Entrevista con Andrew Marantz: «La ‘Alt-Right’ es una vieja ideología disfrazada de algo nuevo»

El periodista de ‘The New Yorker’ reflexiona sobre la ‘Alt-Right’, Trump y la deriva conservadora en Estados Unidos: “La ‘Alt-Right’ es una vieja ideología disfrazada de algo nuevo”. Desde la era Trump y el asalto al Capitolio, muchas cosas han cambiado en Estados Unidos. Recientemente se ha aprobado una ley en Florida que está provocando la retirada de varios libros con contenidos LGTBI o con perspectiva de género. También se están viviendo numerosas manifestaciones de grupos neonazis y fascistas contra actos LGTBI y hemos visto cómo las leyes el aborto han dado marcha atrás.

En la sección Entrevistas Antifascistas, hablamos con Andrew Marantz, periodista de The New Yorker y autor del libro Antisocial. La extrema derecha y la libertad de expresión en Internet (Capitán Swing), sobre el papel de la Alt-Right en el país norteamericano.

Empecemos por el principio. ¿Qué es la Alt-Right? ¿Dónde nace?

Hay una forma de definir la Alt-Right que empieza en 2014 o 2015. Y otra forma de definirla en la que nos remontamos a miles de años atrás porque el odio, la desinformación, la xenofobia… no fueron inventadas por Internet. Estas cuestiones ya existían mucho antes de Internet. El reto, sin embargo, llega cuando estas tendencias humanas básicas o emociones humanas entran en contacto con un nuevo sistema de distribución de la información. Así que sobre 2014 o 2015, varios periodistas empezamos a darnos cuenta de que muchas cosas que eran oficialmente ideas marginales empezaban a ser impulsadas en el discurso mainstream americano.

El odio, los prejuicios, el antisemitismo, la misoginia, el racismo… no eran nuevas ideologías. En muchas maneras, los Estados Unidos fueron fundados sobre esas ideologías. Pero hubo un tiempo, digamos que a mediados del siglo XX, cuando estaba mal visto decir estas cosas abiertamente en la sociedad. O construir un movimiento político en torno a ello. Y había la idea de que, si construías un movimiento político en torno al racismo o a la intolerancia de forma abierta, simplemente no funcionaría. La Alt-Right fue un intento de decir: “Bueno, ¿y si intentamos una política muy cruda y básica que se identifique principalmente con el hombre blanco?”. Y por una gran variedad de razones –incluyendo cómo se se distribuye la información en Internet– fue mucho más poderoso de lo que mucha gente pensó que sería. Y empezamos a ver estas ideologías oficialmente marginales tomando fuerza.

Y ahora además puedes medirlo estadísticamente porque Internet mide todo. En redes sociales puedes ver que, cuando dices algo como “no quiero jugar a un videojuego hecho por una mujer” o cualquier otro ejemplo similar, el mercado dice ¿qué números avalan esta idea? Así que, en resumen, la Alt-Right es una vieja ideología disfrazada como algo nuevo.

¿Qué papel tuvo Donald Trump en la normalización de la Alt-Right? ¿Y los medios de comunicación afines? 

Hay responsabilidad en las dos direcciones. Creo que Donald Trump ayudó a la Alt-Right y la Alt-Right ayudó a Donald Trump; él ayudó a los medios y los medios ayudaron a Trump. Estas relaciones son siempre transaccionales y un poco incómodas. 

Y, desde mi punto de vista, hay algo más que es incómodo de admitir pero que merece la pena que lo tomemos en serio y es que yo también he tenido a veces una mayor relación transaccional con esta gente de lo que me gustaría admitir. Quiero pensar que sólo estoy investigando y cubriendo todas las cosas malas que la gente hace en Internet y eso es cierto. Pero… también hay otro aspecto y es que mucha de esa gente quiere que yo los exponga porque quieren atención. Incluso atención negativa. Intento ser tan responsable éticamente como puedo pero es algo con lo que tengo que lidiar como dinámica.

Pero Trump, no sé… no creo que estuviera lidiando con eso. Creo que simplemente pensó “toda atención es buena” y siguió el viejo dicho de “no existe la mala prensa”. Y resulta que las redes sociales premian todo lo que es muy impactante, cualquier cosa que te haga latir el corazón muy fuerte. Así que no es que Donald Trump fuera una especie de programador brillante o que entendiese Internet de alguna manera profunda. Él solo tenía una compresión instintiva de esto, que viene de los tabloides en los 70 y 80, que le decía que si eres realmente impactante y sigues haciendo cosas que a la gente le cuesta creer pero no pueden dejar de mirarlas, entonces tendrás más atención. Y sí, puede que dañe tu reputación o tu dignidad o tu orgullo. Pero… no parecía que a él le importara nada de eso.

