, pero cuesta mantenerse firme cuando la ofensiva es tan brutal. Quizás sea el tiempo el que nos muestre donde estaba la virtud entre tanto ruido, tanta sangre y tanta incertidumbre.
Hoy, defender la paz, oponerse a una organización imperialista como la OTAN (sin que eso implique justificar otros imperialismos como el ruso), y a los muros de Occidente es la posición más jodida, pero quizás la más coherente. Los abusos de otros matones no hacen bueno al matón de nuestro barrio. Pero esto es parte de la batalla por lo obvio. Y a algunos nos sigue resultando obvio defender los derechos humanos frente al odio, la guerra o las fronteras.