El libro se publicó antes de que Trump perdiera las elecciones y, por lo tanto, antes del asalto al Capitolio. ¿Qué ha cambiado desde entonces? ¿Qué papel tuvo la Alt-Right en el asalto del Capitolio? Y ¿qué se está viendo ahora con la investigación?

Sí, es interesante porque estábamos diciendo que muchas de estas cosas son chocantes cuando pasan por primera vez y luego se normalizan. Después es como que se diluye en el contexto. Así que muchas de las cosas que veía en 2015 como increíblemente chocantes, ahora suceden todo el rato. 

Si alguien intenta presentarse a presidente y presenta una plataforma donde plantea que hay una conspiración global dirigida por élites cosmopolitas que están controlando el mundo en secreto… esto era muy sorprendente en 2015 o 2016. Ahora es sólo un tema de conversación popular que todo tipo de políticos dicen y no es algo impactante y vulgar que únicamente Donald Trump se atreve a decir. Así que diría que parte de lo que ha cambiado entre las elecciones de 2016 y las de 2020 es que algunas de estas cosas se han normalizado tanto que el hecho de que pasen todo el rato se nota menos.

El verano y otoño de 2020 fueron periodos muy volátiles y chocantes en la historia de América. Y hubo muchos factores: el confinamiento por COVID, las protestas de Black Lives Matter… Hubo muchas cuestiones que la gente podía usar para aumentar el miedo y la inseguridad. Y, al final, Trump no fue capaz de ganar esas elecciones. Pero no creo que esto signifique necesariamente que su victoria fuera algo casual y puntual.

Creo que las elecciones de 2016 fácilmente podrían haber tenido otro resultado. Y las de 2020, también. Estamos un poco estancados en Estados Unidos y hay situaciones similares en otros países –diferentes pero similares–, en las que cada una de las elecciones es como lanzar una moneda al aire. Quiero decir, la balanza puede inclinarse a un lado o al otro pero la dinámica esencial –un bloque político de inclinación autoritario, un bloque de inclinación progresista y muchas cosas en el medio– se mantiene. 

Así que contestando más específicamente a tu pregunta, estuve siguiendo a los Proud Boys viéndoles meterse en peleas callejeras, luchando por entrar en los edificios y dando esas grandes fiestas haciendo una especie de orgía en celebración de la violencia. El nombre de los grupos puede haber cambiado, puede cambiar cómo se presentan o su uniforme. Todo eso se basa en la conveniencia política. Pero el impulso subyacente no cambia. Porque hay siempre esta tendencia en algunos segmentos sociales o de los medios de decir: “Oh, qué momento más raro fue. Qué bien que haya terminado”. Por ejemplo, si Trump no gana las elecciones en 2024, seguramente veremos a mucha gente de todo el mundo respirando con alivio y diciendo: “Vale, se ha acabado. Ese capítulo de nuestra historia está cerrado». Pero si miras todo esto detalladamente, no es cosa de una persona o de una docena de personas o de una docena de grupos. Es un problema de fondo y estructural. 

¿Se han tomado en serio las autoridades –sobre todo a raíz del asalto al Capitolio– la amenaza que supone la normalización de la Alt-Right para las propias instituciones y la propia democracia?

Creo que alguna gente se lo toma en serio pero creo que se podría haber tomado más en serio. Cuando estábamos viendo el asalto al Capitolio del 6 de enero en tiempo real había toneladas de vídeos porque la propia gente que lo estaba haciendo estaba retransmitiendo en directo. Y en muchos podíamos ver a agentes de policía sacándose selfies con ellos o dejándoles entrar sin intentar pararlos. No sé si se tomó suficientemente en serio porque era una narrativa compleja para la mayoría de americanos el aceptar que realmente podían ser algo podrían haber simpatizantes de los insurrectos dentro de las fuerzas de seguridad. 

Creo que cuando lo vimos en Brasil, se aceptó muy fácilmente. Tuvimos a Lula saliendo al día siguiente y diciendo vamos a echar a los simpatizantes dentro de las fuerzas de seguridad. Y eso es algo que haces cuando tienes experiencia en tu país sobre cómo actuar para parar un golpe. El estilo norteamericano de lidiar con esto es decir: “Bueno, así no es como somos nosotros. Los estadounidenses somos mejores que eso y nunca haríamos algo así”. Entonces, incluso cuando ves un vídeo de las fuerzas de seguridad de EEUU haciendo algo así, hay muchos estadounidenses que no quieren verlo o encuentran la forma de explicarlo. 

Creo que todo el incidente que nos llevó hasta el asalto al Capitolio y el análisis de lo que significó no ha sido digerido del todo por el público estadounidense e incluso por sus líderes. Porque sí, podemos condenarlo y decir que está muy mal tratar de derrocar un Gobierno electo y que no nos gusta que destruyan propiedades o lo que sea. Pero la verdadera importancia de esto es cómo pudo llegar tan lejos y creo que eso no ha penetrado del todo en el discurso. Seguimos estancados en un nivel muy superficial de “no consiguieron derrocar al Gobierno así que olvidémoslo”. 

Por otro lado, tenemos a gente diciendo que casi dieron un golpe y lo van a conseguir la próxima vez, lo que creo que es una conclusión arriesgada. Fue un evento muy serio pero no creo que fuera tan serio por que fuera a funcionar. Creo que fue serio debido, de nuevo, a las corrientes subyacentes, a los deseos y métodos ideológicos que representó. Y referente a tu pregunta, creo que hay muchas conexiones aquí.

Hay gente en el Congreso que ha expresado su simpatía abiertamente con la gente que se amotinaban en el Capitolio. No sé si eso requiere ser investigado. Sólo son personas diciendo algo. La pregunta es qué haces con esa información. Tienes miembros electos del Congreso que, sinceramente o para sumar puntos, expresan simpatía con personas que intentan parar unas elecciones democráticas. No sé qué hacer con esa información salvo esperar que no sea una estrategia política ganadora. Pero en algunos partidos y distritos lo es. Así que esta es una de las paradojas de la democracia. Tienes elecciones democráticas donde la gente puede ser reelegida con una plataforma antidemocrática. Creo que es bastante peligroso tener un gobierno lleno de gente que no quiere que ese gobierno siga existiendo.

Recientemente se ha aprobado una ley en Florida que está provocando la retirada de varios libros con contenidos LGTBI, sobre temas de género, sobre la teoría crítica de la raza… Sin embargo, lo que nos llega aquí es que existe una supuesta teoría de la cancelación que está tratando de, digamos, censurar cierta incorrección política. ¿Qué hay de cierta en la cultura de la cancelación en EEUU?

Ha habido esta asociación exitosa que ciertas personas han hecho –creo que a propósito– entre la cultura de la cancelación y la izquierda «censora» o de la gente que quiere decirte qué debes decir como algo que proviene de universitarios woke. La ley en Florida se llama la Stop W.O.K.E Act (Acta Parar a los Progres) y fue cosa de Ron DeSantis, quien parece querer presentarse a presidente siguiendo el legado de Trump y claramente está viendo esto como una herramienta política que puede usar para decir “los woke (progres) quieren silenciarnos y yo voy a ser vuestro ganador”. Cuando, por supuesto, la propia ley es una mayor amenaza para la libertad de expresión que cualquier cosa que diga cualquier estudiante de instituto.

Esta es una de las veces en que la narrativa realmente ha superado los hechos. ¿Hay alguien en algún lugar que esté intentando cancelar a alguien de izquierdas? Quizá exista. Seguro que hay ejemplos de alguien en Twitter gritando a alguien y diciendo “no puedes decir eso porque me ofende”. Pero la mayor amenaza en términos de imponer la fuerza de la ley viene de gente que, como el gobernador de Florida, quiere usar la ley para silenciar a la gente. Veremos qué pasa en los juzgados. Pero me parece que esa ley claramente viola la Constitución. Es el Estado usando su poder para prohibir libros en las aulas. Esa es una violación clásica de la Primera Enmienda. Si existe la cultura de la cancelación, esa ley es un ejemplo perfecto de eso. 

En otros lugares hay leyes contra el BDS, el movimiento de boicot, desinversión y sanciones. Hay lugares donde, de acuerdo con la ley estadounidense, no tienes permitido apoyar a los palestinos que quieren boicotear los productos israelíes. Eso me parece una clara violación de libertad de expresión y viene de la derecha. Pero debido a la narrativa de que la izquierda es la facción censora woke (progre) dentro de la política estadounidense, de alguna manera esas acciones de censura desde la derecha no se asocian a ellos o no son recordadas porque no encajan en la narrativa. Así que, de alguna manera, se olvidan.

Entonces, creo que es genial defender la libertad de expresión. Sería genial que la gente lo hiciera de una forma un poco más consistente y, sobre todo, que lo hicieran con un ojo puesto en lo que el Gobierno está haciendo. Por supuesto, creo que es molesto cuando alguien grita en las redes sociales pero no es lo mismo que el Gobierno prohibiendo un libro. Tienen diferentes pesos y diferentes impactos.

En Europa tenemos una histórica controversia sobre los límites de la libertad de expresión. En España, por ejemplo, tenemos a raperos en prisión. Y, sin embargo, están permitidas las expresiones de apología del nazismo, del fascismo… aunque haya leyes que se supone que las prohíben. ¿Debería haber límites a la libertad de expresión?

Es realmente difícil acertar. Y creo que es normal que el contexto americano y el europeo sean distintos porque creo que tiene que ver con cómo entendemos la historia del fascismo. No creo que los Estados Unidos sean inmunes al fascismo. Obviamente. Eso es parte de mis motivos para escribir este libro. Pero creo que tiene una historia diferente.

Para mí, hay una línea entre lo que el gobierno puede hacer para restringir y lo que las empresas privadas o los ciudadanos particulares pueden hacer. Puedo entender que hay lugares donde puede haber razones para cambiar el régimen legal o hacer excepciones en el mismo. Pero, en el contexto de EEUU, no tenemos leyes contra la negación del Holocausto, por ejemplo. En Alemania las tienen, en Israel también, en Francia también… ¿Hay una ley en España que prohíbe decir que el Holocausto no sucedió?

Es legal negar el Holocausto aunque en el Código Penal existe una figura que se supone que penaliza la denigración de las víctimas y la apología del genocidio. Pero es ambigua. Por ejemplo, en el cementerio de la Almudena hemos visto un homenaje a los voluntarios españoles que combatieron por Hitler. Y no ha habido sanción. La ley existe; la manera de aplicarla es otra cosa.

Es lo mismo en los Estados Unidos. Puedes tener una ley y después la forma en que se aplica. Yo me siento cómodo con una ley en la que el Estado no interviene y no prohíbe la mayoría de los tipos de discurso. Nunca es 100% porque hay tipos de discurso que el Estado sí prohíbe, como la pornografía infantil o el chantaje, soborno o lo que sea. Pero me parece bien tener un régimen legal que dice que «no vamos a castigarte penalmente si dices algo en apoyo de los nazis o si usas un discurso de odio». No hay leyes contra el discurso de odio en los Estados Unidos o ese estándar es extremadamente alto. Tiene que haber un peligro claro y presente de incitar a la violencia. No puedo decir «quiero que vayas a agredir a esa persona», pero puedo decir «los nazis eran buenos» o algo así.

Pero creo que donde la gente se confunde es cuando dicen: «Vale, no queremos tener leyes en contra de esto. Entonces, por lo tanto, no queremos que Facebook o Elon Musk hagan una regla al respecto». Creo que es perfectamente coherente decir: «Vale, no quiero que el gobierno de Donald Trump me diga lo que puedo decir, pero sí quiero que Mark Zuckerberg haga una regla diciendo que no se puede ser nazi en Facebook». Esas cosas no me parecen inconsistentes. Y el hecho de que el discurso haya sido instrumentalizado para que una cosa sea intercambiable con la otra… me parece que es simplemente falso. 

Obviamente, es difícil. Las redes sociales se han vuelto muy poderosas. Se ha convertido casi en una especie de plaza pública. Y entonces tenemos que pensar estas cosas con cuidado. No quiero a Mark Zuckerberg para tener el control de mi vida. Pero hay una distinción real entre alguien diciéndome que no va a difundir mis ideas algorítmicamente en la plataforma de su empresa privada y el gobierno metiéndome en la cárcel.

Hay una parte del libro en la que hablas sobre periodismo, sobre el papel de los y las periodistas. Dices: «Cuando se alude a cuestiones de principios fundamentales no siempre es posible ser imparcial y honesto al mismo tiempo». ¿Por qué se considera periodistas a aquellos considerados neutrales pero a los que dicen abiertamente que en temas de derechos fundamentales no lo son se les tilda de activistas?

Ha habido un periodo muy largo de formación –y hasta podría decir adoctrinamiento dentro de los medios– en que la cosa más importante era ser neutral y objetivo. Y es genial ser neutral y objetivo si eso fuera lo único en el mundo, si tan solo existiera en el vacío. Pero, ¿cómo el valor de la objetividad –si realmente existe– se compara con otros valores como el respeto, los derechos humanos, la dignidad humana y la fidelidad a la verdad? Cuando esas cosas están en conflicto, muchos periodistas simplemente se vuelven como robots que cortocircuitan diciendo «no puedo procesarlo».

Creo que parte del problema es que hay esta tradición dentro del periodismo de que no debes ser una persona con cerebro. Se supone que debes ser alguna clase de recipiente para hechos objetivos. Y hay un tipo de periódico muy crudo y tradicional donde no hay opiniones, no hay pensamientos. «Acabo de ver lo que pasó y lo he escrito». Y eso siempre ha sido una ficción. Pero creo que se está volviendo realmente irritante y agudo. No puedes salir al mundo y decirme que el papel objetivo de un periodista es decir: «Bueno, a algunas personas parece gustarles mucho el autoritarismo y otras personas no y voy a darle una cita a cada uno». Eso en realidad no es un periodista. haciendo su trabajo. No puedes simplemente consolarte a ti mismo diciendo «le di el mismo espacio a ambos lados, así que mi trabajo aquí está hecho». Tienes que pensar un poco más allá. Y creo que si no puedes ver eso después de Donald Trump, el Brexit, Modi, Netanyahu, Orban… Si no puedes ver eso ahora, no sé cuándo lo vas a ver.

A ti también te han llamado activista, ¿verdad? (risas)

Realmente no creo que esa distinción tenga mucho sentido. Si me convierte en un activista decir que es una estupidez citar por igual al Proud Boy que golpea a una mujer en la calle y a la mujer que es golpeada por el Proud Boy, pues vale. Me pondré del lado del ciudadano golpeado en la calle. Tendré que vivir con eso.

El golpismo y la equidistancia

El asalto a las instituciones brasileñas el pasado domingo por parte de los ultraderechistas seguidores de Bolsonaro nos recordó inevitablemente a lo sucedido un año atrás en Washington DC cuando Trump perdió las elecciones. Demasiadas semejanzas y demasiada banalidad todavía hoy ante unos hechos tan terriblemente graves, que deberían ser tomados muy en serio por quienes tienen a sus ultraderechas afilando cuchillos a las puertas de unas elecciones.

No solo los hechos, sino los protagonistas y las circunstancias, se parecen demasiado. Los seguidores de candidatos ultraderechistas no aceptan el resultado de las elecciones cuando pierden y pretenden ‘recuperar’ el país asaltando las instituciones a la fuerza, y confiando en que las Fuerzas Armadas y los cuerpos policiales les apoyarán. Por suerte, ni en EEUU ni en Brasil se dio esta circunstancia, aunque no son pocos los vídeos de la Policía brasileña en actitud pasiva y en ocasiones colaborativa con los asaltantes. Pero más allá del hecho en sí, lo que debemos tratar de entender es cómo se llegó hasta aquí, qué les hizo pensar que tenían razón o que podrían conseguirlo. En definitiva, cómo fraguó el golpe. Y esto no es solo el acto en sí, sino todo el proceso propagandístico e ideológico para llegar a este.

Difundir el mantra de la ilegitimidad del gobierno cuando pierdes las elecciones es uno de los primeros puntos del manual de la insurrección reaccionaria. Lo vimos con Trump, lo acabamos de ver con Bolsonaro, y lo venimos viendo con el PP y Vox desde hace tiempo. Cuando insistes en hacer creer que el Gobierno es ilegítimo, fruto de una anomalía democrática o de un complot entre la ‘antiespaña’ que representan para ellos fuerzas democráticas elegidas en las urnas, y que solo se ha dado cuando tú has perdido, estás azuzando a que todo valga. En el Congreso, en medios, redes y en algún que otro aquelarre en las calles, se catastrofiza el mandato popular falseando índices macroeconómicos y sociales (sobre todo referidos a la seguridad pública), demonizando a determinados actores políticos o profetizando el fin de los días si esto no se para. No son cuatro influencers ultras, sino la mayoría de los medios de comunicación, toda la derecha, y en no pocas ocasiones, un amplio sector de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado los que contribuyen a extender este relato.

Hace unas semanas, un policía cesado de su cargo (pero no expulsado del Cuerpo) por difundir bulos racistas en un acto de la extrema derecha, protagonizaba un espectáculo en una protesta convocada por grupos conspiranoicos y ultraderechistas. Tras insistir en su discurso antipolítico, racista y apocalíptico que pintaba España como el erial de Mad Max, victimizarse como un ciudadano honrado perseguido por disentir, arrogándose la verdad, clamó a ‘recuperar nuestro país’. ‘Ustedes tienen que despertar’, decía el personaje, que, casualidades del destino, ha acabado en las listas de un partido de extrema derecha para las próximas elecciones. No es el único agente que usa su condición de policía para hacer campaña por la ultraderecha, como venimos advirtiendo varios periodistas y por lo que estos mismos nos señalan en sus canales de difusión sin que el Ministerio del Interior tome medida alguna.

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Algunos estaban ya metidos en las instituciones, sobre todo en los cuerpos policiales y las fuerzas armadas, aquí, en EEUU y en Brasil, como se ha demostrado tras las identificaciones de varios asaltantes al Capitolio y en el Congreso brasileño, y como hemos denunciado aquí numerosas ocasiones a pesar de la indolencia y la inacción del Gobierno. También lo advirtió la comisión de inteligencia y seguridad del Parlamento británico el pasado verano: la amenaza terrorista de la extrema derecha se le presta poca atención y exige muchos más recursos, y existe una infección considerable de extremismo de derechas dentro de estos cuerpos. Lo mismo sucedió en Alemania recientemente tras la desarticulación de un grupo terrorista de extrema derecha que pretendía dar un golpe de Estado, y entre quienes se encontraban policías, militares y hasta jueces. Justo ayer, mientras escribía estas líneas, la abogada defensora de los derechos humanos y vicepresidenta de la República de Colombia Francia Márquez Mina, denunciaba en su cuenta oficial de Twitter el hallazgo de un artefacto explosivo de más de 7Kg en el camino que conduce a su casa en el Cauca. Pero es que da igual que los servicios de inteligencia de varios países, la Europol o la mismísima ONU adviertan que la extrema derecha es la principal amenaza para las democracias. Aquí seguimos bailando salsa.

Sin embargo, no hay que esperar a que estos se lancen al asalto físico de las instituciones para darnos cuenta de la ofensiva antidemocrática de los reaccionarios. En España, no son pocos los ejemplos de cómo la derecha, aún sin gobernar de facto, manda más que el propio Gobierno en determinados ámbitos. Ya sea en el panorama mediático como en los órganos judiciales, las fuerzas del orden o en las mismas decisiones políticas que toma el Gobierno. Si muchas de las medidas que cualquier progresista entiende que deberían aplicarse por un gobierno que se dice de izquierdas no se toman, es porque existe una resistencia derechista dentro del propio gobierno. Se llamen poderes fácticos, chantajes, engañabobos, traiciones o cobardías. Y es que han conseguido que la medida más light en materia social o económica sea considerada ya ‘comunista’ en una gran parte de la sociedad, temerosa esta de salir a por el pan por si le okupan la casa, lo asalta una horda de MENAs o lo envían a un gulag si hace un chiste machista.

Escribía el periodista norteamericano de The New Yorker, Andrew Marantz, en su magnífico libro ‘Antisocial: la extrema derecha y la libertad de expresión en internet’ (Capitán Swing), que, tratar determinados asuntos (los que quiere la derecha, aunque vayan contra los derechos humanos o contra la propia democracia) como legítimos temas de debate, no es ser neutral, sino cómplice. Marantz narra cómo se gestó la Alt-Right norteamericana y toda la constelación ultraderechista que provocó gran parte del éxito de Trump y posteriormente protagonizaría el asalto al Capitolio. Lo mismo vienen advirtiendo expertos analistas en extrema derecha de todo el planeta, mientras socialdemócratas, liberales y conservadores juegan a la equidistancia y sitúan en ‘los dos extremos’ a quienes defienden políticas sociales y a quienes tratan de acabar con la democracia y con los derechos humanos.

No sabemos si ingenuamente creen que ellos están a salvo, pero la historia nos enseñó que serían de los primeros en caer si los fascistas asaltan el poder. No por ser sus principales oponentes sino simplemente molestos. Quizás habría que recordarles que, entre izquierdistas y periodistas, también había varios nombres de políticos conservadores y liberales en las listas de objetivos a abatir de la organización terrorista alemana desarticulada hace unas semanas.

Este año tendremos varias citas electorales que van a poner todavía más cartas sobre la mesa, y en las que se van a tener que retratar quienes todavía no han cumplido gran parte de sus programas durante su mandato, y quienes pretenden salvar España del infierno comunista a cualquier precio. No será que no hay señales ya sobre el golpismo que acompaña siempre a la derecha cuando pierde, ni de que dejar de hacer algo que prometiste para no enfadar a la derecha, nunca funciona. Se va a fusilar igual. Está por ver si, tras las múltiples experiencias y advertencias de la insurrección reaccionaria a lo largo de la historia, incluso sin asaltar las instituciones, tanto el Gobierno como la sociedad está dispuesta a entregar la democracia sin pelear.

Y no solo en las instituciones se juega este partido. Para quienes sienten que, gobierne quien gobierne, no le representan, siempre puede organizarse y participar en los movimientos sociales, que siguen haciendo de contrapeso a la infección reaccionaria. Ni todo se juega en las urnas, ni todo está perdido. El nihilismo es el primer paso para la rendición.

Columna de opinión en Público, Miquel Ramos 10/01/2023

Bolsonaro, un apellido clave en la internacional ultra en la que milita Abascal

Promovidas por la asociación de EEUU que en 2011 animó a Trump a dar el salto a la primera fila, las llamadas cumbres CPAC, que ya se ha celebrado dos veces en Brasil, se han convertido en el escenario donde extremistas de distintos países aúnan estrategias. La conexión entre Abascal y el expresidente brasileño, cuyo hijo firmó la ‘Carta de Madrid’, ha llegado tan lejos que el líder de Vox ya enfatizó su “alta afinidad personal y política” y le definió en octubre como líder de los patriotas del país.

Alicia Gutiérrez, Infolibre 9 de enero de 2023

El 1 de octubre, en vísperas de las elecciones que terminó perdiendo, Jair Bolsonaro publicó un tuit en el que difundía un vídeo de Santiago Abascal. Con la brevedad usual en las redes sociales, el jefe de Vox expresaba todo su apoyo a quien “lidera la alternativa de los patriotas”. La de aquellos “que queremos naciones prósperas, libres y soberanas frente al comunismo y frente al globalismo”. Ese vídeo representa probablemente la más reciente muestra de la “alta afinidad personal y política” que, como había subrayado meses antes Vox, une al fundador y jefe de la formación ultraderechista española con el político cuyos seguidores asaltaron el domingo en Brasil el Congreso, la sede de Presidencia y el Tribunal Supremo en lo que, salvo viraje inesperado, es ya un golpe de estado fallido. 

Cuando Bolsonaro perdió frente a Lula de Silva, su apellido ya había adquirido gran relevancia en las CPAC, siglas en inglés de las cumbres internacionales promovidas por la fundación radical conservadora de EEUU (la ACU, American Conservative Union) que en 2011 alentó a Donald Trump a dar el salto a la primera fila política.

La similitud entre lo sucedido el domingo en Brasilia y el asalto al Congreso estadounidense tras la derrota de Trump ante Joe Biden emerge así con un telón de fondo común –el de las CPAC– que en 2020 anudó la relación entre Abascal y el hijo más temible de Jair Bolsonaro. Ese año, Abascal se citó en el CPAC con Eduardo Bolsonaro. En 2019 ya había participado en el anterior CPAC Iván Espinosa de los Monteros, quien a su regreso dijo lo que sigue: “Estuvimos ahí cinco días y volvimos diciendo: ‘Bueno, nosotros somos unos tibios socialdemócratas en comparación’. Cuando oyes lo que es la derecha americana estamos muy por detrás de ellos”.

Ese mismo 2020, el apellido Bolsonaro resultó crucial para el lanzamiento de la Carta de Madrid, el manifiesto con que, a través de la Fundación Disenso, presidida también por Abascal, trazó Vox su mapa internacional de alianzas. Eduardo Bolsonaro aparecía en uno de los primeros puestos de una lista de signatarios donde destacaban políticos como el chileno José Antonio Kast, firme entusiasta del golpe de Pinochet, o intelectuales como Alejandro Chafuen, durante años director de Atlas Network, la red ultraconservadora con sede en EEUU y ramificaciones múltiples en distintos países. 

“Bastión de la libertad” y entusiasta de la dictadura militar

Del papel desempeñado por los Bolsonaro en ese mapa internacional de la ultraderecha o la derecha radical hablan de nuevo las CPAC. Porque en 2022, y además de la cumbre ordinaria organizada en EEUU por la fundación conservadora ACU, tuvo lugar otra edición en Brasil: la segunda tras la celebrada en 2021. Jair Bolsonaro era ya una figura clave de la derecha extrema del continente. Ese mismo 2022 hubo otra edición de la CPAC en México, donde el eurodiputado de Vox Hermann Tertsch ofreció una conferencia. Tertsch, que este lunes guardó un silencio sepulcral sobre lo ocurrido en Brasil al igual que Abascal, publicó el 18 de noviembre un tuit: “A la CPAC México la han acosado hoy las hordas comunistas de siempre. Y es porque estamos aquí fuerzas conservadoras forjando esta alternativa de verdad, libertad y democracia contra el narcocomunismo y la perversión ideológica de la izquierda en América y Europa”. Este lunes, Abascal se limitó a retuitear el comunicado de Foro Madrid, producto de la Fundación Disenso. En su nota, Foro Madrid equipara el asalto a los tres poderes institucionales del país amazónico con movilizaciones en Chile y Colombia. “La violencia –se lee en el texto– no se justifica en ninguna circunstancia, ni cuando asaltan el Palacio de Planalto [la Presidencia brasileña] ni cuando incendian el Metro de Santiago de Chile o cuando la Primera Línea destruye la ciudad de Cali”.

En aquella cumbre de 2021, el eurodiputado ultraderechista hizo declaraciones en los pasillos junto a Eduardo Bolsonaro. A su padre, Tertsch le había dedicado en diciembre de 2021 un piropo monumental: también en Twitter y cuando se dirigía a Brasil acompañando a Santiago Abascal para pasar tres días en la residencia oficial de Jair Bolsonaro. Al presidente brasileño y a su gobierno Tertsch los calificó como “el gran bastión de la libertad”. 

Fue a raíz de ese viaje cuando Vox definió como “alta” la afinidad entre Abascal y Bolsonaro, quien en 2016 –entonces solo diputado– provocó una oleada de estupefacción con una frase que hoy regresa a primer plano:  “El error de la dictadura fue torturar y no matar”. En España, Vox ha amparado la dictadura franquista, pero con menor intensidad. “Quienes defienden la obra de Franco “tienen cabida en Vox“, dijo Abascal en 2029. “Estamos ante el peor Gobierno en 80 años“, afirmó un año más tarde saltándose las cuatro décadas del franquismo como si hubieran sido mejores.

La bisagra entre los dos continentes

El periodista Miquel Ramos, experto en la extrema derecha y autor del libro De los neocón a los neonazis, no alberga dudas sobre el papel de Vox como bisagra entre las dos orillas del Atlántico: “Vox –reflexionaba este lunes– es el enlace ultraderechista de Europa con Latinoamérica. Representantes del partido de Abascal han viajado varias veces al continente para afianzar sus lazos con los movimientos reaccionarios, reforzando el espacio que llaman Iberosfera, y en un momento en el que allí están volviendo a ganar las elecciones formaciones de izquierdas”.

Ramos sostiene que la batalla política y la guerra cultural “están cada vez más conectadas a ambas partes del Atlántico, tanto en sus discursos contrarios a los derechos humanos como en la extensión del mantra de los gobiernos ilegítimos cuando no ganan las elecciones. Y con las consecuencias que esto supone“. Esa alianza ultraderechista –prosigue el periodista– “está reuniendo a integristas religiosos, fascistas defensores de las dictaduras militares que sometieron al continente décadas atrás, ultraconservadores y hasta neoliberales en una nueva cruzada contra la izquierda, las políticas sociales, los derechos humanos y hasta contra la propia democracia, como vimos con Trump y como acabamos de ver en Brasil”.

Entrevistas antifascistas (1) | Morgan Finssiö (EXPO Suecia): «La extrema derecha es una amenaza para la democracia y los derechos humanos»

‘La Marea’ inaugura un ciclo de entrevistas con antisfascistas de distintos países con esta conversación entre el periodista de la revista sueca ‘Expo’, un referente desde que fue fundada por Stieg Larsson en 1995. Also avaliable in English.

En La Marea teníamos muchas ganas de hablar con expertos en extrema derecha y hoy hemos decidido que queríamos invitar a esta conversación a una persona que la conoce bien. Se llama Morgan Finnsiö, vive en Suecia y trabaja para una de las revistas pioneras en el análisis, investigación y denuncia de la extrema derecha. Expo es un proyecto muy ambicioso que además cuenta con una fundación y ha realizado una labor de investigación periodística excepcional durante estas últimas décadas. Una revista que fue fundada, además, por una persona muy conocida tanto a nivel periodístico como literario, el gran Stieg Larsson, que también contribuyó al análisis y seguimiento de la extrema derecha cuando poca gente le prestaba atención en Europa y más allá de ella. Explíquenos qué es Expo, en qué consiste su trabajo en esta revista y las investigaciones que se están llevando a cabo en ella.

Una entrevista de Patricia Simón y Miquel Ramos para La Marea.

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Fer front a l’extrema dreta. Estratègies d’acció de la societat civil

Informe realitzat per Marcia Tiburi, David Bou i Miquel Ramos sobre l’extrema dreta i l’antifeixisme. Un treball per a l’escola Guillem Agulló d’ Òmnium Cultural. Es pot descarregar gratuïtament ACÍ